“Sería un deshonor dejarlo olvidar”

Nueve personas fueron asesinadas entre el 22 y el 25 octubre de 2002 por paramilitares del Bloque Central Bolívar, en cuatro diferentes localidades del municipio de Quinchía, en Risaralda. En el corregimiento de El Naranjal, Eduar Yamid Bartolo Ladino, entonces con 15 años, vivió la muerte de su padre, Javier Antonio Bartolo Trejos. Cinco meses antes, en mayo, ya había presenciado el asesinato del amigo de infancia Orlando Antunes Tapasco, en otra masacre. Bartolo Ladino narra los hechos que vivió durante las incursiones de los 'paras'

“En mayo de 2002, la situación era nueva porque, en esa zona, a pesar de que siempre se supo que existían grupos de personas armadas, nunca se había visto esa situación de que llegaran y buscaran personas.

En ese mes, mataron a un amigo mío de infancia. Yo tenía 15 años, y ese amigo se llamaba Orlando. Todo el corregimiento lo quería mucho, era una persona muy extrovertida, y era muy conocido porque era muy bajito, muy alegre y le gustaba mucho bailar.

Él era un poco mayor que yo, a esa fecha tenía unos 18, 19 años. Ese día fue la primera ocasión que vimos que hacían presencia los llamados paramilitares en la comunidad. Recuerdo que llegaron y entraron en todas las casas. Llegaban a saludar como cualquier personas y decían que tenían que entrar porque había armas guardadas, o elementos de apoyo de lo que nombraban guerrilla.

Orlando se tomaba sus cervezas y, el día en que llegaron los paramilitares, era un lunes festivo. El corregimiento cuenta con unas cuatro discotecas y, este muchacho había amanecido tomando con un señor que era suegro de él, padre de su novia. Creo que, en medio de los tragos, esa gente llegó, y hasta donde yo escuché, les hicieron preguntas. En una de esas preguntas Orlando les contestó de mala manera y le dieron un disparo que lo mató.

A ese muchacho lo conocían todos porque el papá había fallecido hacía muchos años, y él vivía con los tíos. Todo el mundo lo había visto crecer, porque, como no tenía papá, y la mamá se había ido, son de esos niños que crecen y toda la gente se queda pendiente de él.

Él no conocía la mamá, pero sabía de la historia que ella lo había regalado. El sábado, dos días antes de su muerte, llegó la mamá. Me acuerdo que él estaba en el segundo piso de un bar con las ventanas transparentes, y ellos hablaron mucho rato. El hombre estaba contento el sábado y el lunes lo matan. Qué injusta es la vida.

Para la comunidad fue muy duro, por unos tres meses ya no había nadie en la calle después de las seis de la noche, con temor. Y no volvimos a ver esa gente hasta octubre, cuando sucedió la otra situación. Lo difícil y lo injusto es que, en la comunidad, usted no veía ningún otro grupo armado.”


 

“Ellos dijeron que había gente que salía armada porque era guerrillera, pero eso es falso. Era gente amable, que salía para trabajar y sobrevivir”

 


Para octubre, se escuchaba que estaban por allá, en otras veredas y corregimientos. Esa es la zona cafetera, un municipio dedicado al cultivo de café. En El Naranjal el mes de octubre fue representativo como el mes de la cosecha de café en esa época. Y cuando hay cosecha de café, la gente se ve con dinero, toma cerveza, hace fiesta. Mi papá era comerciante, tenía una compra de café, era una persona reconocida en el municipio. A mucha gente le ayudó y colaboró y, por eso, tenía muchos amigos y mucha gente lo distinguía.

El día 25 de octubre, un viernes, había una actividad programada en el colegio, de integración, y no quise ir. Había mentido a mis papás que había una reunión de profesores, para no ir, y pasé el día con mi papá. Me recuerdo que a él le gustaba mucho el ‘Chavo’, y en un canal todos los días lo presentaba en la tarde. Él lo veía y se reía. A las cinco de la tarde, vi que pasó gente armada. Recuerdo que había dos señores, uno en la esquina de mi casa y uno adentro, hablando con mi papá. Hablaban normal, parecían tener una conversación normal. Ellos estaban vestidos con uniforme militar, pero el rostro lo tenían descubierto. Tenían brazaletes negros con letras blancas que decían AUC-BCB (Autodefensas Unidas de Colombia - Bloque Central Bolívar).

Algunos tenían celulares, y era una rareza ver alguien con eso. Me recuerdo que la conversación que tenían era que el celular había costado tanto, que tenía tantos minutos. Y uno de ellos le dijo a mi papá que tenían que hablar abajo, fuera de la casa. Mi papá fue, normal, hasta tenía una especie de pañuelo rojo en el hombro. Lo llevaron hasta una discoteca que estaba cerrada, y que tenía una terraza. Vi que aparcaron una camioneta roja, del municipio, justo en el parque principal del corregimiento. Bajaron unas personas y las entraron donde habían entrado mi papá, en la terraza. En cuestión de cinco, diez minutos, escuchamos disparos, cuatro tiros.

Mi mamá, que estaba ahí en la casa, me gritó: "Hijo, ve a ver qué pasó con su papá". Y ya estaba llorando. Ella es una persona muy fuerte y no llora por cualquier cosa. Salí en pantalonetas, sandalias y una camiseta, y me fui, volteando el parque principal. Cuando me acerqué a una distancia de 15 metros, lo vi tirado a una esquina de la terraza. Uno solamente siente ese tipo de sentimientos una vez en la vida. Yo solo lo sentí ese día y, hasta el momento, que ya tengo 29 años, no lo he vuelto a sentir. En menos de un milésimo de segundo, sentí que algo me subió... Mi reacción fue, a pesar de que la gente estuviera armada, seguir caminando.


 

“Cuando estaba a unos cinco metros de distancia, un adulto de los que estaban uniformados me puso el brazo en el pecho y me frenó, fuerte. Yo lo miré y dije, ya llorando: ‘Señor, es que él es mi papá’”

 


Cuando dije eso, otro señor, que estaba a su lado, me colocó un fusil en el cachete y me dijo: ‘Váyase hijo de tantas, si no quieres que también lo mate’.

Mi papá estaba sentado, como si estuviese dormido, no tenía sangrados. Vi también a otra persona, un señor, y la reacción de su cuerpo, que estaba saltando en el piso, como los pollos cuando se están muriendo. Digo yo que cuando un ser supremo quiere que uno siga existiendo... A mí hubo algo que me detuvo en ese momento. Y me fui.

El espacio que caminé hasta mi casa se me hizo eterno, como si hubiese caminado 10 kilómetros. Cuando llegué, mi mamá ya estaba muy ofuscada, llorando. Le dije: ‘Mataron a mi papá’. Usted puede imaginar la reacción de ella como esposa, como madre. Mi hermanita tenía 13 años... imagínese, todo el mundo a los gritos.

A partir de ese día, a esa gente jamás se volvió a ver por allá. Jamás volvimos a ver los paramilitares. Eso fue un 25 de octubre, y en diciembre las fiestas no fueron iguales, todo el mundo quedó encerrado en sus viviendas. El corregimiento volvió a despertar solo unos dos años después.

Yo me interesé a contar eso porque sería un deshonor dejarlo olvidar, dejarlo en el pasado o simplemente en la memoria de los que nos tocó desafortunadamente vivirlo. La vida era una hasta ese día, y después surgió otra vida. Yo pasé de ser un adolescente que no tenía ninguna preocupación a pensar en cómo vivir con noción de adulto porque uno aprende a madurar con la vida.


 

“Después de tantos años, yo veo el ‘Chavo del Ocho’ y el primer recuerdo que me viene es el de mi papá, de escuchar cómo se reía"

 


Son situaciones que no se vuelven a vivir. Él hizo falta y sigue haciendo. Desafortunadamente él se fue y, afortunadamente, lo logramos superar. Mi hermana es profesional, es próspera, mi mamá está con nosotros, yo soy profesional. A pesar de que él hace falta, hemos podido salir adelante.

Vivimos en Rionegro, Antioquia. Pero tenemos todavía la propiedad y la familia que vive en El Naranjal. Debería de existir en el municipio una especie de monumento, un lugar diseñado en honor a esas personas que perdieron la vida. Tengo eso pendiente para cuando vaya.”

"Lo que me pasó a mí que no le pase a nadie más"

El 7 de septiembre de 1996, a las afueras de Bogotá, cuatro jóvenes fueron torturados y asesinados por miembros de la Policía, que los señalaron de pertenecer a un frente urbano de las Farc. Alfonso Mora, padre de una de las víctimas, dice que los autores del crimen podrían salir de la cárcel con los acuerdos de La Habana, pero insiste en que, en su opinión, lo más importante es que nunca más se vuelvan repetir estos hechos.

“Mataron a las personas más claves de la comunidad”

En 18 de abril de 2004, Margoth Fince Epinayú de 70 años y miembro de la Asociación Indígena de Autoridades Tradicionales Wayuu, fue asesinada por paramilitares. En la masacre, ordenada por alias “Jorge 40”, los ‘paras’ también mataron a Rosa Fince, líder de la comunidad, y desaparecieron a Diana y a Reina Fince. La abogada Débora Barros Fince, familiar de las víctimas, narra estos hechos y explica cómo la comunidad desplazada logró regresar a sus tierras a pesar de las dificultades.

“En ese entonces, abril de 2014, había tres miembros del Ejército en la comunidad, que se retiraron. Estaban allá haciendo acompañamiento, seguridad. El interés de los paramilitares era por el puerto natural, con libre circulación para el tema del contrabando, del narcotráfico.

Rosa Fincer, Diana, Reina, eran hermanas de mi mamá. Yo era la inspectora de Policía del municipio, vivía en una pieza en Uribia e iba todos los fines de semana para la casa en Bahía Portete. Tenía 25, 26 años. Pasó alguien y dijo: ‘En Portete hay una masacre’. Me mandaron avisar a mí, yo no podía creer. Fue horrible, el miedo, el terror. En ese momento no había celulares. Lo que hice fue avisar el alcalde, y él no quiso creer. Después fuimos a Riohacha para pedir ayuda a la Defensoría para ir a la comunidad. 

Un grupo pudo subir tres días después de la masacre, porque, con el miedo, no sabíamos si la gente estaba viva, muerta, o qué había pasado. Lo que se especulaba era que habían matado toda la comunidad. La gente estaba metida en los manglares, escondida. Varias personas de mi familia subieron en carros con acompañamiento del mismo Ejército y la gente empezó a salir. Estaban en los arroyos escondidos.  Se recogieron los cadáveres y el olor.... había un olor fuerte. 

Yo no subí a los tres días. En ese momento alias “Pablo” dijo que me iba a matar. Un día antes me dijeron que había hombres armados en la zona, amenazando la comunidad. Los que se fueron encontraron un brazo quemado en un camión. De pronto era de una de las desaparecidas. No pudimos saber nada sobre ellas. 
Ahora hay gente ya viviendo ahí, retornados. Hay una escuelita, poco a poco la comunidad se fue urbanizando. Lo que está abandonado son las ruinas de las casas donde hubo muertes, pero eso nunca se va a habitar. Por respeto, por mantener la memoria. 

Mi familia está ahí, fuimos unos de los primeros que volvimos, a los diez años de la masacre. Los que no habían vuelto era por el miedo, porque decían que había hombres armados allá. La comunidad está allá, normal, con dificultades porque no hay agua, no hay un apoyo del gobierno nacional, pero está allá. 


El proceso de retorno se organizó a través de la Unidad de Víctimas, pero el territorio nunca se abandonó, íbamos todos los años a cada aniversario de la masacre, nos concentrábamos en estar todos juntos, en hacer una comida. Eso ayuda a que la comunidad se mantenga unida y a los que están esperanzados a aguantar, soportar. Trabajamos la reunión de la comunidad, hablamos de la reconstrucción de la memoria, del tema de los niños, de recuperar la confianza en las instituciones. Recibimos acompañamiento de otras instituciones, que nos orientaron y nos dieron la fortaleza.

Los que están ahí en la comunidad son los que están arraigados al territorio, concentrados en cuidar y recuperar todo eso, las cosas que de alguna manera se perdieron. Pero allá está el tema del agua, es lo primordial que se necesita y no lo hay. No hay transporte, es muy difícil. Los niños van a la escuelita ahí mismo, no es una escuela que fuera realmente dada por las autoridades de la educación, o por el Ministerio de Educación, sino que una de las muchachas enseña los niños a escribir, a hablar tanto el español como el wayuunaiki. Pero el gobierno no está, la comunidad retornó voluntariamente, el gobierno tenía que dar las garantías, pero no las ha dado.

El gobierno dio la reparación por desplazamiento a cada familia, casi 17 millones de pesos, no a todos, faltan algunos. Desplazados fueron 80, 90 familias en el momento, que hoy equivalen a unas 115, 120. Pero en Bahía Portete no hay nada más que unas 40. El resto se han ido a diferentes ciudades. 

La pérdida del territorio para los wayuu tiene una consecuencia grande de pérdida de la lengua, es algo gravísimo. Si se pierde la lengua se está perdiendo la esencia de la mujer wayuu, la vivencia y la existencia del pueblo, es como un exterminio. Hicieron una cosa terrible, mataron a las personas más claves de la comunidad: a la autoridad tradicional y a la líder, y eso fue lo que logró el desplazamiento. Fue terrible, marcó la vida de toda la comunidad. En el pueblo wayuu, las mujeres son muy sagradas, no puede haber conflictos grandes, las mujeres están ahí para intervenir, para ayudar en el tema del dialogo, y no para asesinarlas. El daño en la comunidad también fue grande por las formas en que fueron asesinadas. 

Hoy en día, por lo menos en la comunidad de Portete, las mujeres fueron quienes tomaron la iniciativa de negociar, de hablar, de no quedarse calladas. Son las que organizan la estructura económica, social y educativa de la comunidad, pensando en mantener la supervivencia de la unidad del pueblo. No es fácil, porque, aun siendo de la misma comunidad, hay hombres machistas que no permiten que las mujeres asuman el manejo. Pero, en nuestro caso, nuestro abuelo, que es la máxima autoridad, y nuestros tíos, fueron quienes nos dieron esas facultades para que fuéramos nosotras, las mujeres, que lideráramos. Ese gesto hermoso de pronto lo hicieron por la memoria de las mujeres que murieron en la comunidad.

Uno sabe que las personas se van a morir, pero que las asesinen de esa forma... eso es algo que no se puede olvidar. Después de todo lo que pasó, todo el mundo cogió el miedo. Y volver a unificarnos es un logro histórico para uno, volver al territorio donde uno sabe que es de uno. Si uno no tiene territorio, no tiene identidad. Tener esa memoria y reconstruir todo eso es uno de los mensajes que deja la lucha y la resistencia.
Desde antes que se diera ese tema del proceso de paz, decíamos que la paz, el diálogo, tenía que darse. Y hay mecanismos de entendimiento para lograr eso. En los wayuu, cada comunidad tiene su autoridad, el palabrero, y cada comunidad maneja sus contrastes. Uno aprende con los abuelos y con las autoridades tradicionales.

 

“He aprendido a vivir en medio de la guerra”

El 4 de julio de 2001, paramilitares de los bloques Norte, Mineros y Noroccidental Antioqueño llegaron al municipio de Peque, Antioquia. Los ‘paras’ golpearon de casa en casa para citar a la comunidad a la plaza, donde escogieron al azar a 30 habitantes. Otros pequenses fueron víctimas de hurto y desplazamiento forzado. El siguiente testimonio es de una víctima que atestiguó tanto el dolor causado por el conflicto como el renacer que vivió la región.

Nunca había visto tanta gente mala como el día de la masacre. Recuerdo que los 'paras' estaban regados por todo el municipio.

Dos días antes, los paramilitares se dedicaron a robar todo lo que querían, ¿qué no se llevaban?, es que imagínese usted a esa gente toda armada, amenazando a las personas para poder llevarse todo lo que podían de fincas, casas y tiendas.

Ellos nos hicieron mucho daño: unos perdieron a sus seres queridos y otros todo por lo que habían trabajado durante muchos años. A nosotros nos robaron todo lo que teníamos en la tienda, además de 150 cabezas de ganado de la finca. Los mismos paramilitares fueron quienes nos llamaron a avisarnos que nos habían robado.

El día de la masacre yo estaba en el pueblo con mi esposo y mis cuatro hijos, como a eso de las 10:00 de la mañana los paramilitares entraron al municipio por el camino que conduce a Buriticá. Recuerdo a toda la gente preguntándose quiénes podían ser, algunos pensábamos que era el Ejército, otros que era la guerrilla y luego, cuando empezaron a regarse por todo el pueblo diciendo que bajáramos a la plaza, nos dimos cuenta de que eran paramilitares.

Nos hicieron bajar a todos. Solo pensé en esconder a mis dos hijos hombres, porque sabía que si no me los mataban, se los llevaban, como a otros muchachos, para que les ayudaran a cargar todo lo que se habían robado.

Cuando estábamos todos reunidos en el parque, los ‘paras’ tenían lista en mano y empezaron a llamar a las personas que según ellos estaban ´tenían relación con las Farc´. Fue impresionante: todos en algún momento habíamos tenido que colaborarles, por eso todos creíamos que podíamos estar en la lista.

Fue una tortura, los paramilitares hicieron pasar a las personas por un pasillo que había en la plaza y allí los escogían. Al que querían sacar lo sacaban. Las mismas personas decían que estaban pasando por el "túnel de la muerte".

Todo el mundo lloraba, los niños al ver a sus papás llorando, y los adultos de miedo y de impotencia porque uno nunca sabe qué hacer en una situación de esas. Además, recuerdo que fue muy doloroso para los ancianos porque recordaban parte de sus vivencias.

Yo no sé de qué frentes eran ni nada de eso, lo único que sé es que estaban armados. Recuerdo que a mí me tocó hablar con uno de ellos, ni siquiera me importó saber quién era, pero tuve que hablar porque habían cogido a uno de los mayordomos de la finca. Él era un muchacho muy juicioso, pero según ellos era colaborador de la guerrilla. Al final nos lo entregaron todo aporreado, pero lo importante es que lo dejaron libre.

Era mentira eso de que éramos colaboradores de la guerrilla. Y si era cierto, entonces todos colaborábamos, porque aquí el que entraba armado, fuera quien fuera, guerrilla o paramilitares, era el que mandaba en el municipio. Era horrible, a nosotros no nos gustaba atenderles y colaborarles de a mucho, pero a veces uno tiene que sonreír cuando el alma llora y sufre de miedo.

No conocía al resto de las personas que mataron, solo sé que la mayoría eran muchachos del campo. Recuerdo que los tuvieron encerrados en las oficinas de palacio municipal y como a las seis de la tarde los sacaron en un carro, de ahí en adelante empezaron a matarlos en diferentes corregimientos.

Cuando terminaron nos dijeron que teníamos que irnos para Dabeiba. Eso fue terrible, tal vez ellos pensaban que éramos poquitos los que vivíamos en el municipio, pero cuando empezó a bajar toda esa gente de todas las veredas, se dieron cuenta que era imposible.

No entiendo por qué nos querían sacar, solo dijeron que ahí no podíamos estar. Yo les dije que por favor entendieran que Dabeiba era muy lejos. Además, para nosotros era muy difícil irnos. Sentí que había algunos de ellos conscientes de lo que representaba para nosotros tener que dejar nuestros hogares y nuestras cosas, pero a otros no les importaba nada.

Cuando todo terminó estábamos muy desorientados, algunos terminaron desplazándose hacia Medellín, otros vivían con miedo y la mayoría terminó en una pobreza terrible porque se nos llevaron casi todo lo que teníamos. Lo que nos pasó fue muy duro, en especial para todas las personas que en ese momento ya eran víctimas y venían como desplazados de otros municipios.

Créame que a pesar de todo, para mí no es fácil salir de aquí. He construido mi vida, tengo mis cosas, así que siempre he tenido la esperanza de poder quedarme y hasta ahora así ha sido. Los pequenses hemos trabajado muy duro, hemos sido personas muy echadas para adelante en medio de situaciones difíciles pero todos seguimos con el ánimo de seguir adelante.

Ahorita todo está bien en el municipio, con la ayuda del señor los que quedamos aquí hemos salido adelante, Dios nos ha protegido, nos ha bendecido, pero igual todo el trabajo de mucho tiempo ellos nos lo arrebataron.

Uno acá se queda con mucho temor, pero con el propósito de salir adelante porque nosotros como padres de familia solo queremos luchar por el futuro de nuestros hijos.

"El mejor homenaje a Tiberio es que se firmen acuerdos de paz"

Entre 1986 y 1994 ocurrió la masacre de Trujillo, en el Valle del Cauca: una secuencia de detenciones arbitrarias, torturas, homicidios selectivos, desapariciones forzadas y masacres realizadas de manera sistemática. Los crímenes fueron perpetradas entre narcotraficantes, paramilitares y miembros de la fuerza pública. La tragedia alcanzó su punto más crítico con el asesinato de Tiberio Fernández Mafla, sacerdote y líder comunitario de Trujillo.

“Llevaba años entrenada para sobrevivir en caso de que los mataran”

El 3 de junio de 1992 un grupo de paramilitares atacó un vehículo en el que se transportaban varios dirigentes políticos de la Unión Patriótica (UP), entre Villavicencio y el municipio de El Castillo. En Caño Sibao, Granada, los ‘paras’ dispararon contra el automóvil y asesinaron a cinco de sus ocupantes. Entre las víctimas se encontraba Rosa Peña, tesorera de El Castillo, que tenía 3 hijos. Yira Aristizábal cuenta cómo ha sido su vida después de la tragedia.

“Yo crecí en el departamento del Meta. El punto de referencia para todo el mundo es Villavicencio pero yo técnicamente hablando no viví en allá. Mis papás se trasladaron a la zona del Ariari desde el año 84 para trabajar en diferentes cosas: organizaciones campesinas, concejos, alcaldías, tesorerías y ese tipo de trabajo administrativo y político.

Ellos se unen a la Unión Patriótica cuando surge este partido porque ven una opción para la gente joven y para desarrollar sus sueños, una opción que los partidos viejos no estaban aceptando.

Nosotros vivimos en la región hasta el 89 cuando se da el primer desplazamiento de la zona, pero tuvimos que movernos varias veces debido a las amenazas. En ese mismo año salimos a Bogotá y regresamos en el 90, cuando mi mamá se fue a trabajar a El Castillo.

El día del asesinato ella regresaba al pueblo para entregar su puesto. Ya había recogido su ropa, muebles y sus cosas. Iba a dejar la región por las amenazas constantes de parte de los paramilitares. Ese 3 de junio yo tenía que decirle a mi mamá que se quedara porque en la escuela me iban a castigar, pero no lo hice. Si le hubiera dicho, le hubiera tocado quedarse y no habría viajado en el carro que fue atacado por los ‘paras’. Son historias en las que uno carga la culpa del proceso durante mucho tiempo.

Ellos se bajaron a El Castillo y los estaban esperando en Caño Sibao. De lo que me contaron es una historia bastante confusa, pero en algún punto alguien dispara y la ‘matazon’ no se detiene. De todas las personas que iban en el carro hay un sobreviviente pero nunca he hablado con él y no sé qué historia pueda tener porque nosotros nos alejamos totalmente de la zona. Mi familia tomó la decisión de cerrar ese tema en la vida familiar, no volver a inscribirse en partidos políticos, no volver a participar ni siquiera de los sindicatos. Nada de activismo político. Se dedicaron a trabajar, criar hijos, pagar impuestos y no más.

Todos nacíamos en Villavicencio porque ahí está el hospital pero yo crecí en la zona rural, más cerca de Acacias que de Villavicencio. Luego nos pasamos a San Juan de Arama que era un pueblo muy chiquito como de 10 calles. Los recuerdos que yo tengo de San Juan de Arana en la infancia son muy chévere porque tenía amigos en la cuadra, iba al río, cazaba hormigas culonas y pescabamos. Era chévere desde el punto de vista infantil, pero uno iba más al cementerio que al parque.

Como los riesgos de seguridad eran tan altos, normalizamos todas las precauciones que nos decían. Yo crecí entre entierros y velorios, entonces no tengo ese sentido de la sobriedad que la gente tiene en un espacio así. Los adultos hablaban de los muertos de la misma manera que hablaban de la telenovela en la noche.

Mi papá y mi mamá fueron siempre muy claros con nosotros. Nos decían: ‘Existe el riesgo de que nos maten, si hay tiroteo al piso y mirar cómo salir de la zona’. Y uno normaliza eso. Ellos eran muy claros que el riesgo existía. Yo siempre tuve presente que alguno de los dos podía ser asesinado. En el momento en que mataron a mi mamá no me lo esperaba porque estaban haciendo una retirada honrosa de la zona. Los de la UP entregaban puesto y se iban, yo llevaba años entrenada para sobrevivir en caso de que fuera a pasar.

Asumo que mi papá entró a la Unión Patriótica en el momento en que surgió como partido político. Él estaba vinculado oficialmente al Partido Comunista Colombiano de la década del 70 y mi mamá había pertenecido a la Anapo. Fueron inicialmente contrincantes políticos y posteriormente mi mamá se pasó al Partido Comunista Colombiano, pero ellos no pasaron por el movimiento armado.

En el Llano la matazón ha seguido por un siglo entero independientemente de la excusa política. A mi me tocó las muertes de los comunistas pero 50 años antes fueron los asesinatos de liberales y en este momento pueden ser los activistas ecológicos. Yo no creo que la matazón pare en el departamento del Meta porque igual hay petróleo, uranio y una cantidad de cosas que el país necesita y que benefician o no a la región.

Después de la masacre mi papá se quedó anulado totalmente por la misma persecución política. Mi papá por edad y por comunista empezó a quedar jodido, le tocó conseguir trabajos para poder comer. Mi familia se fraccionó, mi hermana quedó en un lado y mi hermano en otro, y yo pasé a vivir con unos tíos. Uno de mis hermanos estudió cine pero él no tiene un recuerdo de mi mamá. A mi lo que me dio estabilidad fue que yo quedé en la región, con una base cultural que me permite sentir que tengo raíces. Y mis tíos son super tradicionales entonces yo tenía un papá, unos hermanos adoptivos que me permitieron no perder la cabeza y sentir que no me perdí en el mundo. Muchos pelaos quedan en el aire, con el sobrino del vecino y se quedan sin historia.

Mi vida quedó enfocada en estudiar. Básicamente, pasé de ser un adulto que sabía cómo mataban a la gente y vuelvo a ser una niña que le tocaba seguir reglas. Me cuidaron y mi obligación máxima era sacar buenas notas.

Una cosa que aprendí después, cuando hablaba con los abogados que manejaron el caso y que hicieron las peticiones de reparación económica al gobierno, es que al ser del Ariari nadie nunca calculó que pudiera llegar a la universidad, entonces ellos no pidieron plata para mi educación superior. Finalmente yo estudié antropología. No me he graduado todavía pero la idea es hacerlo a través de maestría.

Éramos muy pequeños cuando eso pasó y yo no volví. Cuando va el Ejército, el obispo o las organizaciones internacionales de Derechos Humanos yo voy. De resto no cruzo de Acacías. Me da pánico total porque, además, las veces que hemos ido está el Ejército, la Policía y el paramilitar ahí mismo a las 2 de la tarde. Sin alterarse. Incluso salen en las fotos y les importa un comino.

La vaina con los homenajes es que es chévere porque es el papá o la mamá de uno pero a mi me parece que sería más chévere hacerle el homenaje a la gente que se quedó allá, construyendo una región a pesar de la masacre. Ellos son los que están allá, cultivando, pagando impuestos, viviendo el pueblo. Un muerto es un muerto. Entonces ir e imponerles el muerto de uno no me parece chévere. Que cuenten historias de ella sí, pero mi mamá fue una más de miles de personas que han muerto en esa zona, no es la primera vez que en la región matan. La gente que vive allá viene desplazada de otra violencia más vieja y ellos están allá en el día a día construyendo la región.”

"Yo no nací para matar"

El 5 de mayo de 1996, 150 guerrilleros de los frentes 58 y Quinto de las Farc asesinaron a 16 personas en Turbo, Antioquia. La historia de Gustavo Díaz, un habitante de la vereda Pueblo Bello, pone evidencia un ciclo de violencia y pobreza que no termina. El hecho marcó el declive de las Farc en la guerra contra los desmovilizados del Epl, que se aliaron con ‘paras’ de los Castaño y miembros de la fuerza pública. (Especial: Seis semanas de dolor en Urabá)

“Lo que pasó fue muy duro, casi no me gusta relatarlo, pero pasó y hay que aceptarlo.

En ese tiempo no había presencia del Ejército en el corregimiento, el gobierno no se manifestaba con nada, la verdad es que todo lo que se vivió fue debido a la falta de presencia del Estado.

Al final quienes sufrimos las consecuencias de la guerra fuimos quienes no estábamos armados, los que no nos metíamos con ninguno. Yo puedo decir que había mucha gente cómplice de la maldad, pero también murió mucha gente que nunca tuvo nada que ver, como mis hijas y mi esposa.

Una de las niñas, ni siquiera vivía ahí. Era mi esposa la que me ayudaba a atender el negocio que yo tenía. En ese tiempo yo no estaba mal económicamente, los que me dejaron mal fueron ellos. Yo era comerciante, tenía un negocio de abarrotes.

Recuerdo que tanto la guerrilla como los paramilitares iban y me ‘compraban’. En realidad me quitaban los productos, me decía que era un mercado que para un comandante, que para el otro… pero nunca me pagaron.

Una de mis hijas estaba en octavo de bachillerato, ella apenas había cumplido 16 años, la otra tenía 17, iba a cumplir los 18 ese año, y estaba terminando el bachillerato en Turbo. Habíamos hecho un cambio con un concejal, yo le mantenía los hijos y él me mantenía la hija en Turbo. Con él no me le faltaba nada a mi hija, pero a uno siempre le hacen falta los hijos, cuando uno tiene a su hijo y convive con él. Toda la vida los tuve conmigo hasta ese 5 de mayo que el destino nos separó.

Unos dos días antes de la masacre, como un miércoles, yo bajé y le dije "Mija sube que tu mamá te quiere ver, quiere hablar contigo", le dije que fuera porque hacía como un mes que no iba a la casa. Ese viernes por la tardecita ella había llegado en un carro, casi en la noche. Pasó todo el viernes en la casa y todo el sábado estuvo contenta porque las amigas llegaban a visitarla.

Ese sábado, para amanecer domingo, fue que las mataron. Todo fue por la madrugadita casi a las cuatro de la mañana. Recuerdo que ese día estaba lloviendo mucho, tronaba y relampagueaba.

Yo oí un golpe durísimo y me desperté. Recuerdo que mi esposa estaba orando cuando levantó la cabeza y me preguntó, ‘¿qué fue eso?’ le dije que no sabía, que seguro era esa gente peleando de nuevo.

Uno de mis hijos salió a tirarse al río tratando de huir, yo le gritaba: ‘¡Hijo, hijo no corras hacia el río que te ahogas!’. Yo salí corriendo detrás de él y ya cuando llegué al lago me agarré de una rama, lo cogí por el suéter y lo tiré hacia atrás. Yo sé que ellos iban detrás de mí, pero caí en un barranco de unos tres metros y medio de alto. Recuerdo que ellos disparaban y disparaban como para ver si me mataban, pero no me encontraron.

Yo siempre me demoré ahí abajo porque el pelao me decía que no saliéramos porque nos mataban, por eso me quedé escondido como por una hora y veinte minutos mientras todo se calmaba. Había mucho humo, y en el cementerio tenían una ametralladora M60 que descargaban a cada rato contra todo, además sonaban granadas todo el tiempo.

Casi a las 4 de la mañana decidí salir porque ya se oía Ejército. Cuando salí, estaba desesperado. Yendo hacia mi casa me encontré con una conocida, ella me cogía y solo me preguntaba qué estaba pasando.

En un momento, recuerdo que uno de esos hombres tumbó la puerta y yo alcancé a oír que alguien gritaba ‘¡tírenle una bomba al hombre de la proveedora!’. Él alcanzó a entrar a la casa, se quitó la gorra, medio se secó el agua de la frente porque estaba lloviendo, y aunque sé que me vio, no sé por qué no me quiso matar.

Así fue eso, rompían las puertas, le daban patadas, golpes duros, disparaban desde la puerta. Así mataron a mi esposa y a mis hijas, en realidad fueron cuatro con una nuera que esa noche estaba durmiendo ahí. Las mandaron bajar una colchoneta para que se tiraran al piso y ahí las mataron.

Cuando volví a la casa mi hija menor, que en ese momento tenía como 7 años me dijo: ‘No las busque papi que están muertas debajo de esa candela que se ve allá, las mataron toditas’. Mi hija también estaba con ellas pero creo que fue un milagro que no muriera.

Después de haberlas matado esos hombres me las amarraron con alambres de púas y las sacaron para quemarlas, junto con el resto de mi negocio. De ellas no quedó nada, todo quedó reducido a cenizas.

Recuerdo que yo pedí llorando que me sacaran de donde ellas estaban. Apenas le pedí el favor a un muchacho que conocía que recogiera y enterrara lo poco que quedo de ellas, que yo le pagaba, pero nunca pude pagarle. Cuando yo volví ya lo habían matado. Por eso yo nunca supe en dónde quedaron los restos de mi esposa y mis dos hijas.

Después de eso el gobierno me dio plata, pero el dinero no lo es todo, porque el dolor es una cosa imborrable.

Yo quedé sin un peso, sin nada. Por eso me fui de ahí. Nunca me imaginé que eso me pudiera pasar porque yo tenía mi corazón limpio y nunca participé en nada de eso. Yo quedé con tres hijos, el mayor, que para el momento de la masacre ya se había ido de la casa, un niño de 16 y la menor de 8.

Para mí fue muy duro al principio porque tocaba hacerme cargo de todas las cosas del hogar, especialmente de mi hija; me tocaba bañarla, lavarle la ropa interior y ese tipo de cosas que antes no hacía. Antes de la masacre, yo casi no compartía con mi hija menor.

Para mis hijos fue muy difícil crecer sin su mamá, el menor me cogió mal camino, se me fue de las manos, se fue con los paramilitares, porque allá él no veía sino guerra. Tiempo después de estar en eso lo mataron. Y mi hija menor se fue con la abuela.

Hoy estoy casado y me he vuelto muy creyente, algunas veces hablo con mi hija menor porque en medio del mal también se vive, y al final de todo Dios me dio fuerza porque hoy estoy aquí y no allá, yo no nací para matar.”

“Había aviones, bengalas y bombardeos. Eso parecía una película de Vietnam”

En noviembre de 2000, guerrilleros del Frente 21 de las Farc asesinaron a cuatro personas en un lugar llamado La Dorada, en el corregimiento Santiago Pérez, en el municipio de Ataco, Tolima. Entre las víctimas estaban un padre y sus dos hijos. La guerrilla también decapitó a Nohelia Martínez. Un habitante del corregimiento que era profesor de la vereda El Brillante relata varios hechos de violencia que azotaron a la población de Santiago Pérez en ese año y cuenta cómo las Farc le perdonaron la vida después de tene

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“Yo vengo del corregimiento de Santiago Pérez, municipio de Ataco. Antes de 1999 teníamos tanto Ejército como Policía en el municipio. Sin embargo, entre septiembre y octubre de 1999 el Estado sacó a la fuerza pública de la estación que había en Casa Verde, una vereda cercana a Santiago Pérez.  De un momento a otro amanecimos sin Policía. Eso dio pie para que llegaran los ‘paras’ y la guerrilla.

Yo era profesor de la vereda El Brillante y me tocó presenciar muchas cosas. El 26 de enero del 2000 hubo una incursión del Frente 21 de las Farc. Asesinaron a cuatro campesinos que nada tenían que ver con el conflicto armado. Los cogieron en la calle, se asustaron, salieron corriendo y los asesinaron. Eran personas conocidas en la región y nos dolió mucho.

En agosto, unos paramilitares asesinaron a un presidente de la junta, un concejal y otras personas delante de todo el pueblo. Llegó la retaliación por parte de las Farc aprovechando que no había fuerza pública. Asesinaron a Nohelia Martínez y a una familia completa. Un comerciante fue a hacer la fosa común para enterrarlos y lo asesinaron también.

En diciembre de 2000 mi familia decidió salir del corregimiento y nos fuimos para Ibagué. Mis papás tenían un colegio en Santiago Pérez, dos casas y dos fincas en veredas cercanas, La Ensillada y Buenos Aires. Nos tocó dejar todo eso abandonado. Salimos desplazados y la guerrilla ocupó esos bienes. Se llevaban las cosas de valor para ellos y regalaban las propiedades a sus familiares para que las administraran.

Apenas llegamos a Ibagué, el gobierno nos dio tres ayudas humanitarias y no más. Como todavía dependíamos de lo que se cosechaba en nuestras fincas, café y cacao, nos reunimos con algunos campesinos que también se habían desplazado y le pedimos a la fuerza pública que nos acompañaran a recoger la cosecha.

El 5 de abril de 2003 volvimos a recoger café y las Farc asesinaron a unos señores, entre ellos un tío mío. A raíz del desplazamiento vimos la necesidad de organizarnos con otros grupos de víctimas y hemos luchado por el retorno de las familias a Santiago Pérez.

En Ataco, Rioblanco, Chaparral y Planadas, están alrededor del 50% de solicitudes de restitución de tierras en Tolima. Hay más de 5 mil solicitudes de en el departamento, de las cuales casi 1.100 corresponden a Ataco pero no hay garantías para volver.

Santiago Pérez era un sitio clave para que la guerrilla llegara a Puerto Saldaña, porque quedan muy cerca. Los divide una montaña. Santiago Pérez pertenece a Ataco y Puerto Saldaña a Rioblanco. Allí en Puerto Saldaña ocurrió una masacre muy grande que cometieron las Farc en abril del 2000.

De profesor presencié todo, vi mucha violencia que creo que muy pocas personas han vivido en Colombia. Recuerdo una ocasión en la que hubo más de ocho días de constantes combates entre guerrillas y autodefensas. Llegó inclusive la fuerza pública, había aviones, bengalas y bombardeos, eso parecía una película de Vietnam.

Vi pasar muchos guerrilleros por la vereda El Brillante por una carretera que comunica con la vereda El Cairo, que fue donde ellos montaron la base para atacar al corregimiento de Puerto Saldaña. Vi cosas que me afectaron mucho, niños heridos, vueltos nada. A uno le da pesar de los guerrilleros, porque de todas maneras son seres humanos que así pertenezcan a grupos armados sienten lo mismo que uno.

Hay mucha tierra abandonada en este momento. En la parte alta de las fincas de las víctimas había café y en la parte baja había cultivos de cacao y también ganadería extensiva. Siempre nos hemos preguntado por qué la fuerza pública abandonó el lugar. En ese tiempo estaban en diálogos con las Farc en El Caguán, se rumoraba que las Farc le habían pedido el despeje de esa zona al Gobierno pero eso nunca fue público. Todavía nos hacemos esa pregunta, ¿por qué el Estado nos abandonó?

Nuestra familia ha sido blanco de amenazas, se presume que vienen de parte de la columna Héroes de Marquetalia, que delinquen en Santiago Pérez y Puerto Saldaña.

Desde que me fui de Santiago Pérez he aprendido mucho. El Sena dicta unas capacitaciones que han cambiado mi forma de pensar respecto a cómo seré cuando regrese a mi tierra. Veo la vida con otra visión. Me ha servido estar en la ciudad, he aprendido sobre liderazgo. En este momento no tengo vivienda propia pero tengo un hogar, tengo un hijo de dos añitos al que le quiero dar una educación y un mejor mañana.”

"Yo presencié el asesinato de mis padres"

Entre el 23 y 24 de abril de 2003 integrantes de un grupo paramilitar asesinaron a seis personas en su paso por varios caseríos del municipio de Caldas, Antioquia.Los paramilitares degollaron a todas sus víctimas, entre las que había una pareja de esposos que fue asesinada en presencia de su hijo de seis años. Él, doce años después, cuenta su historia

"Yo vivía con mi familia en una finca que cuidaban mis papás en Caldas, un pueblo cerquita a Medellín. La finca quedaba a una media hora del pueblo en carro y yo estudiaba en la escuela de la vereda. Tenía apenas seis años y me acuerdo que ese día estaba lloviendo mucho, era medio día y mi mamá fue a recogerme al colegio. Aprovechamos que escampó un poquito para irnos a la casa, pero cuando llegamos se vino de nuevo el aguacero.

En la casa estaba esperándonos mi papá. Mi hermano no estaba porque ya estaba un poco más grande y salía más tarde de estudiar. Mi mamá me quitó los zapatos porque estaban mojados y se fue a preparar café para unas vecinas que habían llegado a la casa a escampar. En el pueblo es normal que cuando llueva tanto, la gente para en las fincas a protegerse y lo que normalmente se hace es ofrecerles un tinto.

En ese momento llegaron dos tipos en una moto y mi mamá les ofreció café antes de comenzar a buscar ropa para cambiarme, porque yo estaba todo mojado. Nosotros vivíamos en una casa pequeña con una cocina y dos piezas que daban a una salita.

Recuerdo que cuando se fueron las vecinas, los dos hombres sacaron unas pistolas y nos amenazaron. A mis papás los sentaron en una silla y los amarraron, a mí me metieron en un cuarto y trancaron la puerta con algo por fuera. Los tipos comenzaron a preguntarles por un operativo del Ejército que había ocurrido una semana en frente de la casa, en el que agarraron a varias personas. Mi papá insistía en que no sabía del tema y mi mamá les respondió que ella no tenía idea de eso, porque en ese momento se había ido a ordeñar.

Yo seguía en el cuarto encerrado y de pronto escuché como un golpe con un machete y mi papá gritó. No volví a escuchar a mi mamá, pero los tipos siguieron preguntándole a mi papá por la gente que había agarrado el Ejército. Al momentico se escuchó otro machetazo y luego todo quedó en silencio. La sangre se metía por debajo de la puerta, entonces yo me puse unos zapatos de mi hermano y logré salirme, los tipos se habían ido, vi a mi papá y mi mamá tirados en el piso y salí corriendo a donde una vecina a pedir ayuda. Luego me enteré que había pasado por varias casas de la vereda y habían matado a otras personas.

Mi vida cambió mucho porque no es lo mismo vivir sin papá ni mamá. Nos fuimos a vivir con una tía al pueblo y no volvimos a la finca. Ella vivía con el novio y no tenía hijos, entonces nos recibió y desde entonces nos cuidó.

Nos cambiaron de colegio, y en el nuevo, tuve unas citas con un sicólogo, pero todo fue muy duro. Mis compañeros no sabían lo que me había pasado pero los profesores sí. Yo no creo que uno se pueda acostumbrar a no tener padre y madre. Uno hace todo lo posible por aceptarlo porque sabe que ya no se puede hacer nada, afortunadamente mi tía se preocupó por ayudarnos y no dejarnos que cogiéramos malos caminos.

A nosotros el gobierno nos ha dado una plata y unos apoyos para estudio, pero mi tía es la que nos ha dado el mayor respaldo. De los que mataron a mis papás no quiero saber mucho, la verdad siento que no hay nada que hacer, entonces mejor no quiero enterarme de quiénes fueron ni por qué lo hicieron. Los que han estado pendientes de lo judicial han sido mi hermano y algunos familiares.

Mi hermano está por acabar ingeniería de sistemas en una universidad privada. Yo terminé el bachillerato en 2013 y traté de entrar a estudiar ingeniería civil pero no pasé para esa carrera. Afortunadamente logré entrar a la Universidad de Antioquia a estudiar Matemáticas, llevo un semestre y pienso cambiarme a ingeniería civil tan pronto pueda, y seguir adelante con mi vida."

"Muy duro, pero hay que mirar hacia adelante"

El 19 de septiembre del 2010, integrantes de la banda criminal 'Los Machacos' asesinaron a cinco personas en el bar ‘El Parche Pilsen’ del barrio Robledo Miramar de la ciudad de Medellín. Una habitante del barrio donde sucedieron los hechos, cuenta como se vivió esta tragedia.

"En la época de la masacre el barrio estaba muy tranquilo, desde el 2008 en Miramar no se veían muertos, habían llegado unos padres que trabajaron mucho por la paz y eso había bajado la delincuencia. A ‘El Parche Pilsen’ subía mucha gente porque era un espacio muy acogedor y con muy buen ambiente. Ese negocio se movía mucho, llegaban jóvenes, señores y adultos porque cerca se podía comer, parrandear y hacer una cantidad de cosas.

Como ese día era el día del amor y la amistad la gente salió a divertirse sanamente, por eso los que mataron ahí era gente buena que cayó como víctima del conflicto armado. No mataron a nadie que tuviera antecedentes ni que tuviera problemas, algunos de los muertos venían de Ituango.

Lo que cuentan, es que el dueño del negocio no había querido pagar vacunas a los ‘Machacos’, decían que a los que no pagaban, algo así les podía pasar. Ellos subieron caminando y dispararon contra los clientes, disque porque así “marcaban territorio”. De bajada, cogieron un taxi y hoy es el día en que el taxista que los llevó sigue desaparecido. Gracias a Dios ellos fueron capturados, se demoraron, pero los capturaron. Ese era un grupo en el que había de todo, decían que la mayoría eran paramilitares desmovilizados pero no se sabe nada.

Desde ese momento se sembró otra vez el temor, el miedo de salir a la calle y de que el barrio se volviera a dañar. Afortunadamente no se dañó porque desde eso no ha vuelto a pasar nada, con eso acabó todo.

Luego de la masacre, los sacerdotes hicieron varias eucaristías y varios actos simbólicos en el negocio para que una cosa de esas no volviera a ocurrir. Las personas estaban muy preocupadas, pero con las ceremonias quedaron más tranquilas y el dueño del negocio prometió que no iba a volver a abrir ese lugar al público.

Miramar entre 1998 y el 2000 era uno de los barrios más sangrientos de la zona, pero ahora está en paz, todo el mundo se mueve para todos los lados y no pasa nada. Yo sigo viviendo ahí, es un barrio que quiero mucho a pesar de lo que ha pasado. Por mi trabajo, les presté asesoría a las víctimas para que las cubriera la Ley de Víctimas y pues muy duro pero hay que mirar la vida hacia adelante."