Querido lector y lectora:

En Colombia, los niños, niñas y adolescentes (NNA) en el conflicto armado han sufrido, sobrevivido y sobretodo resistido. ¿Cómo lo han hecho? Desde el arte, la música, la danza, la educación e incluso desde el voto popular, al incentivar a las personas adultas a proclamar la paz.

Según el DANE, el país tiene una población de 15.454.633 menores de edad, que corresponde al 31% de la población nacional. Para la Comisión de la Verdad resulta esencial escuchar a los NNA, sus relatos de vida, el significado que tienen sus derechos y cómo han resistido a los crímenes de la guerra.

Este especial multimedia da a conocer los relatos de cuatro iniciativas gestionadas por NNA y apoyadas por adultos que tienen incidencia nacional, desde la región del Pacífico hasta una localidad de Bogotá. Son historias de NNA que decidieron alzar sus voces para ser escuchados, reconocidos como sujetos de derechos y para aportar a la no repetición de la guerra. Los niños, niñas y adolescentes le han pedido y le seguirán pidiendo a Colombia que sus derechos no sean vulnerados.

La Escuela de Saberes y Derechos Culturales, de la Corporación Cultural Cabildo, nació con el propósito de fortalecer las formas de acción colectiva e incidencia política en comunidades étnicas, indígenas y afrodescendientes a partir de la inclusión de la dimensión cultural para el desarrollo social. Estas acciones se adelantan en el marco del reconocimiento, respeto y difusión de la diversidad cultural a través de la investigación, la formación y el fomento de las diferentes manifestaciones artísticas y culturales, gracias a que promueve estrategias para la promoción y difusión de los derechos humanos a través de la implementación de iniciativas dirigidas a niños, niñas, jóvenes, personas adultas, organizaciones y grupos sociales del territorio nacional.

La canción La niña fue compuesta para el Espacio de Escucha de niños, niñas y adolescentes, para darles lugar a la voz y al canto tradicional como experiencia reparadora y de no repetición y para aportar a los procesos de convivencia en comunidades afectadas por el conflicto armado.

Unos niños, niñas y adolescentes veían cómo sus amigos y familias se iban a otros lugares para huir de los grupos armados; otros veían cómo llegaban personas de todas partes del país, desplazados de sus tierras. Unos escuchaban mientras otros vivían las tomas guerrilleras, las masacres, los atentados, las desapariciones y los asesinatos.

Mientras la Constitución que se firmó en 1991 entraba en vigencia, la guerrilla, que estaba en armas, arremetía contra la población civil. Gracias a su alianza, la Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y contra la Guerra (Redepaz) y UNICEF, promovieron y apoyaron a los menores de 18 años a través del movimiento Mandato de los Niños y Niñas por la Paz y los Derechos.

El 25 de octubre de 1996, niños, niñas y adolescentes votaron por los derechos de la Convención Internacional de los Derechos del Niño y la Constitución Nacional que más querían que se respetaran y que estaban siendo violentados. Ha sido la única vez en Colombia que niños, niñas y adolescentes ejercieron el derecho al voto. Según la Registraduría, que acompañó la jornada electoral, más de dos millones de ellos votaron por el derecho a la paz, a la vida, a una familia, al amor, al buen trato y a un ambiente sano.

La votación se realizó en 120 municipios, y en los lugares que no fueron habilitados para votar, niños, niñas y adolescentes podían recortar el tarjetón que se distribuía en el periódico y hacerlo llegar a la Registraduría con su voto. Como lo dijo Ana Teresa Bernal, directora de Redepaz en 1996, el Mandato de los niños fue una carta a los adultos para exigir un mejor país.

Antes de la histórica votación, los NNA y las organizaciones realizaron actividades para reflexionar, analizar y proponer el país que querían. Muchos de ellos y ellas, a través de escritos y dibujos, expusieron sus ideas. UNICEF desarrolló en Apartadó, Antioquia, el Carnaval por la Paz, evento que nació inspirado en el espíritu de la Constitución del 91, con el que se creó un “gobierno local de niños”, se eligió su alcalde y se redactó la Declaración de los Niños de Apartadó. En el documento, firmado por niños y niñas, se leía:“Pedimos a las facciones en pugna que proporcionen paz a nuestros hogares, que no transformen a los niños en huérfanos, que nos permitan jugar libremente en las calles y que no dañen a nuestros hermanitos y hermanitas”. Ellas y ellos querían desempeñar un papel más activo en la construcción del país.

Por su parte, Redepaz trabajó en la Semana por la Paz, iniciativa que incluyó a los NNA para que por medio de dibujos le contaran a la sociedad colombiana, el país que soñaban, y que les preguntó a los adultos “¿Y usted, qué hace por la paz?”. Las dos organizaciones decidieron hacer el Mandato de acuerdo con el tercer Artículo de la Constitución: “La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público”. Gracias a este mecanismo, los niños, niñas y adolescentes pudieron exigirle al país la paz que anhelaban.

La pedagogía, las ideas que salieron de los encuentros por la paz y las votaciones impulsaron que los mayores de edad crearan el Mandato por la Paz en las elecciones de 1997. Los adultos pedían no reclutar a adolescentes menores de 18 años, no secuestrar, no torturar, no desaparecer y no asesinar. Exigían, igual que los niños, hacer de Colombia un país en paz. Este Mandato, que recibió el apoyo de 10 millones de colombianos, se comprometió a acoger el Mandato de los niños.

Meses después de la votación, tanto de niños y niñas como de los adultos, sucedieron hechos importantes que quedaron en la memoria de los NNA que participaron en este movimiento e impactaron en las decisiones sobre su vida. “Yo nunca me desligué de los temas de paz”, recuerda Dilia Lozano, quien hizo parte del Mandato cuando tenía 11 años.

La votación de casi tres millones de niños, niñas y adolescentes hizo que José Ramos Horta, galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1996, visitara a Colombia con la intención de reunirse con quienes lideraron el Mandato. Por el resultado de esa visita, Ramos decidió postular a los NNA al Nobel del año siguiente. Como lo reseñó el periódico El Tiempo en 1997, “el proceso iniciado en Colombia tiene posibilidades de movilizar a la gente y al mundo y de crear una poderosa fuerza en pro de la paz. La causa que los niños representan no es solo una causa colombiana; es una causa universal”, declaró el ganador del Nobel.

La postulación de Ramos Horta no fue el único impacto. El Mandato por la Paz promovió el retiro de menores de 18 años de las Fuerzas Armadas. La Sentencia C-390 de 1998 de la Corte Constitucional decidió que los adolescentes solo prestaran el servicio militar después de cumplir la mayoría de edad.

Tras el trabajo con organizaciones como UNICEF, Redepaz, Save The Children y Benposta, en 2006 se logró que los NNA fueran reconocidos como sujetos de derechos y de protección especial a través de la Ley 1098. Anteriormente eran considerados propiedad de sus padres; ahora gozan de sus derechos como ciudadanos.

El uso de la palabra por medio del voto democrático ha sido una importante expresión de resistencia que ha transformado la percepción que la sociedad colombiana tenía frente a los niños, niñas y adolescentes. Sin embargo, esta no ha sido la única forma en la que han resistido al conflicto armado: la música se ha convertido en un eje central para expresar lo que sienten y para enviar un mensaje de paz al país.

“Podemos expresarnos libremente a través de la música sin que nadie nos diga lo que debemos decir, lo que está bien o está mal. Incluso las personas que han sufrido el conflicto -porque yo no lo he sufrido- pueden usar la música para expresarse y decir lo que sienten, y sacarse todo eso que los hizo sufrir; y los que nos escuchan podrán saber lo que sentimos”. Esta es la percepción de Camila*, una estudiante de la organización Benposta que ha encontrado en el arte la mejor forma de empoderarse y narrar sus sensaciones y pensamientos a través de la música.

“La tierra siempre me llama. Cuando bailo, me conecto con mis ancestros, me acuerdo de ellos y de lo que han luchado. Me da una emoción que no sé cómo explicar”. Al igual que Sofía*, para otros jóvenes de Benposta la resistencia, por medio del arte, permite que la valentía y la fuerza sean el eje fundamental para cumplir sus sueños, más allá de lo que los demás puedan pensar. Muchos vienen de distintas zonas del país y encuentran en la organización el mejor lugar para transmitir las expresiones de lucha y resistencia desde la cultura de sus pueblos.

En Benposta el arte se ha convertido en una forma de crecimiento personal: la danza y la música representan un trabajo en grupo que requiere de mucha exigencia para formarse como verdaderos artistas. Dado que los integrantes entienden que todos en su grupo deben tener la misma importancia, hay un fuerte componente comunitario, en la medida que se reconocen los valores y talentos de los otros compañeros. Como lo afirman sus integrantes, en cada espectáculo que hacen hay un mensaje de denuncia y esperanza que deja pensando al público sobre la realidad que vivimos y las nuevas formas de asumir la vida.

“En muchas ocasiones, los jóvenes que llegan a Benposta han vivido situaciones de conflicto e incluso han sido subvalorados por su propia familia. Estas percepciones cambian en la medida que están en un escenario y son reconocidos por su propio trabajo”, afirma Pedro Garzón, profesor de Benposta. Para estos artistas, integrar a su estilo de vida el arte y la danza significa descubrir todo su poder y en ocasiones dejar atrás esos recuerdos de cuando fueron rechazados o tuvieron que padecer el conflicto armado.

Carlos* cuenta que cuando vivía en Buenaventura era muy difícil estar en sus ensayos, porque su barrio tenía un grave problema de pandillas. Después de un tiempo, pudo viajar a Bogotá para poder hacer música sin pensar en los riesgos en los que día a día estaba inmerso. Su sueño es poder volver a Buenaventura y unir a su comunidad a través de la música. “Buenaventura es un lugar lleno de folclor, todos llevan la música en sus vidas. La música nos junta a pesar de las peleas; así nos sintamos tristes o felices, es lo único que puede unirnos”, comenta.

“Lo más bonito de la música es que el artista ponga su alma y explore nuevas formas de componer. Los artistas jóvenes crean, nada está escrito ni tampoco es lo que nosotros digamos. Se pone el ritmo, deben desbaratarlo y mirar posibilidades”, afirma el profesor Pedro Garzón.

La propuesta de la organización también ha estado enmarcada en el autogobierno. Los niños, niñas y adolescentes crean sus espacios de participación y son capaces de ejercer su propio liderazgo sin la intervención de un adulto.

Benposta llegó a Colombia hace más de 50 años. El profesor Pedro Garzón entró como niño a la organización hace 44, cuando tan solo tenía 10. Sus padres no contaban con los recursos para que él pudiera estudiar, así que un primo le recomendó que entrara a Benposta. Cuando entró, inició en el circo, la propuesta inicial de la organización. Sin embargo, a los 14 años empezó a enamorarse de la música folclórica de Colombia y la adoptó como parte central de su formación musical. Desde que era un niño, hizo del arte su profesión. Allí también conoció a su esposa, y algunos de sus hijos siguieron el mismo camino. Actualmente es uno de los profesores más reconocidos en la organización.

Pedro Antonio, hijo de Pedro Garzón, decidió seguir el legado de su padre y acoger los ideales de Benposta como su proyecto de vida. “Desde niño he sentido que el arte me ayuda a desahogarme; la música tradicional me impactó bastante. Después de haber pasado por la escuela de arte quise seguir enseñando lo que ya sabía y lo que aprendí en la universidad. En Benposta me convertí en profesor y he ayudado a crecer y a unir más gente desde lo que sé”, comenta Pedro Antonio.

Para los profesores, estas resistencias han logrado mantenerse en el tiempo porque los niños, niñas y adolescentes cuentan su historia de cambio en su familia y comunidad, y a través de un mensaje de paz invitan a otros compañeros a que se sumen a estas iniciativas. “Aunque un niño esté seis meses con nosotros, ya es un niño diferente, ya tiene la marca de su propia seguridad, de pensar y hablar diferente. Ese niño o niña ya no va a tener un adulto que le imponga sus pensamientos. Es una formación para la vida, eso es lo que hace que perdure”, asegura Pedro Garzón.

Para los integrantes de la organización, la verdad es un derecho fundamental para todos los niños, niñas y adolescentes, y no está sometida a la edad de la persona. Todos y todas tienen derecho a conocerla; incluso los que no han vivido el conflicto armado tienen derecho a saber cómo ocurrió. “Siempre hay una mentira y nunca conocemos la verdad. Es importante que nosotros también sepamos lo que ocurrió, porque nos dejan a medias y no pasa nada”, comenta Sofía*.

En muchas ocasiones, las resistencias son más fuertes cuando desde distintas orillas los jóvenes se unen para generar cambios que en el futuro pretenden tener un gran impacto en la sociedad. Un claro ejemplo de colectividad y unidad se da en la localidad Rafael Uribe Uribe, de Bogotá D.C. Esta localidad ha sido reconocida por tener un grupo de colectivos creados por los mismos jóvenes, quienes siguen liderándolos y desarrollándolos autónomamente.

En 2012, la Corporación Vínculos les propuso a los colectivos de Rafael Uribe Uribe crear un tejido juvenil para apoyarse conjuntamente, con el fin de tener un mismo horizonte en la construcción de paz en su localidad. “Cada colectivo se hizo escuchar. Hacemos un horizonte compartido, para que no solamente nuestra localidad haga el cambio en la percepción hacia los jóvenes, sino que todos seamos capaces de quitar esos prejuicios”, afirma Andrea*, integrante de Tejido Juvenil.

Durante los primeros años de la consolidación de Tejido Juvenil, a través del plan de formación desarrollado se trabajaron tres enfoques: pedagogía, investigación y comunicación. Los jóvenes participantes aplicaron sus conocimientos y desarrollaron iniciativas desde el teatro, el muralismo, el antimilitarismo, el género y la convivencia, entre otros.

Los jóvenes del Tejido resisten a través de propuestas alternativas que intentan acabar con la cultura de violencia, discriminación y estigmatización en la que por años han estado sometidos. Muchos relacionan estos procesos con la resiliencia, la capacidad de transformar lo negativo en positivo y actuar con contundencia a través de una resistencia no violenta. “La manera en que resistimos es organizándonos, para transformar esos factores que originaron y mantienen el conflicto, que en ocasiones se basan en la poca aceptación y en la reacción violenta a la opinión del otro”, afirma Juan*.

Mariana* percibe la resistencia como esa voz de transformación para transmitir a su comunidad y familia que hay muchas acciones diferentes que pueden realizarse y que no es una obligación adaptarse a lo que ha querido la sociedad.

Este tipo de resistencias los han impactado tanto individual como colectivamente, permitiéndoles adquirir un sentido crítico frente a sus realidades y generar conciencia de que hay posibilidades de cambio. “Al estar en Tejido, empecé a apropiarme de mi proceso, a tener mi propio consentimiento de lo que quiero adquirir, y aprendí a quitar prejuicios que la sociedad me ha impuesto. Siento que soy una líder y que mi empoderamiento ha mejorado; cada día aprendo más, es un proceso”, asegura Andrea*.

En el caso de Carlos*, el proceso en el Tejido le ha permitido conocer mejor su identidad y entender que los cambios más significativos se dan desde la cotidianidad. “En muchos espacios mi corporalidad sale de lo normativo, incomoda, pero eso hace pensar y reflexionar. Mi proceso me ha llevado a un cambio de mi identidad: soy gay pero desde la heteronormatividad”.

La visibilización de estas resistencias se ha dado por medio de presentaciones artísticas, murales y movilizaciones. Algunos colegios de la localidad se han convertido en otros espacios de socialización: les han abierto las puertas para hacer talleres con los estudiantes y dar a conocer sus iniciativas.

En el núcleo familiar, los líderes y lideresas también generan debate y muestran otras formas de percibir la realidad. “A veces es complicado convivir con la familia, pero es cuestión de aplicar y no solo predicar: creamos espacios para generar diálogo. Con mi mamá hemos trabajado el tema del adultocentrismo y el machismo”, asegura Sebastián*.

Uno de los grandes desafíos que han tenido los colectivos es hacer públicos todos estos espacios de incidencia. Para sus integrantes, el hecho de que se identifiquen las ideas de la organización y las personas que participan en ellas los han puesto en riesgo: han sido blanco de acoso, señalamientos y panfletos amenazantes.

El apoyo de la Corporación Vínculos ha sido fundamental en el proceso de Tejido Juvenil, ya que les dio la oportunidad a los integrantes de conocer las iniciativas y propuestas que han nacido en su misma localidad. “Cuando Vínculos no pueda acompañarnos, debemos seguir realizando acciones conjuntas, para que el apoyo entre colectivos no se pierda”, opina Carlos*.

Para Luis Eduardo Medina, coordinador de comunicaciones de la Corporación Vínculos, el éxito del trabajo de estas organizaciones juveniles se ha basado en la capacidad de los jóvenes de construir un futuro más acorde con sus necesidades y principios. “Este proceso, que lleva nueve años, es casi único. Los y las jóvenes tienen los elementos suficientes para justificar qué es y debe significar ser joven en Colombia. En unos años, ellas y ellos serán los nuevos profesores de universidades, colegios o barrios. Ya está comenzándose a generar una semilla”.

Aunque los niños, niñas y adolescentes han gestionado sus propias resistencias durante el conflicto, en algunos casos los adultos han intervenido con la intención de formarles como líderes y lideresas de sus compañeros. Al mismo tiempo, han buscado espacios para capacitarlos en temas relacionados con las violencias de género, la violencia infantil y los derechos humanos. Los NNA se convierten en replicadores de estos aprendizajes para su comunidad.

Juan es el líder de una comunidad indígena desplazada en el departamento de Chocó. La pérdida de aspectos importantes de la tradición cultural ha vuelto aún más vulnerables a los niños, niñas y adolescentes ante los grupos armados. La Organización Fundación Plan ayudó a Juan a implementar lo que se conoce como juntanzas, espacios para enseñar a los NNA a recuperar sus tradiciones culturales indígenas y a generar espacios protectores. “Los niños no pueden salir de la comunidad sin la autorización de la Guardia Indígena. Es una forma de protegerlos, cuidarlos y darles educación, para que no cojan otros caminos”, afirma Juan.

Para la comunidad indígena que representa Juan, los niños, niñas y adolescentes están en riesgo constante, tanto por el conflicto en la región como porque al estar lejos de su territorio y en contacto permanente con otras comunidades la educación cultural también corre peligro, comenta el líder. La juntanza no solo es una medida de protección para los NNA; junto con la Fundación Plan hacen diversas actividades y talleres para formar en derechos humanos y para orientarlos en la toma de decisiones. Además, estos espacios protectores permiten educar a los adultos en los derechos de los niños, niñas y adolescentes.

Por su parte, Ofelia es una lideresa de la región Pacífico que se ha dedicado al trabajo comunitario desde los 15 años, cuando fue madre adolescente. La Fundación Plan llegó al barrio donde ella vivía para capacitar y formar a los adultos en temas relacionados con la niñez, para que estos, a su vez, replicaran el contenido en niños, niñas y adolescentes a través de juegos. Por ejemplo, decidieron con los NNA organizar un campeonato de fútbol y una velada por la paz y la vida en aquellos lugares que ya podían ser disfrutados, al haber desaparecido el temor de ser asesinados. Estos espacios se han transformado y dignificado, en pro de la unidad juvenil y la vida.

El proceso de la organización se centra en tres momentos: formar a los líderes de las comunidades, realizar actividades con los niños y niñas, y, por último, involucrar a la comunidad en el cuidado de la niñez. “Me siento orgullosa de dar mi granito de arena para construir un mejor barrio y un mejor país. Lo digo porque cuatro niños entre 14 y 15 años dejaron las armas. Todo este trabajo nos ha fortalecido, para resistir en un territorio que vive diariamente con los grupos armados”, afirma Ofelia.

El trabajo que realizan los líderes y lideresas junto con la Fundación Plan ha fortalecido los procesos comunitarios y prevenido la victimización de los niños, niñas y adolescentes. Ellos esperan que este trabajo continúe después de que la organización termine su labor en la región Pacífico. “Nos quedamos con las capacitaciones y talleres, nos queda ser constantes en el trabajo, continuar trabajando por ellos y prepararlos para la vida”, afirma Ofelia.

*Nombres cambiados por cuestiones de seguridad.

En esta compilación de cinco libros digitales se encuentran historias, mensajes de paz, deseos y autorretratos de algunos participantes del Encuentro nacional de niños, niñas y adolescentes que le hablan a la Comisión de la Verdad. Ellas y ellos también plasmaron algunas descripciones de sus territorios: Caquetá, Buenaventura, Bogotá y Buenos Aires, Cauca. Estos libros digitales resumen las experiencias relacionadas con el conflicto armado que niños, niñas y adolescentes han vivido, y con lo que esperan que ocurra en el país. El encuentro fue realizado el 9 y el 10 de mayo de 2019 por la Comisión de la Verdad, junto con la Fundación Plan, OIM, COALICO, UNICEF, Corporación Vínculos, Taller de Vida y la Estrategia Atrapasueños de la Secretaría Distrital de Integración Social de Bogotá, D.C.