En la Tierra entre Ríos viví el dolor y la esperanza

“Catatumbo, región amor sin rumbo,
tierra guerrera donde el motilón y
el campesino cada día se la juegan por ella”
Motilonas Rap

Solo te conozco en mis sueños

A mi papá solo he podido conocerlo a través de mis sueños. Cuando era niña, siempre soñaba que había un hombre conmigo, que me acariciaba las mejillas y me abrazaba mientras me mecía en el columpio. Él me hablaba y me decía que cuando estuviera triste o me sintiera sola, él iba a estar conmigo y que lo sentiría en la calidez y el aire que respirara. Mi papá desapareció cuando yo tan solo tenía dos años.

Nací y me crie en El , el corazón del Catatumbo. Actualmente tengo 20 años y estoy estudiando una carrera médica en Ocaña. Cuando me enteré de que a mi papá lo habían asesinado y , yo ya tenía 11 años. Tiempo atrás mi mamá se había vuelto a casar, siempre creí que el papá de mis seis hermanos también era el mío, pero no era así.

Casualmente el día de mi cumpleaños, mi mamá y su esposo tuvieron una discusión.En medio de esa discusión escuché claramente que él le reclamó por todo lo que me había dado. En ese momento me pregunté la razón por la cual ‘mi papi’ le decía eso y solo se refería a mí y no a mis otros seis hermanos. Yo le pregunté a mami, pero ella no supo qué responderme. En esas vacaciones viajé a Tibú a casa de mis tías, y ante la duda decidí contarles sobre la discusión que mis padres habían tenido. Recuerdo que se sentaron ellas dos y me dijeron que iban a decirme algo que yo no sabía y que debía ser muy fuerte.

Ellas me explicaron que la razón por la cual mi supuesto papá había dicho eso era porque él realmente no era mi papá, y que el verdadero estaba desaparecido. También que mami no se sentía capaz de decírmelo, porque no quería herirme por haberle dicho papá al que no lo era; a ella eso le dolía mucho. Cuando me enteré de esa dura noticia, volví a casa y empecé a preguntarle a mami quién era mi verdadero papá, cómo se llamaba, cuántos años tenía, en fin, muchas cosas. Fue muy duro, porque al último esposo de mi mamá siempre lo vi como mi verdadero papá; él me crio. Después de enterarme ya nada era como antes.

Mamá me contó la historia de la desaparición de mi papá. Cuando yo tenía dos años vivíamos en Cúcuta, porque antes de que yo naciera ella había sido víctima de la violencia, fue y por eso vivíamos allá. Resulta que para esa época un tío, hermano de mi papá, que vivía en Filogringo, estaba herido en una pierna por culpa de los paramilitares y mi papá fue a ayudarlo. Mamá cuenta que él se alistó y se fue desde Cúcuta a Filogringo en su moto, que pasaron las horas y él nada que llamaba a reportarse, ella lo llamaba al celular pero él no respondía.

Al siguiente día, ella empezó a preguntarles a los amigos por él. Pasaron los días y mi papá no aparecía; mi mamá ya estaba bastante preocupada. Después, un amigo le dijo que él lo había visto en La Y donde los paramilitares lo tenían retenido. Al enterarse, mi mamá puso la denuncia por su desaparición. Días después de esa denuncia, un paramilitar llegó a la casa y amenazó a mi mamá: le dijo que le quedaban 24 horas para que se fuera, si no quería aparecer en una fosa común, como su esposo. Mamá no le prestó atención, porque tenía la esperanza de que siguiera vivo; siguió denunciando. Después volvió el mismo personaje, en la moto de mi papá, con más hombres y le advirtió que tenía cuatro horas para irse, o si no nos mataba. Tuvimos que irnos. Perdimos prácticamente todo; ni ropa nos llevamos, solo algunos pañales. Nos fuimos a vivir a donde mis abuelos, en El Tarra.

Ha sido un proceso muy difícil, porque recuerdo que cuando iba a la escuela, en el descanso los papás iban a llevarles a sus hijos el refrigerio y de mi casa nadie iba. Sentía mucho vacío por no tener a mi papá. Yo le preguntaba mucho a mi mamá sobre él, pero no era igual que ella me contara que haberlo disfrutado en vida.

La primera vez que lo vi en una foto fue cuando tenía 13 años. Fui a Cúcuta, para que me hicieran muestras de sangre para el proceso judicial, mi tío me mostró la foto. Me sorprendí, porque era el mismo hombre con el que años atrás había soñado, mi mamá me decía que era Dios quien se aparecía en mis sueños, por ser una niña buena. Después de ver esa foto, me di cuenta de que nunca he estado sola y que vaya donde vaya siempre lo llevaré conmigo.

Me gustaría saber dónde está mi papá. Soy consciente de que solo encontraré huesos, porque ya han pasado 18 años de estar bajo tierra, si es que está en una fosa común. Me gustaría que se hiciera justicia para no cargar con esto día a día; estoy segura de que al encontrarlo voy a estar más tranquila. Por lo menos tendré un lugar para llevarle una flor, para que sepa que lo extraño. Yo confío en que ese día llegará.

Lamentablemente, hasta hoy no se ha hecho justicia. Mi mamá ha hablado con algunos abogados que le dicen que como ya soy mayor de edad debo denunciar para que me indemnicen y me den 18 millones de pesos. Pero la verdad a mí no me importa la plata; nada compra lo que he vivido ni todo el tiempo que he querido estar con él. Solo me queda esperar que se haga justicia y confiar en Dios; los tiempos son perfectos y si se ha demorado el proceso o no sale como tiene que ser, es porque él está trabajando duro para que salga de la mejor forma.

La iglesia, mi mayor bendición

En uno de los tantos sueños que tuve con mi papá, un día soñé que alguien me llamaba en la iglesia y me ponía un hábito. Era muy lindo ese momento sentía mucha paz, no tengo palabras para expresarlo.

Cuando estaba en el colegio, no solo me destacaba por ser buena estudiante; también porque siempre he sido muy extrovertida.Pero había días en que me veía muy triste, los profesores se preocupaban. Un día una compañera estaba vestida con un hábito de monja. Le pregunté que cómo podía vestirme así y ella me dijo que si quería, podía acompañarla a la iglesia. Con el sueño y mi deseo de estar con esa ropa, sentí que fue como un llamado. Le pedí permiso a mi mamá y me vinculé como acólita; tiempo después sobresalí e hice parte de otras actividades. Entré a la iglesia porque quería llenar todos esos vacíos que sentía.

Con el tiempo me gané la confianza de los sacerdotes y monjas; ellos empezaron a incluirme en retiros espirituales, en el coro y otras actividades, había mucha recreación. Una de las grandes ayudas que recibí en la iglesia fue cuando mis papás se separaron y, tiempo después mi mamá quedó en cama, por un problema en la columna. Me tocó pedir ayuda, y como confiaban en mí, me ofrecieron un trabajo, que no dudé en aceptar. En mi casa éramos ocho y había mucha necesidad, no había comida para tantos. Así estuve hasta que terminé el colegio.

A sor Alicia, una monja que me ayudó bastante, aún la recuerdo con mucho cariño. Ella me guió para saber qué quería de mi vida y cuál era mi vocación. Me acuerdo que me dijo que podía estudiar algo relacionado con la salud; si yo sentía el dolor de otra persona pues yo podía ayudarlo. Lamentablemente sor Alicia murió. Aún la lloro, porque la quise mucho.

Después recibí más bendiciones. El padre Luis me dijo que desde Bogotá una organización iba a llamarme para hacerme un ofrecimiento. Se comunicaron conmigo y me dieron la buena noticia de que iban a becarme en mis estudios y de que además iba a tener apoyo psicológico y emocional. Ha sido de gran ayuda, porque ahora me encuentro culminando mi carrera y ya me falta muy poco para graduarme.

El dolor de perder a un buen amigo

Muy pocos compañeros en mi colegio han corrido con la misma suerte que yo tuve. Recuerdo que cuando estaba en décimo grado un muy buen amigo fue por la guerrilla. Al principio desapareció, y a los días le avisaron a la familia que él estaba bien, que no se preocupara, ya la familia sabía que era la guerrilla quien se lo había llevado. Después de un tiempo, apareció en el pueblo y volvió al colegio.

Los dos estábamos en décimo. Un día me le acerqué para preguntarle cómo estaba, creo que por mi personalidad, no me gusta que quienes han vivido el dolor estén mal. Yo lo veía afligido y le pregunté por qué llevaba tanto tiempo de no ir al colegio, que nos hacía mucha falta y le ofrecí mi ayuda en los trabajos, para que no se atrasara.

Cuando me hice muy amiga de él, un día tuvo la confianza de decirme que todavía hacía parte de ese grupo. También me contó que no le gustaba, pero que tenía que hacer lo que ellos le ordenaran; de lo contrario matarían a su mamá, papá y hermanos. Al salir del colegio le tocaba ir a trabajar, a veces no podía ni dormir, por estar en vigilancia. También me contó que le enseñaron a usar el arma, para defenderse. Como yo estaba en la iglesia, le decía que se saliera de eso, que éramos muy jóvenes para querer jugar a las pistolas. Su temor más grande era el riesgo que su familia corría; no tenía a ningún familiar por fuera, prácticamente todos eran del campo.

Mi amigo perdió décimo por estar en la guerrilla, yo pasé a once y me gradué y él siguió en el colegio. Hace dos años, un día salió del colegio y al llegar a su casa le dispararon y lo mataron. Yo ya estaba en Ocaña, pero me dolió muchísimo su muerte. Él era muy cariñoso y humilde, y prácticamente perdió la vida por falta de oportunidades. Si él hubiera tenido a alguien que los hubiera ayudado a él y a su familia a salir de allá, estaría vivo.

Intranquilidad y miedo en mi propio pueblo

Cuando cursaba once también tuve una mala experiencia, con un hombre que me perseguía. Yo tenía mi rutina de levantarme a las 4:30 de la mañana, para ir a la iglesia a tocar campanas antes del colegio. Al tener muy poco tiempo libre, no me había dado cuenta de que ya no era una niña; prácticamente ya me había convertido en una señorita y podía ser atractiva para los hombres.

Cuando salía de la iglesia sentía, que alguien me perseguía, en ocasiones era muy tarde y no había nadie que me acompañara; me tocaba irme sola. Con el tiempo, un muchacho barbado y muy simpático empezó a seguirme. Recuerdo que la primera vez que lo vi iba para mi casa, ya era de noche, y apareció de la nada y me preguntó qué hacía una niña tan bonita como yo a esas horas. Yo seguí caminando, no le presté atención, después, insistentemente me dijo que me llevaba a la casa, que él sabía que yo había trabajado duro. Me propuso que me montara en su moto para llegar más rápido, pero lo ignoré y seguí caminando. Se me hizo extraño que supiera los lugares que yo frecuentaba.

Durante los siguientes días seguí sintiendo lo mismo, que me perseguía. Ya me daba miedo irme tan temprano a la iglesia, pero no le decía nada a mi mamá, para no preocuparla. A sor Alicia sí le comenté la situación. Ella le pidió el favor a un trabajador de que me llevara a la casa, pero lamentablemente el señor se fue y me tocó otra vez irme sola. Ese muchacho seguía acosándome y diciéndome que me fuera con él, me invitaba a comer y hacía todo para llamar mi atención.

Pasó el tiempo y no volví a saber de él. Después se me apareció otra vez; iba en una camioneta con más hombres y . Me dijo que esta vez no podía decirle que no y que tenía que salir a comer con él. Tras negarme a su petición, me dijo que pertenecía a ‘Los Elenos’, que llevaba bastante tiempo detrás de mí y que ya sabía todo sobre mi familia, mis hermanas, los lugares que frecuentaba... de hecho, me nombró una a una las actividades que realizaba durante el día. En ese momento sentí mucho miedo, estaba muy intimidada y pensaba que si me montaba a esa camioneta tal vez jamás regresaría.

Ese hombre seguía insistiendo, me decía que ni a mi familia ni a mí nos iba a faltar nada, que me iba a comprar moto, celular, que iba a estudiar en Bogotá y que nunca más tendría que trabajar, pero con la condición de que yo tenía que ser su mujer. Gracias a Dios mi mamá siempre me enseñó a cuidarme y a no creer en ellos, así que no cedí, aunque estaba muy asustada. Menos mal que en mi casa ya estaban preocupados porque yo no llegaba, y mi vecino y una de mis hermanas salieron a buscarme. Desde la esquina, mi hermana me llamó, yo salí corriendo. En la casa nunca dije nada, para no preocuparlos.

Aunque algunas veces mis hermanas me acompañaban a la iglesia, de vuelta siempre estaba muy atemorizada. Cuando terminé el colegio, le dije a mami que me quería ir de El Tarra, que me mandara para donde mi abuela en Ocaña a estudiar, que no quería estar en ese lugar. En Ocaña también sentía que estaban siguiendome. Tras enterarme de la muerte de mi amigo me aterrorizaba aun más volver a El Tarra, porque pensaba que tal vez podía ocurrirme lo mismo.

Tristemente, mi abuela falleció y me tocó devolverme a mi casa. El día que llegué, la buseta me dejó en La Y, ahí tenía que esperar hasta que me recogieran. De pronto vi un señor en una moto, estaba como vigilándome. Llamé para que vinieran rápido, pero tuve que esperar bastante tiempo. Tan pronto llegaron por mí, ese señor cogió su moto y se fue. En la casa no quería salir, porque me daba miedo. Mami me decía que fuera a la iglesia o a visitar a mis amigas, pero prefería decir que no. A veces iban a visitarme.

A la única persona que le conté esta situación fue a mi tía, que tiene 26 años, porque le tengo mucha confianza. Ella me dijo que no iba a dejarme salir sola. En mis tiempos libres solo compartía con ella. Tiempo después me enteré que al muchacho que me acosaba lo habían matado. La verdad, descansé, porque ya no iba a tener a alguien que me persiguiera y me dijera que fuera su novia o cosas que no me gustaban, ni mucho menos que me pusiera a hacer algo que no quería. Por fortuna, pude devolverme a Ocaña y empezar la carrera que ahora estoy terminando, y jamás volví a tener ese tipo de inconvenientes.