“Esa quijada y esos huesos pueden ser mis hermanos”

La historia de Sandra Callejas

Cierto día  del 2017, Sandra Patricia Callejas Higuita, presidenta de la Asociación de Desplazados de Ituango por el Restablecimiento de los Derechos (Asdedi),  caminaba sin rumbo por las playas del río Cauca y halló algo que jamás olvidaría. No era oro ni ninguna piedra preciosa, era una quijada humana.

Un frío, que no era de miedo, recorrió su cuerpo. Ella y su familia lidiaban con los espantos de la muerte en su natal Ituango, municipio de casi 21 mil habitantes, ubicado al nordeste de Antioquia (Norte de Colombia) y construido sobre montañas sacudidas por los enfrentamientos armados entre guerrillas, paramilitares y soldados del Ejército Nacional. Todos ellos han hecho parte del ‘espectáculo’ sangriento que ha dejado a su paso un sinnúmero de masacres, desapariciones forzadas y desplazamientos. Por eso, ya no era extraño para Sandra revivir episodios de horror.

Apenas la vio, la tomó en sus manos, aferrándose a ella con una tristeza que la acompaña desde hace 19 años para recordarle a sus hermanos desaparecidos: José Milagros, Gonzalo y Ángel de Dios. Sabía que esa quijada no podría ser de ninguno de ellos. “Eran unas muelas hermosas, forradas en platino, que en nuestro medio no se las hace cualquier pobre”.  Sandra cuenta que proviene de una familia campesina que no podía darse esos lujos porque la violencia armada la despojó de todo, hasta de las lágrimas.

“Qué pecado con este ser humano, lo asesinaron y mira dónde vino a caer”, pensaba, mientras la mostraba a unos barequeros, como se le llama a los buscaban oro en la región y que permanecían en la playa. “Ellos también la tocaron. Me la iba a llevar para la casa, pero la dejé en una piedra porque quería seguir andando, se me perdió o la corriente se la llevó”. Esta historia no es la primera vez que la cuenta, y en esas narraciones que le resultan necesarias para limpiar su alma, ha aprendido a contener el llanto y continuar el relato.

Ante el hallazgo, los barequeros reaccionaron con aparente normalidad, pues son ellos los que generalmente dan aviso de cuerpos flotando en las corrientes. “No reaccionaron maluco, para la gente del río resulta normal”, recuerda. Le contaron que esa semana hallaron uno que los gallinazos se estaban comiendo, y que veían pasar cadáveres cada rato por el Cauca. “Uno siente dolor, por eso cogí las muelitas, podían ser de mis hermanos desaparecidos, las tomé con sentimiento porque uno ha vivido ese dolor, como no sé dónde están, puede ser de uno de mis hermanos”, dice Sandra..

Este sentimiento lo volvió a experimentar poco tiempo después en las playas del río Ituango, que desemboca en el Cauca. Encontró varios huesos humanos y los llevó para su casa. “Sé que eran dos personas porque en la casa armamos los huesitos, había dos cráneos, y les faltaban partes”, cuenta, se detiene para respirar profundo y seguir narrando. “Pensando en que podrían ser de mis hermanos, yo me dije ‘no voy a dejarlos acá, me los voy a llevar’, que por lo menos se saquen de este lugar y que lleguen a un sitio fijo pa’ que descansen, pa’ que ellos sientan que uno ya los recogió de aquí”, señala Sandra, quien los tuvo cuatro días en la casa con su familia. “No le digo pues que entre todos los armamos, los echamos a ellos junticos en una bolsa plástica, los metí en un costal blanquito. Y después ¿qué hago con esto? me pregunté. ¿Sabe qué hice con ellos? fui al cementerio y los dejé en  en una fosa común, pero antes marqué bien el costal donde estaban. Le puse “el costeño”, porque la persona que me ayudó a rescatarlos le dicen así, y por si algún día los buscan, que lo hagan con ese nombre. Deben estar intactos porque allí no les entra agua ni nada”, atestigua la mujer.

En el cementerio, una señora que conoce el dolor de Sandra y de muchos en el pueblo, la acompañó a orar por ellos al pie de la fosa. Con la plegaria sintió algo de paz. “Para sus madres ellos están perdidos y para mí, que tengo mis hermanos desaparecidos, esta oración es un descanso espiritual”.

Cuando Sandra y su familia vivían en la vereda La Prensa, a 20 minutos de Ituango, la guerrilla y los paramilitares les arrebataron cuatro hermanos, tres de ellos están desaparecidos. El primero fue José Milagros, tenía 22 años cuando regresaba de prestar el servicio militar. Un día salió de su casa y fue interceptado por dos hombres que le obligaron a acompañarlos. “Les dijo que mejor lo mataran porque no iba a pertenecer a ningún grupo ilegal, contó una persona que en ese momento pasaba por el lugar. Como no accedió, lo torturaron y después se lo llevaron”, narra el periodista Rafael Alonso Mayo en su libro Sanar las heridas, en el que Sandra es protagonista. El cuerpo de José Milagros nunca fue hallado.

Un año después desapareció Gonzalo, de 18 años, el menor de los hermanos. Salió de su casa y nunca regresó. Al parecer fue asesinado por paramilitares, los mismos que meses después llegaron a la casa de la familia y le dijeron que no lo esperaran más. “Fue asesinado y nosotros hicimos un hueco y lo enterramos. Al menos esté tranquila, que los gallinazos no se lo comieron”, le dijeron sin piedad a su madre, Teresita Callejas, quien sueñaba verlo entrar por el corredor de la casa, descargando un morral que llevaba sobre sus hombros. Esta confesión también la  hizo Sandra en Sanar las heridas.

Luego asesinaron  a Ángel de Dios, de 30 años, delante de su esposa e hijos. Su cuerpo se lo llevaron y no se sabe más.  Por cuenta de la desaparición forzada, la familia Callejas Higuita parece condenada al sufrimiento. En el 2006 asesinaron a Marleny, hermana de Sandra, mientras se movilizaba en un bus en la ciudad de Medellín. Fue sepultada en Ituango. “No sabemos si los cuerpos de mis hermanos fueron arrojados al Cauca ni qué pasó con ellos, es muy duro porque no es lo mismo que nos digan que los mataron, que están en tal parte enterrados. Mi mamá se consumió de dolor, murió en el 2009 esperando a sus hijos que se los llevaron de un día pa’ otro, esperó que  en cualquier día regresaran, pero nunca llegaron. Tener que vivirlo y ver a otros consumirse del dolor es muy fuerte”, cuenta Sandra.

Este rosario de dolores y adversidad ha hecho de Sandra una mujer fuerte. Por eso desde el 2011 apoya la creación de la Asociación de Desplazados, para compartir su sufrimiento y servirles a otras personas que lo padecen. Hoy es su presidenta y la representante ante el Comité Municipal de Justicia Transicional en Ituango, encargado de adoptar la política de víctimas en lo local.

Las desapariciones se incrementaron en Ituango en 1996, cuando empezaron a llegar los paramilitares. “Todos los días mataban una o dos personas. A la gente la ponían a cavar su propia tumba, para después que las mataran”, comenta Sandra. “Eso ocurrió cuando tenía 16 años, recuerdo que salí del colegio y me dirigía hacia la finca y me tocó un retén paramilitar donde devolvían a la gente que no tenía su documento de identificación. “Yo soy fulana, pero no lo tengo, les decía”. “Ah no, si usted no tiene documento es porque hace parte de un grupo”, me respondieron. Allí paraban el bus, nos bajaban, si eran hombres los maltrataban y mataban, si eran mujeres las violaban o las mataban, hacían lo que querían”, confiesa Sandra sobre  un capítulo de su vida del que prefiere no dar detalles.

“Fosas comunes en Ituango, las que usted quiera”

Para un nativo de Ituango la desaparición forzada es una realidad en un territorio con más de 50 años de confrontación armada y olvido estatal. La violencia hizo carrera en este territorio. “Estamos tan enseñados  a esta realidad que aquí muere alguien y es como si nadie muriera. Al cementerio llegaban volquetas con ocho o nueve muertos, la gente decía, mañana seré yo”, dice Sandra.

“En Ituango desaparecían a la gente bajándolas de los carros, sacándola de sus casas, o cuando les decían que fueran donde fulano y se montaban en una moto y los llevaban al puente Pescadero, allí los mataban y arrojaban. Si buscamos cuerpos en este municipio, los vamos a encontrar. Fosas comunes es lo que hay aquí, por ejemplo, en el Filo La Aurora, bajando del río, no han buscado ni exhumado”, detalla.

“Es que en Ituango nadie hace nada a pesar de que en este momento tenemos personas desaparecidas que se las han llevado secuestradas. Aquí se desaparece la gente y desaparecida queda”, reclama Sandra, quien creía que con el proceso de paz las cosas cambiarían a  favor de las víctimas del conflicto. “Nos pintaron un panorama muy hermoso en verdad, justicia y reparación. Durante los diálogos aquí hablaron de desaparición y minas antipersonal, pero nada que avanza, y qué va a avanzar, si otra vez está minado el campo. A las fincas no se puede ir, hay que pedirle permiso a un grupo porque eso está minado, hay gente que la devuelven del camino, esto está muy maluco”, advierte.

En 1997 cuando entraron los paramilitares a Ituango empezaron los desplazamientos forzados masivos y ahora  persisten gota a gota por la extorsión. Cuando los delincuentes se enteran que indemnizan a las víctimas, les quitan la plata y si no la entregan, abandonan el pueblo para que no las maten.

A Sandra y su familia las han desplazado en tres ocasiones, las mismas veces que han intentado reclutar a su hijo de 18 años. Los grupos armados lo tienen en la mira y teme que los miedos se hagan realidad.

“Es duro tener que irnos de nuestra tierra para sufrir a la ciudad, es muy berriondo”. Sandra estaba en Medellín, pero decidió regresar. “Un día dije: Si muero, pues que sea en mi tierra, cómo voy a sufrir aquí, si no tengo apoyo. Qué se haga lo que Dios quiera”, dice con resignación.

“Aquí lo que hay son fosas comunes, las que usted quiera. Por la ribera del río hay gente enterrada, es un cementerio, pero ahora es imposible rescatarlos y le pedimos al Estado que lo hiciera, pero no lo hizo”.

Las víctimas se conforman con participar en marchas para conmemorar el Día del Desaparecido, fecha que se aproxima. “Encienden velas y ofrecen misas, pero lo hacen desde la asociación de desplazados en compañía de la Mesa de Víctimas, porque en Ituango no hay entidad estatal que trabaje por encontrar a los desaparecidos”.