Es mejor hablar
con la verdad

“Abuela Evelia, ¿por qué llora el niño?
Por mucha violencia que sufren los niños.
Yo no quiero ver más sufrimiento, desapariciones y desmembramientos”

Las personas no hablan, no cuentan qué pasó, lo que les pasó. Siempre será mejor contar. Se los digo porque sé que después es peor. Hablar con los niños, niñas y adolescentes es importante. Cuando no nos dicen, por miedo a nuestra reacción o por no causarnos dolor, puede ser peor: podemos caer en disputas familiares, reclamos o juicios hacia nuestros papás. Es mejor la verdad, para conocer lo que es bueno y lo que no lo es. Si no hay verdad, vamos a seguir en esta guerra.

Tengo 16 años y soy de Buenaventura, Valle del Cauca. Nací y crecí en este territorio de gente alegre, que ama a su comunidad y que a pesar de la violencia sigue resistiendo y luchando por el bien de nuestra tierra.

Los niños como yo no tenemos la oportunidad de jugar en la calle, por los múltiples problemas que se viven en Buenaventura. Si tú estás jugando fútbol, se forma una balacera, llegan los grupos al margen de la ley a reclutarte o llegan personas a darte droga. Ser joven en el Valle no es fácil. Bueno, no lo es en Colombia, porque es la etapa en la que puedes caer en esto que les digo.

Gracias a los procesos que he vivido desde los seis años, me han alejado de todo esto. He tenido la oportunidad de trabajar en organizaciones que me han enseñado a resistir el conflicto. También he aprendido a conocer y exigir mis derechos como niño y como adolescente, y a transmitirles a otros lo que me han enseñado, para que sepan sus derechos y velen por que se cumplan.

El proceso de convertirme en líder juvenil comenzó con la música. Con ella he podido expresarme, y junto con jóvenes de Buenaventura, relatar lo mucho que nos pasó y lo que vivimos diariamente. Además, desde el canto rechazamos los actos de violencia. Recuerdo que venían a buscarme mis amigos cuando tenía siete u ocho años, para que fuéramos a ensayar. Llegaban a mi casa para que me fuera con ellos a cantar currulao, para que fuéramos a bailar, para divertirnos. Era un espacio de recreación en medio de la violencia.

Nosotros hemos sufrido lo que pasó en el conflicto. A mis papás y tres hermanos, de los diez que somos, los desplazaron de unas tierras que tenían cerca al río Naya. Por algunas amenazas, ellos tuvieron que irse de allá y empezar de cero en Buenaventura. Estaban en doble peligro: además de que los grupos armados llegaban a apropiarse de la tierra, ese lugar es un corredor para sacar droga del país.

Mi mamá me ha contado todo lo que tuvo que pasar en el desplazamiento. Yo siempre le pregunto “¿Ma, y ustedes por qué dejaron las tierras?”. Es un tema que hablamos con naturalidad. Pero hay otro que nosotros no tocamos, porque le daba muy duro a mi abuela y a mi mamá: mi abuela perdió tres hijos, ella sufrió mucho. Solo sé la historia de uno de mis tíos.

Cuando tenía cuatro años, vivíamos todos en la misma casa; mi tío nos ayudaba en el estudio. Un día llegaron hombres armados a la casa y se lo llevaron. Fue la última vez que lo vimos. Salimos a buscarlo por todos lados. Le preguntamos a la gente que si sabía para dónde se lo habían llevado. ¿Estaba bien? Pusimos las denuncias, pero no pasó nada. La Policía no hizo nada para buscar a mi tío.

Recuerdo que tenía mucho miedo. No quería que llegaran esos hombres armados a llevarse a mi mamá, a mi papá o a mis hermanos. Todos estábamos asustados en nuestra propia casa, y también de salir. Han pasado 11 años sin saber nada. Nunca nadie dio explicaciones sobre su paradero ni sobre la duda más importante: ¿por qué se lo llevaron?

Después de la desaparición forzada de mi tío, mi mamá no tenía energía para nada. Nosotros, los hijos, fuimos su motor para que siguiera adelante y se sintiera mejor. Ella estaba muy triste por su hermano. Con mi abuela fue mucho más duro, porque no fue solo esa desaparición, sino la pérdida de otros dos tíos. Pero nadie habla de eso. Para subirle el ánimo, mis hermanos y yo le cantábamos.

En medio de todo esto, la música y los procesos de las organizaciones nos han ayudado mucho. Nosotros no tenemos recursos para ir a la universidad; casi ningún joven en Buenaventura puede hacerlo. Por eso, muchos dicen que para qué estudiar en el colegio, si no van a acceder a la educación superior. Es ahí donde llega el grupo armado a prometer cosas, y se los llevan. Las organizaciones nos dan herramientas para no caer en nada de eso. Por otro lado, nuestros colegios están cayéndose a pedazos. Nos ha tocado tomar clases en la calle después de que llueve, porque las aulas están inundadas.

Necesitamos que esas cosas cambien, que nosotros podamos ir a estudiar, que podamos jugar en la calle tranquilos. Es la forma de ser niños y adolescentes con sueños, de construir paz y rechazar la violencia.