“Un día a finales del 2001 los paramilitares del frente llegaron a Puerto Torres, al sur del Caquetá, caminando por toda la vía principal. Nosotros pensábamos que eran tropas normales del Ejército pero unos minutos después nos dimos cuenta de que eran paramilitares”. Así lo narró Silvio Torres, un hombre barbudo, al cual se le notan los años de trabajo del campo en las manos y quien evita entrar en detalles al contar lo que pasó. Al preguntarle acerca de la incursión prefirió tomar un sorbo de su cerveza, miró hacia la puerta del pequeño bar donde se encontraba charlando y se remontó tiempo atrás. “Mi papá fue el que fundó Puerto Torres. Él tenía una tierra (que es en donde se ubica el caserío) y la fue repartiendo. Éramos muy prósperos y todo era muy tranquilo”, aseguró.
Nadie recuerda el día específico, pero en enero del 2002, 200 hombres armados ingresaron al colegio Monseñor Gerardo Valencia Cano, un pequeño espacio con dos salones que había dejado de funcionar. Desde entonces el colegio sería la base del grupo paramilitar.
La institución educativa colindaba con la iglesia y la casa cural. “En los salones dormía uno de los comandantes y en el solar había un árbol de mango desde donde le disparaban a la gente y la torturaban. Pero nunca hicimos nada de eso dentro del colegio”, relató a Rutas del Conflicto, el exparamilitar Jaime*, quien fungió como jefe financiero de una parte del frente, y también como encargado de la seguridad de alias 'David'.
Con la llegada de este frente paramilitar, la toma del caserío fue total. Las casas de los pobladores fueron usadas por los miembros del Frente Sur de Andaquíes mientras eran obligados a convivir con ellos.
Sus calles se convirtieron en un gran cementerio. En 2002, una exhumación realizada por la Fiscalía encontró 40 cuerpos sin identificar en Puerto Torres, la gran mayoría de ellos pertenecían a pobladores de otros municipios o caseríos aledaños. Según ‘Paquita’, esa era la verdadera razón de su estancia en ese lugar. “Puerto Torres quedaba cerca de la mayoría de municipios cerca de Belén de los Andaquíes. Nosotros allá llevábamos a la gente de esos otros lugares para torturarla y asesinarla”, afirmó el exjefe paramilitar.
Al otro lado de la cancha de fútbol, que queda en la mitad del caserío, fue donde ocurrieron los entrenamientos militares. “Esa historia de la escuela de la muerte es mentira, cómo se les ocurre que uno va a enseñar a matar en donde uno duerme”, afirmó Jaime, otro exparamilitar entrevistado por Rutas del Conflicto.
“Yo estaba criando seis sobrinos que dejó un hermano que falleció. Una tarde, uno de ellos miraba por la ventana de la casa y nos avisó que llevaban a un hombre amarrado de manos y pies. Lo estaban arrastrando y ya uno sabía que no iba a volver”. Para Silvio Torres no hubo calle, esquina ni lugar que no fuera usado como escenario de guerra en Puerto Torres.
“Nosotros [los entonces paramilitares] duramos allá muchos años y nadie nos decía nada. Una vez me hicieron parar en un retén del Ejército cuando iba rumbo a Belén en una moto. Yo iba armado. Pero uno de ellos [los soldados] me reconoció como 'primo' así que solo me dejaron ir”, contó Jaime con naturalidad. Según los entrevistados, ‘primos’ era el término con el que todos los miembros del Frente Sur de Andaquíes saludaban y llamaban a los miembros de la fuerza pública que tenían algún tipo de relación con ellos, ya sea de convivencia, colaboración o simplemente por omisión.
Jaime aseguró que cuando estaban en combates con la guerrilla y se sentían acorralados se comunicaban con miembros del Ejército, quienes también tenían alias y contraseñas para no ser identificados. Esta alianza consistía en enviar refuerzos aéreos y según Jaime: “Una vez llegaron hasta helicópteros para despejar la zona, nosotros nos alejábamos del lugar y mataban a los guerrilleros, luego volvíamos nosotros”. Varios exparamilitares entrevistados por Rutas del Conflicto para esta investigación concuerdan con el relato y el tipo de relación entre la estructura paramilitar, el Ejército y la Policía.
Esa relación con la fuerza pública no solo ocurrió en Puerto Torres. Alias 'Paquita' recordó que, el 29 de septiembre del 2001, una columna de la guerrilla llegó a Montañita (Caquetá), un municipio cercano a Florencia, con la intención de secuestrar a agentes de la Policía. “Las Farc usaban a las personas como moneda de cambio y ese era el propósito de llevarse a miembros de esa institución. Yo no me los dejé secuestrar”, afirmó Carlos Fernando Mateus, quien se refería a la protección de los uniformados para evitar su secuestro, porque los veía como a uno de los suyos.
Según 'Paquita', en tres ocasiones distintas, entre julio y septiembre del 2001, desde las estaciones de Policía llamaban a miembros del Frente Sur de Andaquíes para solicitar refuerzos. Durante tres meses seguidos, mientras se consolidaba el poder y presencia de los paramilitares en Albania, Morelia y San José del Fragua, se dieron combates donde los miembros del frente servían de escudo y defensa de la Policía.
“Francamente, la Policía no tenía capacidad de contestar operativamente contra la guerrilla, así que a veces les decíamos que se escondieran y nosotros atacábamos”, cuenta 'Paquita', al describir la trinchera que se utilizó durante los enfrentamientos, que era la casa en donde dormían los paramilitares en Belén de los Andaquíes.
“Nosotros éramos malos, la policía era peor, y nosotros teníamos que defender a los más malos”, dijo alias 'Paquita', comandante del Frente Sur Andaquíes.
*Los nombres de las fuentes fueron modificados por motivos de seguridad.