Para un excombatiente la desaparición también es cruel - La Historia de María Susana Palacios, excombatiente Farc
“Cuánto no daría para que se termine esta pesadilla, esto para una persona como yo, también es duro, porque nuestra familia fue asesinada. Así como le pasa a otro, a uno también le ocurre y se sufre”, señala María Susana Palacios Sucerquia, excombatiente del frente 18 de las Farc, que tiene las cicatrices del conflicto armado desde el victimario que un día fue, y como víctima que la misma confrontación le ha impuesto.
La desaparición forzada también es una pesadilla para quienes hicieron parte de las guerrillas. A María Susana le asesinaron a tres hermanos y a su madre, a uno lo hallaron en el río Ituango, arteria fluvial del río Cauca, en enero de este año.
Primero mataron a Sandra Sirley, de 9 años; luego a Óscar Darío, de 18; y siguió su madre, María Otilia Sucerquia. Los encontraron en diferentes sitios de Ituango. “Recuerdo que a mi mamá la mataron en el 2010 cuando yo tenía un año de haber perdido la pierna por una mina antipersonal”, dice María Susana.
La tragedia continuó. El 21 de enero del 2018 hallaron el cuerpo de su hermano Duván Alexis Higuita, de 14 años, en las corrientes del río. “La última vez que lo vi fue el 23 de diciembre que pasó por mi casa; cuando al otro día ya no volví a verlo. Pensaba que se había quedado por allí de fiestas de 24, pero el 25 tampoco apareció. La gente me decía: búsquenlo en el río si lo quieren ver. Así lo hicimos y no lo encontramos”.
El cuerpo de Duván Alexis lo hallaron un mes después en el río Ituango los dueños de una finca que queda a orillas del afluente. “Allí hay un potrerito de ganado, los propietarios fueron a darle vuelta porque se sentía un mal olor y había mucho gallinazo”, dice María Susana, quien dos días antes había pasado por ese sitio y le pidió el favor al muchacho que la transportaba en moto, detenerse un instante: “Aquí huele mucho a podrido, vamos a asomarnos a ver si es mi hermano, pero me advirtió que no, y seguimos de largo”, recuerda.
Le cuentan a María Susana que el cuerpo de Duván estaba irreconocible. “Para uno que también es un ser humano, es muy duro que un familiar quede así en un río y que no lo podamos ni recoger. Se supo que era él por el pantalón que llevaba puesto. El inspector me dijo que tenía tres disparos. El cuerpo fue llevado a Medicina Legal de Medellín y a los 10 días lo entregaron”, narra.
Recordar lo ocurrido a su familia le es difícil, se forma un caos en su mente, le entra un frío en el cuerpo y aguanta el llanto, cada vez que viaja en el bus escalera, como se le dice en la zona a los buses que recorren los pueblos de las montañas de Antioquia, hacia Ituango y tiene que pasar por los sitios donde sus seres queridos fueron encontrados muertos. “De todas formas es mi familia y saber cómo fue su final siempre será doloroso”, dice la excombatiente.
A María Susana le gustaría saber las razones por las que los mataron. No se conforma con que se crea que fue en retaliación porque ella hizo parte de la guerrilla. “No sé si sus muertes tengan que ver con mis antecedentes y tampoco creo que los mataran porque hayan pertenecido a otras bandas. Hace ocho años murió mi mamá y aún no sé por qué. A ella la encontraron en la orilla de la carretera, subiendo a la vereda El Cedral, con dos disparos”, cuenta.
La desaparición forzada es un fenómeno recurrente en veredas como El Cedral, sitio que actualmente lo disputan las disidencias de las guerrillas y las llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc). Históricamente allí se instalaron retenes de control y actualmente lo siguen haciendo. Es en este mismo sitio donde vive María Susana con sus hijas. “Unas veces tenemos ratos de tranquilidad y otras nos toca empacar e irnos, como nos ocurrió el año pasado cuando una noche alguien llegó y me dijo: ‘señora, usted se va’, y yo le respondí: ‘pa’ dónde me voy a ir con esta oscuridad, este pie así y con dos niñas, una de ellas enferma’. Al final nos tocó dormir en una cañada. Y a cualquier hora nos toca volver a salir porque esta vereda se mantiene amenazada”, admite.
A María Susana nadie la invitó a entrar a las filas de las Farc, grupo al que le entregó 17 de sus 32 años de vida. “Yo entré por conciencia mía. Al ver que mi mamá nos maltrataba preferí estar allá. Recuerdo que cuando vivíamos en la vereda La Miranda, nos pegaba con un cable. Me fui para la guerrilla a los 12 años”, precisa sin percatarse de que en el contexto de un conflicto armado, a esa edad, lo que parece voluntario se configura como reclutamiento forzado de menores. En su tiempo de combatiente anduvo por Ríosucio (Chocó), bajo Cauca e Ituango. Pese a ello, asegura que en ese entonces no le tocó ver que arrojaran gente al río, o por lo menos, de esto no habla.
El acuerdo de paz significa mucho para María Susana porque es la garantía que aún tiene para brindarles a sus hijas un camino de oportunidades que ella no tuvo. “Queremos que haya paz, pero lo veo difícil. Fuera una dicha que se cumpliera como se debe, con igualdad para todos”.
Por mucho que se esfuerce no ha podido alejar a sus hijas de la violencia y menos de la estigmatización social, ser hija de excombatientes no es fácil para su hija. El papá de una de sus niñas murió en febrero de este año luego de que cayera en un campo minado. “La vida ha sido muy dura, porque estaba apegada al papá y su recuperación psicológica ha sido traumática. Ahora vive acomplejada y llorando”, dice.
Tras entregar el arma, pensó cómo la recibiría la sociedad y su familia, a las que no les cuesta admitir que no desearían tener ni de vecino a un excombatiente. Su hermana le habla con desprecio y aún no le perdona que se haya ido para las filas guerrilleras. “Pensamos que todo iba a ser una maravilla, pero así como hay unos que lo miran bien, hay otros que nos miran con una berriondera. Uno se siente mal” Yo decía, “ah, ahora sí va a ser bueno levantar a mis hijas, pero hay partes a las que uno va y lo atienden bien, y hay otras que te miran de reojo y con asco”, admite María Susana. Ella, para quien la discapacidad no es impedimento para salir adelante, siembra frijol, plátano y yuca. Cría marranos y pollos, y jornalea sembrando y recogiendo café, para buscarle la comida a las niñas.
No se arrepiente de haber entregado las armas, fue la mejor decisión. Le pide a Dios que ni en sueños la haga volver.