Los testigos

La familia Hernández da su primer paso en la reconstrucción de memoria familiar

Para sacar del anonimato un dolor se necesita ser valiente, porque implica narrarlo y, por tanto, hacerlo público para desentrañarlo del corazón y del alma. Esto fue lo que decidió la familia Hernández. Veinte de sus miembros, 14 mujeres y 6 hombres, se reunieron el pasado 22 de mayo en su natal Tierralta (Córdoba) para conmemorar la memoria de 12 seres amados, víctimas de una serie de masacres que cumplen 18 años esta semana. Los hechos ocurrieron el 22, 27 y 28 de mayo de 2001.

De este dolor pocos hablaban, algunos de ellos enmudecieron para este tema. Pero, en mayo de 2018, María de las Nieves Hernández decidió empezar una tarea nada fácil: convencer a sus parientes de la necesidad de romper el silencio porque muchos ya se sienten viejos y no quieren llevarse a la tumba este dolor que los atormenta y no los deja vivir en paz.
 
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Nieves, como le llaman en su casa, convocó a la familia para reunirse el 22 de mayo con la intención de hacerlos partícipes en la reconstrucción de su propia memoria. Tíos, primas, padres y madres, hijas e hijos, nietos, biznietos y abuelos atendieron el llamado, confiando en el testimonio de María de las Nieves, quien, junto a algunos de sus seres queridos, ya había participado de ejercicios de memoria con el equipo de “Ríos de Vida y Muerte”. Este proyecto periodístico de Consejo de Redacción y Rutas del Conflicto busca dimensionar las realidades de la desaparición forzada en los ríos colombianos.
 
El río Sinú ha sido testigo del nacimiento y del desarrollo de la vida en docenas de pueblos ribereños de Córdoba, pero también ha sido un escenario de muerte y duelo para quienes han buscado y siguen buscando a sus familiares desaparecidos. La familia Hernández hace parte de esta historia.
 
Hace 18 años, guerrilleros de los frentes 18 y 53 de las Farc, comandado por el ‘Negro Tomás’, asesinaron, y arrojaron en su mayoría a las aguas del Sinú, a Guillermo Hernández Echavarría, Edilma Rosa Hernández Torres, Dairo Hernández Corrales, Daury Hernández Corrales, Solangel Hernández Torres, Faiber Cardona Hernández, Eduar Hernández, Carlos Caldera Cardona, Manuel Hernández, Rudy Pérez Hernández, Viadimer Molina Cardona, Uriel Palacio Hernández y Pedro Hernández. El cuerpo de Carlos nunca apareció; tenía 16 años:
 
 
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José Hernández y Luis Esteban, sin embargo, sobrevivieron. José porque logró escapar tirándose al río, después de batallar contra la corriente con las manos atadas a la espalda durante cinco horas, y Luis Esteban, porque para ese entonces era un bebé y los guerrilleros lo entregaron a Beatriz Cardona, también sobreviviente.
 
María de las Nieves entendió que cuando se sufre en familia un dolor y un trauma por cuenta de la violencia armada, es justo, necesario y urgente participar en la construcción de memoria, primero de manera individual y luego familiar, para desentrañar años amargos por cuenta del miedo. Asimismo, ella exalta el amor que une a los Hernández.

María de las Nieves convenció primero a José y Beatriz para que hicieran una primera narración en el proyecto “Ríos de Vida y Muerte parte I”. El hombre, que por muchos años dieron por muerto autoridades y medios de comunicación, aceptó viajar a Bogotá y narrar el horror vivido, ante un nutrido público en la Universidad Pontificia Javeriana:
 
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Finalmente, sintiéndose preparados para dar otro paso, decidieron reencontrarse este 22 de mayo como familia para recordar a los que faltan y siempre seguirán faltando. 
 
La conmemoración se cumplió en la vereda La Lucha, a media hora del río Sinú (Puerto Frasquillo), a donde aún no quieren llegar algunos de los Hernández por los tristes recuerdos de las masacres de sus seres queridos. Ellos dicen que para dar este paso necesitarían de acompañamiento y llenarse de valor, el mismo que requiere José para ir a exhumar los restos de uno de sus hermanos, cuyo cuerpo fue encontrado flotando en el Sinú y recuperado y sepultado en la ribera.
 
Siempre habrá un dolor irreconciliable, eso lo sabemos bien, pero muchos han comenzado a creer que la memoria y el cómo se recuerda puede ayudar a resignificar la historia y así, dejarle este valioso legado a las generaciones que vienen, para que conozcan cuál es la historia de su familia y para que jamás se repita.
 
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Después de dibujar entre todos el árbol genealógico de la familia y de disfrutar de un buen sancocho, cada uno y cada una comenzaron a trabajar en la reconstrucción de sus memorias. Algunos desde la escritura y la oralidad, otros desde el dibujo, la pintura o la plastilina, pero todos con la intención de contar, de narrar lo que por muchos años se había convertido en un tabú. Algunos lograron representar hechos dolorosos, pero también otros alegres del pasado, como la alegría de la infancia al borde del río o la vida campesina que han compartido como familia. Otros se concentraron en permanecer allí, en acompañar la actividad y en narrar desde el silencio, una posición no solo tan válida como las demás sino también igualmente valiente. El silencio, muchas veces, dice más que mil palabras y en la vida el silencio es más que necesario.
 
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Sobre un par de mesas de madera, varios pliegos de cartulina plasmaban una gran línea de tiempo, que comienza en la primer mitad del siglo pasado, desde el nacimiento de los familiares de mayor edad, y termina en el 22 de mayo de 2019, día de la conmemoración. Sobre la línea, cada persona ubicó su fecha de nacimiento y la relacionó con las memorias que materializaron.

Para comenzar con la socialización de la actividad, María presentó a Luis Esteban, quien voluntariamente pidió ser el primero en leer a todos lo que escribió. El bebé sobreviviente ahora es un joven alto, vigoroso, de buen porte y sonrisa grande.

—Luis es hijo de Edilma Rosa, mi sobrina, que cayó en la masacre del 22 de mayo de 2001. Él solamente tenía dos años, me lo entregó Beatriz en Puerto Frasquillo y yo lo entregué a su familia materna. Él quiere también que le ayuden a buscar a su papá porque él no sabe quién es, dónde está y cómo se llama; él quiere que alguien de pronto por medio de las redes sociales le ayude a ver si lo contactan en Medellín, donde él trabajaba cuando conoció a su mamá. La única pista que tiene de su padre es que se apellida Bohórquez”, señaló María, quien de inmediato le dio la palabra a Luis:

—No fue mucho lo que alcancé a escribir porque mi vida es un total enredo. Empiezo así: “Aunque sé que viví lo que viví por allá arriba, porque estuve presente, no recuerdo qué pasó, cosa que para mí puede que sea lo mejor, porque para la situación en la que hubiese quedado puede que era mejor no recordar.

Sé muy poco de esto, nadie nunca se sentó a mi lado y explicó la situación. Es triste que por la misma tristeza la noticia no llegó por boca de quien le tocaba ser contada. En mis primeros años creía tener mamá, una madre por la cual daba mi vida y era lindo sentirte. Nunca nadie otra persona me dijo que a mi mamá la habían matado y, si no estoy mal, ninguna otra persona hubiera sido capaz de describir tal cosa. Fue feo y desalentador enterarte que tu abuela no es tu mamá. Durante muchos años creí que mi abuela era mi mamá y eso no cambiaría sino hasta que alguien que sabe la verdad me lo contó y me sacó de un engaño donde yo era feliz.

Yo empecé a hacer preguntas y siempre me ignoraban, a quien yo preguntara, de ahí empecé a cambiar mi forma de ser. Empecé a sentirme solo, muy solo. No sabía qué hacer, lo más que quería era tener a una persona a mi lado que me abrazara y me preguntara qué tal estuvo tu tarde. Algo como una familia. Al principio no me preocupaban tales cosas porque tenía la creencia de tener a mi mamá al lado. Aunque no me dijera nada, yo tenía la convicción de que ella estuviera allí al momento que fuera, que ella iba a estar, pero no.

Después de saber que tal persona no era quien yo creía, mi mundo se desmoronó. A la edad de nueve años no sabía quién era yo, todo mi proyecto de vida quedó en el olvido, mi identidad. También se me olvidó todo lo que sentía, todo lo que era, quedé totalmente vacío. Mi vida cambió, pero no para bien. El asimilar que eres huérfano a esa edad y tragarte todo de golpe me hizo llorar y cada que intento explicarme a mí mismo lo qué pasó me arrancó un pedazo de sentimiento. Es imposible para mí contener las lágrimas en esos momentos.

En el colegio era uno de los mejores, buenas notas, disciplina excelente. No es por aparentar, pero era una promesa en el colegio. En cualquier evento mi nombre no faltaba. Pero todo comenzó a cambiar, mis notas bajaron muy a pique, mi disciplina mala, dejé de ser esa promesa y empecé a juntarme en recocha. Empecé a faltar al colegio, hasta que me salí, no obstante no me bastó acabar con mi vida en el colegio.

Seguí en mi vida en la casa; allá fue peor. Al final me cansé de preguntar acerca de mí y de mi pasado. Cuando eso pasó empecé a volverme un problema. Viví en casa de mi abuela hasta los 19 cumplidos y ahora viven mejor o eso me hacen creer. Nunca fui malo y no lo soy, solo me siento vacío. Yo creo que nadie por ningún motivo debe ser dejado a la deriva”.
 
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Luis no terminó su historia durante el taller, tiene mucho que narrar y lo hará en su soledad, quizás en un próximo taller...
 
El llanto no faltó, pero tampoco los abrazos y el cariño. Desde el amor familiar, los Hernández luchan día a día por llenar ese vacío. Este es un homenaje a la memoria de los 12 hijos, hijas, hermanos, hermanas, primos y primas de la familia Hernández que injustamente nos dejaron hace 18 años, pero que siempre vivirán en los corazones de las futuras generaciones. Por eso los recordamos. Olvidar es imposible y hacer memoria es un derecho y la nueva forma de vida de la familia Hernández.
 
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Dibujo que Luis pintó en homenaje a su madre, Edilma Rosa (siguiente retrato). El mensaje dice “You in my heart” (tú en mi corazón).
 
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José Antonio Hernández, sobreviviente de la masacre del 22 de mayo de 2001 y quien durante esa semana perdió a dos de sus hermanos, participando en la construcción del árbol genealógico de su familia.
 
 
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18 años después José Antonio Hernández celebró en familia su cumpleaños
 
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Doña Carmen Corral perdió a dos de sus hijos: Dairo Hernández y Daury Hernández. En el taller decidió dibujar sobre su infancia y juventud en la rivera del río.
 
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Don Pedro Hernández, quien perdió a su hijo Guillermo, prefirió narrar su presente. Sus hijas María y Yulis le ayudaron.
 
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Beatriz Cardona, aprovechando los aprendizajes obtenidos en el taller realizado en Montería, le ayudó a Nidia Lobo y a Petrona Palacios a comenzar a narrar sus sufrimientos, quienes, como ella, quedaron viudas.
 
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Ulianov Franco, quien también participó en los talleres en Montería, donde conoció a María, José y Beatriz, quiso acompañar a la familia en este proceso.
 
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Don Francisco Hernández llegó a visitar ese día y se unió a la narración.
 
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Don Carlos Cardona, quien perdió a su nieto, también llamado Carlos Cardona, prefirió no narrar el dolor sino su día a día en su parcela, cultivando la tierra que lo vio nacer.
 
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Luis dice que no le alcanza la libreta para narrar todo lo que siente.
 
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Sonia Cardona narró el dolor de haber perdido a su hermano Faiber Cardona.
 
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Nidia Lobo, una de las viudas que dejó la masacre del 18 de mayo de 2001, pidió a la familia Hernández dejarle participar en el taller para narrar el sufrimiento por el asesinato de su esposo Ogar Pérez.
 
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 Betilda Cardona, quien perdió a Carlos Caldera Cardona (desaparecido), alcanzó a narrar solo un poco su dolor.
 
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Don Flavio Pérez, quien perdió a su hijo Rudy Pérez Hernandez en la masacre del 27 de mayo de 2001, narró pacientemente.
 
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Guillermo José Hernández
 
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Rudy Pérez Hernández
 
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Dauri Hernández
 
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Faiber Cardona Hernández
 
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Diadimer Molina
 
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Darío Hernández

Datos principales de la historia

Río relacionado
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Fecha de los hechos
05.22.2001
Autor del relato
Constanza Bruno, Juan Gómez y familia Hernández