Sandra fue desplazada dos veces por la guerrilla, la primera vez, tuvo que dejar su finca en la región e irse con sus hijas pequeñas hacia un refugio con otras veinte familias, y la segunda, fue cuando tuvo que salir a Ocaña. El Catatumbo ha sido una de las regiones más golpeadas por el conflicto armado, por las economías ilegales, los cultivos de uso ilícito, como por la poca presencia del Estado. De ahí, por ejemplo, como dice Sandra, que tengan una “tierra muy rica en muchas cosas, pero que no cuenta con buenas carreteras para llevar o que lleguen los alimentos, al ser una zona que está muy olvidada por el gobierno”.
Además de los problemas de infraestructura, cuando Sandra tuvo que movilizarse, muchas veces se bloquearon las entradas a los pueblos. Entonces, “no podían tener ni frutas, ni verduras, ni nada y les tocaba improvisar con lo que tuvieran”. Así, alimentos o ingredientes como el frijol, maíz e incluso el ganado, cuenta Sandra, se han ido perdiendo y con ello la posibilidad de realizar los platos típicos de la región.
Actualmente, con la propuesta de retomar la fumigación para erradicar los cultivos de coca, según Holmer Pérez líder de Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat), se teme que a causa de enfrentamientos armados, se dé el desplazamiento forzado de la población. Esto, según la organización, debido a que erradicar con glifosato intensificará los problemas que ya están en la región. En ese sentido, exigen mejores condiciones, programas y precios de sus cosechas para tener una mejor rentabilidad, que les permita estar en el marco de la legalidad.
Carmen Quiñonez tiene 53 años, es líder comunitaria de la Fundación Mujeres Víctimas del Conflicto, fue desplazada por la violencia de Nariño Barbacoas a Cali. Vive en resistencia a través de la gastronomía, dando a conocer los platos típicos con los saberes ancestrales de la región Andina. Lo que más recuerda de su infancia, son los mariscos, y antes de su desplazamiento los plátanos, pescados, y frutas que le brindaba el campo y los cuerpos de agua sin costo alguno, y con los que podía hacer la bala con guiso de piangua, buzandado, sábalo, o el tapao de carne serrana característicos de su tierra. En la que ya no todos cultivan, porque “no los dejan trabajar”.

El plátano, como lo expresa la sobreviviente de desplazamiento y cocinera Quiñonez, se ha convertido en símbolo de resistencia. El chef del restaurante Mini-Mal Eduardo Martínez, cuenta que en el Atrato cuando se realizó la Operación Génesis en 1997, en el que hubo un masivo desplazamiento de las poblaciones, y algunos retornaron a su territorio, el “ejercicio de reapropiación era ir a las fincas abandonadas a sembrar colinos de plátano”. A pesar de que en algunos casos, cuando volvieron, encontraron que se había cultivado palma de aceite. El plátano al ser un alimento que es base en los platos que consumían, se usaba como una forma también de control militar, en la que si dañaban los cultivos, se quedaban sin comida. Lo mismo sucedía, cuenta el chef, cuando había control del tránsito del plátano.
Al igual que en el Catatumbo, la región del Pacífico en especial el departamento de Nariño, acorde al Observatorio de Drogas de Colombia, es uno de los más afectados “tanto por cultivos de coca, como por cultivos de amapola”. De hecho, el gobierno declaró que estaba listo para volver con las fumigaciones aéreas con glifosato en Nariño. Una problemática que comparte el Catatumbo, Nariño y otros lugares de Colombia, y deja ver que lo acordado en los acuerdos de paz con las FARC, en los que se opta más por la sustitución de cultivos que por la erradicación, siguen sin cumplirse.
Alimentos como el trigo en pepa, el boré, el choncle, o la papa nativa de Boyacá son ejemplos de cómo la desaparición de semillas no solo se da por el desplazamiento forzado, sino como dice Pedro Briceño campesino y tecnólogo en producción agropecuaria, por el abandono del Estado. Briceño explica que los costos para tener un registro INVIMA, estar inscrito en las entidades necesarias, y pagar impuestos por vender un producto local, no solo son caros, sino que el gobierno prefiere apoyar lo internacional por los bajos costos.
Briceño, es conocido por ser el guardián de las papas nativas al recuperar desde el año 2008, cuarenta especies nativas y producirlas en alianza con otras treinta familias para la venta local. Las coloridas papas nativas, “son completamente estables y no pasan por ningún proceso químico o de modificación genética a comparación de la blanca” dice él. Aunque también tienen una infinidad de antioxidantes, de propiedades medicinales, y nutricionales “muchas de las personas en el país la desconocen o no la consumen”. Por esa razón, Briceño se encargó de realizar campañas en los colegios en Boyacá, incentivando a su consumo y construyó múltiples alianzas con restaurantes locales.
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