"El miedo es una cosa terrible"

La mañana del 27 de septiembre de 1999, paramilitares del Bloque Montes de María asesinaron a cuatro personas en el corregimiento de Las Palmas, Bolívar. Luego de cometer los crímenes en frente de la población, los ‘paras’ amenazaron con perpetrar una nueva masacre en diciembre de ese año, si los habitantes no abandonaban el pueblo. Ana Meléndez, una “palmera” que tuvo que dejar su tierra, cuenta cómo ocurrieron los hechos.

“Nosotros vivíamos en una casita de barro en Las Palmas y a veces, por las noches, colocábamos cualquier cobija en la entrada y dormíamos sin miedo, ni nada. En esa época no había luz y así pasábamos la vida. Mi papá cultivaba ñame, yuca y con eso era que nos alimentaba. Vivíamos de las ventas de una pequeña tienda y de la producción de tabaco. Nunca había nada malo porque Las Palmas era un pueblo muy tranquilo. Mis hermanos y yo nos casamos ahí.

Pero todo cambió cuando aparecieron esos hombres. El miedo es una cosa terrible. Hasta los animales tenían miedo. Los que iban a cultivar se levantaban a las 4 de mañana y no se sabía si volverían. La gente hablaba y decían que había llegado un grupo pero nadie sabía quiénes eran. No había forma de denunciar porque allá no existía ni la Alcaldía ni Policía.

El 27 de septiembre ellos llegaron a las 6:30 de la mañana. A esa hora los niños iban para el colegio. Muchos palmeros salieron huyendo y otros no tenían forma de salir para sus casas porque al que cogían lo reunían en la calle. Venían con la idea de que éramos colaboradores de la guerrilla.

Entonces juntaron a toda esa gente ahí en la plaza hasta las cuatro de la tarde cuando se escucharon los disparos. Mataron a Celestino y su mamá, doña Ema, a Rafael Sierra y a un primo de él. A Ema la mataron por la espalda y el hijo vio cuando mataron a la mamá. Después esa gente cogió su camino, se fueron y tocó recoger a los muertos en hamacas.

Al otro día, amaneció lloviendo. Yo estaba con mi familia y muchos no durmieron empacando sus cosas. Por la mañana se comenzaban a ver palmeros con los bolsos en la cabeza y todo el mundo saliendo y recogiendo. Nosotros esperamos un poco más pero a los ocho días, cuando vimos que quedábamos como ocho familias nada más, nos fuimos para San Jacinto también. Ahí nos tuvieron en un coliseo.

Mi esposo me convenció de volver a Las Palmas. Aunque la familia mía nunca tuvo nada pendiente con esos grupos, vivíamos asustados. Por esos días vimos un montón de vecinos de la vereda de Bajo Grande huyendo. Habían matado como a cuatro personas allá. Ahí decidimos irnos definitivamente. Yo no fui nunca más a Las Palmas, porque la familia se fue del todo para San Jacinto. Mis papas murieron y ya quedamos sin nada.

Mis pelados eran menores de edad cuando salimos de Las Palmas. Cuando decidimos venir a Bogotá fue por la ayuda de un amigo y su esposa porque muchos decían que para vivir aquí tenía que ser con plata. Fue muy duro, yo me empecé a deprimir, no conocía a nadie y así fue pasando el tiempo hasta que nos adaptamos. Mi hijo tenía una bebé y yo le ayudaba a atenderla. Mi hija se me quiso enloquecer de recordar la gente gritando ese día de la masacre. Pero ellos son los que me han dado fuerza, mis hijos y mis amigos.

Muchos años después volví a Las Palmas. Eso es una cosa muy dura porque no era el pueblo de antes. Mi casa estaba sucia, sin techo al lado de otras casas caídas donde ahora vive mucha gente que las ha ido arreglando.

En diciembre del año pasado, indemnizaron a las familias que retornaron. A nosotros nos dijeron que si salía el proceso, se demoraba cinco años. Estamos esperando a que nos llamen para ver qué nos van a solucionar.”