Entre dos fuegos

Dormir con los zapatos puestos y una maleta hecha. Dormir debajo de la cama o simplemente no dormir: recorrer de un lado al otro el balcón de la finca cafetera en la que se vive, prender un cigarrillo tras otro y tomar tinto toda la noche. Así se espantaba el miedo en Puerto Saldaña entre los años 1998 y 2000, época en la que los paramilitares se enfrentaron en guerra abierta contra las Farc en este corregimiento del municipio de Rioblanco, al sur de Tolima.

Dice Arancelio Guerrero que fumar le salvó la vida en 1999 cuando los ‘paras’ del Bloque Tolima lo amenazaron a él, y a sus 26 hermanos, por no asistir a las reuniones que ese grupo armado citaba. Cuenta que, despierto a la una o dos de la mañana, sentía cómo los paramilitares se acercaban a su finca para acabar con él y toda su familia, pero que al ver la llama del encendedor prenderse se devolvían, pues se daban cuenta de que él estaba despierto. “Yo no dormía un minuto porque la zozobra me derrotaba el sueño. Para mí, el día y la noche eran lo mismo. Fumando fue como hice para poder contarles el cuento.”

Arancelio Guerrero
Habitante de Herrera

Con una cajetilla de cigarrillos en el bolsillo de la camisa, Arancelio recuerda que fue a finales de marzo del 2000 que tuvo que abandonar el lugar en el que vivió más de 50 años, la vereda Las Palmas del corregimiento de Puerto Saldaña. “Se llegó el día en que como no asistíamos a las reuniones fuimos declarados objetivo militar. Nos tocó salirnos, nos desparpajaron. Esa guerra…” y suspira; porque desde ese momento lo sabía, “uno se va huyéndole a la muerte y la muerte resulta que ahí va a la par”.

Arancelio fue a parar a Los Cristales, vereda de Herrera. A los 11 días, llegaron hombres del Frente 21 de las Farc preguntando por Nilson Guerrero Remisio, su hijo mayor, lo necesitaban de guía para ir a Puerto Saldaña. Era 31 de marzo del 2000, día del inicio de la toma más cruel del sur de Tolima.





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Cuando pasadas las cinco de la mañana los disparos empezaron a sonar, los habitantes entendieron que las amenazas de las Farc se habían hecho realidad, así que unos se quedaron en sus casas debajo de los colchones y otros se fueron a la Iglesia pentecostal. Amontonadas, casi 300 personas sintieron la seguridad de quien se sabe protegido y custodiado. Pero les bastó ver un cilindro bomba atravesar el techo de la Iglesia para entender que en la guerra la salvación está vetada por las armas.

En Colombia, hay pueblos que se reconocen por sus tragedias. Si ese cilindro bomba no hubiese quedado atascado en una nevera sin reventar, hoy sería Puerto Saldaña, y no Bojayá, el pueblo de la masacre en la Iglesia.

Fue la lluvia la que hizo que Jairo Guarnizo se devolviera a su casa sin siquiera terminar de cruzar la puerta. “Y mire que mi Dios no se cansa de librarlo a uno. Yo que me entro y escucho la descarga de balas por donde iba a cruzar”. Ese día, y el siguiente, estuvo encerrado en su casa con Alfonso, un conductor de camión, mientras afuera los helicópteros del Ejército creaban una absurda melodía acompañada de los disparos de guerrilleros, paramilitares y policías.

Los enfrentamientos eran tan fuertes que nadie se atrevía a salir de su casa ni siquiera para buscar comida. “Al segundo día Alfonso dijo ‘yo no aguanto más hambre’, y le cortó dos kilos a un marrano que tenía colgado. Estaba fritando cuando la metrallada del helicóptero cruzó la carrocería del camión, la pared, y le dio en una pata. Solo le dejó un morado”, cuenta Jairo.

Jairo Guarnizo
Habitante de Puerto Saldaña

Mientras unos guerrilleros se quedaron en Puerto Saldaña lanzando disparos y cilindros bomba desde el filo de una montaña, otros se repartieron en las 7 veredas del corregimiento y quemaron las casas de todo aquel que creyeron paramilitar. Había también un grupo encargado de que nadie, aparte de los combatientes heridos, entrara o saliera del pueblo. Puerto Saldaña era, para las Farc, el último lugar del sur del Tolima de donde debían sacar a los paramilitares.

Según el portal VerdadAbierta.com, fueron más de 450 guerrilleros los que se organizaron para hacer la primera toma de Puerto Saldaña. Comandados por ‘Alfonso Cano’ y el ‘Indio Efraín’, quemaron más de 20 casas en la zona rural, lanzaron cilindros bomba en el centro poblado, desplazaron decenas de familias y asesinaron a tres civiles e hirieron a nueve más.

“Esto fue una muerte anunciada”, dice Ancízar Cano, pastor de Puerto Saldaña. Según él, y varios pobladores, las Farc llevaban semanas anunciando que se iban a tomar el corregimiento. Nadie hizo nada. “Si el Estado hubiera puesto mano firme, nunca hubiera pasado lo que pasó”.

Aún hoy, en Puerto Saldaña, quedan vestigios del abandono causado por la guerra.

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Nilson Guerrero Remisio conocía bien el Puerto, por eso no le extrañó que llegaran a buscarlo como guía. Tenía 24 años y nunca había cargado un fusil, pero eso no fue suficiente para salvarlo. Cuando empezaron los enfrentamientos fue uno de los primeros en morir. A él, y a seis personas más, las enterraron en una fosa común cerca al cementerio de Puerto Saldaña. Sus padres, Oneida Remisio y Arancelio Guerrero, sembraron sobre esa fosa un árbol de flores blancas y moradas, así sabrían en qué lugar llorar a su hijo.

Sí, Arancelio Guerrero se fue de Puerto Saldaña huyéndole a la muerte y resulta que ella fue ahí a la par.

A Oneida Remisio y Arancelio Guerrero les entregaron los restos de su hijo, Nilson, en octubre de 2017. Después de 17 años, pudieron darle sepultura en el cementerio de Herrera.

Las flores blancas y moradas fueron, el 22 de septiembre de 2016, la clave para que Arancelio y Oneida ayudaran a la Fiscalía a ubicar los restos de las 7 personas enterradas. Ese día, después de muchos años, vieron de nuevo a alias ‘Terraspo’ o ‘El Cirujano’, comandante del Bloque Tolima recordado por ser el más sanguinario de los paramilitares de la región.

De ‘El Cirujano’ se dicen muchas cosas. Que descuartizaba a las personas vivas para después lanzarlas al río Saldaña, que se creía un dios en la tierra dando órdenes a todo el mundo, que “era el único que tenía esa mente y ese corazón malvado para hacer lo que hacía”, como cuenta Egidio Yaguara, presidente de la Junta de Acción Comunal de Puerto Saldaña.

Todos en este corregimiento sabían quién era ‘El Cirujano’ y por qué le temían. En entrevista con El Tiempo, él mismo afirmó que cortaba en pedazos a todo el que oliera a comunista. Desde el 98 hasta el 2000, era él quien imponía el terror y el silencio. Dice Arancelio que al final por Puerto Saldaña ya no se atrevía a pasar ni un brujo.

El paso del puerto a Herrera era el paso de la muerte. El primero, era el hogar de los paramilitares; el segundo, de los guerrilleros. La estigmatización para los civiles tuvo consecuencias tremendas. Bastaba con ser de Herrera para ser tildado de guerrillero y asesinado por los paramilitares a la entrada de Puerto Saldaña. Y viceversa, haber nacido en Puerto Saldaña era una sentencia de muerte si, intentando entrar a Herrera, se encontraban con un guerrillero.

Arancelio Guerrero
Habitante de Herrera

Era un cerco en el que las autoridades no tenían mucho control. De Herrera, la Policía se fue en 1995 después de una toma de las Farc y no volvió sino hasta el 2016. En Puerto Saldaña, los habitantes hablan de una posible complicidad entre ‘paras’ y policías.

“Aquí llegaba una persona y la Policía la metía al calabozo. Al rato, o al otro día, se lo entregaba a los paramilitares para que lo fueran a matar”, dice Jairo. Pero no es el único. Ancizar cuenta que la primera reunión que hizo ‘El Cirujano’ la hizo en el polideportivo, a cinco pasos de donde está el puesto de Policía. “Eso da a entender que había un nexo”, concluye.

El control de los paramilitares en este corregimiento era total. Las requisas eran frecuentes, los retenes aún más. Si algún día un foráneo llegaba buscando trabajo, lo que encontraba era la muerte; si un comerciante quería sacar alimentos, tenía que demostrar que no se los iba a llevar a las Farc. Jairo dice que “el mismo Estado permitía todo eso, porque la Policía sabía y no hacía nada para evitar que mataran a una persona”.

De los pocos paramilitares del Bloque Tolima que se desmovilizaron en Justicia y Paz, ninguno aportó información relevante sobre la participación de la fuerza pública. Solo confesaron algunos de sus propios crímenes. Hasta el momento ningún policía o militar ha sido condenado por alianzas con paramilitares en Puerto Saldaña. En todo caso, aquí siguen creyendo que el Estado falló no solo por omisión, sino también por acción.

“El papel de la Policía era el mismo que el de los ‘paras’, porque ellos los amparaban. Luego entró el ejército a combatir con la guerrilla y entonces los ‘paras’, el Ejército y la Policía eran lo mismo. Los únicos contrarios para ellos eran la guerrilla. Pero ellos, entre ellos, no se pisaban la manguera.”

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Puerto Saldaña después de la toma. Fuente: Puerto Saldaña: víctima inocente de las Farc - Oficina de Derechos Humanos, Quinta División

Creyendo que lo peor había pasado, fueron muchos los que decidieron quedarse en Puerto Saldaña después de 32 horas horror. Otros, que estaban fuera del corregimiento, al volver encontraron un lugar que no reconocían.

“Imagínese el miedo, la zozobra, gente que no aguantaba nada en la cabeza, ni una bulla más. Miedo, era la consigna, miedo total”, así describe Ancízar lo que vio al volver a Puerto Saldaña el 2 de abril del año 2000. Estaba en el casco urbano de Rioblanco cuando se enteró de que su familia había quedado atrapada entre dos fuegos. Al intentar retornar, ‘El Indio Efraín’ estaba a la entrada del Puerto dado permiso de seguir o no. Lo tuvo retenido horas antes de dejarlo volver a su pueblo.

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Ancizar Torres
Habitante de Puerto Saldaña

A pesar de todo el dolor y los daños, esta fue una toma fallida para las Farc: no habían logrado sacar a todos los paramilitares de Puerto Saldaña. Para el 3 de abril, el Ejército ya tenía control del territorio, pero esto no duró mucho. Cinco días después, salieron del corregimiento acompañados de los 15 policías que sobrevivieron. No quedó nadie para proteger a la población.

Así como de Herrera la Polícia se fue en el 95 y no regresó sino más de 15 años después, a Puerto Saldaña tardó exactamente 20 años en regresar después de este día.

Aprovechando el abandono institucional, la guerrilla se ubicó a la entrada de Puerto Saldaña impidiendo el paso de alimentos. Todas las veredas que seguían desde ese punto, y el corregimiento de Herrera, quedaron sin provisiones. El diario El Nuevo Día de Ibagué, hablaba de más de 10.000 personas afectadas.

Entonces, la guerrilla decidió planear una retoma. Cuenta Ancízar que “el 12 de abril la guerrilla mandó un comunicado diciendo que el que estuviera a una hora de Puerto Saldaña era objetivo militar y se moría”. Empezó un nuevo desplazamiento.

Según el portal VerdadAbierta.com, las nuevas órdenes de ‘Cano’ y ‘El Indio’ eran “atacar de forma indiscriminada a los pobladores de las veredas, porque supuestamente eran auxiliadores de los ‘paras’”. Y lo cumplieron.

Entre el 25 y 28 de abril, las Farc masacraron familias enteras en las veredas de Puerto Saldaña. A Arnoldo Garzón Gavela lo sacaron de su casa en la finca Los Alpes y lo asesinaron. Después, ‘El Indio Efraín’ le dio la orden a alias ‘Jairo’, guerrillero desmovilizado dentro del proceso de Justicia y Paz, de que asesinara al resto de la familia.

En una de sus versiones libres, ‘Jairo’ dijo que fue difícil recibir la orden porque en esa familia había menores de edad, entre ellos, Yesica Garzón, de siete años y Jan Carlos Garzón, de cuatro. En total, fueron asesinadas seis personas en Los Alpes.

El 28 de abril empezaron nuevos enfrentamientos entre guerrilleros, paramilitares y Ejército en Puerto Saldaña. Esta vez, se extendieron por 3 días. Egidio se encontraba en su casa, a pesar de las advertencias. “Don Egidio, ¿y usted qué va a hacer?, ¿nos vamos? Yo ya me voy”, era lo que escuchaba constantemente. Quedarse le costó vivir lo que él describe como una película de terror.

Egidio Yaguara
Presidente de la Junta de Acción Comunal de Puerto Saldaña

Con la segunda toma, la guerrilla logró desplazar por completo el centro poblado del corregimiento de Puerto Saldaña. Egidio, Ancízar, Jairo, todos se fueron. No quedó ni un alma.

Los que pasaban ocasionalmente después del primero de mayo “veían dizque unos perros grandes, negros, que se paseaban por las calles. Pero no eran perros, eran espíritus que llegaban”, cuenta Egidio.

El Nuevo Día informó el 8 de mayo que Puerto Saldaña se encontraba sin servicio médico porque los médicos y enfermeras se habían ido. Tampoco había energía eléctrica, los teléfonos estaban en reparación y el colegio y la escuela fueron destruidos. 300 desplazados llegaron al corregimiento de Puerto Saldaña, 600 más al casco urbano de Rioblanco, otros 350 se fueron para Chaparral y 80 a San Antonio. En total, se hablaba de más de 1.330 desplazados y 24 muertos.

Ancízar cree que fueron 32 las personas asesinadas. Durante un tiempo, anduvo con los nombres anotados en un papel, hasta que sintió que era muy peligroso tenerlos.

Casi tres meses después, a finales de junio del 2000, la guerrilla le dio permiso a algunos habitantes de retornar. Les ordenaron ubicarse de la cancha de fútbol hacia abajo, en donde los patios de las casas dan hacia el río. Nadie podía estar cerca del puesto de Policía. Para esa época, las autoridades del departamento contaban 2600 desplazados en Rioblanco luego de los ataques registrados en abril.

Desde 1998, El Nuevo Día advertía constantemente de la situación en el sur del Tolima. Publicaba las amenazas, las historias de los habitantes, versiones de guerrilleros y paramilitares, viajaba a Rioblanco para recolectar testimonios. Nadie escuchó. El Ejército decía que tenía todo bajo control, incluso, llegó a insinuar que la redacción del periódico exageraba la situación. Cuando, al final, las advertencias se hicieron realidad, no hubo culpas adquiridas.

Del pueblo fantasma en el que se convirtió Puerto Saldaña aún quedan vestigios. Pasó de ser un corregimiento de 300 familias a uno de 90. Las grietas en las casas dejan ver la fuerza de los cilindros, de las balas y del fuego. En cada calle se ven casas totalmente abandonadas, sin puertas, sin techos, sin una sola alma.

El comercio que había antes de la toma quedó reducido a menos de la mitad. El pueblo que Ancízar llamaba “una despensa agrícola” ahora cultiva muy poco aguacate, pues en tanto tiempo de abandono una plaga encontró la forma de quedarse.

Queda “un pueblo muy pasivo porque ya deberíamos haber demandado al Estado”, como dice Egidio. Pero también queda un pueblo que se reconstruye, que ya no vive entre dos fuegos porque no queda ninguno.