Aguas muertas que guardan vida y memoria
Desaparición forzada en la ciénaga de La Mojana
La región anfibia llamada así por el sociólogo e investigador Orlando Fals Borda en su obra, fue azotada, en tiempos contemporáneos, por una violencia que manchó sus aguas de sangre y se tragó las memorias de cientos de personas.
“Aguas muertas”, así llaman los pescadores y campesinos del sur-oriente del departamento de Córdoba, en el Caribe colombiano, a la imponente Ciénaga de Ayapel. Sus aguas quietas y reposadas han acumulado el llanto y el olvido de muchas personas, cuyos cuerpos bajaron por los ríos Cauca y San Jorge, hasta juntarse con los caudales de la Ciénaga de Ayapel y La Mojana, entre los años 1998 y 1999.
La Ciénaga de Ayapel está ubicada en la zona de descargue del río Cauca. El humedal hace parte de la depresión momposina, con una extensión de 54 mil hectáreas. Es la segunda ciénaga más importante del país, luego de la ciénaga Grande de Santa Marta.
Por el poco movimiento de las aguas de la ciénaga, siendo una zona de descargue sin corrientes, los cuerpos no son arrastrados como pasa en los ríos o en el mar. Los cadáveres, en la ciénaga, flotaban por un tiempo hasta terminar siendo presa de aves de carroña o acababan devorados por los peces o animales silvestres.
Omaira Noriega, habitante de Ayapel, cuenta que en algunas zonas de la ciénaga, en épocas de verano, se llegaron a encontrar osamentas. Según Omaira, estos restos los encontraron enredados en las plantas acuáticas.
El San Jorge región de enfrentamientos
A finales de la década de los años 90, la zona de Córdoba, especialmente el sur, fue sometida a disputas entre paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) y la guerrilla de las Farc. Según el Observatorio del Programa Presidencial para los Derechos Humanos (Opddhh), en noviembre de 1998 la violencia aumentó en los límites entre Antioquia y Córdoba, tanto en la zona del Bajo Cauca antioqueño como en el Urabá. Sin embargo, las mayores confrontaciones para ese año se vivieron en la Serranía de Abibe y en el Nudo de Paramillo. Ya para entonces, el narcotráfico se había afincado en la Ciénaga de Ayapel y el Alto San Jorge, en Córdoba.
Las Farc, en aquellos años, lograron propinar varios golpes a las autodefensas y apoderarse del acceso al piedemonte cordobés en cercanías de los corregimientos Juan José y La Rica en el municipio de Puerto Libertador. Como contraataque las Auc trataron de recuperar el territorio de influencia de las Farc. El informe cuenta de una matanza de por lo menos 70 personas. Según el (Opddhh), durante los años 2000 y 2001 previos a la desmovilización de las Auc en la zona del San Jorge, tuvo influencia el Bloque Mineros que delinquía en el Bajo Cauca antioqueño y en los municipios cordobeses de Montelíbano, Ayapel, Puerto Libertador y La Apartada.
Elver Castillo recuerda que algunos cuerpos encontrados eran apartados por los lancheros que atravesaban el espejo de agua. En la ciénaga de Ayapel, donde aproximadamente un tercio de la población solo tiene acceso al transporte fluvial, los cuerpos de los desaparecidos quedaban a la vista de pobladores y lancheros que recorren la ciénaga y sus corregimientos cada día.
La ciénaga hace parte del diario vivir de los habitantes de Ayapel y es su principal atractivo turístico. Aunque el río Cauca no pasa por Ayapel, este municipio se ve afectado por sus crecientes, ya que alimenta un conjunto de sistemas cenagosos como San Lorenzo, San Francisco y Los Nidos, de los cuales salen caños como Barro, Aguas Claras y Muñoz, en los límites entre los departamentos de Antioquia y Córdoba.
Élver Castillo Royero, habitante de la vereda Bocas de Seheve, del municipio de Ayapel (Córdoba), relata que hace 20 años se veían muchos cuerpos bajar por las corrientes del San Jorge, que desemboca sus aguas en la ciénaga, al igual que el río Cauca. Estos cuerpos eran avistados por campesinos que en las noches tenían faenas de pesca, principal actividad económica de La Mojana.
“Salíamos a pescar y nos encontrábamos cuerpos a las orillas del río. El orden público en la región estaba alterado y la gente temía porque se encontraban cadáveres desmembrados y sacos que en su interior tenían restos humanos. Esa era una ola de violencia que la comunidad no estaba acostumbrada a vivir”, dijo Castillo Royero.
Pescadores de la ciénaga de San Marcos regresan tras su faena de pesca.
En estos complejos cenagosos, según Élver, están dos puntos por los cuales la comunidad evitaba pasar porque sentía miedo: la Ciénaga del Chepillo y la Ciénaga del Pacal, donde se quedaban atascados muchos cuerpos durante varios días. En estas zonas convergen las bocas del río San Jorge y las ciénagas Gitana y El Tigre. La comunidad dejó de realizar varias actividades en estos espejos de agua como pescar, cazar especies nativas y recoger frutos silvestres usados para alimentar el ganado porcino.
En algunos casos, cuando los habitantes de las veredas veían flotar los cuerpos, avisaban a la Defensa Civil o la Unidad de Gestión del Riesgo para que los recogieran y los identificaran. Sin embargo, en muchas ocasiones la gente prefirió guardar silencio por miedo a represalias.
Ante la violencia y la utilización de las ciénagas, caños y ríos para arrojar cadáveres, los pobladores eliminaron de su dieta alimenticia, algunas especies de pescado, como el coroncoro o dorado y el comilón. “Se decía que estas especies comían carne de muertos, por eso los habitantes de áreas de influencia a la ciénaga los dejaron de incluir en su alimentación”, relató Castillo.
También en aquellos años los grupos al margen de la ley demarcaban zonas de la ciénaga y se prohibía a los pescadores acercarse a ciertos territorios. En algunos casos cuando los cuerpos eran arrojados al río se advertía a los pobladores no recoger los cadáveres por lo que algunos jamás fueron hallados para darles sepultura.
Así le pasó a la familia de Élver. Una cuñada de su mamá fue asesinada en el corregimiento Marralú y el cuerpo fue arrojado al río San Jorge. Al esposo de la víctima se le prohibió recogerlo, por lo que dio aviso a la comunidad aguas abajo para que rescatara el cadáver de una mujer con blusa verde, quien era su esposa. Sin embargo, la comunidad de Seheve no se atrevió a sacar el cuerpo del agua y así desapareció en el caudal.
En la Unidad de Víctimas hay registro de 65 desaparecidos forzosamente en Ayapel una cifra muy baja con relación al departamento con 6.162 denuncias por este hecho victimizante. De acuerdo con registros de prensa, los cadáveres encontrados en la zona de Ayapel y la Mojana en su mayoría no son de esa región y fueron a parar allí por las corrientes de los caños y ríos.
Élver explicó que estos casos quedaban en la impunidad, tal como pasó hace un año con su hermano José Antonio Castillo, quien fue asesinado a orillas del Caño Viloria, que alimenta este sistema cenagoso. A José Antonio desconocidos le propinaron 10 tiros, cuando pescaba en el cuerpo de agua. El cadáver fue recogido por sus familiares y nunca supieron quiénes fueron sus verdugos.
A este relato se une Omaira Noriega, también habitante de Ayapel y quien recuerda que durante aquellos años de violencia las aves de carroña advertían la presencia de un cuerpo en las aguas o a orillas del río. También los hedores que emanaban de aquellas zonas atemorizaban a la comunidad que al llegar al río a lavar se encontraban con un cuerpo en el agua. “En ese tiempo no había luz, ni agua, la gente lavaba en el río y utilizaba la ciénaga para todo”.
Omaira recuerda cómo las comunidades rompieron por un tiempo su relación con el agua por temor. Incluso muchas personas tendían a purificarla por estar “contaminada por la muerte”.
La violencia derrumbó La Mojana
Para Damián Osorio Bohórquez, quien lleva 32 años viviendo en el corregimiento El Pital de San Marcos, La Mojana ha sido devastada por dos factores: la violencia de los años 97 y 98 y las fuertes temporadas invernales que se vivieron en el 2011.
Entre 1997 y 1998 las personas se desplazaban por temor debido a los asesinatos ocurridos en los caseríos de San Marcos como Toronto, El Mosquito y La Gloria. “Eso trajo mucha pobreza a la región. La situación era tan miedosa que a los campesinos les daban 24 horas para salir de sus parcelas”, cuenta Osorio.
El habitante de la zona recuerda que en la Ciénaga de San Marcos había un sector donde llegaban muchos cuerpos flotando, esto era aguas abajo de un sector conocido como San Antonio. Allí convergen varios caños como El Mamón y Caño Rabón que son alimentados por los ríos Cauca y San Jorge. Por la convergencia de todas estas aguas provenientes de distintas direcciones, explicó Damian, que en este sector se armaba un remolino en donde los cuerpos daban vueltas y vueltas hasta descomponerse, hundirse, o que algún animal los devorara.
Hasta esta zona, según Damián, llegaban varios cuerpos, incluso asegura que a veces se veían aguas abajo miembros de una misma familia asesinados. “Eso daba pesar, tanto muerto que encontraban a la orilla del río, no podía usted ni agarrar el agua del cauce para bañarse, porque era una muerte detrás de otra. Hubo días que pasaban ocho, diez personas”.
También dice que hasta el punto donde trabajaba en aquella época como machetero, llegaban familiares de desaparecidos preguntando por su gente que había sido arrojada al río. Posiblemente muchos de estos cuerpos llegaron al cementerio de San Marcos que fue objeto de una intervención de la Fiscalía en el 2013.
En ese año el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses y el Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI) de la Fiscalía en Sincelejo investigaron en varios cementerios de la región, entre ellos el de San Marcos donde encontraron 27 cuerpos en condición de no identificados o NN. Según el informe emitido por Medicina Legal y luego de la intervención por información suministrada por los sepultureros de la zona, en este cementerio había cuerpos sin identificar desde 1997, por lo que surgió el proyecto de intervención para recopilar información de cuántos cadáveres sin identificar había en Sucre a fin de que algún familiar pudiese encontrarlos. Según informes de la Fiscalía, los cuerpos hallados fueron producto de la violencia en la zona, entre ellos casos relacionados con ejecuciones extrajudiciales, comúnmente conocidas como ‘falsos positivos’.
Por las épocas de 1998 Sucre vivía una cruda violencia. Para ese año se presentó la masacre de Colosó, en la que paramilitares asesinaron a siete campesinos y generaron un desplazamiento. El Observatorio del Programa Presidencial para los Derechos Humanos indica que la violencia de esa época se dio en las atroces incursiones paramilitares, en las que señalaban a campesinos de ser auxiliadores de las Farc. Los desertores de la guerrilla eran los guías que señalaban quienes eran los que colaboraban. Luego ejecutaban a las víctimas.
El exparamilitar Úber Enrique Banquez Martínez, alias Juancho Dique, en versión libre ante la Fiscalía en el 2008 habló de seis masacres en las que había participado entre 1996 y 2005. En sus relatos, Banquéz mencionó crímenes contra campesinos y conductores. Una serie de asesinatos que en Sucre y los Montes de María se recuerda como la ruta de la muerte porque a las personas las asesinaron en diferentes sectores, sembrando terror y desplazamiento forzado.
Tumbas NN intervenidas por la Fiscalía en el cementerio central de San Marcos, Sucre.
En cuanto a casos de desaparición forzada, la Unidad de Víctimas en Sucre solo registra 47, en el municipio de San Marcos de 1.968 que existen en este departamento, quizás porque en Sucre, los violentos usaron los cadáveres de sus víctimas para someter al miedo a los territorios.
Hay quienes piensan que la violencia llegó a La Mojana, para quedarse. No solo por la ocurrencia de hechos violentos, sino por los acontecimientos que, atrapados en la región anfibia, siguen sin relatarse, por miedo a los nuevos grupos armados que han surgido en la región, sin que sea posible aún, hacer memoria.
Los sitios clave
Rutas de Conflicto y Consejo de Redacción identificaron estos puntos clave durante la investigación en el tramo de La Mojana