Reinaldo Urueta Restrepo. Ese es su nombre ¿Qué hacía?, ¿alguien lo esperaba y nunca llegó?, ¿quién guarda hoy su memoria? Su nombre aparece en un registro de la Fiscalía General de la Nación donde se ofrecen algunos datos puntuales: fue hallado en el río San Juan, en San José del Palmar, Chocó (sic). La fecha del registro es del 18 de marzo del 2009. Crimen atribuido a la guerrilla de las Farc. Nada más.

El río San Juan en su nacimiento es una inmensa red, con múltiples fuentes de origen tanto en Chocó como en Risaralda. Su lugar de nacimiento es el cerro de Caramanta, en la cordillera occidental, el mismo lugar donde nacen el río Risaralda y el San Juan antioqueño. Su desembocadura termina en el océano con otra red de siete brazos que ocupan 300 kilómetros cuadrados.

Así de complejo como su nacimiento y su final, es la cuenca de este inmenso y turbulento río. Los grupos armados como las Farc, con sus frentes 29 y 30, actuaron en la región hasta el momento de su desmovilización. Pero el dominio tradicional en esta subregión del Chocó lo ha ejercido el Eln desde los años 80. Hoy opera allí el frente Che Guevara de esta guerrilla, en disputa permanente con las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (grupo paramilitar).

La guerra se ha concentrado en el cauce del río San Juan y sus afluentes, tanto que hubo un momento en el cual la corriente se convirtió en un botadero de cadáveres, según los testimonios recogidos. Pero como suele suceder en Chocó, las cifras se quedan cortas ante los hechos: entre los municipios que recorre su cuenca, solo Istmina reporta 11 cadáveres no identificados.

El 20 abril de 2017 dos lancheros, Dalmiro y Anselmo Cárdenas, hermanos de un exguerrillero de las Farc, fueron hallados muertos por la Armada Nacional en la playa Pichimá, Litoral del San Juan. El crimen se atribuyó a las Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Los hermanos fueron amarrados y asesinados con arma de fuego. Ambos habían sido secuestrados días antes. No había denuncia por su desaparición.

Belarmina Mosquera, líder de Angostura, municipio de Tadó, cuenta que su hijo alguna vez se fue a pescar con una atarraya y cuando la sacó vio el brazo cercenado de una persona. Por hechos como este, durante mucho tiempo los peces del río San Juan no se consumieron. Tadó tiene en la actualidad 6.377 personas inscritas en el Registro Único de Víctimas, casi la tercera parte de sus 21.000 habitantes.

Más abajo, en el área rural de Buenaventura, cerca de la desembocadura, en el cabildo indígena de Valledupar, el miedo encerró a la gente, incluso no se atreven a salir a pescar. Los troncos humanos sin cabeza cruzaron por el río como fantasmas que nadie quería ver. Añadido a eso, algunas mujeres indígenas que usaban blusa sufrieron la cercenación de los senos por parte de paramilitares que les prohibían ese vestuario: deben andar con el torso desnudo.

El sentimiento de desamparo abunda en esta zona. Por ejemplo, en Nóvita los habitantes de Juntas, a orillas del río Tamaná, tributario del San Juan, sienten miedo de quedar solos si se retiran las guerrillas del Eln ante una eventual negociación con el gobierno.

Algo que para un extraño pareciera contradictorio luego de conocerse la masacre cometida por este mismo grupo en el Consejo Comunitario Carrá, Litoral del San Juan, el 25 de marzo de 2017, hecho por el cual se condenó a un jefe del Frente Che Guevara de esa guerrilla. Allí fueron asesinados cinco jóvenes señalados como colaboradores de los paramilitares. El desplazamiento de docenas de familias se dio de inmediato hacia Buenaventura. Otras 3 mil personas permanecieron confinadas en sus casas.

La explotación ilegal de oro y platino, el tráfico de maderas finas, los cultivos de coca y el narcotráfico son algunos ingredientes que alimentan el coctel del conflicto en la cuenca del San Juan, ese mismo que ha sido imposible detener a pesar de la presencia nutrida de Ejército, Infantería de Marina y grupos élite de la Policía Nacional. Mientras tanto, los cadáveres no dejan de pasar entre las aguas torrentosas de este río.