Los testigos
La familia de Ana*
Ana* vivía en Tierralta, Córdoba, en una vereda cercana al Río Sinú. Era un hogar de nueve hermanos: siete mujeres y dos varones. Ella recuerda que su familia disfrutaba mucho las navidades y que se reunía siempre a celebrar el año nuevo.
De niña, Ana* disfrutaba bañarse y jugar en el río con sus hermanos y hermanas. Era una niña feliz.
A los 17 años, ella conoció en la finca de su padre a Juan. Un hombre alto, blanco, de ojos marrones y de cabello negro, liso. Aún hoy Ana* lo recuerda como alguien divertido a quien le gustaba compartir mucho con la gente. Amaba jugar fútbol sin importar la posición, desde delantero hasta arquero, en todas jugaba. Su comida favorita era el pescado, pero no sólo eso, a él le gustaba pescar él mismo lo que iba a comer. También le gustaban las carnes del monte: la guartinaja, el manao y el armadillo. “Un hombre humilde”, dice ella.
Juntos conformaron un hogar y dieron a luz a su primera hija, en 1996. Un año más tarde tuvieron a su segunda hija y en el 2000, la tercera.
***
El 22 de mayo de 2001, Faiber, Guillermo, Carlos y una persona más, iban en un ‘Jonson’, una chalupa, por el río Sinú en horas de la mañana. Se trata del hermano, el cuñado y el sobrino de Ana*.
Mientras transitaban, fueron capturados por miembros de la guerrilla de las Farc y fueron trasladados a una escuela indígena cercana al río. Allí permanecieron varias horas. Ya en la tarde los guerrilleros los degollaron uno por uno a orillas del Sinú y sus cuerpos los echaron al agua.
Estos cuatro hombres eran falsamente señalados por los guerrilleros, de ser colaboradores de grupos paramilitares.
***
El 27 de mayo de 2001, cuando Ana* estaba embarazada de su cuarta hija, miembros de la guerrilla llegaron a la casa de ella en Tierralta y se llevaron a su esposo, Juan.
Estos hombres le pedían a Juan que los guiara por la vereda para buscar las casas de otras personas. A punta de amenazas los hombres lograron que el esposo de Ana* los condujera hasta una casa en donde se encontraba Daidimed, Euriel y su esposa, Rudy y Fabián.
Mientras que unos guerrilleros se llevaron a Euriel y a Rudy de regreso a la casa de Ana*, los otros asesinaron a Fabián, Diadimed y a Juan. A los dos primeros los degollaron, mientras que al esposo de Ana* le pegaron un tiro. Los cuerpos los dejaron allí.
Ana* estaba en compañía de Esteban, en su casa, cuando regresaron los hombres armados en compañía de Euriel y Rudy, pero sin su esposo. Recuerda que ella y los tres hombres observaron, a varios metros de su puerta, a los guerrilleros hablar por un lapso de 2 horas. No lograron descifrar qué discutían. Dice que eran más de 100 personas armadas entre hombres, mujeres e indígenas.
Trascurrido ese tiempo, un hombre armado se acercó algunos metros más hacia la casa y dijo “procedan contra ellos”. Fue entonces cuando se entraron varios guerrilleros a la casa y les dijeron que se tiraran al suelo. A los hombres les quitaron las botas, el machete y los amarraron.
No hay que olvidar que las otras tres hijas de Ana* y Juan también estaban en la casa presenciando todo esto. Ella al darse cuenta de lo que sus niñas estaban a punto de ver, se volvió loca, dice. Empezó a gritarles a los armados con todas sus fuerzas que no lo hicieran. Como resultado, un grupo de ocho guerrilleros se llevó a Ana* embarazada y a sus tres hijas lejos de la casa, mientras que otro grupo de hombres se llevó a Euriel, Rudy y Esteban en la otra dirección.
A unos 50 metros de la casa, los guerrilleros asesinaron a los tres hombres. A Ana* y a sus tres hijas, las Farc las retuvo un día y una noche. Luego las volvieron a dejar en su casa y se marcharon.
***
Ella no sabía a quién acudir. Todas las mujeres de su familia estaban en una situación similar y ni su padre podía ayudarla, pues ya se estaba haciendo cargo de la familia que quedó tras el asesinato de Faiber, el hermano de Ana*.
Vivió algunos meses con sus hijas en la casa de su hermana, tiempo en el que completó su embarazo y dió a luz a su cuarta hija. Pasados tres meses, ella decidió conseguir un trabajo. Recurrió a una amiga que le ayudó a encontrar empleo en una finca, a unas dos o tres horas de la casa de su hermana.
La amiga de Ana* le ayudó a cuidar sus hijas durante un año, mientras ella trabajó en aquella finca cocinando para mucha gente. Sólo veía a sus cuatro criaturas cada 15 días. En ese trabajo ella ganaba cincuenta mil pesos al mes. Sabía que era poco pero dice que no importaba mientras alcanzara para el alimento de las niñas. Luego de eso ella consiguió otro trabajo también cocinando y lavando, y logró que le prestaran una casa cerca de su nuevo empleo para vivir con sus hijas. Ahora podía verlas todos los días.
Para ese punto, Ana* se dio cuenta que estaba muy mal emocionalmente. Lidiaba con la pérdida de sus familiares, de su esposo y con una situación económica que describe como un día a día de preocupación por poder ofrecerles una buena vida a las cuatro.
“Yo no conocía felicidad, todo era tristeza en ese momento para mí (...) y yo no quería transmitirle eso a mis hijas, entonces busqué ayuda”, relata ella.
Decidió comunicarle a una entidad que estaba haciéndole seguimiento al caso suyo y de su familia, sobre su situación. Les pidió que le colaboraran para conseguir asistencia psicológica. Fue así como empezó a asistir al psicólogo, al igual que otros miembros de su familia.
Durante 5 meses, ella asistió a terapia y de allí en adelante sintió que podía seguir su proceso para sanar por su cuenta. Dos años después, Ana* conformó un hogar con otra persona, con quien tuvo un hijo, su único hijo varón y continuó criando sus 4 hijas.
Con el paso del tiempo sus hijas se formaron, se casaron y tuvieron sus propios hijos. Ana* ya es abuela de tres niñas y un niño.