“Sería un deshonor dejarlo olvidar”

Nueve personas fueron asesinadas entre el 22 y el 25 octubre de 2002 por paramilitares del Bloque Central Bolívar, en cuatro diferentes localidades del municipio de Quinchía, en Risaralda. En el corregimiento de El Naranjal, Eduar Yamid Bartolo Ladino, entonces con 15 años, vivió la muerte de su padre, Javier Antonio Bartolo Trejos. Cinco meses antes, en mayo, ya había presenciado el asesinato del amigo de infancia Orlando Antunes Tapasco, en otra masacre. Bartolo Ladino narra los hechos que vivió durante las incursiones de los 'paras'

“En mayo de 2002, la situación era nueva porque, en esa zona, a pesar de que siempre se supo que existían grupos de personas armadas, nunca se había visto esa situación de que llegaran y buscaran personas.

En ese mes, mataron a un amigo mío de infancia. Yo tenía 15 años, y ese amigo se llamaba Orlando. Todo el corregimiento lo quería mucho, era una persona muy extrovertida, y era muy conocido porque era muy bajito, muy alegre y le gustaba mucho bailar.

Él era un poco mayor que yo, a esa fecha tenía unos 18, 19 años. Ese día fue la primera ocasión que vimos que hacían presencia los llamados paramilitares en la comunidad. Recuerdo que llegaron y entraron en todas las casas. Llegaban a saludar como cualquier personas y decían que tenían que entrar porque había armas guardadas, o elementos de apoyo de lo que nombraban guerrilla.

Orlando se tomaba sus cervezas y, el día en que llegaron los paramilitares, era un lunes festivo. El corregimiento cuenta con unas cuatro discotecas y, este muchacho había amanecido tomando con un señor que era suegro de él, padre de su novia. Creo que, en medio de los tragos, esa gente llegó, y hasta donde yo escuché, les hicieron preguntas. En una de esas preguntas Orlando les contestó de mala manera y le dieron un disparo que lo mató.

A ese muchacho lo conocían todos porque el papá había fallecido hacía muchos años, y él vivía con los tíos. Todo el mundo lo había visto crecer, porque, como no tenía papá, y la mamá se había ido, son de esos niños que crecen y toda la gente se queda pendiente de él.

Él no conocía la mamá, pero sabía de la historia que ella lo había regalado. El sábado, dos días antes de su muerte, llegó la mamá. Me acuerdo que él estaba en el segundo piso de un bar con las ventanas transparentes, y ellos hablaron mucho rato. El hombre estaba contento el sábado y el lunes lo matan. Qué injusta es la vida.

Para la comunidad fue muy duro, por unos tres meses ya no había nadie en la calle después de las seis de la noche, con temor. Y no volvimos a ver esa gente hasta octubre, cuando sucedió la otra situación. Lo difícil y lo injusto es que, en la comunidad, usted no veía ningún otro grupo armado.”


 

“Ellos dijeron que había gente que salía armada porque era guerrillera, pero eso es falso. Era gente amable, que salía para trabajar y sobrevivir”

 


Para octubre, se escuchaba que estaban por allá, en otras veredas y corregimientos. Esa es la zona cafetera, un municipio dedicado al cultivo de café. En El Naranjal el mes de octubre fue representativo como el mes de la cosecha de café en esa época. Y cuando hay cosecha de café, la gente se ve con dinero, toma cerveza, hace fiesta. Mi papá era comerciante, tenía una compra de café, era una persona reconocida en el municipio. A mucha gente le ayudó y colaboró y, por eso, tenía muchos amigos y mucha gente lo distinguía.

El día 25 de octubre, un viernes, había una actividad programada en el colegio, de integración, y no quise ir. Había mentido a mis papás que había una reunión de profesores, para no ir, y pasé el día con mi papá. Me recuerdo que a él le gustaba mucho el ‘Chavo’, y en un canal todos los días lo presentaba en la tarde. Él lo veía y se reía. A las cinco de la tarde, vi que pasó gente armada. Recuerdo que había dos señores, uno en la esquina de mi casa y uno adentro, hablando con mi papá. Hablaban normal, parecían tener una conversación normal. Ellos estaban vestidos con uniforme militar, pero el rostro lo tenían descubierto. Tenían brazaletes negros con letras blancas que decían AUC-BCB (Autodefensas Unidas de Colombia - Bloque Central Bolívar).

Algunos tenían celulares, y era una rareza ver alguien con eso. Me recuerdo que la conversación que tenían era que el celular había costado tanto, que tenía tantos minutos. Y uno de ellos le dijo a mi papá que tenían que hablar abajo, fuera de la casa. Mi papá fue, normal, hasta tenía una especie de pañuelo rojo en el hombro. Lo llevaron hasta una discoteca que estaba cerrada, y que tenía una terraza. Vi que aparcaron una camioneta roja, del municipio, justo en el parque principal del corregimiento. Bajaron unas personas y las entraron donde habían entrado mi papá, en la terraza. En cuestión de cinco, diez minutos, escuchamos disparos, cuatro tiros.

Mi mamá, que estaba ahí en la casa, me gritó: "Hijo, ve a ver qué pasó con su papá". Y ya estaba llorando. Ella es una persona muy fuerte y no llora por cualquier cosa. Salí en pantalonetas, sandalias y una camiseta, y me fui, volteando el parque principal. Cuando me acerqué a una distancia de 15 metros, lo vi tirado a una esquina de la terraza. Uno solamente siente ese tipo de sentimientos una vez en la vida. Yo solo lo sentí ese día y, hasta el momento, que ya tengo 29 años, no lo he vuelto a sentir. En menos de un milésimo de segundo, sentí que algo me subió... Mi reacción fue, a pesar de que la gente estuviera armada, seguir caminando.


 

“Cuando estaba a unos cinco metros de distancia, un adulto de los que estaban uniformados me puso el brazo en el pecho y me frenó, fuerte. Yo lo miré y dije, ya llorando: ‘Señor, es que él es mi papá’”

 


Cuando dije eso, otro señor, que estaba a su lado, me colocó un fusil en el cachete y me dijo: ‘Váyase hijo de tantas, si no quieres que también lo mate’.

Mi papá estaba sentado, como si estuviese dormido, no tenía sangrados. Vi también a otra persona, un señor, y la reacción de su cuerpo, que estaba saltando en el piso, como los pollos cuando se están muriendo. Digo yo que cuando un ser supremo quiere que uno siga existiendo... A mí hubo algo que me detuvo en ese momento. Y me fui.

El espacio que caminé hasta mi casa se me hizo eterno, como si hubiese caminado 10 kilómetros. Cuando llegué, mi mamá ya estaba muy ofuscada, llorando. Le dije: ‘Mataron a mi papá’. Usted puede imaginar la reacción de ella como esposa, como madre. Mi hermanita tenía 13 años... imagínese, todo el mundo a los gritos.

A partir de ese día, a esa gente jamás se volvió a ver por allá. Jamás volvimos a ver los paramilitares. Eso fue un 25 de octubre, y en diciembre las fiestas no fueron iguales, todo el mundo quedó encerrado en sus viviendas. El corregimiento volvió a despertar solo unos dos años después.

Yo me interesé a contar eso porque sería un deshonor dejarlo olvidar, dejarlo en el pasado o simplemente en la memoria de los que nos tocó desafortunadamente vivirlo. La vida era una hasta ese día, y después surgió otra vida. Yo pasé de ser un adolescente que no tenía ninguna preocupación a pensar en cómo vivir con noción de adulto porque uno aprende a madurar con la vida.


 

“Después de tantos años, yo veo el ‘Chavo del Ocho’ y el primer recuerdo que me viene es el de mi papá, de escuchar cómo se reía"

 


Son situaciones que no se vuelven a vivir. Él hizo falta y sigue haciendo. Desafortunadamente él se fue y, afortunadamente, lo logramos superar. Mi hermana es profesional, es próspera, mi mamá está con nosotros, yo soy profesional. A pesar de que él hace falta, hemos podido salir adelante.

Vivimos en Rionegro, Antioquia. Pero tenemos todavía la propiedad y la familia que vive en El Naranjal. Debería de existir en el municipio una especie de monumento, un lugar diseñado en honor a esas personas que perdieron la vida. Tengo eso pendiente para cuando vaya.”