Los ríos

Río Sinú

LA HISTORIA

De las subiendas de pescado a las de muertos

De escenario de procesiones de pescadores que durante los primeros tres meses del año llenaban canoas enteras con bocachico, el río Sinú pasó a ser anfiteatro y testigo de barbaries. Sus aguas turbulentas unas y mansas otras, dejaron de ser símbolo de vida para convertirse en ícono de muerte e impunidad.

En el departamento de Córdoba se naturalizó la escena de cadáveres arrastrados por la corriente del Sinú, con goleros carroñeros que se posaban en sus vientres para sacar las pocas vísceras de las víctimas. Tales imágenes que los medios de comunicación reproducían, mostraron la crudeza del conflicto armado en la región.

Los areneros son los primeros en alertar de la presencia de cuerpos en el Sinú, en el municipio de Montería y su pericia los convierte en los ‘buzos’ de turno. Wálter Galeano Montiel, del corregimiento Las Palomas, a 30 minutos de Montería, narró a El Tiempo, en su edición del 24 de abril de 2007, que él llevaba los cadáveres hasta la orilla y que en la mayoría de los casos era difícil identificarlos por el plomo y las mordeduras de peces.

La continua aparición de muertos en el afluente congestionó la morgue de Montería, donde muchos permanecieron como N.N, pero ante el inevitable arribo de más cuerpos, estos eran empujados para que siguieran su paso aguas abajo. Era una forma de evitar los tediosos levantamientos de cadáveres.

El río Sinú y la violencia

El Sinú es uno de los tres ríos más importantes de Córdoba. Sus cuencas están teñidas de sangre por cuenta de las masacres perpetradas por grupos armados que operan desde mediados del siglo XX.

Sus aguas recorren 415 kilómetros y comienzan a emitir voces fúnebres desde su nacimiento en el Nudo de Paramillo, que, según la Sala de Conocimiento de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín, es un área estratégica para los actores armados, pues quien controle esta zona garantiza su acceso a Antioquia, Urabá, Chocó, la Costa Atlántica y el sur de Bolívar”.

Este afluente recorre 17 municipios de Córdoba, en donde por décadas se ha librado una disputa por la tenencia de la tierra, para cuyos pobladores, acceder a ella comprende también hacer uso de sus aguas.

El primer grupo armado en llegar fue el EPL, que apoyó a los campesinos del Alto Sinú en su lucha por la tierra. A mediados de los años 70 esa guerrilla asesinó a cuatro ambientalistas que realizaban un estudio de flora y fauna en la región del Paramillo, en el municipio de Tierralta. El documento “Kimy, palabra y espíritu de un río”, confirma que este hecho sucedió en bocas del río Esmeralda, en el corazón del territorio embera katíos. Los ambientalistas, que también eran funcionarios del Estado, fueron bajados de la lancha y muertos a tiros. El embera Kimy, su padre Manuelito y su tío Santander, se encontraban en la misma lancha. Por eso se les acusó de haber entregado a los funcionarios al grupo guerrillero.

A finales de los 70 e inicios de los 80, tras las negociaciones de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y el EPL, aparecen las Farc, que entraron a Córdoba por las aguas del Golfo de Morrosquillo y para contrarrestarlas, llegaron las autodefensas de los hermanos Fidel y Carlos Castaño Gil, que expandieron el negocio del narcotráfico en el sur del departamento. Desde ese entonces las aguas del Sinú y sus vías aledañas son utilizadas como corredores para transportar la droga, sacarla hacia el mar y enviarla a otros países.

La mayoría de las masacres ocurridas en el departamento de Córdoba se han dado en Tierralta, alto Sinú. Muchas víctimas de esas barbaries han ido a parar al río o a sus riberas. Incluso el cuerpo de Fidel Castaño, cabeza del paramilitarismo, fue desenterrado varias veces y enterrado en distintos lugares.

En el marco del proceso de Justicia y Paz, el paramilitar Jesús Ignacio Roldán Pérez, alias ‘Monoleche’, dijo que la primera vez llevaron el cuerpo de Fidel unos 8 kilómetros de donde murió, a la finca Las Tangas, ubicada a orillas del Sinú. Al poco tiempo fue sacado de allí por orden de su hermano Carlos Castaño y enterrado en un potrero de la finca Jaraguay, también cerca al mismo río. De aquí fue retirado debido a una creciente y regresado a Las Tangas. Otra vez fue sacado y sepultado a unos 5 kilómetros, en un lugar secreto para que nadie supiera dónde quedaban los restos del exjefe para.

‘Monoleche’ llevó a agentes del CTI y a fiscales de la subunidad de exhumaciones, hasta la finca Casa Loma, en San Pedro, Urabá (Antioquia), donde los restos permanecían escondidos en una fosa común. Luego de las diligencias de exhumación e identificación, la Fiscalía confirmó en 2013 que los restos sí eran de Fidel.

Pero la historia más emblemática quizás sea la del embera Kimy Pernía, quien se resistía a entregar la riqueza hídrica del Sinú a cambio de la construcción de una hidroeléctrica que en vez de desarrollo, anunciaba despojos en la región. Fue cuando hizo público su rechazo en contra de las ‘acciones’ paramilitar y multinacional. Dejusticia, en su libro “Adiós Río” (2012), narra que el nativo denunciaba por medios nacionales e internacionales, que se trataba de una imposición para ofertar la muerte de los pueblos indígenas en el departamento. En 2001 fue secuestrado. Más de 80 balsas con indígenas de los ríos Verde y Sinú atravesaron la represa de Urrá para protestar por su desaparición. Su búsqueda fue infructuosa.

Seis años después, en el marco de las negociaciones entre las autodefensas y el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, se conoció que Carlos Castaño, jefe de ese grupo paramilitar, encomendó a su escolta y cuñado, John Henao, alias ‘H2’, el mismo que dos años antes había liderado la matanza campesina en Saiza, asesinar a Kimy y sepultarlo en una fosa común en el nudo de Paramillo. “El otro jefe paramilitar Salvatore Mancuso, ordenó desenterrar el cuerpo y arrojarlo al río Sinú, como respuesta ante la Comisión de Búsqueda de la ONIC”, señala la líder chamí, Eulalia Yagaris en el libro “Kimy, palabra y espíritu de un río”.

El conflicto armado convirtió en costumbre el hallazgo de cuerpos en el Sinú, como el de Jaime Eugenio Arango, de 40 años, natural de Toledo (Antioquia), asesinado a tiros y a machete. Así lo registró el diario El Tiempo, en cuya edición también cuenta que en 1992 Carlos Lobo Vargas fue asesinado por las autodefensas y desaparecido en el afluente.

En el 2001 las cifras de muertos en el Sinú aumentaron. Los frentes 18, 35 y 58 de las Farc, comandados por `El Manteco y `El Negro Tomás, a punta de machetazos, extendieron su terror en las veredas de El Limón, Zancón, La Gloria y Palestina, ubicadas a orillas del afluente. Fueron asesinados 33 campesinos. Titulares de prensa: “Alta tensión: Masacre y secuestros en el sur de Córdoba”, del diario El Meridiano de Córdoba y “24 Cadáveres en el Sinú”, de El Tiempo, aparecieron cinco y siete días después, tratando de informar lo ocurrido, pero lo allí narrado ni siquiera se compara con los relatos de sus sobrevivientes.

Cuatro años después los asesinatos empezaron a disminuir tras la desmovilizaron paramilitar. Pobladores de Tierralta pidieron emprender la búsqueda de fosas comunes. La comunidad de Santa Fe de Ralito, zona de ubicación para los diálogos de paz entre las AUC y el Gobierno nacional, solicitó remover los terrenos ante la certeza de que sus seres queridos y gente de otras partes, estaban sepultados en fosas comunes. “Y que vengan rápido, porque su principal temor es que los exparas’muevan del sitio los cuerpos”, advirtieron los investigadores ante las angustias de la gente, ya que en junio de 2004, días previos a la instalación del proceso, un organismo oficial supo que hombres de Salvatore Mancuso entraron con retroexcavadoras hasta el sitio conocido como La Escuela, antigua base de entrenamiento, y ordenaron remover cadáveres (hacia el interior de la zona de ubicación) o lanzarlos a ríos cercanos. El objetivo: anular toda evidencia”, narra El Tiempo en su especial del 24 de abril de 2007 “Por siete ríos corrió la sangre derramada”.

Valencia, escenario de terror de Los Castaño

En el municipio de Valencia el Sinú también ha sido escenario de terror. En su paso por este municipio han transitado cuerpos de personas asesinadas como el de Santander Maussa, descuartizado y lanzado al agua. Fue hallado el 13 de septiembre de 1981, en el corregimiento Villanueva. Sus familiares, que dieron testimonio ante Justicia y Paz, cuentan que el asesinato fue cometido por el grupo paramilitar los Tangueros, al mando del desaparecido Fidel Castaño Gil. Testigos del crimen aseguraron que aguas abajo encontraron sus extremidades, que luego lograron armarlas como un rompecabezas. Así lo confirma El Tiempo en su especial del 24 de abril de 2007 “Por siete ríos corrió la sangre derramada”.

En los aluviones que dejaba el río Sinú con las inundaciones, los pobladores descubrieron fosas comunes y denunciaron ante las autoridades que podrían encontrarse más, pues en la finca Las Tangas, que era de propiedad de los hermanos Castaño, fueron ajusticiadas muchas personas, entre ellas 43 campesinos que habían sido secuestrados en Puerto Bello (Antioquia). Los labriegos fueron transportados en buses hasta allí y asesinados el 14 de enero de 1990.

El CNMH documentó que “En Pueblo Bello cambiaron vacas por gente”. Basa su narración en la sentencia del 31 de enero de 2006 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hasta el día de hoy se han entregado los restos óseos de siete personas identificadas. Aún continúa el proceso de búsqueda de los 36 cuerpos restantes. La justicia acusó a los hermanos Enrique Rivas Naar, alias Frank y Olivier José Cervantes Naar, alias Abelito, oriundos de Tierralta, y a José Antonio Galeano López, alias ‘Tarzán’ o el ‘cabezón’, sindicados de haber participado. Así lo publicó el diario El Universal en su edición del 19 de febrero de 2013: ‘Escarbarán’ fosas comunes en Córdoba.

Para entender el caso de Las Tangas, el CNMH, en su informe ¡Basta Ya!, documenta que para contrarrestar la ofensiva guerrillera, los grupos paramilitares reemplazaron a los miembros de las Fuerzas Militares en el uso de esta modalidad de violencia. El proceso de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005) evidenció que los actores armados convirtieron los ríos en fosas comunes donde arrojaron a las víctimas y prohibieron a los ribereños, familiares y vecinos recogerlos.

El hallazgo de cadáveres en el Sinú disminuyó con la desmovilización paramilitar a partir del 2006, pero se sigue registrando por cuenta del negocio del narcotráfico. En el 2012, a la altura del corregimiento Jaraquiel (municipio de Montería), fueron hallados  tres cadáveres flotando. Las autoridades de Montería establecieron que correspondía a Elkin Herrera Arroyave, Daniel Ramos Alemán y Sebastián Zumaqué Pineda. Sus cabezas fueron encontradas después en un costal escondido en un matorral. De este hecho informó El Universal en su edición del 17 de septiembre de 2012. En agosto de ese mismo año fue encontrado un cuerpo que era arrastrado por las aguas del caño Aguas Prietas en el municipio de Lorica, bajo Sinú.

“Yo estoy vivo, sobreviví, no estoy muerto”

El hombre que sobrevivió a la masacre en el río

En mayo de 2001, en tan solo una semana, la guerrilla de las Farc cometió tres masacres en el sur del departamento de Córdoba que acabarían con la vida de 13 miembros de la familia Hernández. Los hechos ocurrieron el 22, 27 y 28 de mayo hace 17 años y quienes fueron asesinados vivían en las veredas El Limón y Zancón. Sus cuerpos fueron hallados flotando en el río Sinú.

En la lista de víctimas de la masacre del 22 de mayo, dada a conocer por las autoridades, figuró el nombre de José Antonio Hernández Sepúlveda y su muerte fue publicada en los medios de comunicación. Pero él sobrevivió.

José Antonio iba en una lancha con sus primos Guillermo Hernández Echavarría; Edilma Rosa Hernández Torres, quien cargaba a su hijo Luis Esteban; Dairo Hernández Corrales, Daury Hernández Corrales, Solangel Hernández Torres, Faiber Cardona Hernández, Eduar Hernández, Carlos Caldera Cardona y su hermano Manuel Hernández.

Cargados con tarros de leche, arroz y comida, salieron a las 8:00 de la mañana de la vereda El Limón rumbo a El Socorro, donde pretendían talar madera. Habían recorrido una hora por el Sinú, cuando un grupo armado de las Farc los interceptó y obligó a desviarse hacia un colegio indígena. A las 3:00 de la tarde un comandante de la guerrilla, que tenía cicatrices en las manos, dispuso amarrarlos: “Todos con las manos detrás”. Otro guerrillero dio una orden más: “Patricia o Karina, cojan a ese niño y se lo llevan para otra casa”. El niño soltó el llanto y la madre también.

José Antonio lloró al igual que sus compañeros. El presagio de una muerte violenta se hizo realidad a las 6:00 de la tarde cuando tres guerrilleros empezaron a sacarlos en grupos de tres. Los primeros fueron Guillermo, Edilma y Carlos, que tenía 14 años de edad. Les hicieron quitar las botas y los llevaron río abajo. “Se oían gritos. Nosotros estábamos en unos potreros… esperábamos la muerte”, cuenta.

A la media hora llegaron por otros tres: Dairy, Dairo y Faiver. También les quitaron las botas. Al rato se llevaron a su hermano Manuel, a Eduar y a Solangel. A las 7:00 de la noche regresaron por José Antonio. “La muerte mía va a ser terrible porque yo hablaba bastante”,  pensaba. “Párese y quítese las botas”, me ordenaron. “Yo no me las quito”, respondí.

A punta de empujones le ordenaron seguir caminando. Los guerrilleros discutían y no se ponían de acuerdo en quién iba a ejecutarlo. “Yo le mocho la cabeza. Venga yo lo mato. Ya a ti te tocó”, recuerda. Cuando caminaban hacia el puente José vio que hacia la orilla del río estaba uno de sus primos bañado en sangre. “¡Qué mira!, camine”. Lo tocaban con los machetes. Llegaron al puente y le ordenaron tirarse al suelo”. “Yo hice como si me iba a tirar al suelo, pero aproveché y brinqué al río”. El fugitivo cayó al agua desde el puente y empezó a nadar con las manos amarradas.

Los guerrilleros alumbraban y disparaban. Se estrelló contra un palo que le rompió la ropa y lo dejó sin suéter. Se quitó los zapatos con las piernas, y en la lucha por sobrevivir perdió el pantalón, quedando en ropa interior De esta forma logró llegar a la playa y se metió al monte. En medio de la oscuridad logró desatarse las manos. Escuchó voces de indígenas, y aunque estuvo a punto de pedir ayuda, se quedó quieto. No era momento para confiar en alguien.

Salió de nuevo hacia la playa y se topó con una balsa en la que navegó río abajo. Para esos días estaban construyendo la represa e hidroelécrica de Urrá y por eso tuvo dificultades para avanzar a un punto llamado Nagua. A la 12:00 del mediodía llegó al puerto de la vereda El Limón a contar que los habían matado a todos.

“Yo salgo a ver quién me llamaba y era José casi desnudo. Cuando me vio agachó la cabeza y se puso a llorar”, recuerda Carlos Cardona Polo, padre de Faiver y abuelo de Carlos, asesinados.

Al día siguiente José Antonio fue llevado a Puerto Frasquillo, donde la gente estaba alarmada por los cadáveres que flotaban en el Sinú. “Hasta allí llegué a reconocerlos. Eran ellos, con dos machetazos en el pescuezo. Mi hermano Manuel Antonio también apareció sin cabeza. Fue tan difícil ese momento. Edilma Rosa estaba desnuda con venas de bijao por las partes íntimas, con la lengua afuera, morada y con dos machetazos en la cabeza. Ella iba para cocinarnos. El cuerpo de Carlos Cardona nunca apareció”, relata José, quien sigue afectado por los terribles hechos.

Tres semanas después José salió al centro de Tierralta y vio a uno de los guerrilleros que participó en la masacre y se  devolvió a avisarle a lo que quedó de su familia, pero cuando regresaron ya se había ido.  “Me dio tanto miedo que a partir de ese momento me escondí. Duré un mes metido en una pieza y me olvidé de la familia. Nunca volví a hablar de esto”, cuenta.

Cada vez que llega el mes de mayo la mente de José se detiene. Recuerda que un día antes de la masacre su hermano y él celebraban su cumpleaños, porque eran gemelos. “La nostalgia me invade tanto que ese día no trabajo”.

En Tierralta los periódicos se vendieron como pan caliente dando cuenta de la masacre, pero José Antonio nunca leyó la noticia. “La gente me decía que allí en los listados de muertos aparecía mi nombre. Pero yo estoy vivo, sobreviví, no estoy muerto”.

“Parece que fue ahora”

Los ribereños vieron bajar más cuerpos por el río Sinú. Las Farc perpetraron otra masacre cinco días después de la de El Limón. Las nuevas víctimas fueron pobladores de la vereda Zancón, cuantro de ellos también miembros de la familia Hernández. De este hecho sobrevivieron once campesinos, entre ellos, Beatriz Elena Cardona.

En la masacre del 27 de mayo de 2001 en la vereda El Zancón fueron asesinados siete campesinos, entre ellos su esposo Juan Palacio y cuatro miembros de la familia Hernández: Rudy Pérez Hernández, Viadimer Molina Cardona, Uriel Palacio Hernández y Pedro Hernández, hermano de José Antonio Hernández, sobreviviente de la masacre del 22 de mayo.

“Eso fue hace 17 años, parece que fue ahora”, dice Beatriz, quien antes de contar la tragedia, lloró y respiró profundo. Un grupo guerrillero llegó a las 12:00 del mediodía y preguntó por su esposo, que estaba cortando madera. “El comandante ordenó buscarlo y a su llegada le pidieron que los acompañara a las casas vecinas para avisar que querían reunirse con la gente de la zona e informarles algo. Salieron a las 2:00 de la tarde y cuando se hicieron las 4:00 los guerrilleros regresaron acompañados de Viadimer Molina Cardona, sobrino de Beatriz; de Uriel Palacio, sobrino de su esposo Juan; y de Rudy Pérez Hernández”.

 “¿Dónde está mi tío Juan?”, preguntó Uriel. “¿Por qué me preguntas eso, si los señores que se fueron con mi esposo para sus casas son los mismos que los traen a ustedes de allá?”, contestó Beatriz confundida. Los guerrilleros les ordenaron tirarse al suelo, les quitaron sus machetes y sus botas. Tres de ellos le pidieron a Beatriz acompañarlos hacia una montaña que quedaba cerca. La mujer, quien tenía seis meses de embarazo, cargó a sus tres hijas y cuando había caminado un metro notó que a los tres muchachos los tenían en posición para matarlos. “Yo he bajado a mis hijas y pego a correr para donde estaban ellos, me atajaron. Ha dicho el comandante: no, no hagan el procedimiento delante de ella, llévensela”, relata la mujer.

Mientras a los tres hombres los dirigían hacia el río, a Beatriz y a sus hijas las llevaban hacia la montaña. En el camino se encontraron con sus vecinas Dilubina y Miriam Lobo y sus hijos, quienes se abalanzaron hacia ella. “Me dijeron que a fulano lo mataron y que a mi marido también”. Pasaron la noche debajo de truenos, relámpagos y mosquitos. Los niños lloraban. “¡Hagan que se callen!”, ordenaban.

A las 3:00 de la tarde del día siguiente los niños seguían llorando y nadie quería comer. Un comandante, alto y moreno llamó a Beatriz por su nombre y apellido: “Ustedes se van a ir mañana porque las vienen a buscar. Desde ahora estarán solas, a sus maridos los asesinamos porque son paramilitares. Nosotros somos las Farc. Yo soy Tomás, el que comando este grupo”.

Los guerrilleros las regresaron a la casa de Beatriz. Ella encontró su rancho destruido. A las 8:00 de la noche no tenían para comer, ni un fósforo para alumbrar. Escucharon que se acercaba una lancha y cuando corrían hacia la montaña tropezaron con algo. “Caímos arriba de los cadáveres. Como estaba oscuro los tocamos y nos ensuciamos de sangre. No supimos si eran los difuntos Rudy o mi  sobrino Viadimer”. Las mujeres calmaban a los hijos para que no lloraran.

Los guerrilleros llegaron hasta donde estaban y a las 12:00 de la mañana las embarcaron en un johnson. “Me di cuenta que era el mismo que manejaban mi papá y mi cuñado. Empecé a armar un rompecabezas. Pensé que los habían matado cuando fueron a trabajar”.

Las mujeres y sus hijos fueron llevadas a un sitio conocido como la boca del Sinú. Allí tenían retenidas a unas quince personas que se transportaban en un planchón. “Ellos se van a encargar de llevarlas, vestirlas, darles comida y dinero para que lleguen donde su familia, pero eso sí, lo que aquí pasó aquí se queda, el que hable, no importa que esté en el pueblo, allá vamos”, les advirtieron.                                                                                     

Esa noche, el que pudo dormir, lo hizo. Los niños dejaron de llorar. Volvieron a encontrarse con la guerrilla y les ordenaron moverse al pueblo conocido como Gallo (Que serviría después de zona de concentración en el marco de los diálogos entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos). Allí se cambiaron la ropa ensangrentada. “Una guerrillera me llamó: ‘Quién es Beatriz Elena Cardona Hernández. Aquí le entrego un primo. Este es el hijo de Edilma Rosa Hernández, usted se va a encargar de llevárselo a la familia porque su mamá no existe. O si no entréguelo a Bienestar Familiar, a la Cruz Roja, usted sabrá qué va a hacer con él’”. Beatriz se estremece al recordar que el niño de dos años lloraba. La guerrilla lo tuvo una semana en su poder”.

Al llegar a  Tierralta, lo primero que hizo Beatriz fue entregarle el niño a María de las Nieves Hernández. A los tres meses la Cruz Roja hizo una brigada, pero no dieoron con el paradero de los cuerpos. Un familiar recuperó los cadáveres, estaban incompletos. El de Pedro Antonio lo toparon en el río. La comunidad de El Limón lo sepultó en la ribera. Ella, 17 años después, admite no estar preparada para mirar de frente a Medardo Maturana Largacha, “el Negro Tomás”, quien comandó las masacres y que años más tarde se entregó al Ejército.

Décimas de verdad y memoria

En Tierralta hacen memoria y lucha por el no olvido, cuenta Álvaro Álvarez Hernández, miembro de la Mesa de Víctimas de este municipio.

Este hombre respetado en Tierralta por su gran sabiduría es oficial de construcción, que ante tantas masacres cometidas por guerrillas y paramilitares, tuvo que construir, tapar y destapar muchas bóvedas sin cobrar un peso. En vista de que en su tierra no se ha hecho un ejercicio de memoria con los sobrevivientes, empezó desde hace dos años a rescribir la historia para no llevársela al cementerio.

Sus penurias como desplazado de la vereda La Sierpe las convirtió en décimas, cuyos versos también narran historias como las de Beatriz Cardona, José Antonio Hernández y las familias que murieron en las masacres.

Datos principales del río

Lugar de nacimiento
Nudo de Paramillo
Lugar de desembocadura
Boca de Tinajones Mar Caribe
Extensión
415 kilómetros Kms
Departamentos por los que pasa el río
Córdoba,
Víctimas encontradas
  • 41
  • Víctimas no encontradas
  • 3
  • Iniciativas de memoria
    Décimas de Memoria de Álvaro Álvarez
    Grupos armados en la zona
    Paramilitares de Fidel Castaño (1982 - 1994)
    Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (1994 - 1997)
    Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Farc
    Miembros de la fuerza pública
    Bandas Criminales Emergentes, Bacrim (2006 - )