Pese a los riesgos y retos que desafían actualmente al liderazgo social en Colombia, hay quienes continúan resistiendo y luchando por la reivindicación de los derechos de las víctimas. Personas que se convirtieron en líderes y lideresas cuando la violencia les tocó, para intentar reparar lo irreparable, para enseñar a los demás que es posible seguir adelante.
Mientras Eduardo García lidera la Asociación Agrícola de Desplazados de San Rafael, en los Montes de María, Obeida Padilla ayuda a otras personas a buscar a familiares víctimas de desaparición forzada en Apartadó, Antioquia. Al mismo tiempo, Orbilio Maya aporta a la construcción de la memoria de las víctimas en el departamento de Risaralda y Fidelina Sarabia crea espacios de diálogo para sanar las heridas de las víctimas en la isla de San Andrés.
Así como ellos, cientos de personas que integran las Mesas Nacional y Departamentales de Víctimas tienen algo en común: lo que les tocó vivir los llevó a liderar procesos para ayudar a las demás víctimas a salir adelante. A lo largo de los Espacios de Escucha realizados en el país por la Comisión de la Verdad, los delegados de las mesas concluyeron que ayudar a otros a resistir les impulsa a ellos mismos a seguir con su liderazgo. Han convertido su dolor personal en una resistencia colectiva.
Obeida Padilla recuerda con tristeza las circunstancias que la hicieron llegar al municipio de Apartadó, Antioquia. Su madre, Amalia Gómez Fuentes, fue desaparecida en 1996 en Urabá, justo en los límites entre Antioquia y Chocó. Un año después, también desaparecieron a su pareja. Dice que llegó con las manos vacías y llena de miedo. Además, cuando quiso denunciar la desaparición de su madre, los grupos armados se enteraron de sus intenciones.
"Con ello me llegó un actor armado a abordarme y a decirme: "Negrita si la siguen buscando mucho, pues también te vas a perder tú". Entonces a seguir corriendo y a seguir huyendo", recordó.
Tiempo después se fue a vivir a Saiza, Córdoba, pero de allí también fue desplazada. Se sintió obligada a radicarse definitivamente en Apartadó, capital de la subregión de Urabá. Empezó a asistir a las Juntas de Acción Comunal y después de varias reuniones, vio lo que le había ocurrido como una oportunidad para dignificar a las víctimas del conflicto armado.
En el 2015 la invitaron a participar en una organización de víctimas en Urabá y de ahí dio el paso a la Mesa Municipal de Víctimas de Apartadó y más adelante a la Mesa Departamental de Víctimas de Antioquia.
Obeida explica que en Colombia nadie escoge ser víctima del conflicto armado. Y como sucedió en su caso, la desdicha irrumpió también en muchos hogares, cambiándoles la vida para siempre. De su dolor tomó fuerzas para resistir, con una energía permanente que se alimenta de poder ayudar a las demás víctimas a encontrar a sus familiares desaparecidos.
"Es muy triste que en mi familia falten tres personas, que hayan sido desaparecidas. Es muy triste y muy doloroso no tener hoy a mi madre, pero también me pongo a pensar que, si esto tuvo que pasar para que yo pudiera ser la voz de esas personas que no han podido hacerlo, me siento bendecida", aseguró.
En Colosó, Sucre, municipio ubicado en la subregión de los Montes de María, una de las más golpeadas por la guerra, resiste Eliécer Sierra, integrante de la Mesa Municipal y Departamental de Víctimas.
El 21 de enero de 2001, a las 7 de la noche, siete hombres armados irrumpieron en su casa. El miedo y la zozobra aparecieron cuando escuchó la frase que cambiaría su vida por completo: “Este es marica, hay que matarlo”.
Los insultos, golpes y quejidos podían escucharse por las calles del barrio, pero el silencio se apoderó del lugar cuando sonaron los disparos. Eliécer recibió varios proyectiles de bala en la espalda y en el rostro, que le dejaron secuelas en la lengua y en la parte superior e inferior del maxilar izquierdo.
"Desde ese momento yo pensé que no iba a vivir, no iba a contar esta historia nunca. Dejé de vivir en esa casa humilde, de pueblo, al lado de mi familia, para desplazarme a un lugar donde tuve que ver muchas cosas, malas caras, malos gestos… días muy tristes, muy grises", comentó Eliecer.
Según el informe 'Resistimos callando, re-existimos gritando'entregado a la Comisión de la Verdad por la organización Caribe Afirmativo, en compañía de Casa Diversa de la Comuna 8 de Medellín, el Colectivo LGBTI Crisálida de San Rafael y el Colectivo LGBT de El Carmen de Bolívar, los grupos armados "buscaban imponer un orden moral y social excluyente para obtener sus fines estratégicos en el marco del conflicto". Hasta mayo de 2020, 4.971 personas LGBTI+ han sido víctimas del conflicto armado, según la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas de Colombia.
"Lo que me sucedió me sirvió para empoderarme de mi lucha hoy en día. Eso me dio fuerzas para ser quien soy en estos momentos y para aportar un granito de arena de esta paz que Colombia necesita". Actualmente, Eliécer hace parte de la Mesa Municipal y Departamental de Víctimas y lleva más de cuatro años como activista social, intentando visibilizar la violencia que sufre la comunidad LGBTI+ en los Montes de María.
Además de luchar por los derechos de su comunidad, su hija es otra de las razones para seguir resistiendo. Sueña con que algún día ella lo vea como el padre que le apuesta a la paz y al desarrollo de Colombia.
En la isla de San Andrés, las víctimas denuncian el abandono estatal y el olvido al que se enfrentan. Dicen que la atención psicosocial es insuficiente, que los profesionales del Papsivi no saben cómo abordar a las víctimas de la guerra. Según el Registro Único de Víctimas, hasta junio de 2021, en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina hay 487 víctimas, la mayoría de ellas desplazadas de otros territorios del país, como Fidelina Rosa, quien tuvo que huir de su pueblo en el departamento del Magdalena para salvaguardar a su familia.
Antes de llegar a la isla, Fidelina curó las heridas de bala de un muchacho que pertenecía a un grupo armado en el Magdalena. Tiempo después, y luego de resistir las constantes intimidaciones y agresiones de ese actor armado, a ese muchacho le ordenaron asesinarla: "Me avisó un lunes: "El sábado vengo por ti porque tengo que llevarle tu cabeza a mi jefe. Esto me puede costar mi vida pero no soy capaz de acabar con la tuya porque tu no me has hecho nada". Me dijo que me fuera de Colombia, o a algún lugar sin fronteras terrestres".
Fidelina tuvo que vender su casa, su tierra y su ganado en dos días. Con ayuda del muchacho pudo conseguir un comprador: el alcalde del pueblo, quien, según Fidelina, resultó ser un testaferro del grupo armado. Dejó a sus hijos al cuidado de su hermana en Barranquilla y compró tiquetes para San Andrés.
Desde hace nueve años lidera procesos con las víctimas en el archipiélago. Se reúne con ellas para hablar de lo que les pasó, creando espacios para que hagan catarsis y sanen sus heridas: "No quiero que mis compañeros vivan lo mismo, yo trato de ayudarles a cicatrizar ciertas cosas, hasta donde me permitan. De todo lo malo siempre hay algo bueno. Y no es que a mi me haya gustado lo que me ha pasado. Pero nos pasó y listo. Pa'lante".
Actualmente Fidelina integra la Mesa de Víctimas del archipiélago donde las ayuda y capacita en sus procesos de reparación. Además hace un llamado a toda Colombia para que vean la otra realidad de San Andrés, que más allá de ser un destino paradisíaco, es un territorio donde existen necesidades que se han venido agudizando con la pandemia y desastres naturales.
Ángela Morales también fue afectada por el conflicto armado y actualmente acompaña y capacita a las víctimas en el departamento de Santander para reclamar los territorios que alguna vez les quitaron.
Era una mujer de ciudad hasta que bandas criminales la desplazaron a ella y a su familia de Medellín, Antioquia. Junto a su esposo llevaba 4 años trabajando en su microempresa, hasta que un día, por miedo a la inseguridad que se agudizaba a diario, accedieron a pagarle a estos grupos que ofrecían hacer vigilancia en los barrios.
Con el tiempo fueron incrementando las cuotas por sus “servicios” y quienes se negaron a pagar recibieron amenazas. Ángela no fue la excepción. Una vez irrumpieron en su casa en el barrio Robledo, al noroccidente de Medellín, robaron su auto y la mercancía de su negocio. Uno de sus amigos, también comerciante, fue asesinado después de denunciar a estos grupos ante las autoridades.
Intentaron mudarse a otros sectores, vivir fuera de Robledo, pero las bandas lograron localizarlos. Un día la amenaza directa llegó a su esposo, que si no se marchaban de Antioquia acabarían con la vida de él y la de su familia.
En el 2016, Ángela, su esposo y sus dos hijos pequeños se fueron a Lebrija, en Santander, buscando empezar de nuevo. Cuatro años más tarde se mudaron a una finca en el municipio de El Playón, en el mismo departamento. Llegaron allí para vivir con su suegra, quien también fue desplazada por grupos armados a finales de los años 90: "Hasta hace poco mi suegra pudo cumplir su sueño de recuperar su tierra. Muchas veces decía: "Me voy a morir y no me van a devolver lo que es mío". Gracias a Dios tenemos donde vivir, y desde aquí también ayudamos a las demás víctimas a recuperar lo que un día les quitaron".
Ángela empezó a conocer y amar el campo. En julio de 2021, ella y su familia iniciaron un emprendimiento de cultivo de cacao llamado "El Quinal: restituyendo sabores". Actualmente, hace parte de la Mesa Municipal de Víctimas de Lebrija y de la Mesa Departamental de Santander, donde acompaña y capacita a las personas que desconocen el proceso de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, creada en el año 2011 para dictar medidas de atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno.
"Hay víctimas en diferentes municipios que no saben nada, ni leer, ni escribir. No tienen conocimiento de sus derechos, de qué hacen las instituciones, entonces así como nosotros pudimos salir adelante, le vamos enseñando a los demás que también lo pueden hacer", concluyó
En Colombia, gran parte de las víctimas del conflicto armado viven en zonas rurales donde no cuentan con servicios básicos como electricidad, agua potable o internet, tampoco tienen fácil acceso a la educación. Es por esto, que una de las labores inherentes al liderazgo social es ayudar a las comunidades a superar las barreras de la era digital y socializar con ellas las leyes y normas que les competen para exigir sus derechos.
Eduardo García, integrante de la Mesa Municipal de Víctimas de Ovejas, en el corazón de los Montes de María, reconoce que su liderazgo social se fortaleció cuando ingresó a la Mesa, pues allí aprende y se capacita para llevar información a la comunidad y ayudarla a salir adelante: "Esas personas que viven en el monte, en sus ranchos, que no tienen internet ni luz, son los que más necesitan, pero no tienen acceso a la información ni a las convocatorias. Creé un grupo de Whatsapp en San Rafael, y por ese medio se mandan convocatorias, oportunidades para los jóvenes rurales, para siembra, y ese grupo se maneja a diario".
Durante el Espacio de Escucha privado realizado en Bogotá el 6 de julio, Elsy Miranda, delegada de la Mesa Departamental de Víctimas de Vaupés, tomó la palabra para recalcar que una de las formas de afrontar lo que han vivido, es por medio de los procesos de liderazgo y exigiendo el cumplimiento de los derechos de las demás víctimas.
Señaló que otra de las labores importantes de los líderes es la de capacitar a las víctimas que no pertenecen a las mesas sobre lo que están haciendo y hacia dónde se dirigen.
–Porque muchas veces ellos desconocen completamente lo que hacen las instituciones y lo que hacemos nosotros. Pero somos nosotros los responsables de llegar a ellos y que conozcan qué es lo que nosotros realizamos.
Sobrevivir al conflicto armado es en sí mismo un acto de resistencia, así como lo han hecho las más de nueve millones de víctimas de la violencia. Esta investigación hace un reconocimiento a todas ellas y en especial a los líderes y lideresas de las mesas departamentales de víctimas que relataron sus vivencias y experiencias de resistencia en los Espacios de Escucha.
Esta investigación conoció dos experiencias de resistencia que han hecho integrantes de las mesas de víctimas para construir memoria e intentar aliviar el dolor que el conflicto armado dejó en la vida de tantas personas.