Desde tempranas horas de la mañana, los pescadores tumaqueños bordean el Puente del Morro en búsqueda de mariscos que les sirvan de alimento o de sustento. Al finalizar el puente, mujeres y niños limpian el pescado fresco y lo venden a transeúntes y motociclistas que pasan por el lugar.
Esto ha sido así desde hace varias décadas. Sin embargo, hace 40 años, la existencia de un ferrocarril, la mayor producción de pepa africana y de cacao hacían de Tumaco, de su gente y de su trabajo algo distinto. Andrés, movido por el recuerdo de las viejas fotografías en casa de su abuela nos cuenta un poco de eso.
El Puente del Morro, definitivamente es la fiel muestra de Tumaco, desde ahí se admiran las calmadas aguas del océano Pacífico que bordean las playas repletas de comercio y casas. Se construyó en torno al mar, en torno al agua. Incluso durante el maremoto del 12 de diciembre de 1979, las aguas que intentaron devorar al municipio hicieron de este lo que es hoy en día. Al cumplirse 40 años de los hechos, Tatiana, Jose y Harry hicieron una reconstrucción desde la memoria de las personas mayores y cuentan cómo el pueblo se prepara para una eventual catástrofe.
Por esto, es en el agua tumaqueña en donde confluyen historias, trabajos, identidades, cotidianidades y memorias. Ser tumaqueño es un mezcla de características guiadas por un mismo relato. El pelo afro de la mayoría de sus habitantes es una de ellas. Angie, una joven universitaria, lleva una lucha por apropiarse de él, por apropiarse de su historia, por apropiarse de sí misma.
En Tumaco, el trabajo ha cambiado a través del tiempo. A continuación, un breve relato al respecto.
Por: Andrés Felipe Flórez
Hace varias épocas, hacia los años setenta, Tumaco tenía una infraestructura más sencilla, con casas hechas de madera, que aún perduran, y de paja. Los puentes principales, El Morro y El Pindo, también eran de madera.
Había un gran ferrocarril que pasaba por el centro del municipio hasta salir del casco urbano. Llevaba productos como cacao y plátano, que eran los que más abundaban con los mariscos. El ferrocarril también llegaba con productos de otras partes de Colombia, como la zanahoria y la cebolla. Para su mantenimiento habían personas encargadas.
Pero el ferrocarril no era la única manera de sobrevivir. Había empresas de atún y de pepa africana, en donde históricamente se ha producido aceite hasta la actualidad. Otras personas decidían trabajar en la pesca y la agricultura, como por ejemplo algunos ancianos que cultivaron en varios lugares de la región hasta llegar a las veredas de Tumaco.
“Antes el trabajo era mas rebuscado, las personas estaban dispuestas en hacer cualquier trabajo para subsistir”, afirmó Sandra Patricia Preciado, habitante tumaqueña.
En la actualidad, por el contrario, hay una diversidad de trabajos para hacer en Tumaco. Desde trabajar en oficinas, supermercados, vendiendo frutas y verduras en las plazas de mercado, hasta la pesca, la agricultura y en el sector de los servicios públicos, con salarios que dependen del tipo de trabajo que hagan. Ahora, cada persona tiene la libertad de elegir una profesión o trabajo particular.
Los trabajadores, además, actualmente cuentan con más derechos a su favor y una reglamentación más estricta para las empresas, lo cual hace que el trabajador este más seguro y sus jefes no abusen de él o ella.
Comparando el trabajo actual con el del pasado, los trabajadores ahora son más privilegiados, pues antes eran más esclavizados. No existían derechos para los trabajadores, ni tampoco algo que asegurase el bienestar del empleado. Todos debían trabajar en lo que se pudiera, para mantenerse. Era escaso el trabajo y no contaban con un salario fijo.
Por: Tatiana de los Ríos Riascos, Jose Manuel Torres y Harry Sinisterra
El pasado 12 de diciembre se conmemoran 40 años del maremoto en Tumaco, Nariño. En esta misma fecha, pero en 1979, a las 02:59 a.m. aproximadamente, olas violentas llegaron a las aguas del municipio ocasionadas por un fuerte terremoto en el noreste de Japón. La catástrofe dejó una cifra de 259 muertos, 798 heridos y 95 desaparecidos en el pueblo, según logró documentar El País en un informe de hace algunos años, así como incontables daños materiales. Una madrugada que para los habitantes estuvo llena de temor, dolor y pérdidas, a pesar de que ese día supuestamente había “marea media”.
Hablamos con varios habitantes de Tumaco, quienes vivieron lo que ocurrió y nos contaron acerca de la catástrofe. “La tierra se tragó mi casa por completo”, afirmó Máximo Valencia, poblador tumaqueño. Por otro lado, el capitán de fragata Carlos Andrés Martínez, director del Centro de investigación Oceanográfica del Pacífico, se refirió al tema de la prevención ante otra situación similar en el futuro.
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Máximo Valencia tiene 82 años y reside en la Fundación Divino Niño para la Tercera Edad de Tumaco. Nos contó su experiencia frente este trágico fenómeno:
“Perdí todo, mi casa quedó bajo el agua, no quedó absolutamente nada, éramos cinco en mi familia y solo nos quedamos con la ropa que teníamos puesta, al día siguiente viajamos a Pasto porque mi mamá estaba enferma y mi tío nos dio ropa y comida”, recordó Máximo con gran nostalgia sobre este hecho de hace 40 años.
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Neftalí Cortés Bore, quien también es residente de la Fundación Divino Niño, nos comentó la forma en que esta catástrofe lo sorprendió, pues se encontraba dormido y despertó en el momento en que una de las vigas de su casa cayó con fuerza sobre sus piernas. Dice que afortunadamente logró salir de su vivienda con cada uno de los miembros de su familia, que se encontraban descansando, antes de que la casa fuese cubierta por la tierra.
“No estaba preparado, eso fue de un momento a otro y el que diga que estaba preparado es mentira porque nadie sabía que esto iba a suceder, esto fue tan fuerte que al día siguiente había un gran número de peces muertos sobre el agua”, recordó Neftalí.
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“La institución no se encontraba preparada. No se encontraba preparado el país para un evento de esta magnitud, a pesar de que fue un evento con unos impactos relativamente bajos, debido a que afortunadamente ocurrió en la etapa de marea baja”, aseguró el capitán de fragata Carlos Andrés Martínez Ledesma, director del Centro de investigación Oceanográfica del Pacífico.
Esta institución ha comenzado a trabajar con la agencia de cooperación Japonesa JICA para conocer más los fenómenos que pueden producir los tsunamis, así como mejorar las alertas tempranas frente a estos hechos: “Hay un plan de emergencias que está siendo desarrollado por el Comité Local de Emergencias, para mejorar las rutas de evacuación y las zonas seguras serán actualizadas”.
Cada día mujeres orgullosas de sus raíces, sin importar los prejuicios, deciden lucir su imponente melena afro natural. Yo soy una de ellas.
Por: Angie Landázuri
Tenía 3 años y mi imponente melena cada vez crecía más. Con raíces encrespadas y puntas enredadas. A mi mamá, mi abuela y a mi tía les encantaba jugar con mi pelo. Me peinaban con docenas de moñas de diferentes colores y formas; de trenzas sueltas a trenzas corridas; chaquiras, cintas, cauchitos o ligas.
A los 8 años me sentía hermosa con mi pelo, me encantaba cuando mi mamá lo lavaba, porque al peinarlo sentía toda mi espalda cubierta por él. Me hacía peinados de diferentes tipos de trenzas, hasta moños de diferentes colores y formas e inclusive una combinación de ambos. Sin embargo, veía como cada 2 meses mi mamá alisaba su cabello con químicos, además del proceso de cepillado y planchado, todo esto para alisarlo total y casi permanentemente. También escuchaba como al peinar a mi tía de 16 años mi mamá decía que estaba aburrida del pelo duro y así fue como decidió alisárselo ella también.
11 de noviembre de 2011, era la celebración de los 100 años del colegio y quería lucir hermosa, creía que para sentirme así debía cambiar el aspecto de mi pelo. Le pedí a mi mamá plancharlo, ya que ella decía que las niñas no se alisaban con químicos, y yo era muy pequeña. Aquel día me sentí genial, sentía mi pelo como las veces en las que mi mamá lo lavaba, solo que sin agua. Sentía miedo de soltarlo. No me atrevía. Pues a pesar de la plancha aún estaba alborotado, no se alisaba totalmente. Y liso era como tenía que estar si quería verme realmente bonita. Mi compañera de clases con la que siempre salía a descanso decía que su mamá se lo alisó una vez y de vez en cuando se lo planchaba. Yo también quería alisarlo.
Ya tenía 12 años y aún mi mamá me peinaba. Una tarde cualquiera, como cada 3 días, ahí estábamos mi mamá y yo, ella jalando mis greñas, intentando desenredarlas para que se volvieran a enredar. Yo llorando de dolor y rabia. Ya estaba aburrida de mi pelo feo y duro. Le dije: ¡no más, ya no me lo jale más! Mi mamá enojada y suspirando se levantó y dijo que no me peinaría más. Estaba feliz porque ya no me haría llorar de dolor, pero a su vez me sentía inútil porque no tenía ni idea de cómo peinar mis greñas.
Desde aquel día todo cambió. Mi pelo además de enredado se desordenó. No sabía peinarlo, así que al ver a mis compañeras del colegio echarse gel para asentar su cabello decidí hacerlo yo también. Vivía enredado y lleno de caspa. A partir de ahí mi melena imponente pasó a ser un pelo más; “un nido de pájaros”, decía mi mamá.
Una mañana al lavar mi cabello noté cómo sin darme cuenta poco a poco se había caído. El pelo que un día mojado cubría mi espalda tan solo a mi hombro llegaba. Me sentía impotente, no sabía qué hacer para recuperar mi gran pelo alborotado, no pude contener mi llanto y al ver a mi mamá le pedí que por favor lo alisara para volver a sentir mi espalda cubierta, o bueno, eso creía. Todos decían que el alisado lo estiraba y yo entusiasmada sin saber casi nada, le seguí rogando a mi mamá que lo hiciera.
24 de diciembre de 2013, era nochebuena y yo estaba feliz, mi mamá me iba alisar. Por fin me volvería totalmente bonita. Eran las 08:00 pm y mi mamá preparó la alisadora, nunca había visto tantos químicos juntos, era una crema, un activador, un acondicionador y un tratamiento. Ese día por primera vez me explicó lo que implicaba echarle químicos a mi cabeza. “No puedes lavarlo seguido, ni jalarlo o peinarlo mucho porque se parte”. Sorprendida de tantas restricciones solo recordé que “la belleza cuesta”, como siempre me lo decía ella. Después de 3 horas de alisarlo, cepillarlo y plancharlo, al fin terminamos. ¡Yo estaba feliz, muy feliz! Por fin descansaría de ese tormento. Sentía que mi pelo volvería a cubrir mi espalda, pero sin agua.
2 semanas después de alisar mi cabello, cuando el efecto del secador y la plancha había pasado, mi pelo volvió a alborotarse, pero ya no estaba enredado. Debía recurrir a pinzas, ganchos, cauchitos o ligas para tenerlo peinado, y por lo menos soltarlo. Volví a lo de antes. Pero no importaba, yo estaba feliz. Ahora sí era realmente bonita.
Después de 3 años, la resequedad, el frizz y las puntas abiertas cada vez eran más incontrolables. Ya me estaba aburriendo mi cabello alisado. 9 de diciembre de 2016, era el día de mi graduación de bachillerato, estaba muy emocionada, como también el resto de mi familia, ya que además de mi graduación entraría directamente a la universidad, y para ellos yo era su orgullo.
Era el 6 de agosto de 2017, ya iniciaba 2do semestre. Estando en mi primera clase noté que una de mis compañeras se había cortado el pelo casi como un hombre. “Está ruñido y feo” pensé. No entendía el por qué lo había cortado, pasaban tantas cosas por mi cabeza tratando de encontrar una explicación a tanta locura. Pero poco a poco lo fui entendiendo, al ver que 2 de mis otras compañeras también se lo habían cortado. Cuando se terminó el semestre comprendí que lo único que ellas querían era recuperar su pelo natural. Y, así como un día estuvieron felices de alisarlo, ahora estaban orgullosas de portar sus crespos y afro.
Ya era 6 de diciembre, ese día terminé mi relación con quien era mi novio en ese momento. Tras una discusión me dijo que las cosas debían hacerse porque de verdad nos nacían, además, me dijo que entre más natural fuera, más hermosa me veía. Ese día entré en conflicto conmigo misma. Trataba de entender a qué se refería y comprendí que en mi afán de encajar en la sociedad y de complacer a mi familia, aún pasando por encima de lo que yo realmente quería, sin darme cuenta había dejado que mis padres decidieran lo que estaba estudiando. Acepté que no me gustaba la ingeniería y que mi sueño siempre fue estudiar sociología.
7 de diciembre de 2017, ese día le dije a mis padres que no seguiría estudiando algo que realmente no me gustaba. Ellos con rabia y entre gritos me dijeron que eso no pasaría, que ellos querían que estudiara ingeniería civil y era para lo que les alcanzaba sus bolsillos. Indignada y muy triste les respondí que no seguiría en ese infierno y aunque ellos no me apoyaran iba a estudiar sociología. Ellos no me entendían, no comprendían que no estaba dispuesta a hacer algo que no me nacía. ¡No sería una profesional mediocre!
Ese día recordé las palabras de mi ex novio y comprendí que no había tenido vida propia. Siempre me había dejado influenciar por los demás. Así como por los estándares de belleza, que me hicieron pasar por encima de mis raíces y discriminar mujeres con pelo, como el que un día decidí alisar. Tan solo para parecerme a las mujeres que aparecían en las revistas.
Ya era marzo de 2018, después de 3 meses tratando de superar mi fallida relación, había decidido entrar a un grupo de baile urbano llamado Pacific Dance. El día en que me inscribí, durante el discurso de bienvenida de la directora Diana, me sentí como en casa, miraba a mi alrededor y todos eran trigueños, negros y con pelo afro o rizado. En ese momento vi a una de las integrantes y recordé la forma de mi cabello natural alborotado de antes. Se veía hermosa con su imponente melena. Desde ese día decidí no volver a alisar mi cabello, lo dejaría crecer afro y portaría orgullosamente “mi pelo de negra”.
Pasado 3 meses me había retirado de la agrupación porque según mi mamá me quitaba mucho tiempo. Pero estaba feliz porque había logrado entrar a la Universidad de Nariño, en el programa de sociología. Y, como me lo había propuesto, no me había vuelto a alisar.
Para peinar mi “nido de pájaros”, como le volvió a decir mi mamá, le hacía a todo mi pelo trenzas sueltas cada semana para poderlo domar. Esto hasta el 7 de julio de 2018. Mi mamá al ver que mi pelo se había vuelto a alborotar y que debíamos ir al matrimonio de mi tía, me obligó a alisar con químicos mi cabello, una vez más. Fue muy triste. Pero no podía hacer nada, ella decidía.
Una mañana de septiembre, al salir del baño, vi pasar a una hermosa joven con una imponente melena como la que un día yo tuve. Rosa Andrea Peralta es una mujer afro de 25 años, estudiante y practicante de ingeniería agroforestal de la Universidad de Nariño. Ella, al igual que yo, había abusado de los químicos de la alisadora, la secadora, la plancha y las extensiones de cabello humano.
Rosa Andrea había decidido ponerse una extensión encrespada igual a su cabello. En cuanto se miró al espejo no entendía lo que veía. No comprendía porque ocultaba su cabello bajo extensiones iguales a su pelo natural. Desde ahí entendió que era hermoso y decidió iniciar un proceso de transición de cabello alisado a natural. “Fue difícil”, me dijo, “tuve que empezar a aceptar mi afro encrespado, entendí que es el pelo con el que nací y nunca nada podrá cambiarlo de verdad”. Al verla a ella decidí, por fin, iniciar mi proceso de transición, aún por encima de lo que dijera mi mamá.
El 16 de marzo de 2019, seis meses después de iniciar mi proceso de transición de pelo alisado a natural, mi pelo ya había crecido ocho centímetros. Ocho centímetros de cabello sano y sobre todo natural. Fue por eso que decidí ir donde mi tía, quien tiene un salón de belleza, y le pedí que me cortara las puntas alisadas. Preferí hacerlo mientras estábamos en receso de la universidad, aún no me sentía realmente segura de portar mi afro natural. Ahí fue cuando inició mi verdadero proceso.
Dos semanas después iniciamos clases nuevamente, eran las 07:30 am y esperábamos al profesor. Tuve que enfrentarme a mi realidad. Por primera vez mis compañeros me verían con el cabello corto. Me sentía incómoda y un poco avergonzada, aunque siempre intentaba parecer segura. Me tranquilizó escuchar a mis compañeras decir que me veía bien con mi cabello natural, estaban emocionadas con mi nuevo corte. No lo dejaban de tocar.
Días después, en la universidad, por fin noté que no era la única que había decidido enfrentarse a su realidad. Así como Andrea y yo, muchas de mis compañeras, de los diferentes programas, también lo llevaban natural. En esos días fue donde conocí a Marcela Preciado, una joven de 24 años estudiante de octavo semestre de ingeniería agroforestal, quien siempre ha portado su cabello natural con orgullo, aunque a veces al intentar peinarse, ha pensado que sería más fácil alisarlo para poderlo tratar. Ella afirma que es la herencia de sus ancestros y que cambiar el aspecto de su pelo es negar sus raíces. Dice que se siente orgullosa de su cultura y que, a pesar de la discriminación, ama su aspecto natural.
16 de diciembre de 2019, hoy se cumplen 9 meses después de mi gran corte. Me siento feliz. Mi imponente melena está de vuelta. A veces me resulta difícil entender cómo fue que no pude darme cuenta de la hermosa joya que llevo sobre mi cabeza. Mi hermana de 10 años tiene el cabello crespo también, se ve hermosa cuando se lo suelta. Después de ver mi proceso y las soluciones para portar nuestro pelo afro al natural, una de mis tías y mi otra abuela también decidieron llevarlo así.
Me di cuenta que la mejor manera de tratar mi afro es con productos naturales, de esos que se consiguen en la cocina de cualquier casa. Mi mejor aliado es el gel de linaza porque me permite darle la forma que yo quiera, desde muy afro a crespo o rizado, dependiendo el impacto que quiera dar y cómo quiera sentirme con mi melena. Cada día me siento más hermosa con mi pelo. Ya no está alborotado, realmente nunca lo ha estado. Es su forma natural. Es el recuerdo de un proceso de resistencia de mis ancestros, de una lucha de nunca acabar.
Desde que acepté y me apropié de mi pelo soy una mujer segura, comprendí que, para aceptarme, debo empezar por mi aspecto físico también. Querer encajar en la sociedad regida por estándares infinitos de belleza es una tontería. Como también decir que soy negra es un grave error. Es negar que soy producto de una combinación de culturas, texturas y colores.
Hoy me lavé el pelo y ya cubre una parte de mi espalda.