Quipile es un municipio de Cundinamarca que entre 1995 y 2003 sufrió el mayor número de tomas por parte de la entonces guerrilla de las Farc en este departamento, y otros actos de violencia como el reclutamiento de menores de edad, desplazamientos forzados, extorsiones a sus habitantes, el hostigamiento a la fuerza pública y robos a sus entidades bancarias.
El grupo armado responsable de estas acciones era conocido como el Frente 42 o ‘Manuel Cepeda Vargas’ encargado de las extorsiones y el financiamiento del grupo guerrillero que llegó a Cundinamarca como parte de su avanzada hacia la capital. Además de los frentes de las Farc 22 y 42, también hacían presencia en varios corregimientos del departamento los frentes 31, 51, 52, 53, 54 y 55.
Los actos de conflicto armado y la violencia en Quipile datan desde los años 80, donde este grupo guerrillero comenzó a tomar control territorial, principalmente de sus zonas veredales. Sin embargo, no fue sino hasta 1995 que el casco urbano, sin esperarlo y casi sin creerlo, comenzó hacer parte de la historia del conflicto armado.
Cundinamarca, un departamento de Colombia conformado por 116 municipios, fue uno de los tantos territorios golpeados por el conflicto armado, dejando un registro de 178.401 víctimas, según el último reporte de la Unidad de Víctimas, en enero de 2019.
Dadas sus características geográficas, el departamento se convirtió en uno de los corredores de los grupos armados con presencia en territorios vecinos. Cundinamarca fue un centro estratégico en tiempos de conflicto, debido a su cercanía con Bogotá y a que sus municipios colindan con los departamentos de Boyacá, Caldas, Huila, Tolima y Meta, donde la guerra se vivió más intensamente. Entre los grupos armados ilegales que hicieron presencia en este departamento estuvo la entonces guerrilla de las Farc, que actuó a través de extorsiones, tomas armadas, hostigamientos, entre otras acciones, además de paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia y de las Autodefensas Campesinas del Casanare, cuyo repertorio de violencia también dejó centenares de víctimas en la zona.
Las incursiones o tomas guerrilleras en cabeceras municipales y centros poblados se dieron en diferentes periodos de la historia del conflicto armado colombiano y en las diversas regiones del territorio nacional. Estas tomas y ataques fueron efectuados, entre otros, por la entonces guerrilla de las Farc, en la región Andina y en su zona circundante. Cundinamarca fue uno de los departamentos protagonistas de estas incursiones, con un total de al menos 74 ataques en el periodo comprendido entre 1995 y 2003. Esto, según la base de datos “Incursiones guerrilleras en Cabeceras municipales y centros poblados 1995-2003”, del Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH.
De acuerdo con el informe del CNMH (principal fuente de esta reconstrucción histórica), después de la llamada Octava Conferencia que las Farc sostuvieron en el departamento del Meta, entre finales de marzo y principios de mayo de 1993, las orientaciones de la directiva guerrillera se tradujeron en la multiplicación de las incursiones en las cabeceras municipales y centros poblados de Cundinamarca.
Mientras que entre 1979 y 1991 la guerrilla de las Farc perpetró 10 incursiones a cabeceras municipales, entre 1992 y 2002, perpetró 64. Esto convirtió a Cundinamarca durante la década de los noventa, en el tercer departamento con mayor número de tomas y ataques, después de Cauca y Antioquia, con el principal objetivo de allanar camino para acercarse a Bogotá.
El proceso de expansión de esta guerrilla en el departamento inició en los años 2000. Las Farc ya contaban con ocho frentes (22, 31, 42, 51, 52, 53, 54 y 55) y cinco compañías móviles en Cundinamarca: Abelardo Romero, Che Guevara, Joaquín Ballén, Manuela Beltrán y Policarpa Salavarrieta.
El Frente 22 o ‘Simón Bolívar’ fue creado entre 1972 y 1974 con la directriz de acumular recursos vía extorsiones, boleteos, secuestros y asaltos bancarios y era comandado por Antonio Marín, alias ‘Hugo’. El ‘Simón Bolívar’ llegó a tener una fuerte influencia en municipios como La Palma, La Peña, Villeta, Guayabal de Síquima, Guaduas, Caparrapí y Topaipí. En estas poblaciones, la guerrilla perpetró varias tomas y hurtó dinero de la entonces Caja Agraria.
Con la intensión de expandir hacia Bogotá, el Frente 22 se consolidó a lo largo de los años noventa e inicios del 2000 para cumplir dicha orientación. Esa ruta a seguir estuvo compuesta por los municipios: Bojacá, Zipacón, Facatativá, Funza, Cachipay, La Virgen, San Joaquín, Viotá, La Mesa, Anapoima, Anolaima, Agua de Dios, Girardot, Chaguaní y San Juan de Rioseco, localizados al occidente de la capital. El recorrido propuesto se fue delineando con la ayuda del Frente 42, que operaba también en el occidente del departamento, del cual se reportaron incursiones en Chaguaní, Guataquí, Viani y Quipile.
Quipile o ‘Cielo del Tequendama’, como también se le conoce a este municipio de Cundinamarca, fue el pueblo con mayor número de tomas guerrilleras registradas entre 1995 y 2003 bajo las órdenes del Frente 42 o Manuel Cepeda Vargas de las Farc, el cual tenía presencia en la región del Tequendama.
En su emblemática plaza de gobierno y hermosa iglesia de colores vivos, los habitantes de este pueblo vivieron un conflicto armado que por años marcó no solo sus vidas, sino también sus costumbres. Hoy, entre la tranquilidad de sus calles, los quipileños tienen resistencia en su mirada, una mirada que revela su historia, pero sobretodo su mayor anhelo: el de no repetición.
El municipio de Quipile se encuentra localizado sobre una cuchilla de la Cordillera Oriental, al sur-occidente del departamento de Cundinamarca, a tan solo a 88 kilómetros al occidente de Bogotá. El municipio está conformado por 34 veredas y cuatro inspecciones en su zona rural: La Botica, La Sierra, La Virgen y Santa Marta.
A pesar de que Quipile es uno de los pocos municipios que cuenta con cinco centros urbanos, tal solo el 27% del territorio conforma el área urbana, y el porcentaje restante pertenece a la zona rural. Su vocación es netamente agrícola en actividades como la producción de café, caña y plátano.
Fue precisamente por la zona veredal del municipio que comenzó a adentrarse el Frente 42 de la guerrilla de las Farc, abriendo camino para llegar posteriormente hasta el casco urbano del pueblo quipileño. Este frente se creó por orden de la Séptima Conferencia en 1983, para combatir a ‘Los Pájaros’, un grupo criminal al servicio del narcotráfico en los Llanos Orientales que delinquió en la década de los 80, y cuyo nombre se confunde con la fuerza armada ilegal conservadora que participó del conflicto durante la época conocida como La Violencia, a mediados del siglo XIX. El 42 era en principio comandado por José Abel Cabrera, alias ‘Lisandro el Diablo’, según data el portal Verdad Abierta. Pese a que inicialmente operó en el departamento del Meta, este frente llegó a Cundinamarca, donde además de Quipile, realizó incursiones en los municipios Chaguaní, Guataquí, y Vianí.
Alguno de sus miembros como Bernardo Mosquera Machado, alias ‘El Negro Antonio’, y José Nerup Reyes Peña, alias ‘El Campesino’, se encuentran actualmente acogidos a la Justicia Especial para la Paz, JEP. Sin embargo existen también casos de disidencia, es decir, miembros del grupo armado que continuaron alzados en armas tras el proceso de paz, como el caso de Ernesto Orjuela Tovar, alias ‘Giovanny’ o ‘Geovany’.
Otros de los miembros de este frente en Cundinamarca fueron Eliseo Miranda Espitia, alias ‘El Boyaco’; Carlos Arturo Miranda Espitia, alias ‘Pisahuevo’;Doney Luinio Peña Murillo, alias ‘Leo’; Freddy Agustín Aragón, alias ‘El Gordo', y Luis Enrique Bernal, alias ‘El Loco’.
A pesar de que la primera toma guerrillera en el casco urbano de Quipile ocurrió en 1995, sus habitantes ya habían escuchado rumores y comentarios sobre el control que este grupo armado estaba teniendo en algunas de sus veredas. Así lo recuerda Leonor Sandoval, una de las habitantes de la vereda Sinaí, quien asegura que las Farc llegaron a la zona rural desde finales de los años 80, y que con intimidaciones, asesinatos y extorsiones labraron el camino hacia lo que sería un total control territorial en el municipio de Quipile.
“Cuando la guerrilla tenía todo el control en la vereda, yo era en ese entonces la presidenta de la Junta de Acción Comunal. Me exigían las llaves del salón comunal, según porque las necesitaban para sus reuniones y actividades. (...) Pero no era algo que pasaba solo en Sinaí. Allá en Berlín, los de la guerrilla hicieron una reunión con todos los de las Juntas de Acción Comunal de las distintas veredas del municipio. En esa reunión nos dijeron que ellos eran los que iban a mandar, que ellos eran los que se iban a subir al poder y que ahora teníamos que hacer las cosas como ellos dijeran”, narra Leonor.
Leonor recuerda como tiempo después de esa reunión, las exigencias de dotes en terreno, animales y propiedades aumentaron, así como los casos de reclutamiento de menores, un precio muy alto que las familias estaban obligadas a pagar, supuestamente, a cambio de su seguridad.
“Nos dijeron que las familias donde hubiera 2 o 3 hijos, tenía que dar al menos uno de ellos para que se uniera a su causa, y donde hubiesen 3 hijos o más debían irse al menos 2 con el grupo armado”. (...) En ese entonces yo todavía mandaba en las fincas que me dejó mi esposo, nosotros alcanzamos a tener 5 propiedades. Recuerdo que la guerrilla nos decía que el más pobre les tenía que dar por lo menos un jornal (un día de trabajo), y a los que teníamos fincas nos exigían ganado, todo dependiendo de lo grande que fuese la propiedad”, asegura Sandoval.
En 1991 Leonor tuvo que sacar a sus dos hijos menores de la vereda, pues asegura que la situación se volvió insoportable, cada vez eran más las prohibiciones y los casos de abuso en contra de sus pobladores. “Circulaban frecuentemente panfletos que le prohibía a uno andar por los caminos a ciertas horas, ni siquiera podíamos tener perros, eso estaba prohibido, porque ellos los consideraban amenazas, los podían delatar. (...) Cerca a mi casa, en Sinaí, ellos tenían lo que conocíamos como ‘el camino real’, tanto los soldados como la guerilla pasaban por ahí. Recuerdo que para ese entonces yo sembraba naranjos, pero a la mañana siguiente solo encontraba las sobras de las frutas. ¿A quién le pedían permiso? a nadie”, relata Leonor con un dejo de indignación en su voz.
Incluso ocurrieron algunos casos de amenazas y asesinatos de menores, como el caso de dos compañeros del colegio de su hijo, quien entonces estaba culminando su bachillerato.
Con los años, el conflicto armado en la zona rural de Quipile se fue recrudeciendo, no solo en la vereda Sinaí, sino también en Berlín, donde según recuerda Leonor, a comienzos del 2002 la guerrilla de las Farc habría torturado y asesinado a dos hombres miembros de una familia, luego de que estos supuestamente robaron a otros habitantes de la zona. Ella también recuerda una historia sobre la vereda Alto del Rosario. Se dice que allá habrían ocurrido casos de violación, como el de tres niñas que fueron agredidas delante de sus padres.
La vida en las veredas quipileñas no era sencilla, muchos de los hechos nunca se conocieron por el temor a represalias por parte del grupo guerrillero. Aun después de más de 15 años, algunos de sus habitantes se niegan a recordar, nombrar o declarar muchas de estas acciones.
Lo cierto es que en el casco urbano de Quipile, durante esa época, lo que se conocía de esos ataques en la zona rural no eran más que rumores y comentarios. No fue sino hasta 1995 que los quipileños vivieron en carne propia el horror de la guerra a través de lo que sería la primera toma guerrillera; una guerra para la que ningún pueblo está preparado. Así lo recordó María*, habitante de Quipile.
Eran las 7 de la noche del domingo 6 de agosto de 1995. Como es costumbre en los pueblos y municipios de Colombia, la plaza del casco urbano de Quipile era un concurrido lugar frecuentado por sus habitantes, sobretodo en domingos y festivos; y esa noche no era la excepción. Jóvenes, niños y adultos transitaban por su pueblo, algunos salían de misa y otros simplemente pasaban el tiempo.
La plaza estaba bordeada por robustas y frondosas materas que llenaban de vida el lugar. A un costado se encontraba la iglesia Santa Ana, hoy bañada en vivos colores marrón y turquesa que la hacen resaltar desde cualquier esquina del pueblo. El otro gran edificio que se robaba entonces el protagonismo en la plaza quipileña era el llamado ‘Palacio Municipal’, donde funcionaba la Alcaldía, la estación de Policía, la cárcel, la Personería, el Juzgado, la Registraduría, Telecom, la plaza de mercado y la entonces llamada Caja Agraria.
María, quien recordó algunos instantes de ese 6 de agosto, contó cómo un momento de oscuridad cambiaría todo lo que para ellos significaba “tranquilidad” en su pueblo. “Todo comenzó cuando quitaron la luz…”.
Comenzaron a llegar desde todas las entradas del pueblo hasta la plaza, varias camionetas con hombres armados, pertenecientes al Frente 42 de la guerrilla de las Farc, quienes se ocultaron entre las materas y los árboles frente al Palacio, mientras se preparaban para la emboscada.
"Ellos, aprovechándose que estaban ocultos, disparaban principalmente a la estación de Policía, pero también disparaban al que le cayera, y como era un domingo, pues es lógico que había gente abajo en la plaza, más cuando ahí era donde se vendía el mercado, así que todavía había gente. (...) Como era la primera [toma guerrillera], pues nosotros nunca nos imaginamos que eso fuera a suceder acá, eso es por allá en otros departamentos, eso es por allá en otros pueblos, eso es por allá...", pensaba María.
Las horas transcurrieron eternamente para los habitantes del casco urbano de Quipile. Algunos manifestaron que no sabían qué hacer, no sabían dónde refugiarse. “La reacción de uno es cerrar puertas y ventanas. Uno no halla dónde meterse. Donde lo cogía a usted [la toma], usted tenía que meterse ahí y no salir hasta el otro día hasta las 5 o 6 de la mañana. Ya lo que haya pasado, pasó. A usted solo le queda esperar a que amanezca”, narró María, intentando describir la zozobra del momento.
Esa noche, una madre y su pequeña hija de tres años estaban en el parque y, ante la angustia de no saber qué hacer, intentaron refugiarse dentro de un sitio con rejas. Sin embargo, una bala logró entrar y atravesó la pierna de la pequeña. Así lo recordó María.
El Palacio Municipal quedó completamente destruido. Gloria Castro, quien en ese entonces trabajaba para la Alcaldía pero justo ese día se encontraba con su padre fuera del casco urbano, pudo ver como su pueblo estaba siendo atacado.
Leonor Sandoval, quien vivía en la vereda Sinaí, también vio a lo lejos la barbarie. “Mi casa quedaba cerca a la carretera que va de la inspección La Sierra hacia La Botica, y desde allá se escuchaban las tomas que hubo en el casco urbano de Quipile. (...) Eso parecía que se iba a acabar el mundo, pensamos que con tremendos estallidos iban a acabar con el pueblo”, relató Sandoval.
El objetivo principal de esa toma guerrillera según recuerdan algunos de sus habitantes, fue robar la Caja Agraria, mientras se aseguraban de no tener ninguna respuesta por parte de la Policía del pueblo. Fue así como terminaron explotando el Palacio Municipal, en donde perdió la vida un policía de apellido Velasco, oriundo del departamento de Nariño, luego de caer del segundo piso tras la explosión.
Otras de las víctimas mortales de este hecho fue una niña de 10 años, hija de una profesora del municipio, quien luego de la pérdida de su hija comenzó a desarrollar enfermedades psiquiátricas.
Pasadas las 11 de la noche y ya sin rastro del grupo guerrillero, helicópteros del Ejército comenzaron a sobrevolar la zona. Esta situación aumentó el temor entre los quipileños, quienes llegaron a creer que ese sería el fin para su pueblo.
“Yo sí pensé que ese día se acababa el pueblo con esos aviones. Yo dije: 'no, si no nos acabó esta gente (la guerrilla), nos van a acabar los aviones, porque tres, cuatro aviones por encima de nuestras casas, y eso pasaban cerquita. (...) Pensamos que las paredes se nos iban a caer encima y ¿qué? El susto es por ambos lados”, narró María*.
Ella aseguró que los rumores antes de esa primera toma eran frecuentes, sin embargo, tanto María como muchos de los quipileños se negaban a creer que su pueblo fuese a pasar en algún momento por una toma guerrillera. “Le decían a uno: 'Uy, si sabe que la guerrilla estuvo aquí abajito en este palo', y uno: '¿cómo así? Ay, eso debe ser que están diciendo mentiras, yo no la vi'. Pero, la gente del campo sí la veía, porque esa guerrilla ya se había asentado en el campo. (...) Uno ve que está pasando en otros municipios, pero uno no cree que en el de uno vaya a pasar”.
Quipile no fue el mismo después de ese 6 de agosto. A pesar de que en esa oportunidad el grupo armado no pudo saquear la Caja Agraria, el pueblo quipileño perdió vidas, su Palacio, la Alcaldía y el mercado. Quipile había perdido su paz.
Las secuelas emocionales que dejó lo que sería la primera toma guerrillera en el municipio perduraron en algunos de sus habitantes. Si se iba a luz, era sinónimo de otra toma guerrillera. A las 5 de la tarde ya no había nadie en las calles, las materas y árboles que embellecían el antiguo Palacio Municipal tuvieron que ser removidas por temor a otra infiltración y la concurrida plaza quipileña se convirtió en zona de guerra, un espacio por el que nadie quería transitar.
Era sábado 3 de octubre de 1998. Habían transcurrido más de tres años desde la primera toma guerrillera en el municipio de Quipile. La estación de Policía había sido reubicada luego de su total destrucción, a un costado del antiguo Palacio Municipal, el cual también tuvo que reconstruirse.
Pese a que las edificaciones mayormente afectadas lograron ser reconstruidas, el tradicional mercado del pueblo, ubicado en la plaza, nunca más volvió a funcionar allí. El temor en los habitantes por una segunda arremetida permanecía latente. El grupo guerrillero había logrado intimidar y controlar a los quipileños con panfletos que les prohibía, entre otras cosas, estar en las calles después de 6 de la tarde, ni dentro ni fuera del pueblo. Así lo recordó Raúl Villareal Osorio, conductor de la Alcaldía de Quipile y oriundo del municipio de Anolaima, pero residente del municipio hace más de 50 años:
“Había una restricción por parte del grupo alzado en armas, por ejemplo después de 6pm ya uno no podía salir ni movilizarse por el municipio. Eso lo avisaban con panfletos, pancartas y en las veredas también verbalmente (...) por ejemplo, a mi me decían que no transitara con la volqueta después de 6pm hacia abajo de Quipile, entonces uno a las 5pm ya estaba acá. A veces los detenían a uno hasta las 6am y el que no hiciera caso lo amarraban a un palo, aplicaba también para el que transitara a pie, y en moto sí que era peor”.
Así, las calles del pequeño pueblo parecían desiertas, sin vida, sin gente, sin alma. Las madres no dejaban salir a sus hijos a la calle. El 3 de octubre de 1998 también hubo un apagón que precedió la segunda toma guerrillera al municipio de Quipile.
A las 7pm ingresaron al casco urbano, en unas camionetas cuatro por cuatro, cerca de 200 guerrilleros de los frentes 22 y 42 de la entonces guerrilla de las Farc. Utilizando explosivos y armamento de largo alcance, llegaron al lugar nuevamente con el propósito de robar la Caja Agraria. Sus fuerzas se dividieron: unos se arremetieron en contra de los oficiales y la estación de Policía, mientras que los demás guerrilleros intentaban llegar hasta la caja fuerte de la entidad bancaria. En esa oportunidad los hechos duraron 3 horas y media, tres horas que se sintieron eternas, así lo recordó María, quien en ese entonces era también funcionaria de la Caja Agraria, hoy Banco Agrario.
Los miembros del grupo armado no tuvieron éxito abriendo la caja fuerte principal y optaron por llevarse una caja fuerte más pequeña. Sin embargo, cuando lograron abrirla, se dieron cuenta que los billetes estaban quemados.
Ese mismo 3 de octubre, mientras una gran parte de los hombres intentaba robar la entidad bancaria, otro grupo de armados se dedicaron a buscar y asesinar no solo a los policías, sino a sus esposas dentro de sus propias casas. “Yo recuerdo que en la toma del 98 llegaron a las casas de los uniformados y ellos tenían que sacar a las esposas, botarlas de las casas hacia los solares de los vecinos. (...) Recuerdo que un Policía se tuvo que meter a un tanque de agua. El policía se voló por los tejados hasta que llegó a un tanque de esos. Ahí duró cerca de 3 o 4 horas, eso fue lo que lo salvó”, narró María.
El párroco de ese entonces también fue acusado y amenazado por parte del grupo guerrillero. Según narran sus habitantes, el grupo armado afirmaba que desde la iglesia ese día salió una llamada para pedir refuerzos, por lo que el religioso tuvo que salir no solo del municipio de Quipile, sino del país.
Después de esa segunda toma, a María junto a sus compañeras les tocó ir a revisar lo que había quedado de la Caja Agraria, aún en medio de todos los destrozos y el trauma que ya padecían; y enfrentarse a la indiferencia que las hizo sentir aún peor. “Es que nos tocó ir a nosotras a las 5am a mirar, porque la entidad nos obligaba a quedarnos ahí, custodiando lo que había quedado de dinero. (...) ¿Pero sabe qué hacía la entidad? simplemente nos preguntaba ‘¿Que se llevaron?’, nunca nos preguntaron si le pasó algo a alguna de las funcionarias, no. Eso a ellos les importó cinco”, argumentó indignada María.
Algunos de los habitantes recordaron que los funcionarios de la Caja Agraria no se reportaron en el municipio, sino hasta 5 días después de lo ocurrido. La entidad había dejado completamente sola a María* y a las otras mujeres, quienes no tuvieron otra alternativa que quedarse a cuidar lo que había quedado del banco. Durante días les tocó trabajar con sillas y escritorios a las afueras del edificio, esperando que apareciera algún representante de la entidad bancaria.
El 30 de noviembre de 1999 ocurrió lo que sería la tercera toma guerrillera en el municipio de Quipile. A diferencia de las dos primeras incursiones, la prensa local y nacional reportó poco sobre lo sucedido. Pese a que supuestamente hubo una respuesta inmediata en esa ocasión por parte de la fuerza pública, según los pocos medios de comunicación que cubrieron el hecho, la comunidad no recuerda con claridad la toma y menos la intervención del Estado.
El portal Verdad Abierta registró que esta toma sí habría ocurrido. A las 6 de la tarde, un grupo de 150 guerrilleros del Frente 42 “Manuel Cepeda Vargas” de las Farc llegaron a Quipile, atacaron simultáneamente las instalaciones policiales, destruyeron la torre de Telecom y destrozaron la sede del Banco Agrario. De acuerdo con el portal periodístico, la Policía Nacional repelió el ataque sin registrar novedades. En la toma habrían resultado heridos 5 civiles.
Eran las 6 de la tarde del domingo 19 de noviembre del 2000. El pueblo de Quipile se preparaba para recibir la misa; ya había llenado la plaza principal cuando se fue la luz.
Cerca de 150 guerrilleros del Frente 42 de la guerrilla de las Farc, al mando de Nerut Reyes Peña, conocido como ‘Antonio El Campesino’, llegaron a la plaza principal del pueblo, atacaron el Comando de la Policía y robaron la sede del Banco Agrario. La incursión dejó seis civiles heridos, entre ellos dos menores de edad.
Algunas de las personas que iban para la misa lograron devolverse a sus casas. No es muy claro qué pasó con quienes ya se encontraban en la iglesia Santa Ana. “Estábamos saliendo de las casas para ir a misa cuando entonces sucedió la toma”, recuerdó María, pobladora del municipio.
Los habitantes de la casa cural, vecina del edificio bancario, también sufrieron las consecuencias del ataque. Eso le informó el entonces párroco de Quipile, Edgar Cepeda, al diario El Tiempo, uno de los pocos medios de comunicación que registró esta toma guerrillera. El párroco aseguró que la estructura física, el techo y la fachada quedaron gravemente afectados por los ataques.
La toma duró cerca de tres horas, entre las 6pm y las 9pm, y los 15 agentes de Policía que se encontraban en el comando no tuvieron de otra que responder al ataque. Ese día los guerrilleros robaron cerca de 85 millones de pesos de la caja fuerte del Banco Agrario, dinero que estaba supuestamente destinado al pago de profesores del municipio y las veredas cercanas, según informó El Tiempo.
Gloria Castro, habitante del municipio, también recordó que esa toma guerrillera había sido más temprano que las demás. “Ese día todos estaban en la calle. (...) Mi suegra se había ido por mercado y había quedado allá atrapada. No fue sino hasta las 9 de la noche que la pudimos ir a buscar. Era una zozobra de no saber si estaban vivos o muertos, eso lo hacía sufrir demasiado a uno”, relató Castro.
En esa época, Gloria y su familia vivían en una casa a escasos 20 metros del edificio del Banco Agrario, por lo que tanto ella como los suyos recuerdan el temor de no saber por dónde salir, por miedo a encontrarse de frente con el grupo guerrillero. “Uno decía, pues ¿por dónde salgo? ¿Cómo salgo de aquí? ¿Y si están allí afuera esperándonos? Por que eso sí, todo estaba a oscuras porque no había luz, siempre se iba”, narró Castro.
A pesar de los ataques y agresiones en contra de las entidades policiales y bancarias del casco urbano de Quipile, Gloria asegura que los guerrilleros no atacaron directamente a civiles en aquella ocasión. “Los que quedamos dentro de las casas teníamos miedo de salir, miedo de encontrar cuerpos tirados por ahí. Pero no, nunca disparaban (directamente) en contra de la población civil, ellos sabían por quiénes venían, su objetivo era la Policía”, recordó Castro.
Tanto Gloria como María están de acuerdo en algo: las tomas y ataques guerrilleros desde el año 1995 siempre ocurrían sorpresivamente, en un día tranquilo, un día concurrido.
“Siempre fue como de sorpresa, algunos días teníamos a los niños jugando afuera y de repente pasaba alguien diciendo ‘¡va a llover!’. Uno quedaba confundido. ¿Cómo así que va a llover, si está haciendo buen clima? Entonces uno enseguida reaccionaba y corra a entrar a los niños. A uno lo prevenían”, narró Gloria.
Comentarios como “va a llover” no eran más que avisos de las personas a quienes los quipileños conocían como ‘informantes’. Se trataba de personas que supuestamente daban información y alerta al grupo armado sobre las dinámicas del pueblo, condiciones y momentos precisos para atacar. “Primero llegaba gente que llamaban ‘informantes’; Como siempre entraban en bloques de hombres, ellos avisaban por ahí a qué hora más o menos podía entrar la otra gente, que era la que venía armada. Estos informantes eran los que daban la información de cómo estaba la situación en el municipio", aseguró Juan*, habitante de quipile.
Con este cuarto ataque se ampliaron las secuelas del conflicto en este municipio. Los menores de edad ya no salían de sus casas. Las madres como María procuraban, al menor estallido, apagón o comentario relacionado con una toma, esconder a sus hijos debajo de la cama, si era necesario. “Apenas quitaban la luz, uno actuaba como una máquina. Ya sabía uno que debía meterse debajo de las camas. (...) Uno le echaba colchones a los niños encima, uno encima de otro, por si algo, una esquirla o cualquier cosa. Nosotros también nos metíamos con ellos debajo de los colchones. En esos tiempos uno a los hijos no los podía dejar ir a ningún lado, tenían que estar al pie de uno”, relató María.
Las restricciones hacia los niños y niñas del municipio no fue lo único que cambió. Algo tan tradicional como lo es ir a misa a las 6:00 de la tarde desapareció de las costumbres de los quipileños. A partir de esa cuarta toma, las misas en Quipile se realizan a las 5:00 de la tarde, porque, pese a que desde entonces no volvieron a ocurrir ataques y tomas en el casco urbano, los habitantes decidieron que no querían volver a exponerse, no querían volver a repetir el horror de ese 19 de noviembre del año 2000.
Según María, a pesar de que han transcurrido más de 18 años desde la última incursión guerrillera en el municipio, los habitantes de Quipile continúan con miedo, incluso de recordar. Si bien es cierto que el pueblo hoy día respira un aire de tranquilidad y libre de hostilidades, las repercusiones psicológicas que han tenido este tipo de ataques en la población han marcado un antes y un después en su percepción de seguridad. Al respecto, María hizo memoria:
“Uno escuchaba aquí, por ejemplo, la pólvora, pero desde que ocurrieron las tomas aquí, nunca más hicieron juegos pirotécnicos ni nada de eso en el municipio. Tan solo era que sonara una mecha cuando jugaban tejo, solo eso bastaba para quedar tensionados”.
Y es que las tomas e incursiones guerrilleras fueron solo una cara de la moneda que habría caído sobre este municipio. Durante los años 90 y hasta el 2003, el municipio de Quipile atravesó una ola de violencia cargada de hostigamientos, extorsiones, reclutamiento de menores de edad en las zonas veredales, desplazamientos y homicidios contra civiles, incluyendo un alcalde, y miembros de la fuerza pública.
“Son cosas tan simples pero graves psicológicamente.¡Que trauma el que tuvo esa gente!”, explamó María.
Otra de las formas en las que los guerrilleros de los frente 22 y 42 de las Farc se hacían sentir en el municipio, era a través de los hostigamientos y extorsiones. Ese fue el caso de Ezequiel González Feo, un docente pensionado, oriundo del municipio de Nocaima, pero que por razones de trabajo llegó al municipio de Quipile en 1971.
González lleva 48 años viviendo en Quipile, de los cuales 46 ha compartido con su esposa. Sin embargo, hoy sin querer recordar mucho, reconoció que fueron tiempos difíciles en los que la guerrilla lo extorsionó y amenazó durante años.
Ya pensionado, González recordó esos días de violencia, días en los que no quiere pensar de más. Dice que espera un día que esa situación cambie y que muchos de los pobladores que en medio de la desesperación salieron de su pueblo, puedan volver. “Después de toda esa época, ya van tres periodos de alcaldes, en los que el pueblo ha progresado mucho. Hay más comunidad. Uno ve que la zona rural también está progresando. En esa época hubo mucho desplazamiento y ya la gente está regresando”, relató González.
María también recordó haber escuchado cómo en las zonas veredales del municipio los casos de extorsión eran aún más frecuentes. Los campesinos eran obligados a cederle parte de sus ganancias o mercancía al grupo. “Los del campo sacaban huevos, dos cubetas de huevos; entonces ellos [la guerrilla] le sacaban una cuenta de cuánto porcentaje debían pagarle los pobladores a ellos. (...) La misma guerrilla entraba a los potreros y robaba el ganado”, contó María.
El dominio de las Farc llegó a niveles inimaginables. Juan*, vecino de María, recordó los días en que los habitantes no eran dueños de nada. "Si usted tumbaba un árbol o hacía algo fuera de lo común, se lo tenía que pagar por haberlo tumbado sin autorización de ellos", relató.
Incluso, tareas como mejorar de las condiciones viales del municipio, eran ordenadas por el grupo armado. “La limpieza de la carretera, esa es otra. Ellos, lo finqueros por alrededor de la carretera, el día que ellos dijeran, tenían que salir todos a limpiar la carretera, y si usted no lo hacía, tenía que pagarle a un obrero y si no lo hacía lo apretaban, le colocaban una multa. (...) Esa limpieza de la carretera la hacían para que ellos pudieran tener mejor visualización de quienes transitaban por ahí”, argumentó Juan.
Los casos de extorsiones y hostigamiento fueron solo una de las distintas formas de violencia que se presentaron en el municipio. Quipile también vivió casos de reclutamiento de menores de edad y fue por años un destino para los desplazados provenientes de distintos departamentos del país, también afectados por hostilidades, extorsiones e intimidaciones por parte de los armados.
Ana*, una quipileña que residía en la inspección Santa Marta con su esposo y sus hijos, tuvo que sacar a sus pequeños de su hogar, cuando en los años 2000, miembros de la entonces guerrilla de las Farc llegaban constantemente a preguntar por ellos: “Eso estaba terrible. Recuerdo que me tuve que llevar a mi hijo, porque llegaban preguntando a la casa ¿Cuántos hijos tenía? ¿Dónde estaban los muchachos? (...) Yo creo que hacía parte de su listado”.
El listado al que se refiere Ana funcionaba así: Si habían tres o cuatro hijos en una familia, se llevaban entonces al menos uno, por lo que Ana prefirió alejarlos un tiempo de su casa en Santa Marta y llevarlos a la capital del país. Así lo recuerda ella, quien aseguró no poder soportar más esa situación:
“Yo tuve que irme un tiempo con mis niños para Bogotá, al menos dos años. En esa época las cosas que pasaban acá eran terribles. Después de esas tomas en el casco urbano, ya uno tampoco podía salir. hacia acá ni nada, y en las veredas era peor, porque allá se daban las reuniones con ellos (grupo guerrillero) y eso”.
Sin embargo, Ana aseguró haber sentido alivio dentro del municipio y hoy le continúa agradeciendo al expresidente Álvaro Uribe Vélez la decisión de militarizar todo el territorio. Pero pese a esa tranquilidad que se respira en el municipio ya liberado del control del grupo armado, Ana contó con pesar que tuvo que dejar a su hijo en la ciudad y que, actualmente, ninguno de sus hijos quiere volver a aparecerse por el territorio.
Leonor, por su parte, desde la vereda Sinaí, contó cómo su hija también presenciaba desde su colegio la manera en la que el grupo alzado en armas se infiltraba y reclutaba a los jóvenes estudiantes. “Cuando mi hija Jazmín estaba haciendo 11° grado, la guerrilla comenzó a infiltrarse en el colegio, los convencían para que dejaran los pasquines [panfletos] en los puestos de algunos estudiantes específicos”, asegura.
Ana y Leonor no fueron las únicas a quienes les tocó vivir las terribles consecuencias de la guerra e intentos del reclutamiento de sus hijos.
Carlos*, quien actualmente reside en la vereda Sinaí Alto, tiene 7 años de haber llegado desplazado por voluntad propia desde el municipio de Miraflores, en el departamento del Guaviare. En Quipile, Carlos se dedica a la siembra de café y plátano en una finca que le dio el Gobierno.
En 2011 tuvo que salir de Miraflores debido a amenazas que estaba recibiendo por parte del Frente Primero de la guerrilla de las Farc, incluyendo el interés del grupo alzado en armas en que su hija se uniera a sus filas. En aquel entonces, la solución que encontró Carlos fue enviarla a vivir con su mamá en otro pueblo, mientras él se encargaba de todo. “Ellas se fueron, yo me quedé para hacer el pantallazo, sin embargo yo duré un año después de eso para poderme salir”.
En contra de todo, Carlos pudo resistir, seguro de que su familia ahora estaba bien y su hija, fuera de peligro.
Fernando*, oriundo del municipio de Ortega, Tolima, llegó en el 2002 al municipio de Tumaco, Nariño, con el propósito de sembrar coca. Allí duró viviendo más de 10 años junto a su esposa y sus dos niñas. Sin embargo, con el pasar de los años llegaron las erradicaciones y fumigaciones, acompañadas de la presencia de grupos paramilitares y grupos guerrilleros, como el Eln, en el municipio de Tumaco. Fernando aseguró que la vida en el pueblo donde vivía era insostenible y que en cualquier momento él o algún miembro de su familia podrían perder la vida:
“Allí se daban constantemente enfrentamientos y bombardeos. Tiraban bombas. Cerca de la finca caían unos tatucos (explosivos improvisados utilizados por la entonces guerrilla de las Farc), a escasos 50 o 100 metros de distancia. Uno quedaba en medio del conflicto. (...) También recuerdo que minaban los caminos, la finca, y a uno no le decían nada”.
Fue por esta razón que Fernando llegó desplazado al municipio de Pulí, en Cundinamarca, en el año 2013, luego de que decidiera salir de Tumaco dejando atrás sus tierras, sembradíos y animales. A Pulí llegó por un amigo que lo había llevado a conocer la zona. “No pude comprar en el Tolima por que era mas caro todo y acá se me hizo mas facil todo”, afirmó el campesino.
Actualmente, pese a que Fernando no llegó desplazado propiamente al municipio de Quipile, sí va frecuentemente a su casco urbano, pues alega que allí se le hizo más fácil declararse como víctima del conflicto armado. No obstante, denuncia que tanto para él, como para otras víctimas registradas en el territorio, muchas veces las ayudas que destina el Estado para ellos nunca llegan.
“A mi se me han perdido toda las ayudas humanitarias, cuando me mandan así de millón y pico. De ese tipo, ya he perdido 4 ayudas. Los han mandado aquí a Quipile, pero las devuelven, no lo llaman a uno. En 5 años solo he recibido 3 ayudas humanitarias de 230 y pico mil de pesos”.
Y es que no solo fueron los ciudadanos de a pie del municipio de Quipile los que tuvieron que vivir de distintas formas la violencia por parte de la guerrilla. En el pueblo fue asesinado el entonces alcalde del municipio, Alberto Elías Torres Romero, cuando se disponía a ir a la ciudad de Bogotá. En el camino fue interceptado por dos miembros del grupo armado, quienes sin dudar dispararon contra el mandatario, causando su muerte inmediata. Su conductor resultó herido.
Los policías del municipio también se vieron afectados durante esta época de violencia. El grupo de la entonces guerrilla de las Farc había puesto en marcha lo que se conocía como ‘Plan Pistola’, que no era otra que la cacería indiscriminada en contra de agentes de la fuerza pública. Una práctica que se hizo famosa en los tiempos de Pablo Escobar.
Esto se vivió tanto en el casco urbano, como en las veredas de Quipile. En sus caminos, civiles encontraban cuerpos de policías asesinados, así como letreros que prohibían recoger los cuerpos. Otros uniformados fueron asesinados en medio de su cotidianidad, a plena luz del día. Así lo recuerda María, quien asegura que han sido varios los policías asesinados a manos de la guerrilla:
“Aquí mataron varios policías, a uno de ellos lo asesinaron en la droguería, ese Policía lo mataron a las 3 de la tarde. Otro fue el atentado contra los 8 policías en 2003, y con el plan pistola, en el año 2000 asesinaron a dos policías que estaban comprando en la panadería de aquí, de Quipile”.
Olga, también trae a colación lo que conocían los pobladores como la hora del ‘Pico y Plomo’, el ‘toque de queda’ que permaneció latente en el municipio desde la primera toma guerrillera en 1995 hasta el 2003, año en el que comenzó a mermar la violencia y el accionar por parte de la entonces guerrilla de las Farc. “Yo recuerdo que nos tocaba cerrar temprano por los comentarios de la gente. Justo era en todo el pueblo que a las 6pm no habría nadie por la calle por el temor que en cualquier momento ellos podrían llegar”, aseguró.
El conflicto armado en el municipio de Quipile durante este periodo dejó temores, restricciones, heridos, muertos, traumas, pero sobretodo deseos de superarlo. Por eso, hoy después de 16 años, el pueblo quipileño respira un aire completamente diferente, lleno de esperanza, mejores condiciones y calidad de vida, seguridad y el deseo de que el Cielo del Tequendama, sea recordado por lo que lo embellece hoy día. Para conocer cómo es la vida actual en Quipile, dé clic aquí.
Quipile no estaba preparado para el conflicto, pero actualmente está listo para dejarlo atrás.
*El nombre ha sido cambiado por petición de la fuente.