El peso de la escucha: la salud mental de quienes reconstruyen la historia 

Investigadores que trabajaron en Comisión de la Verdad escribieron un líbro de poemas que expone las afectaciones en la salud mental de quienes reconstruyen la memoria del conflicto armado en Colombia.

Por: Sofía Alfonso

“Pasado un año de que acabara la Comisión, las experiencias de mis colegas fueron difíciles y muchos de ellos tuvieron que cambiar de vida. Además, surge en nosotros la pregunta de por qué no ha existido una reflexión de qué significa trabajar en el mundo de los derechos en Colombia”, afirma Daniel Marín, abogado que trabajó en la Comisión de la Verdad. 

Un florero que se rompe es un libro que recopila poemas y escritos de ocho personas. De este proceso hicieron parte: Andrés Celis, Nohora Cabellero Culma, Sara Malagón, Juan Gabriel Acosta, Anascas Del Río, María Paula Herrera, AF, María Valbuena y Daniel Marín López. 

Después de su paso por la Comisión de la Verdad, ellos tomaron la  decisión de  reunirse para iniciar un proceso de sanación mediante la escritura. 

 

La iniciativa fue de Daniel Marín, quien en un viaje encontró una forma de procesar diversas emociones. “En ese viaje a Chicago, “Daniel” conoció a un profesor que estudiaba el comportamiento de quienes trabajaban en justicia transicional y el poder de la escritura como una forma de transitar por ese sentir”, afirma Carolina Guitierrez, quien fue parte de la organización de los talleres que hicieron posible la construcción del texto final. 

 

Aun en estos tiempos poco se habla del informe final de la Comisión de la Verdad, una serie de documentos que trajo, en su construcción, varios retos para quienes trabajaron en ella. Sin embargo, la historia parece haberlos olvidado, al igual que aquella guerra de la que es difícil hablar. Su trabajo fue impulsado por encontrar esa verdad que el país necesitaba, y la justicia que las víctimas directas merecían. 

 

Sin embargo, el trabajo en la Comisión de la Verdad trajo consigo múltiples retos para sus vidas personales. Algunos fueron diagnosticados con estrés postraumático y tuvieron que poner su vida laboral relacionada con derechos humanos en pausa. Carolina Gutiérrez afirma que el paso por ese trabajo “fue un ejercicio que evolucionó, para muchas personas era un sueño estar en la comisión, era una posibilidad única de en tres años reconstruir la verdad del país, pero con el paso de los años se convirtió en una carga”. 

 

Los factores que generaron un gran cambio en la vida de los investigadores fueron muchos, aunque todos coinciden en el tiempo. Para la entrega del informe se tenía una fecha concreta, la cual era corta e hizo que muchos de los funcionarios tuvieran que agilizar el trabajo y sacrificar cosas en el proceso. 

Juan Gabriel Acosta, abogado y uno de los autores del libro, contó que fue “una experiencia transformadora, agotante, exigente y contra el tiempo” que los ponía, en algunas ocasiones, en situaciones difíciles. Los talleres de escritura jugaron un papel importante, dentro del proceso, que los ayudó a entender que hay una vida después de la Comisión y esto lo refleja en su escrito - Con el tiempo - un texto que se concentra en imaginar un escenario que no hubiera sido posible sin la firma del acuerdo. 

 

Andrés Celis fue investigador de la Comisión y autor del libro y a noviembre de 2024 se encuentra exiliado por amenazas que surgieron durante su trabajo en la entidad. Para él fue una experiencia distinta y la escritura fue una forma de comunicar todo lo que estaba sintiendo. Andrés es el autor del texto - Vientos de agosto - que enmarca una de las muchas experiencias que tuvo trabajando en la Comisión. Un pequeño escrito que logra reflejar lo que sentía en aquellos momentos. 

 

Carolina Guitiérrez señala que “el dolor es una sensación incomprensible y que puede llegar a tener muchas caras. El proceso de sanar no es fácil para ninguna persona, pero mediante la escritura y los diferentes talleres encontraron la manera de exteriorizar todo lo que estaban sintiendo”. Además, también dice que, “nos inventamos una metodología que nos permitiera llevar a esas preguntas de qué había pasado en sus mentes después de su paso por la comisión”, afirma Gutiérrez. 

 

Este trabajo trae consigo una serie de matices detrás de la escucha que tienen repercusiones en la salud mental. Ángela Fiorela Cruz, psicóloga especialista en clínica,  ha trabajado con derechos sociales y aclara sus afectaciones en la persona: “Este tipo de trabajo en derechos humanos siempre van a implicar un riesgo de salud mental y tiene que ver con la exposición al dolor y al trabajo bajo presión”.

 

Cruz señala que el impacto que se recibe es gracias al permanente contacto con el dolor humano que trae consigo la escucha y la empatía que con el tiempo genera desesperanza. Además, aclara que hay ciertos rasgos que aparecen en quienes se ven afectados: “Se empiezan a ver afectaciones en el sueño, en la alimentación, se presenta fatiga, los cuales se unen con síntomas de ansiedad y depresión dependiendo de la persona”.

 

La psicóloga agrega que todo esto ocurre, porque se cae en un error y es la no separación del espacio personal del profesional y  se presenta una dificultad para reconocer esas afectaciones, porque se piensa que la persona no es apta para el trabajo y se limita a pedir ayuda. Síntomas que también puede ser de tipo somático, que se expresan en el cuerpo, de problemas gastrointestinales y musculares, afirma Cruz. 

 

Juan Gómez Peña, periodista de Rutas del Conflicto que lleva investigando historias relacionadas con derechos humanos desde hace 12 años, entiende ese dolor. “El mismo trabajo nos ayuda a sanar, hay belleza en ese sentir y se ve cuando se busca trascender la investigación, aunque el tiempo esté en contra”, explica el periodista. 

 

Gómez también señala que este es un momento en el que se habla más de la salud mental, a pesar de haber más personas acogidas por el dolor. Además, es un trabajo de día a día y quienes hacen parte del oficio deben tener cuidado con esas pequeñas caídas que puede traer consigo el sentir. 

 

Esas posibles caídas se pueden trabajar si la persona, por medio de diferentes medios como lo es la escritura, se exterioriza el sentir. La psicóloga Cruz señala que junto a un ejercicio de vaciado de información, el cual no es olvidar la historia, si no es escribir o  hablar con otras personas sobre el impacto que ha generado la escucha y es un ejercicio que debe hacerse permanentemente. 

 

El libro Un florero que se rompe es la muestra del cuidado y las implicaciones que puede llegar a tener el trabajo con enfoque social, en el cual se escuchan historias llenas de dolor todos los días. Y aunque esa verdad no la comparten todos los que trabajaron en la Comisión de la Verdad, sí es una buena base para comprender los retos del oficio. 

 

El trabajo de la Comisión, al igual que oficios afines como lo es el periodismo, tienden a tener repercusiones en la vida de las personas. Para evitar que esto ocurra se deben tomar diversas medidas y asumir responsabilidades. Cruz explica que estos deberes deben venir desde el mismo Estado:“Diferentes políticas y estrategias formales definidas por una entidad que sirven para proteger a las personas que desarrollan labores de escucha”.

 

El investigador Marín cuenta que en un principio no se tenía pensado que los escritos iban a ser publicados. Sin embargo, en aquellos textos encontraron una verdad que se pasaba por alto y que tenía que ser escuchada, porque así se completa la historia. “Es un tema que aún es muy silenciado y cualquier mínimo de apertura es ganancia”, afirma Marín. 

 

El libro fue publicado el 24 de agosto de 2024, al lanzamiento fueron 70 personas y pudieron conocer de primera mano los once relatos de los autores que por medio de la escritura dejaron salir sus sentir después de su paso por la Comisión de la Verdad. Procesos que, cada día, recobran un nuevo sentido.

 

Actualizado el: Lun, 12/09/2024 - 18:13