Los Desaparecidos

Juan David, Selvio, Darío y Martín

Las que vienen a continuación son dos historias que se vuelven una. Se trata de los relatos de Ersomina y de Enrique, hermano y hermana que vieron cómo el conflicto se llevó a once personas de su familia. Cada uno cuenta lo vivido a su manera, y en sus narraciones, que son solo un pequeño esbozo de todo lo que vivieron, queda claro que la crueldad de la guerra no tiene límites. Es necesario unir todas las fuerzas posibles para que esto nunca vuelva a suceder.

Ersomina

Todo empezó con un sueño, un sueño que tuvo mi prima Nubia en donde Dios le habló y le dio la instrucción de buscar una quebrada llena de oro. El lugar no estaba muy lejos según nos contó ella a la mañana siguiente, así que nos pusimos en la tarea de encontrarlo sin saber que el sueño pronto se convertiría en una pesadilla. La búsqueda la llevamos a cabo sólo las mujeres, a los hombres de la familia no les gustaba escarbar por oro y además por ese entonces estaban ocupados en la tala de madera.

Yo tenía 14 años y vivíamos en un municipio rivereño de Antioquia. Hermanos no me faltaban, en total fuimos 32, de los cuales 16 éramos del matrimonio de mi papá y mi mamá; siempre fuimos muchos, y me acuerdo que cuando estábamos todos en la casa mi mamá no preparaba comida para ella, sino que comía de los sobrados de todos. Crecimos en la finca “La Felicidad”, a las orillas del Magdalena, y nunca pensamos que sería ese mismo río el que nos quitaría la alegría. Allá en la finca mi papá pescaba, cosechaba y tenía ganado, y así fue hasta que Dios nos envió la bendición, o más bien la maldición, de la quebrada del oro.

Una semana tardamos en encontrarla desde el día en que mi prima tuvo el sueño y en Caño Bronce, como le pusimos más adelante, lográbamos sacar hasta 3 castellanos, que son como 15 gramos de oro, en cada cateo. Resulta entonces que Nubia le contó a mi tío lo que habíamos descubierto y ya fuera porque se emborrachaba y se le soltaba la lengua, o por querer ayudar, él hizo que pronto Caño Bronce estuviera lleno de trabajadores. No hay ninguna ley que regule la actividad de los barequeros, entonces todos los visitantes se quedaban lo que lograran tomar de la quebrada.

En la familia, fue Nubia la que nos enseñó a barequiar,  y en eso estuve un buen tiempo hasta que me escapé para otra finca con un trabajador de mi tío. Cuando quedé embarazada los dos  nos dedicábamos a trabajar con madera, pero sin esperarlo llegó un verano como mandado por Dios que secó todo el río y nos dejó sin como sacar la mercancía. Volvimos entonces a miniar en Caño Bronce, y ahí fue cuando comenzaron los problemas.

En el año 81 las FARC le ofrecieron a mis hermanos 40 millones por el terreno de la quebrada, y a pesar de que era una oferta de mucha plata, ellos no la quisieron vender defendiendo lo que era el único patrimonio de toda la familia. Es sabido por todos que el oro, por ser tan codiciado, suele generar mucha violencia, entre más oro más sangre, sin embargo nosotros no teníamos idea de que nos parábamos sobre una tierra de riquezas enormes y mucho menos de que esa tierra nos iba a dejar la misma cantidad de tristezas. Sucede que los de las FARC sí eran conocedores del valor del terreno, y por esto estaban dispuestos a hacernos salir de allí como fuera.

Después de la oferta de los 40 millones estuvimos algún tiempo tranquilos porque había un hombre en el frente que nos conocía y nos protegía: el coronel Tabares, sin embargo, en el 86 encontraron la forma de hacer que lo trasladaran durante un tiempo, y fue su reemplazo, el Comandante Nelson, quien llegó con la intención de acabar con todo. Salieron entonces con el cuento de que uno de mis hermanos había dañado un motor-canoa y esa fue la excusa para desaparecerlos a los tres: a Juan David, a Selvio y a Darío.

Cuando el coronel Tabares regresó, mandó a revisar el motor, que claro, estaba en perfecto estado, pero hacía ya 4 meses que tenían a mis hermanos desaparecidos. Nos pidieron disculpas ¿y qué? Mis hermanos ya estaban en alguna parte del río Cimitarra y eso nada lo iba a cambiar. La tierra, además, ya la tenían ellos, le hicieron carretera, le pusieron luz, instalaron acueducto, y sacaban el oro por libras con maquinaria y con retroexcavadoras.

El día que desaparecieron a mis hermanos, a mí también me iban a matar, pero la mamá de uno de ellos, de los milicianos de las FARC, me avisó. Es que a ella le habían desaparecido un hijo y ya sabía lo que era. En esta guerra nadie se salva. Tuve entonces que salir corriendo con mi hijo para refugiarme un tiempo en Barranca.

Después de eso todo se destruyó. Mi mamá nunca creyó que lo que sucedió con sus hijos  fuera real, para ella estaban vivos y los buscó toda la vida. El Ejército intentó ayudarla, no voy a decir que no, incluso una vez le iban a prestar un helicóptero, pero nos amenazaron y nos dijeron que si metíamos al Ejército iban a acabar hasta con el retoño más pequeño. Mi mamá solo lloraba, tomaba café y fumaba cigarrillo.  A veces la veía haciendo oficio a las tres de la mañana hablándoles a ellos. Mi papá también murió con la esperanza de volverlos a ver, pero un cáncer de corazón se lo llevó con la ilusión. Yo ahora que tengo hijos grandes puedo entender la desesperación de mi madre, es que cuando uno pierde un hijo es como si le quitaran la mitad de algo por dentro.

Al morir mi papá y mi mamá el calvario continúo para los que quedamos. Hoy todavía, cuando han pasado varios años, me veo a mí misma a veces sin quererme parar de la cama, hay cosas que simplemente no se olvidan. Yo creo que son todas las lágrimas que hemos derramado las que hacen que el río siga corriendo, porque lo de mis hermanos no fue todo. En el año 98 asesinaron a mi hermana y a otros tres miembros de la familia haciéndolos pasar por guerrilleros. Falsos positivos. A mi hermana y a mi sobrina las violaron, las golpearon, las asesinaron y las marcaron de NN, y ellas no eran delincuentes, nunca lo fueron.

Y la lista sigue, en el 90 desapareció Martín, otro de mis hermanos, lo borraron también de este mundo, pero así sea difícil de creer,  de alguna manera logré llegar a la mitad del camino para volverlo a traer. Me fui preguntando por ahí, hasta que dí con alguien que sabía dónde estaba enterrado. De eso ya han pasado 6 años y el Estado no ha hecho absolutamente nada para ayudarme a reconocer el cuerpo. Incluso hoy en día todavía voy a la Fiscalía con fotos,  y ellos no hacen nada, ni siquiera para hacer lo del examen de ADN, absolutamente nada. Entonces ¿qué es lo que quieren? Uno se va desmoronando de a poquitos y a nadie le importa, además, si así son las cosas cuando ya hice la mitad del trabajo, ¿qué esperanzas tienen mis tres hermanos desaparecidos en el río?

A veces se me olvida que vivimos en un país en guerra constante y pienso que yo soy un imán para las desgracias. Es que los dedos de las dos manos no me alcanzan para contar la cantidad de muertos que le ha dado mi familia al conflicto colombiano y ¿a costa de qué? De nada. Sin causa, sin motivos, sin respuestas, me han ido quitando la vida poco a poco.  De la reparación nos falta casi todo. Una vez nos dieron dos millones de pesos a cada hermano, y luego nos dieron un millón treinta mil, como si el dinero curara las heridas, eso es todo lo que nos han dado por la desaparición de nuestros hermanos. Es que ni con todo el oro de Caño Bronce me podrían comprar las vidas que me quitaron. Ellos hicieron su guerra y nos hicieron parte de ella sin tarjeta de invitación.

Enrique

Antes eramos muy felices, éramos una familia muy unida. Nos dedicábamos a la ganadería, a cultivar y a pescar. El campo era nuestro lugar de trabajo, el río nuestro vecino y el cielo nuestro techo. “La Felicidad”, como se llamaba nuestra casa, era de madera y de iraca, La Felicidad era sencilla, La Felicidad era fácil de mantener. Mi papá solía contarnos muchas historias, me gustaba mucho ir a pescar con él o ayudarlo a sembrar maíz, arroz o plátano. Mi papá es la mejor persona que he conocido, siempre buscaba ayudar a los demás sin esperar nada cambio.

A raíz de la desaparición de mis hermanos, mi familia se fue desintegrando poco a poco. Mi vida cambió por completo, la mía y la de toda mi familia, y la verdad no hemos podido encontrar el medio para sacar todo el dolor que deja la ausencia. Extraño la vida que tenía, extraño a mis hermanos, extraño a mi familia. Nosotros éramos muchos y aceptar la vida sin algunos de ellos ha sido imposible.

Hoy todavía seguimos buscando explicaciones, la pregunta por el ¿por qué?, que me ha acompañado desde el momento en que ocurrió todo no ha salido de mi cabeza un solo instante ¿por qué mi familia se acabó de esa manera? ¿Por qué? No voy a negar que del 2008 para acá hemos visto un poco la luz, al menos nos volvimos a juntar los que quedamos, pero la desaparición de un ser querido es algo que jamás se supera. Necesitaría otra vida para poder olvidarlo.

Lo que más deseo en el mundo es que el resto de mis días y los de mi familia sean en paz. Que nunca más tengamos que pasar por algo parecido a lo que ya vivimos, que ha sido demasiado. Deseo que sigamos estando unidos, y que nunca jamás volvamos a tener malos vecinos.

Datos principales de la historia

Número de cédula
Sin información
Río relacionado
río desaparición : 

Fecha de desaparición
04.16.1986
Familiar que lo busca
  • Ersomina
  • Enrique