En Caquetá solo quedan las voces del silencio

Por: Valeria Urán Sierra

—La pandemia recrudeció un montón todas las condiciones precarias de pobreza extrema, y pues los chicos digamos que al verse acorralados ante una situación económica tan crítica pues ven en las filas una alternativa. 
—¿Qué es lo que les ofrecen y les prometen? ¿sigue siendo como algunos años atrás? 
—Acá en Caquetá digamos que no solamente es reclutamiento, están todos los términos: vinculación, reclutamiento, abuso, utilización y violencia contra menores, se ven todas.Una vez los chicos están no solamente interesados, sino que de alguna manera endeudados con el grupo, pues ahí ya se los llevan al monte, ahora sí a las armas.
—La Defensoría del Pueblo ha emitido varias alertas ¿qué está pasando? 
—Hacia la zona de Solano tienen una dinámica muy fuerte, porque allí se concentra todo el cuello de botella del corredor de narcotráfico. Sobre todo por el río abajo, o en Cartagena del Chairá. 
—¿Hacia dónde va toda esa droga? 
—Con este tema del tráfico de marihuana hacia el Brasil, allí los menores son utilizados como mulas humanas. Ellos cargan la mercancía por la selva para evadir los controles que hay del Ejército y de la Armada sobre el cauce del río. 
—¿Y en la zona urbana cómo está la cosa? 
—En Florencia, eso fue como en marzo más o menos, hubo una captura de una cabecilla del frente Carlos Patiño, que fue muy particular además, porque ese frente opera en el sur del Cauca.
—¿Por qué creen que se vino hasta el Caquetá? 
—La modalidad de ella era buscar chicos, obviamente vulnerables, menores (...) y les vendía droga. Marihuana, perico, bazuco...y cuando los chicos se metían en el rollo, ya no tenían con qué pagarle, entonces la forma de pagar era irse para Argelia, Cauca, a trabajar allá, bien fuera en los cultivos de coca o bien sea ya como combatientes. 
—¿Se sabe qué grupos están en la zona? 
—Aquí existe presencia de las disidencias de las Farc, al mando de Gentil Duarte, la Nueva Marquetalia al mando de Iván Márquez, y Comandos Bolivarianos de la Frontera, o Sinaloa. Esa es la gente que está acá. 

Una conversación similar, vía telefónica, sostuve con varias personas en el Caquetá. Líderes y lideresas defensoras de derechos humanos, y algunos periodistas, atendieron mis llamadas, —la pandemia y el desconocimiento de los actores armados en la zona, imposibilitaron el viaje—, contestaron mis preguntas, en ocasiones con voz baja o con monosílabos, o fueron hasta lugares “seguros”, para conversar con mayor tranquilidad. 

Llamé buscando información sobre seis de las masacres perpetradas y registradas en el departamento durante los últimos ocho meses. Inicialmente, quería saber qué grupos armados se encontraban en la zona, qué se estaban disputando, pero sobre todo, quiénes fueron las víctimas. Estaba claro que estábamos asistiendo a la nueva reconfiguración del conflicto armado en Colombia, y entre tanto, la situación de los jóvenes en el Caquetá apareció, estaban siendo de nuevo reclutados y utilizados por los nuevos actores armados que estaban llegando a la zona. Prueba de ello, la captura de María Edith Hurtado Ramón, alias ‘Marcela’, el 6 de abril de 2021 en Florencia. Hacía parte del Frente Carlos Patiño en el Cauca. 

Así fue como di con la historia de Camila*, una muestra viva de que detrás de una masacre, se esconden otro tipo de victimizaciones, como el reclutamiento forzado e ilícito, y que esto es tan solo el comienzo de una vida atravesada y averiada por la guerra. Para ella, que un niño o un joven sea reclutado hoy, o hace siete años atrás como ocurrió con ella, no es cosa distinta, porque siente que eso les jode igualmente la vida. 

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—Yo no he sabido qué es vida desde que me escapé del monte. Eso a uno lo marca. Yo paz no he tenido, a mi me robaron la niñez, a los siete añitos a mi se me llevaron. 
—¿Cómo fue que terminaste en las filas de las Farc?
—A mi le llevaron a estudiar enfermería supuestamente. Ellos le dijeron a mi papá que lo mejor era llevarme a estudiar, y que ellos me iban a seguir trayendo cada quince días. 
—¿Y si pudiste estudiar?
—No, nunca hubo estudio
—¿En qué momento comprendiste que te iban a dejar allá?
—Cuando fueron pasando los meses. Además no fui yo sola, algunos de mis hermanos ya habían sido reclutados antes, o hacían favores. Incluso mi papá y mi mamá, porque vivían y siguen viviendo presionados por esa gente, después de tanto tiempo. 
—¿Era normal ver a la guerrilla en el pueblo?
—Si, ellos nos regalaban comida, y de todo. Eran como héroes, ya después supe que no era así. 

Carolina* fue reclutada en 1999 por el Bloque Sur, Frente 14 —quienes siempre han controlado este departamento—, en Peñas Coloradas, Bajo Caguán, Caquetá, con solo siete años de edad. Estuvo bajo el mando de la comandante Nayibe Rojas Valderrama, alias ‘Sonia’ —capturada en febrero de 2004 precisamente en Peñas Coloradas—, y los comandantes Camilo Diaz alias ‘El Cantante’, alias ‘Fermyn’, entre otros. Logró escapar de sus filas cuando tenía 14 años.

La presencia de las Farc en esta zona inició en los años ochenta, y fue de la siguiente manera: antes de que la guerrilla llegara al Caquetá, y controlará las riveras del río Caguán, en los años setenta, algunos colonos llegaron allí, se hicieron a algunas tierras, y las empezaron a trabajar. Años más tarde el Cartel de Medellín, sería quien convertiría esta zona en corredor para la hoja de coca que provenía desde el Perú. Más tarde, los Frentes 2 y 3 de esta guerrilla se fueron asentando, para más tarde convertirse en el Frente 14. Su actividad inició protegiendo y regulando el negocio en Remolinos del Caguán, Santo Domingo y Santa fe del Caguán, para después entrar al negocio directamente, y así financiar su ofensiva militar. 

 

 

El “Mono Jojoy” era quien estaba al mando a principios de esa década. Tenía la idea de que con el paso del tiempo este frente se convertiría en el piloto de uno de sus mayores objetivos: perfilarse como un ejército con estrategias ofensivas. En 1987 realizó su primer ataque a la Fuerza Pública sobre la vía que conduce a San Vicente del Caguán, donde murieron 27 soldados.

Fue tanta la fuerza que tuvo el Frente 14 en el bajo y medio Caguán que cuando el entonces presidente Álvaro Uribe (2002-2010) arrancó con la Seguridad Democrática y el Plan Patriota, inició por la vereda Peñas Coloradas de Cartagena del Chairá—donde fue reclutada Camila—, una de las zonas donde aún la presencia de grupos residuales de las Farc, del exfrente 14, es constante y así, el reclutamiento forzado e ilícito de menores. 

El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en 2017 a través de su informe: Una guerra sin edad, informe nacional de reclutamiento y utilización de niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado, señaló que entre 1979 y 1996, uno de los municipios más afectado por el reclutamiento forzado e ilícito fue San Vicente del Caguán, junto a Medellín y San José del Guaviare, sumando en conjunto más de cien menores reclutados. Por su parte, el Registro Único de Víctimas (RUV) entre 2014 y 2015 documentó en el Caquetá 511 casos. 

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Ellos presionaban no solamente a mi hermana, que era muy bonita, y a mi papá, para que les hiciera favores como fuera, sino que fue a todo mi núcleo familiar, incluso, también creo que en el Caguán no solamente fue mi familia. Fueron muchas personas, demasiadas, que uno sabe que fueron víctimas de las Farc. Para ellos era muy importante la cantidad de hijos que tuviera alguien, que tenía mi papá. Sabían que ellos ofreciéndonos un plato de comida, ofreciéndonos estudio o algo así, tenían derecho... se nos llevaban.

Además, si le soy sincera, todos en mi familia participamos. Mis hermanos mayores fueron los mandaderos. (...) Les daban plata, les pagaban muy bien para que descargaran los botes de alimentos para ellos. (...) De esa manera ellos empezaron a endulzarlos, endulzar a mi familia, y usar a mis hermanos. Entonces, cuando ya había combates, mandaban a mis hermanos para que fueran a tal campamento a llevarles bultos de pan, gaseosa, y cosas. Nosotros éramos doce, pero estamos vivos diez. 

En ese sentido participaron mis hermanos. ¿Quiénes estuvimos allá? uno de los hermanos mayores que se llama Juan* estuvo allá, que a él si se lo llevaron un tiempo, y mi hermano Carlos* que era uno de los menores, también estuvo allá… y no fue tanto como mandaderos, sino que los tenían veinte o quince días, y los volvían a mandar para la casa, pero ya eran unos milicianos. Uno tenía doce años, y el mayor entre catorce y quince años. 

El día que a mi se me llevaron fueron cuatro los niños reclutados, la mayor tenía 11 años. La primera noche nos tocó dormir a todos en unas hamacas, casi unos encima de otros, prácticamente. Pero como supuestamente nos llevaban a estudiar a todos, entonces la vaina era que esperaríamos para llegar a la escuela (...) y nosotras con la ilusión, y pasaban los días, y pasaban los días, luego fueron pasando los meses, y los años y eso nunca pasó. Y allá como al mes, ya se acabó el dulcecito y la mentira, ya se empezó a ver la verdad.

Tuve muchos castigos. Me amarraban (...) todo un día me tuvieron así amarrada, tuve mucha sed, pero la orden era que quien se me acercara a pasarme agua lo mataban. A veces cuando a uno le tocaba ranchar, y no ranchaba bien, o no podía con el equipo de víveres, y eran muchas las horas que tocaba caminar, y yo me caía al piso con esos víveres, entonces me sacaban una pistola, y decían que si no caminaba me daban en los pies, osea, camina o camina. Y pues la verdad uno quemado, cansado, imagínese usted.. y para llegar hasta el destino que ellos decían. 

Tuve abuso sexual (...) yo muero con ese dolor, yo vivo a diario con esto. Lo tengo atado, es una atadura. Un muchacho llamado Gustavo* fue el primero que me violó, en una hamaca. A él lo dejaron de comandante como ocho o quince días, y en ese momento tenía como diez años. Y en mi casa también, yo ya había vivido eso, con mi familia, con mis hermanos, y yo llegué a odiar a mi mamá, porque cuando le conté que estaba siendo abusada, ella por miedo no me creyó. 

Sobreviví bajo la costumbre porque era saber que aunque uno sufría, había que aceptar, como que esa es la vida de uno, y que ahí usted va a morir por su patria supuestamente. Ese es el principio, los primeros dos o tres años. Hasta que uno asimila que la vida está ahí. Hasta que me escapé. Estaba prestando guardia con dos compañeros más. Esa noche yo le entregué guardia a dos compañeros y escuché que uno le decía al otro que se quería volar. El muchacho se quería ir era porque la mamá se le estaba muriendo. Pidió permiso y no lo dejaron ir, y estaba cerca (...) entonces yo me quedé viéndolos y les dije que yo también me quería escapar, y que estaba muy aburrida. 

(....) Escuchamos que estaba el ejército por ahí y que a nosotros nos tenían en campamento de seguridad debido al Ejército, y nosotros aprovechamos para poder volarnos. Uno se encontraba un campesino y a uno le daba ganas de matarlo porque uno creía que era gente que estaba investigando si uno estaba por ahí. Fue caminar por puro monte y agua.

Desde entonces me persiguen. He estado en varias ciudades del país, y la persecución no termina. Yo ya no estoy allá, pero mis hermanos sí y mi papá, porque mi mamá hace poquito se murió de cáncer, y yo creo que eso fue de ver a sus hijos sufrir tanto, a su esposo, porque ella se desmayaba cuando se le llevaban a uno de sus hijos. Tuve que ver cómo moría desangrándose por el cáncer. Y bueno, ¿a mí por qué me persiguen? porque una parte de la gente que me reclutó siguen allá y conocen a mi familia.

Ellos creen que uno tiene mucha información y como nosotros desde niños viendo tanta cosa (...) hoy por hoy, mucha gente está denunciando, entonces no les conviene que se haga. (...) Esa es la rabia de ellos y él temor de ellos hacía mí (...) mantienen preguntando por mi. A mi papá incluso le han dicho que por ahí me han visto en redes sociales, y que entonces cuándo la va a traer. Dándole a entender que mantienen pendiente de mí (...). Me he tropezado con varios que han estado por allá (...) y que salen de allá a hacer alguna investigación o a llevar y traer información. 

El reclutamiento mío no fue sino el inicio, a mi eso me persigue a todas partes, osea, fuera del dolor de lo que viví, esa gente no me deja en paz, me sigue amenazando e intimidando. Yo a nadie le había contado esto antes, me pueden matar. He cambiado varias veces de número telefónico, de ciudad, y ni se diga mi papá o mis hermanos, me llaman llorando y desesperados. Ahora tengo 28 años, la vida no ha sido fácil. Mi sueño era ser enfermera, no irme a la guerra. 

La guerra le robó a Camila su niñez, parte de su adolescencia, y podría decirse que también lo está haciendo con su adultez. Hasta el momento no ha recibido un acompañamiento psicológico, solo protección por las fuertes amenazas de las que ha sido blanco, con el apoyo del Colectivo Antimilitarista Mambrú, en el que están vinculadas más de 200 personas del Caquetá, Huila, Meta, entre otros departamentos, víctimas de reclutamiento y utilización en la guerra, que esperan ser acreditadas por la Justicia Especial para la Paz (JEP), en su caso 007: Reclutamiento y utilización de niños, niñas y adolescentes al conflicto armado. 

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Durante el 2020 la Defensoría del pueblo emitió 46 alertas tempranas que estuvieron 
estrictamente vinculadas con el riesgo de reclutamiento forzado a menores de edad, en 26 de los 32 departamentos de Colombia. Situación que se agudizó con la pandemia del Covid-19, puesto que se perpetraron 83 reclutamientos forzados a menores de edad, donde la lista fue encabezada por el Caquetá, con 21 casos, y el Cauca con 19. 

La entidad también evidenció a través de su informe Dinámica del reclutamiento forzado de niños, niñas y adolescentes en Colombia, emitido en 2021, que los grupos armados irregulares vinculan de manera forzada e ilícita a niños, niñas y adolescentes a sus filas para fortalecer su control y expansión territorial. Acuden al mecanismo de la utilización —además del reclutamiento— a través del “campaneo”, es decir, que sirvan de informantes y vigilantes para el traslado de drogas y la presencia personas ajenas al lugar, al igual que por medio del transporte de insumos para las economías ilícitas, consumo de estupefacientes, abuso y explotación sexual. 

La Coalición contra la vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia (Coalico), en su boletín número 25, señaló que durante el primer semestre del 2021 se registraron en el Caquetá dos eventos en los que hubo reclutamiento y vinculación ilícita de menores, explicando que en este departamento, la situación es tensa. La presencia de grupos residuales de las Farc generan pánico entre la población, las masacres regresaron, y con ellas las amenazas, el reclutamiento de menores, y el temor a denunciar. Además, se documentaron algunos hechos en los que utilizaron el engaño, ofreciendo trabajos en fincas y en obras de construcción, la amenazas a seres queridos, o la persuasión, a través del acceso a cargos donde tendrían poder. 

Monica*, una lideresa del Caquetá, cuenta que: 

—La gente tiene pánico, la gente tiene mucho miedo de las represalias que pueda tomar el actor armado ante una denuncia (...) Si usted denuncia, usted se tiene que ir y toda su familia, y pues obviamente, eso genera una situación de desplazamiento muy compleja.
—¿Qué están haciendo las autoridades? 
—Hay una percepción desde el común de la gente y es que los chicos no son reclutados forzosamente sino que quisieron irse. Y así, desde los funcionarios. 
—¿Y eso por qué? 
—Porque a veces no es a la brava, y es muy grave en la medida que eso no permite visibilizar la afectación, y el delito, y de alguna manera legitimar el accionar de los grupos, y deslegitima a los menores. 
—¿Cómo así?
—Motivados por el poder, por el dinero, por las armas, (...) y pues obviamente no hay denuncias. Le cuento, cada vez son más jóvenes quienes comandan los grupos. Pelados que no superan la mayoría de edad, y los pelados se conocen esos territorios como la palma de la mano. 
—¿Así de grave?
—Si, es que como están ahora disputándose todo esto acá, entre disidencias de la Carolina Ramirez y la Segunda Marquetalia, entonces no duran, los matan rápido. Sigue otro, y otro. La necesidad siempre gana. 

La Defensoría del Pueblo, regional Caquetá, también ha evidenciado durante el 2020 y 2021, que además del temor a denunciar, la gente desconfía de las instituciones del Estado, por tanto los casos no logran ser registrados, y denunciados a través de la Red Nacional de Información, Vivanto, del Ministerio del Interior. Los municipios más afectados han sido Puerto Rico, San Vicente del Caguán, Cartagena del Chairá y Solano. 

Julia Castellanos, coordinadora del Observatorio de Niñez y Conflicto Armado de la Coalico (ONCA), explica que el temor a la denuncia también ha generando un subregistro para el 2021. “Para el Caquetá por ejemplo, en municipios como Solano o San Vicente del Caguán se han presentado entre 15 y 17 casos, donde buena parte de las víctimas pertenecen a comunidades indígenas, pero esto se ha convertido en un secreto a voces y la atención del Estado se ha reducido a la presencia militar”. 

En el Caquetá actualmente opera el grupo armado residual Gentil Duarte e Iván Mordisco en los municipios de Rionegro, San Vicente del Caguán, Remolino, y Cartagena del Chairá, algunos bajo el mando de su Frente Carolina Ramirez, y la Segunda Marquetalia. Además del grupo post desmovilización paramilitar Comandos Bolivarianos de la Frontera, y el grupo armado delincuencial Los Caqueteños.

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Hasta el momento Camila no ha iniciado su proceso de reconocimiento como víctima de reclutamiento forzado ante la JEP. Solo ha recibido apoyo para acceder a medidas de seguridad y protección, entre esas, el traslado a la ciudad donde se encuentra en estos momentos. Para ello le fue tomada una declaración, donde explicó las formas como ha sido amenazada, y los posibles atentados. Fue a través de Bernabé Plazas Hoyos, quien fuera representante de una de las Mesas de Participación Efectiva de las Víctimas en Colombia y de la Fundación Peñas Vive, junto con el apoyo del Colectivo Antimilitarista Mambrú, que pudo acceder a este plan de protección. 

Dice no estar interesada en recibir una reparación económica por parte del Estado, a lo mejor verdad, pero sobre todo apoyo psicológico. No sabe hasta cuándo tendrá el amparo de la persona que la escolta, porque está próxima a vencerse la medida de protección, y no sabe si la renovarán. Además, cuenta que desde que la recibe, la persecución aumentó, y con esta las amenazas. 

Está explorando la posibilidad de conversar con uno de los abogados que está acompañando a víctimas de reclutamiento forzado e ilícito ante la JEP a través de la Coalico, pero antes necesita resolver si continuará o no con sus medidas de protección, porque le han dicho que debe salir del lugar en el que se encuentra en estos momentos, y eso significa dejar a un lado lo poco que ha construido en este último año, e iniciar de cero en otra zona del país. Está cansada de estar de un lado para otro, en donde todos y todas le resultan desconocidos, y cualquiera podría ser un enemigo. 

Precisamente Juan Manuel Martinez, uno de los abogados de la Coalico que acompaña a de algunas víctimas para acreditarse ante la JEP en el caso 007 Reclutamiento y utilización de niñas y niños en el conflicto armado, explica que para el caso de Camila “lo que se busca en primer lugar es determinar la existencia y funcionamiento de la política de reclutamiento respecto de las Farc, de niñas y niños, es decir, personas menores de 18 años e investigar qué otro tipo de conductas asociadas a ese reclutamiento se dieron, y sancionar a los máximos responsables de cometer esas conductas. Cerca de 18.700 personas podrán acreditarse, eso dijo la JEP en su último auto, el Auto 159 de agosto de 2021”. 

Este caso investiga los delitos de reclutamiento y utilización de niñas y niños cometidos por integrantes de las Farc y de la fuerza pública, entre el 1 de enero de 1971 y el 1 de diciembre de 2016. Otros hechos victimizantes relacionados con este delito son el abuso y violencia sexual, aborto y anticoncepción forzados, tortura, desaparición y homicidio. 

De acuerdo con el informe que entregó la Fiscalía a la JEP, y con el que esta última abrió el caso 007, el conteo desde el año 1975 hasta 2014 era de 11.556 menores reclutados por esa guerrilla. Hoy, quienes buscan acreditarse son personas adultas que fueron reclutadas o reclutados siendo menores de 18 años. 

Desde la Observatorio de Niñez y Conflicto Armado de la Coalico (ONCA), Julia Castellanos señala que la importancia de la verdad de las víctimas, también se debe a que, si bien “las primeras audiencias fueron versiones libres, que le permitieron al despacho conocer un poco la narrativa de estos excombatientes que están en este proceso de justicia transicional, (...) se dan entonces estos escenarios, que no son nada fáciles porque pueden ser revictimizantes (...) pero que son lastimosamente necesarios para ubicar en este proceso de justicia transicional, para mirar esas posibilidades en términos de justicia real, y de garantías de no repetición”.

Por eso, los relatos como el de Camila son cruciales, porque son un voto de confianza, un derecho a la justicia, y una forma de romper con la pandemia del silencio y el miedo. Que Camila hablará conmigo, me contara su historia, una que quizá una buena parte del país conoce, pero se desdibuja con facilidad, no fue cosa sencilla. Nos tuvimos que esconder. Ella me vió todo el tiempo con sospecha, nunca antes había compartido su historia, apenas si lo hizo para pedir protección, y ahora que está buscando la manera de acercarse a la JEP, aunque no confíe del todo en ella, parece que eso podría devolverle un poco la esperanza.

*Sus nombres fueron cambiados por cuestiones de seguridad. 
 

Actualizado el: Jue, 11/04/2021 - 22:29