Los ríos
Río Cauca
LA HISTORIA
El desagüe de cadáveres en el río Cauca no acaba, contrario a lo que muchos imaginan. Disminuyeron los registros, pero sigue la caravana de la muerte que nadie quiere ver, mucho menos rescatar de las aguas siempre turbias de la segunda corriente hídrica de Colombia.
Marsella, un poblado de colorida arquitectura paisa con un destacado papel en la historia del ambientalismo nacional –el jardín botánico Alejandro Humboldt se considera referente desde 1979–, es un municipio risaraldense ubicado en la margen derecha del Cauca.
El río, parte destacada de su diverso paisaje, se convirtió desde los años 80 en el mayor dolor de cabeza. En la razón por la cual los lugareños les repiten sin cansancio a los visitantes: “este es un pueblo tranquilo, aquí rara vez pasa algo”. Y no era para menos: durante algunos años figuró en los primeros lugares de las estadísticas nacionales de homicidios debido a los cadáveres atrapados en el remolino de Beltrán, una vereda ribereña distante una hora del casco urbano.
Pero no todos fueron evasivos con el rescate y posterior proceso de identificación de la trágica cosecha recolectada en Beltrán. Luz María Ortiz, forense de Medicina Legal ya pensionada, y su ayudante, Carlos Arturo Ramírez, se encargaron de las autopsias y de llevar un minucioso registro de cada uno de los hallazgos.
Adquirieron tal experticia que, de acuerdo con el grado de descomposición, calculaban el lugar desde el cual fueron arrojados a la corriente fluvial. Este ejercicio de cálculo tenía datos como los siguientes: víctimas Cali: 10 a 15 días de recorrido, Trujillo y aledaños: 5 a 8 días y Cartago: 2 a 3 días. Una medición macabra, pero necesaria para asesorar mejor a la romería de familiares que llegaban a Marsella buscando a sus desaparecidos.
A ellos se sumó María Inés Mejía, empleada de la corregiduría, quien se convirtió en el enlace con los familiares de centenares de desaparecidos en el Cauca, entre ellos los de Trujillo, municipio que no para de sufrir los rigores de la violencia.
De acuerdo con los registros existentes, entre 1982 y 2016 fueron rescatados 549 cuerpos o partes de ellos del río Cauca, con el mayor pico entre 1988 y 1992. 38 de esos cadáveres eran de mujeres; el resto de hombres, incluidos niños.
Los registros de algunos años no existen o se perdieron en algún momento, como los correspondientes a 1993 y 1994, sobre los cuales solo cabe especular. Por ello la cifra de rescatados podría sobrepasar los 600, mucho más si tiene en cuenta que durante el inicio de esa década se recogían en Beltrán unos 100 cuerpos al año, pero quizá esto cabe ya dentro del reino de las especulaciones.
Sevicia sin límites
Asesinar a una persona para luego lanzarla a un río es ya de por sí un hecho escalofriante. Algo que solo puede realizar una de las peores mentes criminales. Una práctica que en Colombia hizo carrera desde la década de los años 40, incluso mucho antes, si se tienen en cuenta las historias contadas sobre el coronel Hermógenes Maza, quien en la campaña del Magdalena en 1820 tomó varios prisioneros a los que lanzó vivos al río, pero envueltos en zurrones de cuero para que se ahogaran.
La masacre de Trujillo –Valle del Cauca–, una serie de asesinatos transcurridos a lo largo de varios años, que algunos localizan entre 1986 y 1994, es un ejemplo de terror desmedido, donde participaron actores armados ilegales al servicio del narcotráfico en alianza con unidades del Ejército y la Policía. En ese periodo se cometieron allí 350 homicidios, sin que la justicia en su momento tomara acciones contra los victimarios.
Los testimonios recogidos dan muestra de ello. Las víctimas eran llevadas hasta una hacienda donde las descuartizaban vivas con una motosierra, algunos hombres eran castrados, y eviscerados aquellos que serían lanzados a las aguas del río Cauca; a plena luz del día y con total impunidad. Este trato inhumano fue el que sufrió el sacerdote Tiberio Fernández, asesinado el 17 de abril de 1990 y cuyo cuerpo fue recuperado días después en el Cauca. Este caso emblemático dejó bien en claro que para los criminales no había límites ni personas intocables.
En un informe especial de Noche y Niebla se describen algunos casos más recientes, lo que demuestra que tanto los homicidios selectivos como la práctica de lanzarlos al Cauca no ha desaparecido.
Julián Andrés Palomino era un joven agricultor de 20 años habitante de la vereda Huasanó de Riofrío, municipio limítrofe con Trujillo. El 20 de enero de 2001 varios individuos lo detuvieron para luego asesinarlo con arma de fuego. Seguidamente el cadáver fue subido a un vehículo y arrojado al río Cauca.
Otro caso es el de Brayan Villa y Ricardo Velásquez. Sus cuerpos fueron encontrado decapitados el 20 de febrero de 2012 en la vereda Guayabito de Cartago, a orillas del Cauca. Las cabezas fueron lanzadas al río. Este crimen tiene otra particularidad, debido a que ambos jóvenes habían participado una semana antes como balseros en un peregrinaje en homenaje a las matriarcas y desaparecidos en el río Cauca, acto organizado por la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo –AFAVIT–, junto con integrantes de Magdalenas por el Cauca, acción artística y de visibilización de la masacre y lanzamiento de cadáveres al río.
La acción fue adjudicada a grupos paramilitares como Los Rastrojos y los Urabeños, quienes además amenazaron a 75 jóvenes entre los 12 y 17 años residentes en Cartago, lo que motivó el desplazamiento de varias familias.
Tumbas colectivas
El cementerio Jesús María Estrada de Marsella es patrimonio artístico e histórico de la Nación. La mezcla de corrientes arquitectónicas –barroco, gótico, románico y corintio– y su excelente conservación lo convierten en atractivo turístico muy visitado.
Pero siguiendo la tapia derecha, al fondo y en lo alto, hay un lugar que no es tan bonito ni tan bien cuidado. Es el espacio dedicado a los muertos no identificados, casi todos ellos recuperados del río Cauca a lo largo de décadas. Acá no hay ornato, tampoco obras que resalten el espacio. Antes bien, se nota cierto recato, una necesidad de no llamar la atención.
En un pequeño espacio, en la esquina nororiental del cementerio, reposan al menos 362 cadáveres no identificados, ubicados en tumbas de a 10, uno sobre otro, en capas, según orden de antigüedad. Siempre queda la esperanza de que los más recientes tengan dolientes que sigan en su búsqueda. A diciembre de 2016 habían sido entregados 187 cuerpos identificados con pruebas indiciarias o definitivas a través del ADN.
En alguna época pasada el sepulturero quitaba la ropa de los cadáveres para tenerla a la mano y así mostrarla a quienes llegaban a indagar, pero por orden de la Fiscalía dicho comportamiento dejó de repetirse debido a que dificultaba la identificación.
Por iniciativa de la médico legista, luego de 1997 se empezaron a hacer mapas de ubicación de cada cuerpo, con detalles precisos del vestuario y de características corporales, todo ello con el fin de facilitar la localización en caso de reconocimiento previo por parte de los muchos allegados que sin cesar visitaban a Marsella como última esperanza para recuperar un cuerpo que les permitiera concretar el duelo.
Las inhumaciones se realizan envolviendo los cuerpos en bolsas que conservan los cadáveres durante un tiempo superior que el de aquellos enterrados en cofres de madera. El proceso de enterramiento muchas veces es causa de problemas con la comunidad: los vecinos se quejan con frecuencia por los olores que expelen los restos de personas que son rescatadas casi siempre en avanzado estado de descomposición.
Al fin de cuentas, esos muertos huelen mal.
La Balsa, zona de horror en el Cauca
“La Balsa fue un punto estratégico del río Cauca para que los paramilitares cometieran asesinatos y tiraran muchas personas del suroccidente colombiano al río”. Desde ese corregimiento de Buenos Aires, Cauca, una líder comunal resume así uno de los capítulos de violencia que han vivido allí.
Pero también hubo víctimas de la delincuencia común. “Es que a ese río tiraron más de mil personas”, sentencia la mujer, quien le pide a la periodista que le hace preguntas por teléfono no publicar su nombre, porque ella aún vive en ese territorio y puede correr peligro. La mayoría de esos crímenes sucedieron entre el 2000 y el 2006, y aunque ya han pasado 12 años, el miedo sigue latente.
El periodista Alfredo Molano cuenta que los paramilitares establecieron un retén permanente en el puente La Balsa, sobre el río Cauca. “La construcción tiene un saliente hecho en cemento que da sobre un profundo remolino. Fue el sitio escogido por el bloque Calima para sembrar el terror. Allí se llevaba a la víctima amarrada, se paraba sobre el saliente y se le fusilaba a la luz pública; el cuerpo caía destrozado a las aguas y nunca más se volvía a saber del cadáver”.
La líder asegura que los violentos escogieron ese punto en particular del río porque al otro lado hay fincas de habitantes del corregimiento donde los grupos armados torturaban, mataban a las personas y las botaban al río sin ser vistos.
“Todos los días tiraban cuerpos al río, traían gente de muchos lados y los mataban, los torturaban, los desmembraban. Todos los días”, cuenta la líder, a quien todavía se le siente angustia en la voz.
En esa zona delinquía el frente Farallones del Bloque Calima de las Autodefensas. También tenían presencia las Farc con el frente Sexto, la columna móvil Jacobo Arenas y el frente 60, del bloque Comandante Alfonso Cano.
Hace unos 10 años que ella no sabe qué pasó con un primo de 25 años y padre de dos hijos. Lo buscaron por todas partes, pero les dijeron que los paras se lo llevaron a un cañón a la orilla del río. todo parece indicar que lo botaron a las aguas del Cauca.
No volvieron a pescar. No volvieron a lavar en el río. No volvieron a bañarse en él. “No volvimos a hacer ninguna de las prácticas tradicionales en el río. Nos dañaron nuestra convivencia y nuestra espiritualidad”, se lamenta.
Ahora en la población han retomado las actividades en el río, pero hay zozobra, por eso la líder dice que hay que bendecirlo. Quieren sanar las heridas, hacerle un homenaje a las víctimas y recuperarlo, para eso buscan recursos para hacer una actividad de memoria histórica. La idea es construir unas balsas que usaban sus antepasados y hacer en un recorrido por el Cauca que terminará con una actividad cultural y religiosa en el punto conocido como La Balsa.
“Si el río Cauca hablara”, concluye casi en un suspiro la mujer.
*Se omite el nombre de la líder por seguridad.
Datos principales del río
Paramilitares del Bloque Calima (1999 - 2004)
Bandas Criminales Emergentes, Bacrim (2006 - )
Miembros de la fuerza pública
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Farc