A comienzos del siglo XX, al lado de las montañas en el norte del municipio de Colón, al límite entre Cauca y Nariño, se encontraban Las Minas, un pueblo cultivador de café y que comparte tradiciones culturales con Ecuador. Las constantes lluvias hicieron que fuera imposible establecerse por los deslizamientos que arrastraban las casas hechas de tapia pisada y gránulo. “Al pueblo le decían Pueblo Viejo, porque eran unas casas a la moda antigua”, cuenta Ramiro Muñoz, habitante histórico del corregimiento.
El cura Abraham Muñoz, familiar de Ramiro, lideró el traslado hacia el norte del municipio. Sus habitantes lo llamaron entonces Villanueva. “Yo nací aquí, me he criado aquí y mi impresión es morir aquí en mi pueblo”, dice con orgullo Muñoz sobre su corregimiento que cuenta con un conflicto vigente desde la época de la Violencia.
Rodeado por cerros y nacimientos de agua, los campesinos vivieron un conflicto degradado. El miedo y la estigmatización influenciaron el imaginario colectivo de las personas y la manera en cómo los enfrentan. Ramiro Muñoz, quien ha trabajado en cargos comunitarios y públicos recuerda cuando afrontaba a los grupos armados que atravesaban la región: “Y si por defender mi pueblo me toca morirme, pues mátenme, pero donde me vea la gente”.
El corregimiento hace parte del municipio de Colón, donde se destacan los cerros El Pulpito, El Veneno y San Cristobal, todos abastecedores de agua para el acueducto. Su población es de 7.764 personas, según el último Censo Nacional del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) y su índice de personas con Necesidades Básicas Insatisfechas es del 12,98 %.
Reunidos en la biblioteca pública que lleva el nombre de Abraham Muñoz, los habitantes de Villanueva, en su mayoría víctimas del conflicto, dialogan sobre la importancia de la construcción de memoria histórica y el rescate de las prácticas culturales como tejer sombreros de paja de toquilla.
Por Colón han pasado todos los grupos armados. En la década de los 80, las FARC-EP llegó al departamento de Nariño y se consolidó con los frentes 28 y 8, época en la que pactaron con la guerrilla del ELN mientras se consolidaba el negocio del narcotráfico. Las guerrillas en la siguiente década expandieron dominio sobre distintas zonas del litoral pacifico.
De forma paralela a la expansión del narcotráfico en Nariño, las AUC incursionaron en 2001 y violentaron a las comunidades desde Tumaco hacia el interior del departamento con el Frente Libertadores del Sur del Bloque Central Bolívar. “Aquí un día nos secuestraba la guerrilla y al otro día los paramilitares” recordó un habitante de Villanueva.
Los hombres de Libertadores del Sur usaron Villanueva como base paramilitar por varios meses en 2001. La comunidad campesina fue obligada a seguir las órdenes de los armados y vivir con el constante miedo de ser violentados, asesinados o desaparecidos.
“Los ‘paras’ se hospedaron en donde ahora es la cancha sintética. Yo bajaba y veía a esa gente alistando balines, machetes, picas… de todo. Uno sabía que lo iban a matar”, recordó. Colón significó por muchos años, el municipio que hospedó a los paramilitares y que generó por parte de estos el estigma de ser colaboradores de la guerrilla, ya que años atrás las FARC y el ELN habían llegado al territorio. Aun más sufrían aquellos líderes que pertenecían a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC.
Durante los siguientes años, los distintos grupos armados se disputaron la zona para asegurar el control del territorio y las rutas de movilidad hacia el Ecuador. Hasta que, en 2005 el Bloque Central se desmovilizó. Sin embargo, la población de los cuatro corregimientos siguió siendo violentada con el surgimiento de múltiples bandas criminales como Los Rastrojos y el Clan del Golfo.
Entre 2007 y 2009, posterior a la dejación de armas del Frente Libertadores del Sur, se presentaron varios enfrentamientos entre las guerrillas y los grupos heredados del paramilitarismo por el control del narcotráfico. Paralelo se presentó una ofensiva de la fuerza pública contra las FARC por todo el departamento.
La comunidad campesina quedó en la mitad. El 25 de junio de 2011 fueron asesinadas ocho personas y cuatro quedaron heridas mientras compartían en un bar en Colón-Génova. Los habitantes aseguraron que fue una masacre perpetrada por Los Rastrojos, aunque 10 años después poco se ha develado de este crimen.
En medio del miedo por la presencia de los nuevos grupos armados en el territorio llegó la minería. El 17 de junio de ese mismo año, se realizó el Primer Foro sobre Minería y Agua, en el que participaron las comunidades, entidades locales y regionales. En este evento, como lo reseña el Cinep, los campesinos denunciaron las presiones para aceptar los proyectos extractivos en el municipio.
“Fue difícil tener a los paramilitares, después a la guerrilla y ahora lo mismo. Amenazas por defender los cerros, la vida y el agua. Todo por política, pero aquí estamos” afirmó uno de los líderes campesinos presentes en los diálogos para la construcción del Acuerdo.
La multinacional es la de mayor presencia, con 15 solicitudes de títulos mineros, en el departamento de Nariño. De acuerdo con la información del Catastro Nacional Minero, la minera está enfocada en la extracción de metales preciosos como oro, cobre, plata y bronce. Según el Comité de Integración del Macizo Colombiano (CIMA), los colonenses no han permitido la entrada de la gran minería al territorio. Sin embargo, como lo anunciaron varios de los habitantes de la región ha parecido la minería artesanal de barequeo para la explotación de oro.
Mientras la comunidad inicia un proceso de Acuerdos para la Convivencia y el Buen Vivir se enfrenta al paso de grupos armados. Colón se constituye como un lugar estratégico por ser un corredor de transporte y tener una ubicación importante en la cordillera nariñense. La Defensoría del Pueblo ha emitido dos Alertas Tempranas entre el 2019 y 2020, en la que anuncia la movilidad de armados en el territorio.
“Nosotros ya no vemos al ‘para’ en el pueblo, por esa parte hemos estado tranquilos. Pero por aquí si pasan”.
Ramiro Muñoz ha sido policía, líder comunal, concejal y alcalde de su pueblo. Hereda una responsabilidad de sus familiares fundadores. El conflicto armado afectó las identidades y bases sociales de su población, pero él está dispuesto a cambiar la historia. Aunque primero es necesario recordarla.
La presencia histórica de los diferentes grupos armados dejó secuelas marcadas en sus habitantes que hoy las buscan sanar. “En carnavales, los niños jugaban a ser paramilitares y guerrilla”, comenta Edwin Realpe cuando veía a los hijos de sus vecinos corriendo con armas de juguete en las manos. La violencia se normalizó, pues permeó no sólo la cultura de los adultos, sino también la de los niños, niñas y jóvenes.
El miedo a denunciar condicionó por años a las personas víctimas del conflicto de Villanueva, muchas prefieren no hablar aún sobre lo sucedido. Para Realpe lo que “...ha faltado es que haya una catarsis colectiva. La gente no ha logrado tener ese espacio de sanación”. Los Acuerdos de Convivencia y Buen Vivir buscan encontrar procesos de diálogo y memoria histórica con sus habitantes.
Villanueva vivió sus años más duros durante la toma paramilitar a comienzos de siglo. Sin embargo, sus pobladores que siempre han estado ahí, decidieron quedarse y no entregar el territorio, aunque eso signifique convivir con la violencia. Por su lado, Ramiro Muñoz recuerda cuando enfrentaba a los grupos armados en su época de presidente de la Junta de Acción Comunal: “Aquí los que mandan no son ustedes, aquí manda el pueblo”.
Primero desde la inspección de la Policía, después como alcalde de Colón-Génova y por último la Junta de Acción Comunal, Muñoz ha desempeñado una labor desde la construcción de las bases sociales. Desde varios cargos a diferentes grupos armados le ha hecho frente. Hoy solo espera que sus vecinos recuerden la historia de lo que allí pasó, con el fiel propósito de que no vuelva a suceder. La Alcaldía de Colón-Génova actualmente hace parte del grupo motor que representa las bases sociales del corregimiento.
Las mujeres, al ver cómo se normalizaba la violencia y los números de homicidios aumentaron, fueron las primeras en enfrentar lo que estaba pasando. Un habitante del corregimiento lo recuerda: “Las mujeres hicieron el frente, se bajaron de la volqueta y les dijeron: aquí mataron a un hijo de este pueblo y no pasó nada... No más”, cuenta un habitante del corregimiento.
“Acá hay muchos hijos de paramilitares que dejaron”, cuenta Ramiro Muñoz al ver como la estigmatización no permitió que los crímenes fueran siquiera denunciados. La población fue revictimizada al ser llamados como colaboradores de los ‘paras’. En los corregimientos vecinos corría la voz de que los paramilitares vivían en el pueblo. Muñoz por su lado dice que, a pesar de todo, “aquí se le perdió fue el miedo a los paramilitares”.
La estigmatización fracturó el tejido social de Villanueva que se ha construido por años. En algún tiempo, las personas cambiaban el origen de su procedencia con tal de que fueran bien recibidos en otros lugares. Pero con el tiempo, la población sigue dignificándose por medio del café y la agricultura familiar.
Realpe y Muñoz están de acuerdo en que para superar lo ocurrido es necesaria la verdad. Por eso desde el grupo motores han estado trabajando en conjunto para la construcción del Acuerdo de Convivencia, que les permita sanar las heridas por medio de la memoria histórica, así como dignificar su pueblo y comunidades vecinas.
Uno de los participantes que estaban reunidos, en un pequeño salón del municipio, dialogando sobre el Acuerdo reflexiono: “Nos ha enseñado a tener memoria y la memoria hace a la gente, y hace a las comunidades. Nosotros no somos de hoy, nosotros somos seres históricos. A nosotros nos hace la memoria, y sin la memoria no somos nadie”.
La comunidad campesina de Colón ha trabajado para superar el conflicto y disminuir las brechas generacionales para continuar con las actividades agrícolas en el territorio. También, le han apostado a incluir a los jóvenes y a las mujeres en los espacios de construcción del municipio. El Acuerdo para la Convivencia y el Buen Vivir no podía ser la excepción.
En 2019, la Comisión de la Verdad llegó a Villanueva a proponerles un acuerdo sobre los conflictos que evidenciaban en la comunidad, fue así qué Ramiro y otros líderes aceptaron iniciar el proceso de alistamiento para la creación del Acuerdo de Convivencia. “Lo que más se quiere es tener sentido de pertenencia y que seamos solidarios”, afirmó Ramiro Muñoz, al recordar que necesitan conocer qué pasó durante el conflicto, cómo los cambió a niveles personales y comunitarios. Como una forma de apropiarse del territorio y solucionar las situaciones que se derivaron de la presencia de grupos armados en la región.
Durante varios meses antes de la llegada de la pandemia por el COVID-19, se realizaron varios encuentros a finales de 2019 y comienzos de 2020. La comunidad de Villanueva representada en 180 personas, aproximadamente, participaron en varias sesiones en un lugar importante para los habitantes del corregimiento como lo es la Institución Educativa Nuestra Señora del Rosario.
Durante las sesiones de trabajo que se dividieron en cinco grupos focales que estuvieron integrados por los estudiantes de sexto a once, adultos mayores, víctimas del conflicto y organizaciones sociales como la y , se pudo realizar una exploración de cómo los distintos actores perciben el territorio, los conflicto y los retos que tienen como comunidad.
De esta etapa se determinó la viabilidad de continuar el proceso enfocado en las formas como se ha asumido el reconocimiento de lo que pasó durante el conflicto y sus consecuencias. Además, el papel de las instituciones y la Policía en la construcción del territorio y el rol que desempeñan los habitantes frente a problemas como la drogadicción, la resolución de conflictos cotidianos y las afectaciones medioambientales por la llegada de la minería.
Para ello fue necesario un trabajo de ocho meses, donde el trabajó para fortalecer vínculos de confianza y espacios de compromiso para la construcción del Acuerdo. Al cierre de este especial se encuentran en la etapa de profundización del diálogo y la concertación.
Mientras se desarrollan los últimos encuentros de profundización para el Acuerdo, la comunidad reflexiona sobre la importancia de incluir activamente a más jóvenes y más mujeres durante el proceso. Teniendo presente que son actores fundamentales para el mantenimiento de los Acuerdos y más en una región donde la mujeres y los jóvenes fueron gravemente estigmatizados a raíz del conflicto armado.
“Aquí por ejemplo faltan mujeres y eso es muy importante. Aquí hacen falta los jóvenes. Aquí hay una negación de la juventud y de la mujer. Necesitamos que existan espacios y reconocernos como sujetos”.