"Ahora somos un pueblo fantasma"

El 13 de abril del 2000 paramilitares del Bloque Montes de María asesinaron a 13 personas miembros de una comunidad evangélica en el corregimiento de Hato Nuevo en el Carmen de Bolívar, entre ellos el pastor de la iglesia. 15 años después un sobreviviente narra los hechos que causaron el desplazamiento de casi toda la población.

"Sobreviví a la masacre porque ese día me encontraba trabajando en Caravajal, una vereda cerca de Hato Nuevo. Mis primos, los sobrinos e hijos de mis primos y el yerno de mi primo murieron. Fue muy duro porque antes teníamos una vida llena de oportunidades. Trabajábamos tranquilos y teníamos todo para salir adelante. Vivíamos bien. Con mi familia criábamos ganado, también comercializábamos yuca y maíz. Ese era nuestro sustento.

Recuerdo que la primera persona que cayó fue José María Benítez, quien tenía una tiendita en la que vendía todo tipo de víveres, y con la cual sustentaba a su familia. Los paramilitares llegaron a su negocio ese 13 de abril del año 2000 dizque a comprarle una que otra cosa, pero no fue así. Ellos llegaron directamente a matarlo. Ahí empezó la tragedia.

Después mataron a Wiston Torres, el pastor de la iglesia cristiana del pueblo, quien desde muy niñito estuvo entregado a su religión. Él nunca tuvo problemas con nadie. Lo que dicen es que él reconoció a unos de los paramilitares y por eso lo mataron. Ahí mismo, también acabaron con la vida de Marta Benítez.

De esa tienda se llevaron a Alejandro Díaz y a Edwin Miranda, conocido como “Tito”, quienes vivían cerca de ese negocio. A ellos los mataron por Tailán, una vereda que queda lejos de Hato Nuevo. Unos familiares, amigos y yo recogimos sus cuerpos porque en ese momento a la Policía le daba miedo entrar a la zona por la situación que se estaba presentando.

Los paramilitares salieron de Tailán hacía el monte y se encontraron con un muchacho llamado Armando Catalán. A él se lo llevaron pero no le hicieron nada. No lo mataron porque no mostró miedo de ninguna culpabilidad, por eso lo soltaron pero bien lejos, como por los lados de los Montes de María. En el pueblo pensábamos que lo habían matado, pero apareció a los dos días de la masacre.

Estos hombres armados a donde llegaban quemaban viviendas y desplazaban a toda la gente del pueblo. Después de que sucedió todo, los paramilitares nunca volvieron, pero nos seguían amenazando. Nos llegaban panfletos que decían que nos iban a matar si nos quedábamos en Hato Nuevo. Además con Armando nos mandaron a decir que nos alejáramos de nuestras tierras porque ellos estaban dispuestos a acabar con todo lo que estuviera en y cerca de la región.

Nuestro pueblo era muy alegre. Lo que más nos gustaba era hacer deporte y nos interesaba mucho la política y el comercio. Ahora estamos en una situación precaria, perdimos la mayoría de nuestras cosas. Nosotros nunca nos enteramos por qué cometieron esta masacre. Somos unas personas de bien. Mis familiares y amigos asesinados no tenían problemas con ninguno. Todavía me pregunto por qué murieron tan miserablemente.

En Hato Nuevo más nunca volvió a pasar nada, pero ahora somos un pueblo fantasma porque todos, desde el 14 de abril del año 2000, desalojamos nuestras tierras por miedo a que otra cosa parecida fuera a suceder. En nuestra vereda solo quedan cuatro viviendas, nunca más volvió a levantarse una iglesia, ni ningún otro negocio. Se acabó todo. Unos habitantes cogieron para Cartagena, Barranquilla, Santa Marta y otros para la Guajira. La gente nunca más volvió.

Nosotros luchamos mucho por nuestras tierras y por ayuda económica, pero nunca recibimos apoyo por ningún lado. Ahora yo vivo en la vereda Mala Noche, con mis viejos y mi señora. Gracias a Dios todavía puedo levantarme con fuerzas para hacer de todo y rebuscarme la platica para poder sostenerlos y velar por ellos”.