"Nunca se nos dio la oportunidad de sacar lo que tenemos dentro", fue uno de los testimonios que esta investigación recogió para entender la importancia de escuchar a las víctimas como proceso de sanación. Este reportaje reunió los testimonios de los integrantes de las Mesas Nacional y Departamentales de Víctimas en los diferentes territorios del país, en un ejercicio de la Comisión de la Verdad, y a expertos en salud para conocer las consecuencias físicas y mentales que deja la violencia.
Marleni Salazar atravesó el lobby del hotel, caminó hacia el parqueadero, se recostó contra una pared y encendió un cigarrillo. Asistió como delegada de la Mesa Departamental de Víctimas de Antioquia al segundo Espacio de Escucha entre integrantes de la Mesa Nacional de Víctimas y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad que se desarrolló en un hotel de Pereira, Risaralda. Había llegado desde Puerto Triunfo, en el Magdalena medio antioqueño.
Su hermano, Fabián de Jesús Salazar, fue desaparecido en 1983 y desde ahí comenzó su trasegar como lideresa de víctimas. Tratando de encontrar a Fabián ha ayudado a otras víctimas a saber del paradero de sus seres queridos. Según el Registro Único de Víctimas, hasta junio de 2021, en Puerto Triunfo fueron desaparecidas 609 personas, en Antioquia la cifra asciende a 45.373.
En el cuello llevaba una escarapela de cartulina azul plastificada que dejaba leer el nombre de su hermano y la fecha de su desaparición. Mientras el humo se disipaba en el parqueadero, Marleni se recordó a sí misma que sería el último cigarrillo de la jornada. Después de darle las últimas caladas concluyó: "Esta es otra de las consecuencias que me dejó el conflicto armado".
Apagó el cigarrillo y se fue a su habitación.
La violencia que ha perdurado en Colombia por más de 60 años ha dejado enormes secuelas en la salud física y mental de las víctimas. Saúl Franco, médico, comisionado de la verdad y doctor en salud pública que ha dedicado más de 30 años a investigar la epidemiología de la violencia en el conflicto armado, afirma que son enormes las consecuencias directas e indirectas en las víctimas y en sus seres queridos: "En términos de tristeza, desaliento, pérdida de la existencia, de todo lo relacionado que afecta el equilibrio de la salud mental, existe una relación muy fuerte entre la emocionalidad y todo el funcionamiento orgánico, desde la piel hasta los órganos más complejos como el cerebro y el corazón".
Es decir, las emociones podrían alterar el organismo y desencadenar enfermedades como ansiedad, hipertensión arterial, diabetes, cáncer, entre otras.
Una de las afectaciones que deja la guerra en la salud mental de las víctimas es que siguen viviendo con miedo, como lo explica la coordinadora del enfoque psicosocial de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, Dora Lancheros: "El miedo paraliza, incrementa la desconfianza, genera alerta constante y suspenso en las personas por la llegada de la noche, los perros ladrando, alguien que de pronto viene, los panfletos que no paran".
El trauma psicosocial es otra de las marcas que deja la violencia en la salud mental de las víctimas. Ignacio Martín Baró, en su libro titulado 'La violencia política y la guerra como causas del trauma psicosocial en El Salvador' explica que, aunque este tipo de traumas no tenga un efecto común en la población, es una herida causada por la vivencia prolongada de una guerra, y genera un proceso deshumanizador que empobrece la capacidad de pensar lúcidamente, de comunicarse con veracidad y de ser sensible ante el dolor ajeno.
El panorama se torna más complejo cuando no se tiene tiempo para llorar a los muertos o para afrontar los duelos. Lancheros afirma que como no hay tiempo para procesar el hecho victimizante, para llorar o sentirse mal, el duelo se acumula, y eso provoca que a las personas se les haga más difícil expresar lo que les pasó.
Por eso es necesario que se generen espacios seguros para que las víctimas puedan expresarse y sentirse escuchadas como proceso de atención y rehabilitación psicológica. Lo anterior permite que quienes padecieron la violencia puedan reconocer sus experiencias y entender que no tienen responsabilidad sobre lo que les sucedió. Lancheros resalta que los espacios colectivos propician que la gente se sienta acompañada en su dolor, "lo que hace el colectivizar la experiencia es sacarla de ahí y hacer que sea la depositaria de mi dolor. Allí, en la fuerza energética del colectivo, emerge la posibilidad de ese apoyo mutuo".
En el informe 'La verdad de las mujeres', publicado en el año 2013 por la Ruta Pacífica de las Mujeres, se evidencia la importancia de narrar la experiencia como proceso de sanación individual y colectivo: "Este puede ser un hecho terapéutico porque pone orden en una experiencia sin sentido que ha sido traumática. Puede ser un hecho reparador porque supone el reconocimiento del valor y la credibilidad de la palabra de la víctima. También es reparador a escala comunitaria porque permite hacer visibles pedazos de la realidad que habían sido borrados".
El dolor, la angustia y la tristeza son algunas de las heridas que deja la guerra. Ángela Morales, de la Mesa Municipal de Víctimas de Lebrija, Santander, considera que el acto de hablar es una forma de ir cerrando esas heridas: "El escuchar al otro siempre va a sanar el corazón, del que está escuchando como del que está hablando. Estos espacios son importantes porque muchas personas al hablar sanan, si en su momento tienen que llorar, lloran".
Según Saúl Franco, aunque la palabra aporte a la verdad, al reconocimiento de responsabilidades y también tenga poder curativo, es necesaria la creación de programas para garantizar la salud humana y restablecer la dignidad de las víctimas: "Sabemos que muy poco se ha hecho en la reparación integral de las víctimas. El Papsivi es un programa teóricamente bien pensado, pero en la práctica, su capacidad de incidencia es supremamente limitada. Le llega a un porcentaje muy pequeño de víctimas y el tratamiento es muy parcial y corto".
Esta problemática quedó evidenciada en la investigación "Cicatrices sin sanar: historias, cuerpos y mentes marcadas por la desaparición en Colombia", publicada por Rutas del Conflicto, que muestra el impacto en la salud mental de los familiares de los desaparecidos en Colombia en medio del conflicto armado y la atención insuficiente que han recibido del Estado.
Luz Neira Vidal, integrante de la Mesa Departamental de Víctimas del Cauca niega haber recibido buena atención psicosocial. Con su familia fueron beneficiados del Papsivi pero dice que las psicólogas que llevaron su caso eran inexpertas. Que en lugar de sanar, lo que hicieron fue abrirles aún más sus heridas y dejarlas expuestas como recién les afectó el conflicto armado.
En el otro extremo del país, en Arauca, la lideresa de víctimas Nini Cardozo hace énfasis en la necesidad de educar profesionales para tratar el dolor y las cicatrices que deja la violencia: "Tenemos profesionales preparados en todo el resto de materia, pero menos para tratar víctimas del conflicto armado con daños o trastornos directos".
Conocer la verdad de lo que sucedió representa también una forma de sanación para muchas de las víctimas. María Gómez*, lideresa social de Ayapel, Córdoba, asegura que saber la verdad del hecho que marcó su vida es el motivo por el que sigue luchando. Además reconoce la importancia de generar espacios de escucha para las víctimas como una oportunidad de que algún día se sepa la verdad.
Pero el camino para encontrarla no es fácil en Colombia. Además el proceso de escuchar a las víctimas debe ser profundo y cuidadoso. Dora Lancheros resalta tres desafíos del enfoque psicosocial para poder abordar este tema:
Las víctimas están cansadas de hablar una y otra vez de lo mismo sin encontrar respuestas o ser reparadas.
–"Esto de volver a hablar de lo mismo sin que se vea una respuesta tangible en términos de cambios y transformaciones, resulta bastante desgastante para cualquier ser humano que ha tenido que vivir una experiencia tan fuerte de dolor".
Hay una desconfianza imperante. Uno de los mayores desafíos de la Comisión de la Verdad fue construir confianza con las víctimas.
–"Escuchar a víctimas decir "bueno, otra vez ¿será que esto si va a resultar? Usted como funcionario de Estado ¿qué va a hacer con esta información? ¿Realmente es confidencial? ¿Va a ser pública?" Sortear todo eso ha sido un desafío".
Hablar de verdad en territorios aún en conflicto es un riesgo para las personas.
–"¿Cómo hablar de verdad en un país altamente convulsionado, con altos y fuertes índices de violencia que además es sistemática contra los líderes y lideresas sociales?"
Superar esas dificultades y propiciar espacios adecuados para escuchar a las víctimas es ayudarles a superar las heridas. Lancheros concluye diciendo que es un ejercicio que se convierte en un principio ético y moral para ayudar a recuperar y aliviar a quienes sufrieron la guerra.
El antiguo coordinador de la Mesa Nacional de Víctimas, Odorico Guerra, asegura que para muchas personas que sufrieron el conflicto armado es más importante saber la verdad que recibir una indemnización del Gobierno. Para él, saber qué pasó es un acto liberador, y considera que estos espacios son los que permiten recoger los testimonios de la gente que vivió la violencia, "Es muy fácil desde un escritorio sacar conclusiones cuando no has tenido que correr por el monte, pasar trochas, verte obligado a abandonar tu escenario natural, recoger tus muertos, estar en condiciones infrahumanas… Como dice el lema del carnaval de Barranquilla, quien lo vive es quien lo goza".
Durante los ocho Espacios de Escucha realizados en el país, los testimoniantes coincidieron en la necesidad de concertar más iniciativas para que las víctimas sean escuchadas atentamente. En Sincelejo, Sucre, sede del quinto Espacio de Escucha, el líder social Eliécer Sierra resaltó la importancia de esos encuentros para la reconciliación, para sanar las heridas y para entender que cada víctima tiene una historia y una manera de resistir diferente.
Durante el Espacio de Escucha de la ciudad de Santa Marta, Sandra Forero tomó el micrófono para relatar el hecho de violencia que la llevó a convertirse en la coordinadora de la Mesa de Víctimas del departamento de La Guajira. Los recuerdos de cómo fue desplazada de su finca Villanueva, en la Serranía del Perijá, hicieron que su voz se quebrantara: "Yo no era líder, me hice líder cuando el conflicto me tocó. Era profesora y fundadora de una escuelita en la Serranía del Perijá, pero un 14 de marzo de 2005 el Frente 59 de las FARC-EP asesinó a mi tío y a uno de los obreros, y desde ahí nuestras vidas cambiaron. La violencia nos despojó de todos nuestros bienes, nos dejó sin nada".
Antes de que llegara el conflicto armado a la región, Sandra daba clases bajo la sombra de un palo de aguacates a 40 niños campesinos. En 1997 viajó a la ciudad de Riohacha para exigir recursos a la Gobernación de la Guajira y así logró construir la escuela, pero fue entonces cuando empezaron los combates entre grupos armados y tuvo que abandonarla.
"Tengo muchas anécdotas, una vez se nos presentó un combate y yo salí corriendo con mis niños de la escuela a esconderme en los cerros, y me dio un dolor de estómago fuerte. Yo no traía papel, y me dice una de las niñas de 6 años, mientras arranca una hoja de un árbol ‘seño pero límpiate con esto’, son anécdotas que jamás olvido", comentó.
Después de ser desplazada de su territorio, Sandra tomó fuerzas y retornó a su finca para sentir el olor del pasto jaragua, para escuchar el canto de los gallos a las 4 de la mañana, para ver de cerca la sonrisa de los 25 niños que actualmente asisten a la escuela, y para luchar por los derechos de las víctimas en su territorio. Antes de entregar el micrófono, concluyó: "En este espacio de armonía y confianza siento que he sanado porque pude contar mi historia, siento mi corazón más liviano".
Pese a las afectaciones causadas por la violencia en la salud física y mental de las víctimas y a la insuficiente atención del Estado, ellas han encontrado formas de seguir adelante y resistir ante el dolor y el olvido. En el ejercicio de escucha de la Comisión de la Verdad, integrantes de las Mesas de Víctimas pudieron expresar, dialogar y escuchar para sanar las heridas que dejó el conflicto armado en sus corazones.
*Por motivos de seguridad, se cambió el nombre del testimoniante.
A continuación encontrarán las historias de Yamid Calapzu, Patricia Zapata y Luz Neira Vidal, integrantes de las mesas municipales y departamentales de víctimas. Deslice hacia los lados para conocer sus testimonios.