Editorial Rutas: ¿Quiénes asesinan a los líderes sociales?

La muerte de los líderes sociales sigue haciendo parte del paisaje de un país que por más de tres décadas ha mirado con desdén la violencia en las regiones. En medio de las noticias urbanas, de los atracos semanales en video que copan los noticieros, apenas algunos medios que realizan un cubrimiento serio del conflicto reseñan la lista que sigue creciendo.

Aunque varias organizaciones sociales y sectores políticos le han exigido al gobierno que tome medidas para detener los crímenes, los asesinatos continúan, y de los responsables no se sabe prácticamente nada.

La discusión durante las últimas semanas se ha centrado en si detrás de los crímenes pueden estar estructuras paramilitares, similares a las que se expandieron con terror por todo el país a finales de los noventa, o si, como dice el gobierno, la actual es una oleada de asesinatos aislados, sin relación entre sí, y que obedecen a otras lógicas de violencia.


 

Lo verdaderamente grave es que los crímenes no paran y, como ha pasado desde hace más de tres décadas, la justicia parece ser incapaz de identificar y juzgar a unos asesinos “invisibles”.

 


 

Revisando en detalle la evolución de lo que llamamos paramilitarismo desde 1977, la masacre de líderes sociales se ha venido repitiendo una y otra vez, sin que la justicia pueda mostrar los rostros de los responsables. (Ver mapa de expansión paramilitar)

A principio de los ochenta fueron asesinados varios concejales de izquierda y sindicalistas en Antioquia. El país terminó por comprar la historia de la justa venganza de la familia Castaño en contra de los asesinos de su padre, pero los hechos muestran otra realidad.

Como lo documentó en detalle la periodista María Teresa Ronderos, algunos militares y políticos tradicionales, aterrorizados por la idea de perder el control que habían tenido por décadas, terminaron aliados con narcotraficantes para exterminar cualquier alternativa que les disputara el poder en las regiones.

El país tuvo que esperar años para saber quién era Fidel Castaño. De los políticos locales y los militares que lo respaldaron no se supo nada.

Luego, ese mismo terror apareció en el Magdalena Medio, esta vez con un respaldo menos disimulado de los narcotraficantes y algunos militares de la región. Ahí comenzó el exterminio de la Unión Patriótica, que luego se exportó a las zonas de interés de los capos de la droga y los esmeralderos boyacenses: a los laboratorios de cocaína en el sur del país y las nuevas haciendas en los Llanos Orientales. (Ver especial Vichada)

Aunque el periodismo y la academia han documentado parcialmente el proceso de expansión criminal, la justicia no ha sido generosa en las sentencias. Durante los noventa, la expansión fue más terrorífica y organizada, esta vez la familia Castaño fue la que exportó los crímenes de líderes sociales y las masacres a casi todas las regiones habitadas del país.

Por supuesto que no se puede generalizar: en cada región los aliados con los rostros criminales eran distintos, dependiendo de los intereses de cada quien en las regiones. Lo han sido el temor militar y policial al crecimiento de la subversión; el pánico de los poderes políticos locales a perder el control de los recursos públicos y la burocracia; lo han sido algunos empresarios enemigos de los sindicatos y ambientalistas, quienes reclaman porel impacto social y ambiental de sus negocios.

Todo lo anterior ha pasado desde hace mucho tiempo y sigue ocurriendo nuevamente. Mueren líderes indígenas y campesinos que reclaman tierras, mueren ambientalistas que denuncian abusos de la minería legal e ilegal, mueren líderes políticos que encuentran en la coyuntura del proceso de paz, un espacio para llegar al poder de las regiones. (ver nota de Verdad Abierta)


 

Y los asesinos siguen siendo invisibles. Eso sí, siguen teniendo muchos nombres que los mantienen en el anonimato, como los han tenido desde hace mucho tiempo: masetos, águilas negras, bandas criminales.

 


 

El Estado tiene la obligación de investigar si en las regiones ha subsistido la mortal alianza entre mafias, políticos corruptos, militares que siguen viviendo en la Guerra Fría y empresarios sin escrúpulos. Con los cultivos de coca disparados y con las Farc despejando territorios, podemos estar ante una tormenta perfecta. Ojalá que la historia no se repita.

Actualizado el: Jue, 10/03/2019 - 00:58