Dos cosas que siempre se deben advertir. Una: Bojayá es un municipio cuya cabecera urbana es Bellavista. Dos: la masacre de Bojayá ocurrió en la cabecera, esa misma donde el corto recorrido del río Bojayá termina en las aguas del Atrato. El Bojayá nace en Charco Gallo, en la Serranía del Baudó, zona occidental del municipio.

Bojayá y el río del mismo nombre hacen parte de la torcida didáctica del horror colombiano que enseña geografía a la par que nombra sitios de masacres. Desde 1985 se tiene registro de 56 desapariciones forzadas en este municipio, con el pico más alto en 1997, el año de la nefasta Operación Génesis.

Según reporte de los habitantes, desde 1997 hasta 2002 se tornó habitual ver flotar cadáveres en el río o en sus tributarios –como los ríos Uva y Dogadó–  debido a los enfrentamientos las guerrillas de las Farc y Eln, grupos de autodefensa y las Fuerzas Armadas, o como método de exterminio de aquellos considerados como indeseables.

Aunque hubo una evidente cresta de violencia, los reportes son escasos. Los testimonios de la comunidad aseguran que se veían pasar muchos cadáveres y estaba prohibido recogerlos, por orden expresa de los grupos de autodefensa, y por lo tanto terminaban en el río Atrato. Esto dificulta la obtención de cifras con el fin de hacer un análisis.

En el breve recorrido del río Bojayá –todo él dentro del área del mismo municipio– surgen poblados pequeños como Nambua, Pongue y Tujena. El transporte se hace en canoas y puede tardar tres o más horas en canoa desde Bellavista hasta la desembocadura del río Uva.

Esta zona conoció en su momento el acoso de las Farc (Frentes 57, 34, 30, 5, Aurelio Rodríguez y la columna móvil Libardo García), incluso con posterior concentración en la zona veredal de Pogue, como fruto de los diálogos de paz; luego hizo presencia el Bloque Elmer Cárdenas de las autodefensas y en la actualidad el Frente Occidental de Guerra del Eln. Por supuesto, también el esporádico accionar del Ejército y patrullas especiales de la Infantería de Marina y la Policía.

Los grupos armados ilegales han dejado su huella violenta entre la comunidad, como la masacre de cinco personas el 12 de septiembre de 2001, preámbulo para el infierno que el 2 de mayo de 2002 acabó con 79 vidas de civiles refugiados en la iglesia de Bellavista, en medio de los combates entre las Farc (Bloque José María Córdoba, compuesto por los Frentes 57 y 5) y el Bloque Élmer Cárdenas de las autodefensas.

Peor aún, todavía hay 100 cadáveres sin identificar, de acuerdo con Medicina Legal. Varios de esos cadáveres son de la masacre ocurrida en 2002, lo que deja en evidencia la lentitud con la cual se resuelven los casos clave en la justicia colombiana. Otros cuerpos fueron recogidos en la cuenca del río Bojayá en el pasado reciente, aunque en la actualidad no se observan tantos cadáveres como en el pasado.

Para Falder Chami Sinigui, Concejal Embera, la tarea no ha sido fácil en la recuperación de la tranquilidad en su comunidad, pues no cesa la presencia de fuerzas ilegales que buscan controlar rutas del narcotráfico y que todavía causan horror.

Tampoco se muestra muy optimista el líder comunitario Nevaldo Perea, quien afirma que “las Farc se quieren quedar en el territorio y suplantar a la COCOMACIA (Consejo Comunitario). Ya le están metiendo cizaña a la gente… Se dice que tienen ganas de traer a doscientas y pico familias de Córdoba y esa gente es ganadera”.