El silencio del horror: radiografías de una masacre 

La masacre en sí misma es un profundo abuso del estado de indefensión de las personas. Es un acto comunicativo. Un mensaje social y político. La perpetuación de una guerra que horroriza, pero desde el silencio. 

Las dinámicas y modalidades colombianas de la masacre hablan de un conflicto armado interno que prolonga el terror. Desde 1981 hasta la actualidad han ocurrido al menos 3.911 masacres en el marco del conflicto armado y durante los últimos años, las cifras han vuelto a subir a niveles similares a los anteriores al proceso de paz con las FARC.

Rutas del Conflicto entrevistó a Andrés Fernando Suárez, sociólogo, docente,  escritor e investigador independiente del conflicto armado y exdirector del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica. En su nuevo libro ‘El silencio del horror: Guerra y Masacres en Colombia’ relata las características de esta modalidad de violencia. 

 

Andrés Suárez en la presentación del libro El silencio del horror en la FILBO 2022.

 

En Colombia se han perpetrado cerca de cuatro mil masacres durante el conflicto armado. ¿Dónde pone esa cifra al país a nivel de masacres en comparación con otros países latinoamericanos?

En el contexto latinoamericano, las masacres del conflicto armado colombiano han sido más numerosas y más duraderas, pero menos visibles por sus dimensiones. Hemos registrado tres veces más masacres que en Guatemala y seis veces más que en Perú, pero el promedio de víctimas por evento en el caso colombiano es mucho menor, 6 víctimas por masacre frente a 26 en el caso guatemalteco y 15 en el caso peruano, además de que en uno y otro caso la mayoría de las masacres ocurrieron en lapsos de un año y medio, mientras que en nuestro caso hay periodos críticos, por supuesto, pero está más desagregadas en el tiempo, más a cuenta gotas, por eso se nota menos. Para esto hay una razón de fondo: los actores armados se prepararon para un conflicto armado largo, por eso perpetraron más masacres en periodos más largos, pero haciendo un uso estratégico de las mismas, dosificando y administrando la violencia. 

Usaron las masacres de pequeñas dimensiones (entre 4 y 6 personas) para lograr sus objetivos en el ámbito local y regional, tratando de amortiguar el costo social y político que eso pudiera tener en el nivel central. El terror quiebra las rutinas de violencia en el ámbito local y regional, propiciando un reordenamiento de la población y el territorio de acuerdo con los objetivos estratégicos de los actores armados, pero lo hace sin alterar las rutinas de violencia en el ámbito nacional, porque como no se notan o se perciben distantes, entonces se piensa que no ponen en riesgo ni alteran el orden de manera radical. Si incides en la percepción de gravedad del problema, modificas la contundencia y la pertinencia de la reacción y la intervención frente al mismo.

 

¿Por qué es importante investigar las dimensiones de las masacres en relación con las consecuencias sociales que tienen? 

Mientras que en otros países ocurrían masacres de mayores dimensiones en lapsos cortos para precipitar una resolución nacional del conflicto armado, las masacres de pequeñas dimensiones en Colombia [entre 4 y 6 personas] apuntaban a acumular poder local y regional, pero sin alterar el orden nacional. En este sentido, las dimensiones sí tienen un efecto social y político muy grande, pero también un costo para los actores armados, entonces acá, por esa coexistencia de democracia y guerra, los actores armados la van dosificando por motivos estratégicos, para que el nivel central no interfiera en su acumulación de poder local y regional, o para preservar la imagen pública de una democracia que simplemente lidia con una violencia criminal o acentuar la percepción de que el conflicto armado no tiene ningún efecto o interferencia sobre la democracia, que no la altera, ni la distorsiona, que es marginal.

Es tan así, que nosotros como público urbano no escuchamos o no podemos reconocer las dimensiones por la proximidad que tenemos del evento: La visibilidad está muy condicionada por el tamaño y en lo que consideramos ‘un gran evento’ que pueda transformar. Yo creo que, por ser público urbano, por las reglas de visibilidad que impone nuestra época, las dimensiones juegan un papel fundamental para ver qué tanto nos sacudimos o no, que tanto nos indignamos o no por la masacre.

Un ejemplo relacionado con esto es cuando pensamos en El Salado, inmediatamente se nos viene a la cabeza la Masacre de El Salado en el 2000 donde asesinaron a 60 personas. Eso lo recordamos, pero la realidad es que en este lugar han ocurrido más de 10 masacres de pequeñas dimensiones que no han tenido la misma visibilidad y que han dado forma a un proceso de violencia continuo que las víctimas reclaman más allá del acontecimiento.

 

¿Por qué la frecuencia de las masacres se incrementa cuando estamos en época de elecciones o de cambios políticos fuertes?

No es coincidencia que el peor momento de masacres en escala se haya producido cuando estamos intentando cambios políticos importantes, por ejemplo, el proceso de paz con las FARC de 1999 a 2001 en el que se creó un campo discursivo que justificaba la masacre y era decir: ‘nosotros los paramilitares, somos la resistencia civil, tenemos que detener a las FARC, ya que el Estado se va a rendir ante la negociación’

Estas coyunturas crean un clima de legitimación que amortigua el costo de la violencia e incluso la justifica, es decir, los actores armados funcionan bajo esa lógica de ‘hay que hacer todo lo que haya que hacer’ y la sociedad, si está asediada por la violencia y se percibe amenazada en su existencia, lo avala, lo alienta y lo permite. Todas las coyunturas de cambio producen incertidumbre que exacerban el miedo, por lo general proyectado sobre un enemigo común que hay que destruir a toda costa si queremos sobrevivir, entonces la violencia funge como un medio de afirmación, hasta de certeza de que ese mundo no se va a derrumbar sin importar el precio. Cuando hay momentos de cambio, el miedo y la violencia son alentados por quienes perciben que ese cambio los va a perjudicar, que ellos y ellas son quienes pagarán el precio de ese cambio, pero también puede proceder de aquellos que están convencidos de que la violencia es el medio para precipitar y acelerar ese cambio, derrumbar más rápido el mundo conocido y sus certezas para instaurar uno nuevo.

 

Sabemos que muchas veces estas masacres de cuatro personas no tienen un gran impacto en el público urbano ¿Cómo se les podría explicar el impacto y la dificultad que implica para una comunidad rural que maten a cuatro personas? 

Uno puede reconocer el impacto de la masacre en relación con quién es el público, o sea, a qué personas impacta el evento de forma nacional, regional o local.

¿Qué implica esto entonces en términos de impacto local y regional? Varias cosas: En primer lugar, en el libro uno de los hallazgos importantes es que el 80% de las masacres de cuatro personas ocurre en municipios con menos de 50.000 habitantes; reforzando eso, valga decir que el 45% de todas las masacres de pequeñas dimensiones están ocurriendo en municipios de menos de 20.000 habitantes.

Agréguele que el 72% de las masacres ocurren en zonas rurales o centros poblados como caseríos, cabeceras de corregimiento o inspecciones de policía. Ese contexto de población pequeña, amplifica el mensaje del actor armado, pero al mismo tiempo escapa a la mirada nacional que pueda reclamar, que pueda interpelar.

Adiciónese a esa situación el hecho de que las masacres ocurren con una altísima frecuencia. Nosotros podemos decir: ‘es una sola masacre de cuatro en un pueblito pequeño’, pero el verdadero problema es que se van acumulando, se va creando una estela, una saga de masacres muy pequeñas en territorios continuos o en el mismo lugar que hace que el efecto expansivo y devastador se multiplique.

Pero déjeme decirle que hay un impacto más imperceptible pero no menos demoledor para nosotros como sociedad, pensamos que las masacres pequeñas son signos de que el problema no es grave, que no son el tipo de acontecimiento por el cual debemos reaccionar y rebelarnos ante la violencia, y resulta que lo que perdemos de vista es que nunca miramos atrás para reconocer las dimensiones que van acumulando gota a gota las masacres, por eso nos impacta el número, cerca de cuatro mil, y no nos damos cuenta que cada masacre nos prepara para la siguiente, que ya no altera nuestra cotidianidad, que es una noticia más, y el efecto que eso provoca en nosotros es que empezamos a vivir bajo una nueva moralidad, la que nos imponen los actores armados, permitimos la banalización y la rutinización de la violencia, lo que no es más que licencia para que la violencia siga ocurriendo.

 

¿Cómo es la memoria colectiva de los territorios rurales frente a este tipo de masacres? 

Las personas que viven en los territorios tienen la memoria de todas las masacres que han ocurrido. Cada masacre pequeña tiene la posibilidad de evocar el recuerdo de las masacres anteriores y eso amplifica el terror, ese sentido de la acumulación de recuerdos violentos  que nosotros no tenemos porque hemos establecido una distancia con las víctimas y en general con el conflicto armado. Los actores armados son expertos en explorar la memoria de su terror entre las víctimas y las comunidades en el ámbito local y regional.

La realidad de muchos territorios en Colombia es que hay una ‘masacre continuada’, es decir, una sucesión de masacres que ocurren con una alta frecuencia a pesar de su bajo perfil. Es muy importante recordar  que la masacre no ocurre en un contexto vacío de violencia, no es que el actor sólo se dedica a masacres, en realidad apela a muchos tipos de evento violento para desplegar su estrategia en un territorio. El actor puede potenciar el efecto de esa masacre cada vez que hace una desaparición forzada o un asesinato selectivo que incrementa el sentimiento y la realidad de vulnerabilidad de los habitantes.

 

Hablando de la responsabilidad que tiene la fuerza pública, es impresionante la cifra que tiene de casi 300 masacres desde 1958, sobretodo porque los militares y lo policías no aparecen directamente como aliados o cómplices de los paramilitares, si no que son masacres en las que ellos son quienes las perpetran. ¿Cómo fueron esas masacres?

Aquí hay que hacer una aclaración importante respecto al estudio de las masacres por parte de la fuerza pública: una cosa es la perpetración directa y otras son las complicidades y las omisiones que permitieron que las de los otros actores armados se pudieran llevar a cabo, particularmente con la de los paramilitares.

Lo que hace muy grave el primer caso es que cuando un agente del Estado perpetra un evento tan transgresor como una masacre, rompe todos los límites éticos y morales de la violencia, es decir, está habilitando a todos para poder hacerlo. La gente dice, sí al que tiene la facultad legal de proteger, de administrar la fuerza, le es posible ‘esto’, a mí como particular o ilegal porqué me van a decir que es malo lo que yo hago.

Otro factor importante es que, en periodos específicos de la violencia paramilitar, muchos de los miembros de los paramilitares ya en la ilegalidad son o fueron miembros de la fuerza pública, así que debería interpelarnos por lo fluido de ese tránsito y sobre todo por sus implicaciones respecto a la licencia para la violencia. También, la mayor denuncia tiene que ver con omisión o con una complicidad planeada en la que unidades completas de la fuerza pública se movían o no reaccionaba ante las acciones paramilitares. Por lo menos en lo que yo he documentado, no hay ningún referente en la historia en donde la fuerza pública haya detenido o interrumpido una masacre.

 

 

Oscar Parra, Gloria María Gallego y Andrés Suárez  en la FILBO 2022.

 

¿Cómo entran las ejecuciones extrajudiciales ‘falsos positivos’ en estas cifras de masacres por parte de la fuerza pública?

Cuando llega el periodo de desescalamiento de las masacres en el 2005, las que fueron realizadas por miembros de la Fuerza Pública representan el 30% de las masacres de ese periodo, puesto que ahí van a estar muy entreverados los ‘falsos positivos’. Tenemos que sacarnos de la cabeza la idea de que el falso positivo ocurre con eventos de uno a uno, de asesinatos selectivos o desapariciones forzadas aisladas. Lo cierto es que también hubo masacres que fueron presentadas como si fueran resultados operativos, en muchos de los casos lo que hacían era que instalaban un retén y quienes pasaron por ahí se convirtieron arbitraria y aleatoriamente en víctimas, lo que revela que la licencia y el margen de acción con que varios miembros de la fuerza pública sentían que podían actuar en esta empresa criminal por la euforia victoriosa de aniquilar a la guerrilla a cualquier precio, fue aterradoramente amplio, tanto que no importaba ni siquiera si había guerrilla.

 

Hay una serie de masacres que se perpetraron durante mucho tiempo, por ejemplo, los casos de El Aro o de El Salado que duraron varios días, y dieron una sensación de desamparo completo a las víctimas y a la comunidad. ¿Cómo se vincula esa desprotección y olvido con la responsabilidad del Estado que debería haberlo cuidado?

Un reclamo reiterado en situaciones como esas es el desamparo y la vulnerabilidad que las víctimas experimentan frente a una acción que es en sí misma muy desafiante, puesto que las rutas e incursiones que se dan durante varios días proyectan una libertad absoluta para el ejercicio de la violencia que tiene su contracara en la impotencia vuelta certeza entre las víctimas de que nadie hará algo o que no hay esperanza de interrumpir la caravana de la muerte. Sumado al hecho de que los actores armados anuncian reiteradamente lo que va a ocurrir, lo comunican en las paredes, en los panfletos, en las plazas…. Entonces el reclamo es frente a la inacción, pues ahí la posibilidad de decir que ahí hubo incapacidad para controlar es muy difícil de sostener. Efectivamente aumenta esa sensación de desamparo, se agrava ese sentimiento de vulnerabilidad muchísimo y  hay un daño que es muy difícil de poder restablecer en relación con el Estado. El hecho de que a pesar de que se prolongue tanto, después no genere ningún resultado operativo contra los perpetradores, también agrava la sensación de vulnerabilidad..

En el centro está la discusión sobre el daño que causa la inoperancia y la inacción del Estado, por ejemplo, la masacre de Segovia del 11 de noviembre de 1988, en donde hay una base militar y donde dentro del casco urbano había una estación de policía. Cuando escuchamos los relatos de las víctimas de Segovia, siempre decían ¿ellos porque no salieron ni siquiera a perseguirlos o a atajarlos?


Hay grandes estereotipos  sobre las concepciones y las violencias dentro de la masacre y su forma de ejecutarse. ¿Cómo le explicaría usted a las personas cómo son estas formas? Respecto a esto ¿Hay diferencias entre los grupos armados?

En el libro ustedes van a encontrar que yo hago un esfuerzo por tratar de decirle a la gente no hagamos jerarquizaciones del terror, no permitamos que cuando hablamos de masacre sólo pensemos en la sevicia o en la crueldad extrema, resulta que hay una sevicia que no es corporal, yo digo que hay un despliegue de palabras y de lenguajes y de situaciones que no terminan en un desenlace fatal, pero que son devastadoras para una comunidad dentro de la masacre. 

Yo invito a la gente a que mire a la masacre como lo que es: un abuso del estado de indefensión de las personas. No tienes que ver decapitaciones ni descuartizamientos para que sea grave, eso debería interpelarnos como sociedad. 

La masacre con sevicia, es un sello diferenciador, mucho mayor en los paramilitares que en las guerrillas, pero como dice Óscar, efectivamente las guerrillas también la han perpetrado, pero hay una particularidad con eso y es el tipo de modalidad de ataque: los paramilitares son más propensos a las incursiones y a las rutas, las guerrillas en cambio son más proclives a los asaltos, o sea, entrar a un lugar puntual, atacar y replegarse, son más propensas a las interceptaciones o a los retenes. 

El libro plantea, en términos generales, puede ser que los paramilitares hayan cometido más masacres que las guerrillas, en una relación de 3 a 1 en el ámbito nacional, pero hay regiones en donde eso no es cierto, hay regiones donde la gente te dice ‘la guerrilla fue la que más masacró aquí’ y tiene razón. Esto hay que verlo con mirada regional porque la experiencia de la gente con las masacres de los actores armados también varía regionalmente. La guerrilla fue el principal responsable de las masacres en el Sur del Tolima, el Sur del Huila, el Caguán y el Noroccidente de Cundinamarca, así que en esos casos se trata de una verdad regional que no converge con la realidad nacional, al igual que pasa en la mayoría de las regiones de la Costa Caribe en donde la asimetría entre las masacres paramilitares y las guerrilleras es mucho mayor que la tendencia nacional, 10 masacres paramilitares por cada masacre guerrillera.

Esto también varía temporalmente, porque cuando uno hace balances de periodos largos, el riesgo es que invisibiliza responsabilidades en periodos históricos concretos, como por ejemplo los de las guerrillas entre 1981 y 1987 o el de miembros de la Fuerza Pública en ese periodo y el que va de 1988 a 1995, casos en los cuales la participación es más alta que la que se presenta en el balance de 40 años de masacres en el conflicto armado.
 

 

Hemos tenido unos años difíciles después de la firma del Acuerdo de Paz y la pandemia. Ahora se vienen unas elecciones que van a dejar a medio país polarizado. A pesar de esto ¿Qué análisis le dejaría usted a las personas para que le sigamos apostando a una adecuada implementación del Acuerdo? 

El 2020 fue un momento dramático porque las masacres volvieron a los niveles previos al inicio del proceso de paz con las FARC. La pandemia ni siquiera tuvo el efecto de contención, sino que es como si hubiera facilitado que la gente estuviera encerrada para masacrarla. Era previsible que esto pasara en 2019  porque era año de elecciones regionales, eran las primeras elecciones regionales después del Acuerdo de Paz  y ese era un momento de reacomodamiento de los actores armados, pero en 2020 no, así que no es un factor coyuntural sino que puede advertir un cambio de situación estructural en la que los actores armados se hacen más desafiantes, mueven la frontera de la violencia que perciben pueden y están en capacidad de perpetrar, y todo esto ocurriendo en medio de la implementación del acuerdo de paz.

El acuerdo de paz preveía que esto iba a pasar, si no miren la multiplicidad de instancias de seguridad que hacen parte del acuerdo, ahí están, el problema es que el gobierno nacional ni siquiera ha sido diligente en convocarlas, ni tampoco propone una narrativa pública que le responda al desafío a los actores armados, el acuerdo de paz es innombrable y todo se reduce a un problema criminal, el narcotráfico, el enemigo perfecto y funcional para evadir responsabilidades políticas.  Hay que insistir también en que la implementación de la paz y las transiciones políticas son violentas, porque la guerra está apuntalada por intereses muy poderosos que no van a ceder voluntariamente, van a reaccionar violentamente, así que lo importante es cómo se reaccione y se gestione esa violencia de la transición, porque la ciudadanía debe comprender que la paz se gana, que lo que se logra para la paz se le quita a la guerra, así que ante la violencia de la transición lo que se necesita es persistencia para poder ganar, o sea, podemos bajar los brazos por lo que está pasando: asesinatos de líderes sociales, de excombatientes, masacres, desplazamiento forzado. A todos los actos de violencia hay que responderles con resistencia, con rechazo, hacerlos costosos social y políticamente -incluso la gente desde las ciudades lo puede hacer-, exigiendo la implementación del acuerdo de paz. Yo aquí quiero decirle a la gente que aprendamos de las víctimas y sobre todo de las víctimas desaparición forzada y una de sus consignas para comprender todo el empeño que demanda la paz, ellas nos dicen ‘insistir, persistir y nunca desistir’. 

No voy a negar que dependiendo del gobierno que llegue se definirá si estamos o no en un punto crítico de no retorno, porque lo cierto es que el gobierno actual ha hecho todo lo posible para hacer trizas el acuerdo de paz, no modificando el texto del acuerdo, pero sí permitiendo que el contexto de seguridad empeorase hasta tal punto que limitara la implementación, porque lo que nos deja el gobierno son grupos armados fortalecidos, era tanta su oposición al acuerdo de paz que acabó por venderle el alma al diablo, traicionando el pilar de su causa política: la seguridad .  

 

Actualizado el: Vie, 05/27/2022 - 12:50