El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) altera sobre el deterioro de la situación humanitaria en Colombia

“Colombia vive la situación humanitaria más crítica en los últimos ocho años, desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016” declaró Patrick Hamilton, jefe de delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) durante la presentación del Informe Anual 2024 de la CICR sobre la situación en el país. 

Por: Gwendolin Weber

En el año 2024, el CICR documentó 382 casos de violaciones al Derecho Internacional Humanitaria (DIH) en los ocho conflictos armados activos en Colombia, según su clasificación. 44% de estos casos correspondieron a actos cometidos contra la vida, la integridad física y mental de personas protegidas por el Derecho Internacional Humanitaria, 33% se relacionaron a la conducción de las hostilidades y la falta de proteger a la población civil y los restantes 23% afectaron a los servicios básicas en las comunidades. 

Cifras alarmantes y nuevas dinámicas de violencia 

Según Hamilton uno de los aspectos más preocupantes es el aumento del 89% en las víctimas de artefactos explosivos con 719 personas heridas o fallecidas, 482 de ellos eran personas civiles. Es la cifra más alta desde 2016. Además, el CICR registró 252 casos de desaparición forzada, aunque advierte que esta cifra no representa la totalidad del país.

El uso de drones en los conflictos armados también fue un tema en la rueda de prensa llevada a cabo el 27 de marzo de 2025. Katherine Weir, coordinadora de la Unidad Jurídica del CICR, explicó que estos dispositivos son utilizados principalmente para transportar armas, lo que plantea nuevos desafíos en la aplicación del DIH y la protección de la población civil. 

En el 2024 se documentaron cinco homicidios, 201 casos de violencia a la asistencia a la salud en el país, incluyendo amenazas contra médicos y enfermeros, ataques a ambulancias. Estos incidentes ocurrieron en 16 departamentos, un aúmento de las zonas en ese año. 

También el desplazamiento forzado sigue siendo una de las principales consecuencias del conflicto armado. En el 2024 el CICR registró a 117.967 personas desplazadas de manera individual y a 41228 personas desplazadas en eventos masivos. Además, 88.874 personas fueron confinadas debido a la presencia de grupos armados, un incremento del 89% en comparación con 2023 y la cifra más alta de personas confinadas en los últimos ocho años.

Impactos en la Infancia y Reclutamiento Forzado de Menores

Desde 2018 el CICR está advirtiendo que la situación humanitaria continúa empeorando año tras año. Especialmente, el impacto en los niños, niñas y adolescentes de los conflictos armados es cada vez más preocupante. 

Hamilton explicó que el tema está vinculado a las desapariciones de niños y adolescentes y que el CICR no solamente está documentando el reclutamiento forzado de los menores de edad, sino también la violencia sexual, heridas o muerte en combate contra los niños, niñas y adolescentes en contextos de guerra. Subrayó que “cada forma de reclutamiento forzado está absolutamente prohibida por el Derecho Internacional Humanitario”. Sin embargo la dificultad de documentar estos casos sigue siendo un obstáculo para la acción humanitaria, ya que está relacionado también al miedo y la estigmatización de denunciar.

Salah Bezeghiba, jefa de Programas del CICR, explicó que, aunque el Comité no tiene un mandato específico sobre infancia (como UNICEF), sus equipos trabajan en iniciativas de protección dentro de instituciones educativas y en proyectos comunitarios para mitigar el impacto del conflicto en los menores. “Pero estos esfuerzos son apenas una gota en el agua ante la magnitud del problema en Colombia”, reconoció.

La llamada urgente del Comité

El Comité llamó a todos los actores armados que respetan el Derecho Internacional Humanitario y que tomen medidas inmediatas para proteger a la población civil. Entre las principales preocupaciones están la prevención del reclutamiento infantil y la erradicacion de la violencia sexual en el marco de los conflictos armados. “Hoy en día insistimos a todos partes del conflicto a tomar medidas inmediatas”, afirmó Hamilton. 

Además, se destacó la labor humanitaria del CICR en Colombia, que en 2024 benefició a casi 160.000 personas, de ellos 707 familiares recibieron informaciones sobre sus seres queridos desaparecidos y 19.000 personas recibieron capacitaciones para mitigar el riesgo de accidentes con artefactos explosivos.

A pesar de la difícil situación, Katherine Weir resaltó algunos avances, como el diálogo con actores armados para mejorar el cumplimiento del DIH y la creación de una comisión nacional para implementar mejor el derecho internacional humanitario. “Esperamos que estos esfuerzos tengan un impacto real en la protección de la población civil” concluyó. 

 

 

Actualizado el: Mié, 04/02/2025 - 13:02

Amazonía, la nueva frontera mundial del petróleo

En cinco décadas, la actividad petrolera en la región ha deforestado el bosque, contaminado el agua, arrojado gases contaminantes a la atmósfera, avanzado sobre tierras indígenas y profundizado las desigualdades. Ahora, una nueva oleada de proyectos amenaza con repetir esa historia.

Por:Flávia Milhorance y Renata Hirota
* con contribuciones de Fábio Bispo, Isabela Ponce, Emilia Paz y Miño, Pilar Puentes y Aramís Castro 

Buque petrolero Anrietta descarga productos derivados del petróleo en Georgetown, Guyana. Foto: Victor Moriyama/InfoAmazonia

La Amazonía concentra gran parte de los recientes descubrimientos de petróleo y gas alrededor del mundo, consolidándose como una nueva frontera global para la industria de combustibles fósiles. 

Casi una quinta parte de las reservas mundiales halladas entre el 2022 y 2024 se encuentran en la región, principalmente frente a las costas del norte de Sudamérica, entre Guyana y Surinam. Esta riqueza ha despertado un creciente interés internacional, tanto por parte de las empresas de la cadena petrolera como de países vecinos; Brasil, por ejemplo, ya tiene planes para explotar su propia costa norte. 

En total, la región amazónica tiene alrededor de 5.300 millones de barriles de petróleo equivalente (BPE) de los casi 25.000 millones descubiertos globalmente en el periodo, según nuestro análisis basado en información de Monitor de Energía Global, que recolecta datos sobre infraestructuras energéticas en todo el mundo. 

“La Amazonía y los bloques offshore cercanos representan una gran parte de los recientes descubrimientos de petróleo y gas en el mundo”, afirmó Gregor Clark, coordinador del Portal Energético para América Latina, una plataforma vinculada al Monitor de Energía Global. Para él, este avance, sin embargo, “es incompatible con las metas internacionales de reducción de emisiones y conlleva consecuencias ambientales y sociales significativas, tanto a nivel global como local”.

Además de las reservas ya identificadas, la Amazonía concentra una gran proporción de zonas aún subexploradas en Sudamérica. La región concentra 794 bloques de petróleo y gas, que son áreas delimitadas oficialmente para la exploración, pero sin garantía de la existencia de recursos. Casi el 70% de estos bloques en la Amazonía están en fase de estudio  u oferta al mercado; en otras palabras, aún son improductivos. 

Por el contrario, el 60% de los cerca de 2.250 bloques sudamericanos fuera de la región amazónica ya tiene concesiones —permisos para la exploración y explotación de recursos— consolidando la Amazonía como una vía bastante promisoria para la expansión de la industria petrolera. Esto es lo que revela nuestro análisis basado en datos de los países amazónicos compilados hasta julio de 2024 por el Instituto Internacional Arayara, que monitorea las actividades petroleras en la región. De todo el territorio amazónico, apenas la Guayana Francesa no tiene bloques petroleros, porque los contratos están prohibidos por ley desde 2017. 

La nueva oleada del petróleo pone en peligro un ecosistema esencial para el equilibrio climático global y las personas que viven en él, justo cuando el mundo intensifica su debate sobre la reducción de la dependencia de los combustibles fósiles. 

“No sirve de nada hablar de desarrollo sostenible si seguimos explotando petróleo”, afirmó el líder indígena guyanés Mario Hastings. “Necesitamos un cambio real que incluya a las comunidades indígenas y respete nuestros derechos”.

*Haga scroll sobre la imagen para explorar la infografía

En el primer capítulo de esta serie periodística, el proyecto transfronterizo Hasta la Última Gota investiga la nueva ofensiva petrolera en la Amazonía. El trabajo de reportería conducido por InfoAmazonia, en colaboración con GK, Ojo Público y Rutas del Conflicto, exigió un gran análisis de datos, decenas de entrevistas y trabajo de campo en cinco países: Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana y Perú, que representan más del 80% de la región amazónica.

A lo largo del último año, este amplio esfuerzo periodístico ha mapeado los daños socioambientales causados por más de 50 años de actividad petrolera en la Amazonía y los riesgos de nuevas operaciones. La investigación también ha explorado los engranajes económicos y políticos que alimentan las expectativas en torno al sector petrolero.

Abundante en recursos naturales, la Amazonía difícilmente ve los beneficios de su explotación. Al contrario: la serie demuestra que, al paso que la mitad del petróleo sudamericano se destina a economías extranjeras y las regalías generan más desigualdad que progreso local, lo que queda en la región es apenas deforestación y aguas contaminadas. 

Mientras las petroleras planean extraer hasta la última gota de petróleo de la selva tropical y su zona costera, el sector sobrepasa áreas de conservación y territorios indígenas. En la Amazonía, 81 bloques con concesiones están dentro de 441 tierras ancestrales, y otros 38 cruzan el límite de 61 áreas de conservación. Además, sumando los bloques aún en oferta o estudio, 114 se encuentran en tierras indígenas y 58 en áreas naturales protegidas, según el análisis del proyecto.


Bloques con concesiones en la Amazonía invaden los límites de
441 tierras indígenas
61 áreas de conservación
totalizando casi 50.000 km² afectados en áreas protegidas 

Este movimiento expansionista —que mantiene el modelo extractivista que reina desde la colonización europea de América— se vale de acuerdos desfavorables para las poblaciones locales, provoca conflictos internos en las comunidades afectadas y atrae a grupos armados a zonas ricas en recursos naturales que carecen de servicios y asistencia estatal. 

Costa amazónica: la nueva fiebre del petróleo

Guyana, una pequeña y hasta ahora discreta nación sudamericana, se ha convertido en el epicentro de los recientes descubrimientos mundiales de petróleo, erigiéndose en la “nueva Dubai” del petróleo, expresión utilizada sobre todo por representantes de empresas extranjeras recién llegadas al país.

El petróleo ha llevado a su población a ser testigo de un boom económico, pero también a enfrentarse a retos como el aumento de la inflación y de la desigualdad. Al mismo tiempo, las operaciones de la cadena petrolera amenazan el 90% del territorio guyanés aún cubierto por la Amazonía. 

“El mundo avanza hacia un futuro sin combustibles fósiles, pero Guyana se abre al petróleo y al gas”, afirmó la ecologista guyanesa Sherlina Nagger. “Nuestros dirigentes están en el lado equivocado de la historia”. 

Además de Guyana, los recientes y también llamativos descubrimientos en el vecino Surinam han resucitado el interés por el margen ecuatorial, una franja costera de miles de kilómetros ocupada casi totalmente por el bosque amazónico.

En la región, Venezuela ha renovado su interés de anexar la región de Esequibo: el territorio guyanés disputado por los imperios español y británico en el siglo 19 ha vuelto a convertirse en foco de tensiones por su potencial petrolero.

Brasil, por su parte, que alberga la mayor parte de esa zona estratégica, se enfrenta a obstáculos para explorarla. Eso incluye un historial de perforaciones nada exitosas desde la década de 1970 y, más recientemente, los rechazos de la agencia ambiental brasileña a los pedidos de la estatal Petrobras para explorar el bloque 59, ubicado en la desembocadura del río Amazonas. 

 

Mapa  del margen ecuatorial brasileño 

 

Más del 92%de los bloques amazónicos offshore

están en fase de estudio u oferta al mercado

En mayo de 2023, el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) rechazó la solicitud de Petrobras para explorar el bloque. El dictamen del organismo, firmado por 26 analistas y otra vez confirmado en febrero de 2025, señalaba fallas en los planes de emergencia de la empresa, lo que supondrían riesgos para los sensibles ecosistemas amazónicos. Esta región alberga la mayor superficie continua de manglares del mundo y un gran sistema de arrecifes con un importante potencial científico y ecológico.

Los investigadores también advierten sobre las graves amenazas para el clima. “Abrir nuevas áreas para la exploración de petróleo en la Amazonía va en contra de las recomendaciones del Acuerdo de París para limitar el calentamiento global”, criticó Philip Fearnside, científico del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonía de Brasil. “Además, los riesgos de derrames de petróleo en esa región serían catastróficos”. 

A pesar de los riesgos, el interés de Petrobras por explorar el margen ecuatorial no ha cambiado. A inicios de 2024, el entonces presidente de la petrolera, Jean Paul Prates, afirmó que la compañía extraería “hasta la última gota de petróleo” del país. 

Tras una serie de conflictos internos en el gobierno brasileño, Prates fue sustituido en mayo de 2024 por Magda Chambriard, que fue durante cinco años directora general de la Agencia Nacional del Petróleo. Cuando asumió el puesto, Chambriard demostró que la empresa seguía decidida a seguir adelante con su plan estratégico. “No podemos renunciar al margen ecuatorial”, afirmó.

Haciéndose eco de la postura de Chambriard, las principales autoridades del gobierno brasileño han expresado su apoyo a la explotación petrolera. Fernando Haddad, ministro de Hacienda, pide “toda la prudencia posible” para garantizar una exploración segura, mientras que Alexandre Silveira, ministro de Minas y Energía, ha sugerido que Guyana está “chupando el petróleo” de la región ante la posición inerte de Brasil.

A pesar de los diferentes tonos entre las autoridades, la defensa de la explotación de la zona usa un argumento en común: el desarrollo de la economía local a través de regalías, cánones y creación de empleo. En suma, la explotación petrolera ya se considera un camino inevitable.

“Vamos a explorar el margen ecuatorial, no hay razón [para no hacerlo]”, dijo el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en una entrevista en junio de 2024.

Bajo presión política, la ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, ha reafirmado que la decisión de Ibama, vinculado a su ministerio, debe ser “técnica”. La ministra también resaltó la importancia de seguir los expedientes de la agencia para evitar daños medioambientales “irreparables” en la región.

El margen ecuatorial brasileño ya está completamente delimitado por bloques petroleros, aunque sigan inexplorados, según nuestro análisis. Además de eso, el 92% de los bloques offshore (en alta mar) de la Amazonía aún están en fase de estudio u oferta.

El petróleo latinoamericano es fuertemente destinado al mercado externo, según datos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep). Actualmente, al menos la mitad de la producción se exporta, principalmente a Estados Unidos y China, y se espera que las exportaciones aumenten progresivamente en las próximas décadas. 

Los datos de la Opep no incluyen la producción en la región amazónica. Sin embargo, el hecho de que tenga muchas reservas sin explotar sugiere que el ecosistema también podría desempeñar un papel creciente en el suministro internacional de petróleo.

Ecuador y Perú: un legado de explotación y daños

Mientras la exploración petrolera da sus primeros pasos en la costa norte sudamericana, países como Ecuador, Perú y Colombia ya llevan décadas extrayendo petróleo en el interior de la Amazonía. Aunque la actividad ha contribuido con sus economías durante muchos años, también ha profundizado la destrucción de ese gran ecosistema.

En Ecuador, el petróleo representa más del 7% del Producto Interno Bruto (PIB) del país, pero su explotación ha presentado un promedio de dos derrames semanales en los últimos años. Entre el 1 de enero de 2020 y el 30 de abril de 2022, se registraron 630 derrames, de los cuales 97% fueron causados por empresas estatales del país.

En la Amazonía ecuatoriana, los accidentes se repiten desde los años 1970, cuando la empresa estadounidense Texaco (ahora Chevron) abrió la primera gran frontera del petróleo en la selva amazónica. En aquel momento, la petrolera provocó graves derrames y eliminó residuos tóxicos de forma inadecuada, contaminando ríos y suelos y afectando a las comunidades. Ese caso se ha convertido en uno de los más emblemáticos sobre daños medioambientales asociados a la industria petrolera en el mundo. 

A pesar de afirmar que ha reparado sus impactos, Texaco sigue siendo demandada ante tribunales por grupos indígenas. Cuando la concesión de la empresa estadounidense se acabó en la década de 1990, la estatal Petroecuador se hizo cargo de sus operaciones, ampliando la producción y perpetuando los impactos.

 

 

Gráfico de bloques por petrolera en Ecuador comparado con otros países amazónicos

En la actualidad, Petroecuador es la principal responsable por el desarrollo de áreas petroleras en la Amazonía ecuatoriana. Nuestro análisis muestra que la empresa gestiona 24 bloques de petróleo y gas, el mayor número dentro de Ecuador y el segundo entre los países amazónicos, apenas por detrás de la empresa brasileña de gas natural Eneva.

Entre las operaciones de Petroecuador se encuentra el polémico Bloque 43 en el Parque Nacional Yasuní, con una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo y presencia de pueblos indígenas en aislamiento. En agosto de 2023, un referéndum histórico determinó el fin de la actividad petrolera en el parque. Al gobierno ecuatoriano se le dio el plazo de un año para poner fin a las actividades, pero durante este tiempo casi no avanzó, limitándose a crear una comisión para supervisar las acciones aprobadas en la consulta popular.

“Están violando lo más importante que tiene cualquier sistema democrático: la voluntad de los ciudadanos”, criticó Alex Rivas Toledo, antropólogo y autor de un libro sobre los pueblos aislados del Yasuní. 

La explotación petrolera en el parque nacional no es una excepción, sino más bien una tendencia preocupante en Ecuador. En total, ya se han concedido 21 bloques dentro de áreas de conservación de la Amazonía ecuatoriana, lo que suma más de 7.000 km², la mayor superficie superpuesta entre los países analizados.


 

Gráfico con clasificación de bloques petroleros dentro de áreas protegidas en la Amazonía

De las 15 nacionalidades indígenas de Ecuador, 11 se encuentran en la Amazonía, donde sus territorios también entran en conflicto con los proyectos petroleros. Los bloques concedidos en el país afectan a 207 territorios indígenas, de nuevo el mayor número entre los países analizados, con una superposición de casi 21.000 km² en la Amazonía.

Perú ocupa el segundo lugar, con casi 14.000 kilómetros cuadrados de bloques petrolíferos que se superponen a 143 tierras indígenas. Esta realidad afecta principalmente a las naciones Kichwa, Waorani y Achuar, presentes en ambos países. 

Los Kichwa y los Waorani viven en el Yasuní, mientras que los Achuar están en el estado peruano de Loreto, uno de los mayores productores de petróleo y gas del país. Aunque esta región peruana tiene los mayores ingresos por canon petrolero del país, sus poblaciones, incluidas las indígenas, se enfrentan a la pobreza y a la falta de servicios, como el acceso a asistencia de salud.

Los habitantes de Loreto llevan desde la década de 1970 conviviendo con los impactos de las petroleras. Por su vez, los territorios Achuar se cruzan con los bloques 8 y 192, algunos de los más antiguos del Perú y también con más multas ambientales en la región, según los datos del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (Oefa). 

Mapa de localización de los bloques 8 y 192 en la Amazonía peruana

En los últimos 13 años, el bloque 8 ha acumulado 88 multas vinculadas a la actividad petrolera, el mayor número de infracciones en la Amazonía peruana. El bloque 192, que tiene la mayor reserva de petróleo del país, le sigue con 35 multas. Ambos bloques están con operaciones paralizadas por problemas contractuales. 

Los dos bloques también son los que tienen más derrames petroleros en años recientes en Perú. En dos décadas, un estudio de la organización Oxfam contabilizó 189 derrames en el bloque 8, seguido del bloque 192, con 155 accidentes. 

A diferencia de Brasil, las actividades petroleras en territorios indígenas están permitidas en Ecuador y Perú, siempre que se lleve a cabo una consulta previa con las comunidades afectadas. Pero en la práctica, ese proceso a menudo se lleva a cabo violando la legislación o no se realiza en absoluto.

“El negocio del petróleo apenas parece ser rentable si los cálculos de las empresas descartan el medio ambiente o la vida de las comunidades”, criticó David Díaz Ávalos, asesor de la organización Pueblos Indígenas Amazónicos Unidos en Defensa de sus Territorios.

Quema de gas afecta a los pueblos amazónicos

Además de la extracción de crudo, la quema de gas natural asociada a esa actividad es un problema alarmante en la Amazonía. A menudo visibles a kilómetros de distancia, intensas llamas arden en lo alto de torres metálicas, liberando directamente a la atmósfera el gas excedente de la explotación petrolera. Este proceso produce emisiones de CO₂ y metano, un gas con un potencial de calentamiento global más de 20 veces superior al CO₂. 

A pesar de los maleficios que la práctica causa en términos de cambio climático y salud humana, varios países siguen permitiéndola. Además, los mecheros (chimeneas de combustión de gas) son bastante habituales en zonas remotas de la selva amazónica, donde la falta de infraestructura dificulta la captura y el procesamiento del gas.

*Haga scroll sobre la imagen para explorar la infografía

En 2023, Ecuador quemó 1.600 millones de metros cúbicos de gas en operaciones de extracción y refinería de petróleo en la Amazonía, lo equivalente a más de tres veces el consumo anual de gas natural del país. Eso también representa el 82% de todo el gas quemado en la región amazónica en ese mismo año, según nuestro análisis con informaciones de SkyTruth Flaring, una plataforma que utiliza imágenes de satélite para detectar la quema de gas asociada a la extracción de petróleo en todo el mundo. 

Entre 2012 y 2023, la actividad petrolera arrojó 17.600 millones de metros cúbicos de gas dentro de la Amazonía. Ecuador es el líder en esas emisiones, con el 75% del total, lo que representa 34 millones de toneladas equivalentes de CO₂ lanzadas a la atmósfera.

 

34 millones de toneladas de CO₂ fueron emitidas por la quema de gas en Ecuador
entre 2012 y 2023

Internamente, Ecuador lucha para reducir esas emisiones. En 2021, un tribunal regional le ordenó al gobierno eliminar parte de los mecheros de la industria petrolera cerca de zonas pobladas en las provincias amazónicas. Sin embargo, la sentencia aún no se ha aplicado en su totalidad

“Crecimos junto a empresas petroleras que, durante más de medio siglo, han traído muerte, destrucción y pobreza a nuestra Amazonía”, afirma en un manifiesto un grupo de jóvenes amazónicas que, junto a una organización de víctimas de la antigua Texaco, presentaron acciones legales para detener la quema de gas en Ecuador. 
 

1,2 millones de personas afectadas

por la quema de gas en la Amazonía
 

En toda la Amazonía, la quema de gas afecta a cerca de 1,2 millones de personas que viven a por lo menos cinco kilómetros de distancia de los mecheros, con una situación particularmente grave en Bolivia, Ecuador y Venezuela, respectivamente. Los datos proceden de nuestro análisis, que se basa en las estimaciones de densidad de población de Kontur y en un estudio de Clean Air Task Force que utilizó esa misma distancia para evaluar los riesgos para la salud de las poblaciones.

Colombia: la transición se enfrenta a obstáculos

Desde que asumió el cargo en 2022, el presidente Gustavo Petro ha intentado poner a Colombia en la dirección opuesta a la de otros países de la Amazonía: entre sus medidas ambiciosas, está la prohibición de firmar nuevos contratos de petróleo y gas; el fin de la fracturación hidráulica (conocida como fracking), técnica que utiliza la inyección de fluidos a alta presión para extraer petróleo y gas de una forma más agresiva para el medioambiente; y la paralización de los proyectos de exploración petrolera offshore. 

Así mismo, los planes de Petro se chocan con los 381 contratos de petróleo y gas aún vigentes y con la insistencia del sector en explorar nuevas reservas, argumentando que las reservas actuales dejan al país con menos de una década de suministro de petróleo para el consumo interno. 

De esta manera, la búsqueda por más petróleo ha avanzado en los últimos años: entre 2022 y 2024, Colombia estuvo entre los 15 países con mayor volumen de reservas descubiertas, según el Monitor de Energía Global. Además, en 2024, la estatal colombiana Ecopetrol y la brasileña Petrobras encontraron nuevas reservas de gas natural en el país. 

Los operadores con mayor número de bloques asignados en la región amazónica son Gran Tierra Colombia (filial de la canadiense del mismo nombre), Amerisur Exploración Colombia (filial de la chilena GeoPark) y la estatal Ecopetrol. Los bloques de esas tres empresas están entre los que más acumulan multas ambientales en la Amazonía colombiana, principalmente por derrames de hidrocarburos que contaminan el agua y el suelo, según datos del Ministerio de Defensa.

Muchas de esas operaciones también afectan a la población local. En los últimos años, el pueblo Awá ha exigido ante los tribunales que Ecopetrol repare los daños causados por una serie de derrames en su territorio. En 2022, Gran Tierra Energy fue criticada por violar los derechos del pueblo Inga en relación con un proyecto petrolero. Ese mismo año, Nueva Amerisur enfrentó una demanda internacional por sus impactos sobre el pueblo Siona.  

Según nuestro análisis, los bloques petroleros con concesiones en la Amazonía colombiana están dentro de 79 tierras indígenas y 30 áreas de conservación, sumando un total de 2.600 km² dentro de áreas protegidas.

La situación se ve agravada por la presencia de grupos armados en zonas petroleras de la Amazonía colombiana. El Acuerdo de Paz de 2016 pretendía poner fin a décadas de conflicto, pero ha desencadenado disputas entre disidencias guerrilleras y nuevas bandas criminales por el control de zonas ricas en recursos naturales, antes dominadas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). 

La Comisión de la Verdad creada tras el acuerdo de paz con las Farc reveló que las empresas petroleras aprovecharon el conflicto para contratar la seguridad de grupos paramilitares y contar con la protección del Estado, mientras las comunidades locales se enfrentaban tanto a la violencia armada como a la exploración petrolera en sus territorios.

Los informes de la comisión y las investigaciones periodísticas también han demostrado que miles de ataques a oleoductos, además del robo de petróleo, se han utilizado como táctica de combate cuando las compañías petroleras no pagan las extorsiones. Estos ataques han dejado daños medioambientales irreversibles, contaminando ríos, poniendo en peligro el acceso al agua potable y amenazando especies en la Amazonía y otras regiones

Estas prácticas no cesaron tras la firma de los acuerdos con las Farc ni con los compromisos medioambientales de Gustavo Petro, sino todo lo contrario. “El control de estos actores armados sobre los territorios es cada vez más visible y frecuente”, afirma María Espinosa, abogada de la organización Amazon Frontlines, que trabaja con comunidades amazónicas afectadas por la combinación de guerrilla y exploración petrolera. “Cada vez es más violento”. 

Pero los impactos del petróleo en la Amazonía son evidentes incluso en contextos menos dramáticos. “No hay explotación de petróleo y gas segura, todos los proyectos tienen derrames”, comentó Luiz Afonso Rosário, de la organización 350.org Brasil. 

Rosário señala que, durante décadas, el petróleo se ha presentado como una promesa de desarrollo económico para los países sudamericanos. Sin embargo, la realidad es otra: “Lo que vemos son los problemas sociales que siguen, y apenas unos pocos se han enriquecido”.

Para Rosário, este abismo entre promesas y realidad en la Amazonía hace urgente un debate más amplio y justo sobre el futuro del ecosistema: “Van a destrozar la Amazonía con más infraestructuras para favorecer a la industria fósil. Deberíamos invertir en energías renovables”.


*Este artículo forma parte de la investigación Hasta la última gota, un proyecto periodístico producido con el apoyo de Global Commons Alliance, organización patrocinada por Rockefeller Philanthropy Advisors.

 

Actualizado el: Mar, 04/01/2025 - 15:42

En manos de exnarco quedarían tierras que Petro entregó a campesinos de hacienda Bellacruz

Víctimas y reclamantes de la hacienda que habían recibido predios por parte del Gobierno deben abandonarlos tras una decisión de la Fiscalía, sin que la Agencia Nacional de Tierras haya formalizado aún la propiedad de los campesinos. ‘Bacon’, quien retomaría el control de las tierras, fue señalado de haber transportado droga de Fabio Ochoa y fue pedido en extradición por EE. UU. en 2011 y 2014.​

Por: Pilar Puentes E 

En noviembre de 2024, durante un evento público en el Cesar, el presidente Gustavo Petro anunció la entrega de más de siete mil hectáreas en el departamento como parte de su compromiso con la reforma agraria. Entre la multitud se encontraban los miembros de Asociación de Campesinos Desplazados al Retorno (Asocadar), víctimas del último desplazamiento forzado de la hacienda Bellacruz en 1996, quienes llevan casi una década exigiendo la restitución de sus tierras. 

“Hoy estamos aquí ahora y este gobierno está haciendo algo que ningún otro gobierno desde entonces hizo. Le estamos devolviendo la tierra al campesinado. Este Gobierno se ha vuelto justiciero y ha vuelto a levantar una bandera, la bandera de la Reforma Agraria", manifestó el presidente Petro.

Tres meses después llegó a esas tierras un abogado para notificarle a los campesinos de Asocadar que debían desalojar los tres predios que habían sido entregados por la Sociedad de Activos Especiales (SAE) y la Agencia Nacional de Tierras (ANT). La orden se basaba en una notificación de la Fiscalía 50, que levantaba el ‘secuestro’ de los terrenos en manos de la SAE y cedidos de manera provisional a los campesinos, para devolver la administración a su dueño actual, Luis Alberto Urrego Contreras, un condenado narcotraficante.

La lucha por estas tierras comenzó hace casi 30 años, cuando 150 familias emprendieron una batalla legal por los predios al sur del Cesar, que forman parte de la hacienda Bellacruz, actualmente ocupada por cultivos de palma aceitera del empresario Germán Efromovich. 

Ante la demora en el proceso de restitución, los miembros de Asocadar le pidieron tierra a la ANT, como parte del proceso de reforma agraria del gobierno de Gustavo Petro para retomar su vida campesina. Estas víctimas del paramilitarismo reunieron los requisitos que pedía la SAE para poder acceder a proyectos de bienes que hacen parte del Fondo para la Rehabilitación, Inversión Social y la Lucha contra el Crimen Organizado (Frisco). 

Ilustación por: Lucía Mage

La Comisión Colombiana de Juristas (CCJ) decidió acompañar jurídicamente a Asocadar en el proceso de buscar un pedazo de tierra para que pudieran desarrollar sus actividades campesinas, reestablecer el tejido social y construir espacios colectivos. “Todo esto como parte de un proceso  de recomponer los lazos que se quebraron tras los desplazamientos forzados de los que fueron víctimas”, señaló el equipo jurídico de la CCJ. 

En diciembre de 2023, la SAE entregó provisionalmente a Asocadar tres predios —El Amparo, El Porvenir y San Ignacio— mediante la Resolución 720. Estas mil hectáreas representaban una oportunidad para mejorar la vida campesina y avanzar en la soberanía alimentaria mientras se resolvía el proceso de restitución de Bellacruz. “Para acceder a las tierras, la comunidad pagó una póliza contra todo riesgo de ocho millones de pesos, cumpliendo con todos los requisitos exigidos por la entidad”, según explicó el equipo jurídico de la CCJ.

La ANT, en noviembre de 2024, hizo la entrega de actas de tenencia y mejoras de los predios tras una caracterización a las familias de Asocadar y conocer los cultivos que llevaban trabajando desde diciembre del año anterior. Un mes después se realizó un contrato de compraventa entre la SAE y la ANT.

El presidente Gustavo Petro y a la izquierda el representante de Asocadar, Adelfo Rodríguez, en el evento de entrega de tierras en noviembre de 2024.  Por: Agencia Nacional de Tierras

 

Durante un evento público, la Agencia Nacional de Tierras (ANT) se comprometió con el Gobierno Nacional a adelantar los procedimientos necesarios para garantizar la titularidad de los predios entregados por la SAE a los campesinos.

 

Todo quedó en promesas

Con maquinaria, candados cerrando puertas y la resolución de la Fiscalía 50, el abogado Edwin Álvarez Garcés, quien representa a Urrego Contreras, notificó el 19 de febrero de 2025 a los campesinos de Asocadar que se había levantado el secuestro de los predios. Sin embargo, esto no implicaba el levantamiento del embargo ni la suspensión del poder adquisitivo. En otras palabras, Luis Alberto Urrego Contreras, alias Bacon, quien enfrenta un proceso de extinción de dominio por esas fincas, ahora podía explotar el terreno mientras se resolvía su situación legal.

Urrego Contreras fue pedido en extradición por Estados Unidos en 2011 y en 2014, fue condenado a 15 años de prisión federal por el tráfico de cocaína. Entre 2003 y 2005 ‘Bacon’, adquirió aeronaves y  contrató pilotos para transportar la droga del narcotraficante Fabio Ochoa Vasquéz, desde Colombia a México, para luego distribuirla en Estados Unidos. 

“La claridad de qué estoy acá, no detrás de una capucha, no detrás de un correo electrónico, sino que estoy acá, frente a frente diciéndole: ‘Acá nos asiste el derecho’”, manifestó el abogado a una docena de campesinos que lo interpelaron por la forma en qué llegó a los predio a exigirles que debían salir de la propiedad.

Rutas del Conflicto tuvo acceso a la Resolución de la Fiscalía en que Urrego Contreras pide que se levante la decisión de que la SAE administre los predios porque según él, “(la entidad) abandona a su suerte los predios de saqueadores generando un perjuicio a sus propietarios, (...) los ha dejado a su suerte (a las fincas) y en un total abandono vulnerando los derechos fundamentales a la vivienda digna, mínimo vital”. Urrego también sostiene que su madre, de 80 años, depende económicamente de él y que ambos carecen de una vivienda.

El hermano de alias ‘Bacon’, el piloto Gustavo Urrego Contreras, estuvo vinculado a las firmas panameñas Helicontinente S.A. y Coast Helicopter, las cuales, según varios medios de comunicación, aparecen involucradas en el caso de sobornos de Odebrecht. Fue detenido en 2017 por haber facilitado sus empresas para recibir 512 mil dólares enviados por la multinacional.

La Fiscalía 50, adscrita a la Dirección Especializada de Extinción del Derecho de Dominio, también lleva el proceso de extinción de los bienes de Fabio Ochoa Vásquez y su familia. 

La SAE tenía la posibilidad de presentar un recurso de reposición para demostrar que los predios estaban siendo utilizados en el cumplimiento de la reforma agraria y entregados de manera provisional a víctimas del conflicto. Sin embargo, la entidad dejó vencer el plazo y no interpuso el recurso.

Según relata Adolfo Rodríguez, representante legal de Asocadar, Urrego ha ingresado a los predios a través de caminos de servidumbre y de otras propiedades colindantes que también pertenecen a su familia.

Desde la notificación de la Fiscalía, el equipo jurídico de la CCJ ha sostenido varios diálogos con las entidades en busca de una solución. Sin embargo,  al no haber interpuesto el recurso, la decisión de la Fiscalía 50 quedó en firme, y solo es cuestión de días para que se inicie el proceso de entrega de los predios a Urrego Contreras.

Según el certificado de tradición y libertad de los predios, en agosto de 2024 hay una anotación de la Resolución 616 en la que se autoriza la enajenación temprana. Es decir, permite la venta anticipada de bienes en proceso de extinción de dominio antes de que se tome una decisión judicial final, el gobierno colombiano podía vender esos predios, aunque el caso de extinción no hubiese finalizado. Como explicó el equipo jurídico de la CCJ, la ANT y la SAE habían firmado una promesa de compraventa  para entregar la titularidad de los predios a los campesinos, pero el proceso nunca se concretó.

La CCJ dialogó con la ANT para conocer el estado de la promesa de compraventa. En respuesta, la entidad afirmó que no cuenta con los recursos para cumplir con lo pactado. Sin embargo, para firmar la promesa era requisito contar con una certificación de disponibilidad presupuestal. 

Además, como explican los abogados, la SAE entregó los predios de manera anticipada, es decir, trasladó la posesión a través de la promesa. Por esta razón, en un acto público, el director de la ANT, Felipe Harman, y el presidente Gustavo Petro entregaron las actas de posesión de las fincas a Asocadar.

Rutas del Conflicto le preguntó a la ANT y a la SAE por su responsabilidad en este caso, pero al cierre de esta investigación  las dos entidades no han contestado. 

 

El día de la entrega, Felipe Harman, director de la ANT, reconoció la lucha de los campesinos de Bellacruz y afirmó que "se entrega tierra valiosa de la Sociedad de Activos Especiales que ha adquirido la Agencia Nacional de Tierras". Sin embargo, la emoción de aquel día, los abrazos de agradecimiento de Asocadar al director y al presidente, hoy se han convertido en preocupación y en deudas económicas que los campesinos asumieron para poner a producir la tierra.

“Los campesinos se endeudaron y vendieron parte de sus bienes para invertirlos en los predios. Estamos haciendo un censo y vimos que cada una de las familias invirtió un valor de 15 a 30 millones de pesos para tener una cosecha”, afirmó el equipo jurídico de la CCJ. 

Los abogados de los campesinos reconocen que todos sabían que la posesión del predio era provisional. Sin embargo, al tratarse de familias en condición de pobreza, víctimas del conflicto armado y que han esperado por más de una década una respuesta del Estado, decidieron invertir en la tierra con la convicción de que existía una promesa de compraventa entre las entidades.

Ahora, la ANT les ha respondido que no tiene cómo reconocer los cultivos y las construcciones que los campesinos realizaron en los predios desde que ingresaron hace 13 meses.

“Hemos vendido cosas que teníamos antes en el pueblo para invertirlas acá.  Muchos se han endeudado con préstamos, también para invertir porque veníamos a cambiar la calidad de vida, por eso hicimos todo eso. No veníamos de paseo”, afirmó Rodríguez. 

Tanto para las víctimas, como la CCJ ,lo que está ocurriendo con los predios es una revictimización. Al evaluar todos los posibles caminos para volver a trabajar la tierra encontraron que el ofrecimiento de la SAE era un escenario óptimo mientras se define la situación de la recuperación de tierras de Bellacruz. 

Como lo relataron los abogados de la CCJ que representan a los reclamantes: “Íbamos por un buen camino, efectivamente, y creemos que es irresponsabilidad de parte de la SAE no haber estado pendiente de los escenarios jurídicos que fueran a pasar. La entidad dejó que la decisión de la fiscal 50 llegara en el momento en el que llegó y de alguna o otra manera como que le diera los argumentos al señor Urrego para ir a intimidar a la comunidad”.

Según testimonios de los campesinos de Asocadar, el abogado Álvarez, quien también representó a dos personas acusadas de lavar dinero para el Clan de Golfo, llegó con Policía que no era del municipio, trabajadores contratados por Urrego para destruir las viviendas construidas por la comunidad y prohibir la siembra de cultivos.“Inclusive a ellos (el abogado de Urrego) no les corresponde hacer la notificación, pero sin embargo, si lo iban a hacer, simplemente podía venir una persona e informarnos o entregarnos cualquier documento y listo. No intimidarlos así”, dijo el líder Rodríguez. 

La SAE no respondió a los cuestionamientos de por qué no presentaron el recurso y tampoco sobre qué va a pasar con los campesinos que dejaron todo una vez más para apostarle a la reforma agraria.

El viacrucis de Bellacruz 

La historia del reclamo de esta comunidad campesina, en las tierras de la hacienda Bellacruz se remonta al menos, a la década de los sesenta. Durante varias décadas estos labriegos, en busca de una finca para cultivar, ingresaron a unos predios cuya propiedad era reivindicada por los Marulanda, una poderosa familia política del César, que posteriormente los vendió a un proyecto palmero del empresario Germán Efromovich.

Los Marulanda poseían grandes extensiones de tierra en el sur del departamento. Al morir el patriarca Alberto Marulanda Grillo, sus hijos Francisco y Carlos Arturo Marulanda Ramírez asumieron la administración de los predios. 

Carlos Arturo, quien fue el embajador ante la Unión Europea durante el gobierno de Ernesto Samper, renunció en 1997 debido a las múltiples denuncias de violaciones de derechos humanos cometidos a los campesinos en la hacienda, cuando los paramilitares incursionaron en esas tierras. Fue capturado en España y extraditado a Colombia en 2002 para responder por el caso de Bellacruz, pero recobró la libertad el 1 de noviembre de ese mismo año.

Francisco Marulanda había sido condenado en julio de 2003 a 18 años de prisión por estos hechos pero en segunda instancia fue absuelto por el Tribunal Superior de Magdalena. Pese a los testimonios de los exjefes paramilitares del Frente Héctor Julio Peinado, como Juan Francisco Prada alias ‘Juancho Prada’, que aseguraban que los hermanos Marulanda les habían pagado para desplazar a más de 64 familias campesinas que iban a ser beneficiadas por el extinto Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora) en predios que componían Bellacruz. 

Años después de la llegada de los paramilitares, en los noventa, y del desplazamiento masivo de campesinos, la tierra pasó a ser propiedad del grupo Agroindustrial Hacienda La Gloria, cuyo  representante legal en Colombia es el empresario Germán Efromovich. La empresa llegó a la zona con el objetivo de instalar un proyecto agroindustrial de palma de aceite, que cambió el nombre del predio de hacienda Bellacruz a hacienda La Gloria.

El 12 de mayo de 2016, la Corte Constitucional expidió la Sentencia SU 235 que ordenó a la ANT recuperar baldíos de la nación que hacen parte de la hacienda La Gloria y así tenerlos para posteriormente adjudicarlos a sujetos de reforma agraria. También ordenó a la Unidad de Restitución de Tierras microfocalizar la zona y comenzar con el proceso de restitución. 

Sin embargo, la orden a la ANT se encuentra suspendida porque la empresa de Efromovich demandó las resoluciones que declaraba la existencia de baldíos ante el Consejo de Estado en 2019. Este tribunal concedió la medida cautelar para suspender el trámite. Han pasado nueve años y la entidad no ha podido hacer la recuperación. 

El camino de la restitución está igual de enredado. Como lo contó Rutas del Conflicto, en 2024, la empresa instauró una tutela argumentando que en la etapa judicial se omitió el testimonio del empresario y representante legal Efromovich. Una forma, como lo explica la CCJ, de obstaculizar y demorar aún más la decisión del juez de restitución. 

Ante las decisiones judiciales encontraron en el gobierno de Gustavo Petro una solución para volver a cultivar yuca, plátano y arroz. Sin embargo, las entidades los volvieron a dejar solos. Esta vez no fueron los paramilitares quienes los obligan a irse del territorio sino una decisión de la Fiscalía y las respuestas negativas de la ANT y de la SAE.

“El Estado debía asumir el compromiso y la responsabilidad con nosotros. ¿A qué nos trajo? ¿Para qué nos trajo? Para exponernos nuevamente a ser víctimas, a ser desplazados o qué va a hacer con nosotros? ¿Dónde nos van a reubicar? ¿En qué tiempo? ¿Cuándo y cómo?”dijo Adelfo Rodríguez, representante de Asocadar.

 

 

*Esta investigacion se hizo con el apoyo de la Fundacion Heinrich Boll 

 

Actualizado el: Vie, 03/14/2025 - 16:48

El secuestro y la violencia sexual: las víctimas invisibilizadas del macrocaso 01 de la JEP

María* tenía 19 años cuando viajaba de Medellín al municipio de Argelia en Antioquia para el entierro de su primo, que había sido asesinado por la guerrilla, cuando el bus en el que se transportaba fue interceptado por un grupo de guerrilleros de las FARC-EP. Durante cuatro días, fue retenida en condiciones infrahumanas: sin alimento, sin baño y durmiendo en el mismo bus donde había sido secuestrada. En el segundo día, un guerrillero la violó bajo amenaza armada. 

El caso 01 de la JEP se enfoca en los secuestros cometidos por las FARC-EP. Sin embargo, no tiene un enfoque particular en las victimas de violencia sexual y reproductiva dentro de estos secuestros, lo que deja a muchas mujeres en una lucha constante por el reconocimiento y la justicia. 

Otra víctima, Ana*, fue secuestrada dos veces en Caquetá, la primera en los años ochenta. Durante su cautiverio, la ataron a una cama y la torturaron por varios días. Ella describe a su violador como un monstruo que la obligaba a hacer cosas que no quería. “Tengo mi piel marcada por esas torturas”.  El segundo secuestro ocurrió en 1991. Cuando tenía siete meses de embarazo, la hicieron subir a una moto y fue llevada a un campamento guerrillero porque su esposo no había pagado una “vacuna” a las FARC-EP. “Es que hay que cobrarle a ella lo que su marido no nos dio”, le dijo su victimario. Ana fue abusada, torturada y violada de nuevo.

Ana, María y otras víctimas insisten en que la violencia sexual, utilizada como arma de guerra, sigue siendo un delito relegado a un segundo plano dentro de los procesos de justicia, verdad y reparación.  A pesar de las denuncias y testimonios de sobrevivientes como el que ellas entregaron en este capítulo del podcast Más allá del cautiverio, retratos sonoros del secuestro en Colombia-Violencia Sexual, producido en alianza entre Rutas del Conflicto y la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ).

La violencia sexual ha sido perpetrada por todos los actores del conflicto armado en Colombia. “Es una narrativa común de los grupos armados y por eso hace parte de las acciones que cometió las FARC-EP y que comete la fuerza pública”, explica Adriana Bemjumea Rua, directora de la organización feminista y de derechos humanos.

Sin embargo, la JEP no ha reconocido la violencia sexual en el Caso 01 como un crimen sistemático y generalizado. “Jurídicamente es difícil probar que hubo un patrón de violencia sexual, pero sabemos que estas agresiones fueron constantes en contextos de secuestro”, afirma Benjumea. Es crucial mencionar en este contexto, que los actores armados cometieron diferentes formas de violencia sexual, entre ellos, además del  acceso carnal violento, el accoso sexual, la humillación con un desnudo forzado o asaltos sexuales en la noche, todo con el fin de “dominar o castigar y disponder del cuerpo de mujeres”. 

En 2021, 28 personas fueron registrados como víctimas de violencia sexual en el Caso 01 de la JEP. Para 2023, la cifra aumentó a 56, concentrándose principalmente en Antioquia. Sin embargo la mayoría de los casos de violencia sexual están en Antioquia y continúan sin reconocimiento oficial, lo que perpetúa la revictimización y la impunidad. 

“No fui yo sola, que somos muchas” dice María. “Nos pasó casi lo mismo como un hilo conductor en todas las historias”. No se ha podido establecer con certeza la magnitud de la violencia sexual en el conflicto colombiano, ya que muchas víctimas tienen miedo de hablar o ni siquiera se reconocen a sí mismas como víctimas. La falta de reconocimiento de estos crímenes por parte de los actores armados ha dificultado la construcción de la verdad y el reconocimiento necesario para las víctimas. “Pido que se nos devuelvan por lo menos nuestra verdad, es como recuperar un poquito la dignidad”, clama María. 

Elena Ruiz Nuñez, es abogada de la CCJ, que representa a 25 victimas de violencia sexual en el Caso 01 ante la JEP, enfatiza que “el reconocimiento de la violencia sexual por parte de las FARC-EP no debería ser negociable”. El hecho de que no existe un reconocimiento estructural hacia las víctimas es preocupante y debe ser investigado, ya que prolonga la revictimización, según ella. Según Núñez, la pregunta clave que queda es “¿cómo se va a garantizar los derechos de las victimas de violencia sexual desde la justicia restaurativa?”

Además de todo lo que tuvieron que sufrir, las víctimas viven en medio del miedo y de la estigmatización. “Mis papás sabían del secuestro pero por decisión propia no he querido que sepan sobre la violacion, ya sufrieron mucho por el secuestro, asi que decidí lo de la violación lo iba a tener yo solita”, confiesa Maria. Por el machismo muchas víctimas prefieren guardar silencio, por miedo a que las responsabilicen por “la forma en la que iban vestidas” y de la revictimización de la que son sujeto.  

Sandra Milena Aranzazu, trabajadora social del equipo de la CCJ y quien acompaña el caso de María, explica que la particualidad del Caso 01 es que, “las mujeres llegan en general por el secuestro y se acreditan ante la JEP, pero casi nunca comentan los hechos de violencia sexual que vivieron”. Pero a través de su trabajo de acompañamiento, han identificado que estas mujeres enfrentan una doble condición: la de la violencia misma y la de la invisibilización del “dolor en el silencio” como lo llamó María. 

La Unidad de Víctimas estima que 43.000 personas han sido víctimas de violencia sexual en el conflicto armado colombiano. Sin embargo, ni Ana ni María están dentro de estas cifras. 

A pesar de su sufrimiento y la falta de la reconocimiento como víctimas, muchas están viviendo en mayor vulnerabilidad económica, desempleo y una creciente desesperanza. “Estamos sin nada en la pobreza, un hijo me mataron, el otro murió por cáncer y un hijo enfermo, soy una persona ya muy mayor, sin un trabajo fijo sin una estabilidad económica, no tengo oportunidad de nada”, cuenta Ana sobre su situación desesperada.  

Hasta dicembre de 2024, la JEP ha imputado delitos de violencia sexual a algunos miembros del Comando Central Conjunto de las FARC-EP del Bloque Noroccidental y Bloque Occidental. Sin embargo, no todos los responsables han sido imputados, y aquellos que han sido acusados han reconocido los hechos en términos generales, sin aportar detalles significativos para esclarecer las responsabilidades de las violaciones que sufrieron Ana, María y muchas más. 

“Hay una deuda social, juridica y politica con las victimas de las violencia sexual”, afirma Adriana Bemjumea Rua, abogada feminista y Co-directora de Humanas. 

“Quiero que digan mi verdad, que se reconozca” dice María. A pesar de los obstáculos, las sobrevivientes han construido redes de apoyo y continúan exigiendo justicia. “Hemos hablado con muchas mujeres que han sufrido lo mismo o cosas peores. No estamos solas y no nos callaremos”, concluye María, una de las voces mas poderosas entre las víctimas que han decidido hablar. Su valentía sirve como un ejemplo para otras mujeres y victimas de violencia sexual dentro del marcocaso 01. En este 8 de marzo, su voz resuena más fuerte que nunca, recordando que el reconocimiento de la verdad es un derecho innegociable para todas las víctimas.

*Nombres fueron cambiados para proteger la identidad de las víctimas 

 

 

 

 

 

Actualizado el: Sáb, 03/08/2025 - 12:55

Marlen Arévalo: la defensora ambiental que desafía las probabilidades

  • En el departamento del Meta, la industria de los hidrocarburos ha contaminado ríos y suelos. Ahí, Marlén Arévalo es una figura clave en la defensa ambiental.
  • Durante más de 13 años, la defensora y su esposo han denunciado los problemas que causa la industria petrolera. También han resistido a las amenazas de quienes apoyan a las empresas extractivistas. 
  • Además de detener proyectos petroleros, Arévalo ha logrado darle la vuelta al cáncer que le diagnosticaron en 1993. Esa enfermedad la llevó a establecerse en el territorio que hoy defiende.

 

 

Por Natalia Pedraza Bravo

Ilustración: Leonardo Jiménez

Entre los casi 28 000 habitantes del municipio de Guamal, en los llanos orientales de Colombia, sobresalen los coloridos turbantes y pañoletas que Marlén Arévalo usa en la cabeza. Aunque habla con firmeza, la mujer de 57 años tiene un agudo sentido del humor que ni el cáncer que la acompaña hace tres décadas, ni las amenazas a su vida y a la de su esposo han podido quebrantar.

Guamal se ubica en Meta, el departamento de Colombia que tiene más de la mitad de las reservas probadas de petróleo del país (54 %). Ahí, Marlén Arévalo se ha convertido en una figura clave en la lucha de la prevención de los problemas ambientales causados por la industria de los hidrocarburos. Junto con su esposo y un grupo de personas campesinas de Guamal y Castilla La Nueva, Arévalo ha dedicado más de 13 años a la defensa de su territorio. 

Además de su cultivado interés por la defensa de los derechos humanos, causa a la que ha dedicado la mayor parte de su vida desde que estaba en la universidad en Bogotá, la capital de Colombia, el motor de su lucha tiene un trasfondo personal. 

Fue diagnosticada con cáncer en 1993 y encontró en la leche de cabra propiedades que —está segura— le han permitido sobrellevar su enfermedad durante casi tres décadas. La extracción de hidrocarburos pondría en riesgo el ecosistema donde está su finca, donde cría 40 cabras que toman agua de caños o arroyos que se alimentan del río Humadea, un afluente que nace en el Nevado de Sumapaz, el punto más alto del Parque Nacional Natural Sumapaz. 

La defensa del ambiente en el Meta ha tenido un alto costo para Arévalo y su familia. Durante más de una década, han enfrentado constantes amenazas de muerte y actos de intimidación por parte de aquellos que, sin importar las consecuencias sociales y ambientales, apoyan la extracción de hidrocarburos de la región. A pesar de los riesgos, ella se mantiene firme en su convicción de que la lucha vale la pena.

Marlén Arévalo y Edgar Cruz junto a sus cabras en el departamento del Meta, vistiendo camisetas de Cropohumadea con un mensaje en defensa del agua. Foto: Natalia Pedraza Bravo.
 

Una historia de amor

“La historia de Marlen debería conocerla todo el mundo”, dice Edgar Cruz, hombre de 60 años, esposo de la ambientalista y defensora de derechos humanos. Su voz se escucha a través de una llamada telefónica desde el municipio de Guamal. Cruz relata de memoria cada momento de la vida de quien ha sido su compañera durante los últimos 31 años. Cuenta que ella nació en Zipaquirá en 1967 y descubrió su pasión por el trabajo social en sus veintes. “Ella jamás soñó con una vida en el campo, le parecía una locura”, recuerda.

El destino, sin embargo, tenía otros planes para Marlen Arévalo. En 1990 se enamoró de Edgar Cruz en la universidad, donde estudiaron juntos administración de empresas y, tres años después, ella recibió un diagnóstico que le cambiaría la vida para siempre: cáncer de vaso, páncreas, hígado y estómago. "Los médicos del Instituto de Cancerología en Bogotá la desahuciaron", asegura Cruz. A pesar de la gravedad de su enfermedad, él decidió proponerle matrimonio. "Marlen se casó conmigo por prescripción médica", dice entre carcajadas. 

La pareja comenzó a buscar cómo mejorar la salud de Marlen Arévalo acudiendo a métodos alternativos. "Nunca se hizo ningún procedimiento con medicina tradicional alopática, nunca le hicieron radio ni quimio", explica. En búsqueda de opciones, un doctor especialista en medicina alternativa les sugirió que algunos estudios apuntaban a que la leche de cabra podría ayudar a mitigar los efectos del cáncer.

Aunque en ese momento vivían en Bogotá, Edgar Cruz se desplazaba diariamente en bicicleta hasta Cota, municipio a una hora de la capital colombiana, para comprar la leche recomendada, hasta que en 1999, cuando atravesaban por una crisis económica, se dio cuenta de que cada vez era más difícil conseguir el alimento y decidió comprar 17 cabras a escondidas de su esposa. “Nosotros no sabíamos nada de criar cabras, fue todo un reto. De hecho, luego de comprarlas me di cuenta de que no eran lecheras, entonces entre las 17 no sacaba ni una botella de leche”, cuenta. 

La salud de Marlen Arévalo mejoró y los 18 meses de esperanza de vida que le dieron los médicos, se convirtieron en 29 años que han pasado desde el diagnóstico. Esa no fue la única vez que la salud de la defensora desafió los pronósticos médicos. Cuando tenía 18 años le dijeron que no podía quedar embarazada debido a una condición de nacimiento, pero en 1999 la pareja recibió a su hija Katheryn Daniela. 

Cuando se enteraron de que la niña venía en camino, se propusieron criarla en el campo. Así, junto a sus cabras y la recién nacida, la familia se trasladó por distintos pueblos de Colombia hasta que, en el año 2000, ya tenían 70 cabras. “Abrimos un restaurante vegetariano y aprendí a procesar los lácteos de cabra para consumir la leche de distintas maneras y, además, poder vender los productos derivados y así tener un ingreso extra”, recuerda Marlen Arévalo. 

En 2004, se mudaron a Guamal, a unas cinco horas de Bogotá y se instalaron en una finca propiedad de los padres de Edgar Cruz. Soñaban con montar allí un proyecto ecoturístico. La finca, con sus cabras y tres afluentes de agua que la atraviesan, se convirtieron en su hogar y centro de trabajo, pero sobre todo en la esperanza de tener un lugar donde criar los animales que, creen, llevan años manteniendo viva y saludable a Marlen Arévalo. 

Edgar Cruz ordeña una de sus cabras y prueba la leche en su mano para asegurarse de su calidad y sabor. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

En 2008, cuando sintieron que por fin tenían un espacio donde cumplir sus sueños, la tranquilidad de la familia se vio amenazada por las noticias de la llegada de empresas petroleras que iban a explorar la zona. En enero de ese año, la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) celebró un contrato de exploración y producción de petróleo con la empresa canadiense Talisman Colombia Oil & Gas Ltd. y Ecopetrol, la principal empresa de crudo de Colombia. Las compañías tenían el 45 % y el 55 % de participación respectivamente y el documento les permitiría realizar exploraciones en el Bloque CPO-9, un área de 263 hectáreas en el departamento del Meta, donde está ubicado Guamal, el municipio donde viven Marlen, Edgar y Katheryn con sus animales. 

La noticia significó una señal de alerta para la familia y los demás pobladores de Guamal. “Ya sabíamos que Ecopetrol había contaminado muchas fuentes hídricas. Quebradas, ríos y caños —dice Marlen. Hoy el agua todavía sigue siendo nuestra mayor preocupación”. 

El proyecto que iba a estar más cerca de ellos era el pozo Lorito-1, planeado para ser instalado a 95 metros del río Humadea, un afluente del cual se benefician muchos campesinos —incluidos Marlen, Edgar y su proyecto de capricultura— y que nace en el Parque Nacional Natural Sumapaz, parte del sistema de páramos más grande del mundo.

Domingo en el río Humadea, septiembre de 2024. Decenas de personas disfrutan del afluente que Marlen Arévalo y Edgar Cruz defienden. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

La huella del petróleo en el Meta

Los temores de los pobladores sobre las consecuencias que acompañan la explotación de petróleo se sustentan en datos. Por ejemplo, un análisis realizado por Mongabay Latam en 2022, muestra que el Meta es el cuarto departamento de Colombia en donde se registraron más derrames causados por la extracción petrolera hasta ese año. Además, la compañía petrolera con más incidentes operacionales es Ecopetrol, con 1 447 casos de 2 133 reconocidos, lo que representa el 67 % de las contingencias registradas entre 2015 y junio de 2022. No obstante, la empresa petrolera le aseguró a Mongabay Latam que entre 2011 y 2021 solo ha tenido 190 “incidentes con potencial afectación al medio ambiente por causal operacional” y que la cifra —mucho mayor— que da la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) se debe a que incluye reportes de eventos de baja dimensión y, además, incorpora los derrames por ataques o hurto de hidrocarburos.

Además de los antecedentes de Ecopetrol, que tiene el 55 % de participación en el Bloque CPO-9, también existe un historial complejo en las empresas extranjeras que, desde el 2009, han estado a cargo del otro 45 %. 

La primera de ellas y con la que inició todo en Guamal fue Talisman Energy. Esta empresa canadiense fue denunciada en el año 2000 por financiar y apoyar la guerra civil en Sudán y al gobierno del entonces presidente Omar al-Bashir que, años después, fue acusado formalmente de genocidio por la Corte Penal Internacional. Aunque la empresa negó los vínculos, el historial de líos ambientales y sociales siguió creciendo con el pasar de los años: fugas de gas en Canadá, su participación en un problema de tierras entre Kurdistán e Irak, acusaciones de intentar influenciar a menores de edad sobre la industria en los colegios en Estados Unidos y el intento de explotar tierras indígenas en Perú en 2011 que, en medio de las protestas, habría dejado 33 muertos.

Todos estos casos ocurrieron antes del 2014, ese año la empresa canadiense fue comprada por la gigante española Repsol, que también tiene un historial de problemas ambientales y sociales causados por sus actividades de extracción de gas y petróleo en todo el mundo. 

Uno de ellos es el provocado el 15 de enero de 2022 y considerado uno de los peores desastres ecológicos que han ocurrido en la costa peruana. Ese día, Repsol fue la responsable del derrame de 12 000 barriles de hidrocarburos que contaminó el mar en Ventanilla. 

La compañía española también tiene su historia en Colombia. En 2004, un informe de Amnistía Internacional reveló que Repsol, junto con la empresa Occidental Petroleum, habría hecho llegar fondos a la Brigada 18 del Ejército colombiano en una zona del departamento de Arauca donde ha habido, durante décadas, denuncias de organizaciones de derechos humanos de abuso de autoridad y detenciones masivas y arbitrarias de quienes se oponen a la explotación petrolera. 

En la misma zona, Repsol junto con Ecopetrol participan en el pozo Chipirón, una plataforma petrolera instalada en medio de la Laguna del Lipa, donde líderes ambientales y campesinos llevan años denunciando que la fuente de agua fue secada por las petroleras, afectando a cientos de especies de fauna y flora. 

Edgar Cruz y Marlen Arévalo denuncian que en Guamal, Repsol y Ecopetrol también presentaron prácticas cuestionables, que intentaban engañar a los pobladores, una vez que compraron a la empresa Talisman en 2014. 

“La Gobernación del Meta llegó como en 2015 a los municipios que estaban dentro del bloque CPO-9 a ofrecer proyectos productivos”, explica la defensora ambiental. En la socialización nunca nombraron a Repsol hasta que Edgar Cruz, insistentemente, les pidió claridad sobre los recursos que financiarían esa iniciativa. “Nos respondieron que la plata venía de Repsol y ahí nos dimos cuenta de que todo tenía sentido. Lo que buscaban era endulzarle el oído a las comunidades, sin ser claros con la información, para que, a cambio de los proyectos y el apoyo económico, la gente se sienta comprometida y les sea más fácil entrar con la extracción”. 

Mongabay Latam consultó con Ecopetrol sobre esta denuncia. La empresa aseguró que todo el material que entregan en estos espacios a las comunidades lleva los logos que representan a ambas empresas y que sus equipos de trabajo tienen el compromiso de informar sobre los convenios.

Edgar Cruz, sumergido en las aguas del Río Humadea, en el departamento del Meta, en septiembre de 2024. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

Las amenazas tras la defensa del territorio 

“Dígale a ese mechudo que deje de joder o un día de estos lo va a encontrar muerto”. Esas fueron las palabras que le dijeron a Marlen Arévalo en una llamada anónima en 2012, refiriéndose a su esposo Edgar Cruz, cuando ambos empezaron a cuestionar la llegada de las petroleras. Fue la primera vez, recuerda, que recibieron una amenaza. 

Las intimidaciones no lograron amedrentarlos y cuando se enteraron de que Ecopetrol estaba llevando maquinaria para iniciar la exploración de hidrocarburos en el pozo Lorito-1, decidieron tomar acción. El 21 de febrero de 2012 se reunieron con otros campesinos y campesinas de Guamal y de Castilla la Nueva para hacer un paro y frenar cinco camiones que traían aparatos de la petrolera. La principal intención era proteger el acueducto que quedaba muy cerca del área donde iban a instalar el taladro.

"Armamos una olla comunitaria que se mantenía las 24 horas prendido y le daba desayuno, almuerzo y comida a todos", dice Marlen Arévalo, mientras Edgar Cruz asegura que ella era "el alma del fogón". La defensora hace mucho énfasis en que llevarse el protagonismo de esta lucha sería injusto e insiste en hablar de las que en el paro fueron conocidas como "las chicas superpoderosas": "Cinco mujeres trabajadoras, campesinas de Castilla la Nueva, que lo único que querían era garantizar el agua para sus proyectos productivos y llegaban a avivar el plantón hasta a pie si era necesario", recuerda.

Las mujeres que han acompañado a Marlen Arévalo en su lucha, coinciden en que ha sido inspiración para muchas de ellas. Miryam Moreno, coordinadora de EICOS, un espacio de mujeres del Meta que trabajan por la equidad de género, asegura que la defensora les ha enseñado mucho. “De Marlen aprendimos que defender el agua es defender la vida. Nos ha dejado el legado de la defensa del territorio y la defensa del agua”, explica. 

Durante la manifestación, acordaron que nadie fuera el líder visible. "Cualquiera podía hablar en nombre de la comunidad", cuenta Edgar Cruz. Pero las intimidaciones no cesaron. "Pasaban en camionetas con vidrios polarizados grabándonos", recuerda. "Llegaban a hacerle requisas a los muchachos que se quedaban en las noches para asustarlos", continúa.

En julio de 2012, con el plantón todavía en pie después de cinco meses, una acción judicial que Corpohumadea —una organización social a la que Marlen Arévalo y Edgar Cruz pertenecen y que ha sido parte fundamental de su lucha— y Jesús María Quevedo —conocido en la zona como "Chucho Tutelas" por su vasto conocimiento en asuntos jurídicos a pesar de no ser abogado— habían puesto el 21 de febrero, obtuvo respuesta a favor de la comunidad. El Tribunal Administrativo del Meta ordenó medidas cautelares a Ecopetrol y les impedían continuar con el avance del pozo. 

Los defensores estaban felices, pero el Ministerio de Minas apeló y ganó cuatro meses después, suspendiendo las medidas cautelares y permitiendo a Ecopetrol avanzar con la instalación del pozo.

"Para el 3 de agosto, Ecopetrol, al ver que la manifestación iba en serio, sacó unas invitaciones para los presidentes de acción comunal y los alcaldes de Guamal, Cumarral y Castilla la Nueva, con la excusa de que iban a ofrecer un acueducto nuevo para nuestras comunidades", recuerda Marlen Arévalo. Los líderes de todos los municipios no confiaban en quienes ocupaban estos puestos políticos, por lo que  Edgar Cruz convocó a los pobladores a asistir a la socialización porque "era asunto de todos y no solo de los presidentes de acción comunal y los alcaldes". 

Antes de asistir a la reunión, Marlen Arévalo y Edgar Cruz tenían que ver a sus cabras. En el trayecto, mientras avanzaban en su vehículo, un camión empezó a cerrarlos. “El camión se nos echó encima y casi nos mata”, recuerdan. El accidente fue tan grave que la defensora presentó tres fracturas en la columna y su esposo estuvo a punto de perder un brazo. “Las 600 personas que estaban en el plantón llegaron al hospital e hicieron vaca (colecta de dinero) para nuestros gastos médicos”, recuerdan. 

Las cabras de Marlén y Edgar en su corral. Para ellos, estos animales son parte de su vida y sustento. De cada cabra lechera obtienen, aproximadamente, un litro de leche al día. Foto: Natalia Pedraza Bravo.
 

"La empresa (Ecopetrol) hizo algo que hoy todavía me parece muy bajo. Mientras estábamos en el hospital, una empleada nos visitó y nos pidió que renunciáramos al seguro del carro porque Ecopetrol iba a pagarlo todo", asegura Marlen Arévalo. Los defensores se negaron y dicen con orgullo que nunca han querido los recursos de la empresa. 

Que las petroleras ofrezcan cosas a las personas en zonas donde quieren hacer extracción es una práctica común, denuncian. "Aquí con Ecopetrol se hizo muy frecuente el famoso 'Ventiochazo'", asegura Edgar Cruz. Esta práctica ha sido reportada en diversos informes periodísticos, el más antiguo disponible en línea es del diario El Tiempo de 1993: "Alrededor de una bolsa negra de plástico y sobre una mesa giran los ojos de más de setenta hombres. Seis de ellos se quitan el sombrero y se persignan, mientras que otros cuantos cruzan los dedos de sus manos callosas. Alguien toma la bolsa, la agita y luego una mujer introduce su mano, saca un carné y dice con fuerza: James Quiroz tendrá trabajo durante los próximos 28 días", se lee en el reportaje. Básicamente, se trata de una rifa de trabajos.

Las empresas contratan personas de los pueblos cercanos a las zonas de extracción como mano de obra no calificada y les pagan entre cuatro y diez veces el equivalente al salario mínimo en Colombia, según las notas de prensa. Un sueño en un país en donde, según las cifras más recientes del Departamento Administrativo Nacional de Estadística de Colombia (DANE), 18 millones de personas viven con menos de un salario mínimo que hoy es de 1 423 500 pesos (aproximadamente 345 dólares).

Katheryn Cruz Arévalo, la hija de Edgar y Marlen, recuerda a la perfección el accidente de sus padres y explica que, meses después, había personas en el pueblo que les aseguraban que no había sido algo casual, que en realidad había sido un atentado porque "ellos eran una piedra en el zapato”. “El objetivo era que mis papás no llegaran a la socialización”, dice la hoy abogada de 25 años.

Marlén ajusta su turbante en su casa en el departamento del Meta, antes de salir a ordeñar las cabras junto a su esposo Edgar. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

Risas contra el asedio

Tras ocho meses de resistencia, agotados y disminuidos ante las acciones que estaban ocurriendo, los pobladores decidieron disolver el plantón y Ecopetrol entró a pesar de las recomendaciones de Corpomacarena, la autoridad ambiental de la zona que, en octubre del 2012, había publicado un informe reportando que la empresa no estaba cumpliendo con los requerimientos de la licencia que otorga la ANLA.

Las intimidaciones continuaron. En 2013, a Edgar Cruz le asignaron medidas de protección por la Unidad Nacional de Protección (UNP). “Las medidas eran insuficientes, a Edgar le dieron un teléfono para que llamara cuando le iban a meter un tiro en la cabeza”, dice Marlén Arévalo riéndose de la tragedia.

Reírse ha sido su forma de afrontar las cosas y la gente que la rodea la admira por eso. Así lo explica Marta Currea, amiga de la pareja desde hace más de diez años y quien comparte su lucha por la defensa del territorio. “La capacidad de Marlen de sobreponerse a las amenazas contra su vida y la de su familia es tan extraordinaria que lo hace, incluso, de manera jocosa. La risa es su arma contra el asedio, es el símbolo de su resistencia”, asegura. 

La estigmatización siguió siendo parte de su vida diaria. Un documento del Ministerio del Interior de 2015 —con firma de la oficina del Viceministerio de Relaciones Públicas, encabezado entonces por Carlos Ferro Solanilla—, mapea los "actores dentro de los conflictos sociales de cada pozo" en cinco municipios de los departamentos de Meta y Casanare, incluyendo Guamal. 

Las descripciones de los actores, en dónde se encuentran los nombres de Marlen Arévalo y Edgar Cruz, han sido consideradas por los defensores, cuanto menos, como peligrosas, teniendo en cuenta que Colombia es el país en donde más ocurren asesinatos de líderes ambientales.  El último informe de la organización Global Witness señala que en Colombia, 79 personas defensoras del ambiente y el territorio fueron asesinadas en 2023, la cifra anual más alta registrada por esa organización en una nación.

En el documento del Ministerio del Interior hay descripciones como esta: "Comerciante del municipio, se encuentra presente en todos los bloqueos y tiene discurso agresivo contra la industria”, y “El párroco de la iglesia de El Castillo, en los espacios de la misa, toma los últimos minutos de esta para emitir discurso en contra de la industria”. 

Para Dora Lucy Arias, abogada que integró la terna elegida por el presidente Gustavo Petro en 2024 para ser candidata a la Defensoría del Pueblo de Colombia y quien conoce y acompaña la lucha de Marlen Arévalo y Edgar Cruz desde hace más de una década, estas descripciones son evidentes perfilamientos hechos desde el Estado de las personas que son líderes sociales. 

Pantallazos de un documento del Ministerio del Interior de 2015, parte de la Estrategia Territorial de Hidrocarburos, que hoy sigue vigente. En él, Ecopetrol figura como la empresa que financió y apoyó su elaboración. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

La introducción del documento habla de que el viceministerio busca con él “atacar los focos de problemática en la región… para ayudar a las operadoras (petroleras) en sus actividades de exploración y explotación".  Arias asegura que ese es un análisis que excede las facultades de un viceministerio de relaciones políticas. “De una entidad como esta, lo que se esperaría es todo lo contrario, que conociendo los conflictos socioambientales existentes buscara incorporar tales perspectivas en clave de derechos y no de problemas cuyos focos deben ‘atacarse’”, dice. 

Además, la experta llama la atención sobre un apartado específico del documento que como plan de acción del Ministerio del Interior, plantea organizar un foro ambiental con la comunidad y los ambientalistas para “desestimar su discurso”, pues deja en evidencia el sesgo de las “soluciones” planteadas por la cartera. 

Aunque el documento lleva el logo de Ecopetrol como entidad que “apoya” y “financia” el análisis que ahí se contiene, Mongabay Latam consultó a la petrolera y esta aseguró que “Ecopetrol no tuvo participación en la elaboración de ese documento”.

Mongabay Latam consultó al Ministerio del Interior para corroborar esta información, pero la cartera aseguró que “no encontraron antecedentes del documento”, por lo que no negaron ni confirmaron que Ecopetrol lo haya financiado. 

El informe de 59 páginas está firmado por Santiago Luna Soto, del Equipo de Gestión del Conocimiento del Ministerio del Interior de ese entonces. Luna Soto es abogado y trabajó para el Ministerio durante cuatro años, entre el 2015 y el 2018; hoy labora en su propia firma de abogados y escribe columnas de opinión criticando fuertemente las decisiones minero energéticas del gobierno actual. 

Carlos Ferro, quien en 2015 se desempeñaba como viceministro y lideraba las acciones citadas en el documento, enfrenta actualmente una investigación por enriquecimiento ilícito y concusión (abuso de poder de un funcionario público en el que exige o recibe ilegalmente dinero), delitos que habría cometido durante su gestión como senador. 

El pasado 24 de septiembre de 2024, la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia formalizó la acusación contra el exviceministro. Si el proceso sigue adelante, iría a juicio.

Marlen Arévalo y Edgar Cruz miran el álbum de fotos de su matrimonio a la luz de una linterna, durante un apagón en su casa en el departamento del Meta. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

La luz al final del túnel

"En febrero de 2014 una señora en el pueblo me felicitó y yo no entendía por qué", recuerda Marlen Arévalo. Edgar Cruz estaba fuera de Guamal cuando vio la noticia en un periódico: una tutela, mecanismo que cualquier ciudadano colombiano puede usar para pedir a las autoridades judiciales la garantía de sus derechos fundamentales, que Marlen y otras once mujeres habían interpuesto en 2012, argumentando que sus derechos a la salud y la vida estaban siendo vulnerados por el proyecto de Ecopetrol, había sido revisada por la Sala Octava de revisión de tutelas de la Corte Constitucional. El fallo ordenó suspender las actividades de construcción y operación de la plataforma exploratoria Lorito 1. Marlen fue la única que se negó a retirar la tutela, a pesar de que asegura que en el juzgado la presionaron para hacerlo y esa decisión ha dado frutos.

A pesar de eso, la empresa reubicó el pozo 350 metros más lejos de la ubicación inicial y en 2018 confirmó la presencia de petróleo. Una nota del medio especializado en economía, Portafolio, replicado en el portal País Minero, reportó que en una visita a Villavicencio, capital del departamento del Meta, el presidente de Ecopetrol en 2017, Juan Carlos Echeverry, aseguró que Lorito-1, ahora reubicado, tenía los pozos “más promisorios” de todo el portafolio de la empresa. 

Sin embargo, otro reporte del diario El Tiempo en 2019, en entrevista con Ricardo Romero, líder de proyectos exploratorios del bloque CPO-9 de Ecopetrol, aseguró que la empresa había “reducido sus expectativas” con el pozo tras encontrar que el crudo que se produce es “extra-pesado”, lo que, aseguró Romero, es muy castigado en el mercado y aumenta los costos para poder venderlo.
A pesar del fallo favorable, Marlen Arévalo no ha parado su lucha. Ha participado en múltiples mesas de trabajo con la petrolera, no solo en su municipio, sino también en otros lugares donde se enfrentan a situaciones similares. "Donde haya violación de derechos humanos, yo voy a estar, no importa que yo no sea de allí”, afirma.

Su más reciente lucha es un nuevo proyecto del Bloque CPO-9, operado por Ecopetrol y que abarca 3.629 hectáreas, llamado “Campo Guamal”. El proyecto se ubicaría en el municipio donde Marlen y Edgar viven. Los temores que tenían con el primer pozo se han avivado de nuevo. 

Por eso, el 17 de octubre de 2023, junto a Corpohumadea interpusieron una acción popular que, hasta ahora, ha logrado frenar el avance del proyecto petrolero. Nueve meses después, el 26 de julio de 2024,la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) ordenó archivar la solicitud de licencia ambiental presentada por Ecopetrol para operar en la zona, impidiendo así el desarrollo de la iniciativa. La petrolera impugnó la decisión, pero el 15 de octubre la ANLA ratificó su postura, lo que significó otro triunfo para Edgar Cruz y Marlen Arévalo.

Los defensores lo celebran, aunque saben que es una lucha que no ha terminado. “Por ahora estamos medianamente tranquilos, pero sabemos que Ecopetrol no va a renunciar a eso”, asegura Marlen Arévalo. 

A ambos les es imposible pensar en el fallo sin recordar la última vez que Marlen sufrió una amenaza directa. En 2018, cuando salía del juzgado de Guamal tras haber instaurado un documento para pedir que la ANLA cumpliera con la licencia ambiental de Lorito -1, un hombre y una mujer en una moto la interceptaron y le gritaron: “Ustedes vuelven a parar el pozo y se mueren, hijueputas”.
A pesar del temor, Marlen Arévalo y su esposo se mantienen firmes en la defensa de sus derechos y los de cualquier comunidad que necesite su apoyo, mientras viven en una casa junto a la carretera, creyendo que ser visibles hace más difícil que les hagan daño.

De momento se mantienen en su lucha, como dice Edgar Cruz cada vez que le preguntan ¿cómo están?: “Como la piragua de Guillermo Cubillos, chapoteando el vendaval”.

Actualizado el: Lun, 03/03/2025 - 09:46

Mujeres que protegen el territorio: las defensoras en Colombia viven al filo de muerte

  • Durante 2023 y el primer semestre de 2024, el  Programa Somos Defensores registró 238 agresiones contra las mujeres líderes y defensoras en Colombia.

  • Diversas organizaciones sociales y la Defensoría del Pueblo han advertido que la violencia contra las defensoras ha tenido una escalada de agresiones desde 2022.

  • A diferencia de sus compañeros, ellas se enfrentan a una doble victimización: por ser líderes y por ser mujeres.

  • Las mujeres en la Amazonía y Orinoquía colombiana siguen siendo estigmatizadas, amenazadas, desplazadas y criminalizadas por su labor en la defensa del territorio, como muestra este especial periodístico a través de las historias de cuatro defensoras en los departamentos de Putumayo, Caquetá y Meta.

Por: Pilar Puentes  E.

Las constantes amenazas contra la vida, el desplazamiento forzado y los sistemas de protección que no siempre funcionan se volvieron parte de la cotidianidad de los defensores del ambiente y el territorio en Colombia. En el caso de las mujeres, no sólo enfrentan los retos y peligros inherentes a ser mujeres, sino que también deben lidiar con violencias específicas que difieren de las que sufren sus compañeros.

Waira Jacanamijoy, artista y lideresa del pueblo inga, confiesa que no sabe cómo sigue viva, pues se ha enfrentado desde muy joven a los actores armados en la Bota Caucana, entre los departamentos de Caquetá y Putumayo, que han querido controlar el territorio y sembrar cultivos de coca. Y es que, de acuerdo con la organización no gubernamental Global Witness, Colombia es el país con el mayor número de asesinatos de líderes ambientales y del territorio entre 2012 y 2023, con 461 asesinatos, seguida de Brasil (401), Filipinas (298), México (203) y Honduras (149). El año más crítico fue 2023, pues 79 personas defensoras de la tierra y el ambiente fueron asesinadas en el país, la tasa anual más alta para una nación desde que Global Witness documenta casos. 

Leonardo González, director del Instituto para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), comenta que la muerte es el caso extremo de las violaciones de derechos humanos contra los y las líderes, además de que las defensoras deben enfrentar una gama de violencias que incluyen el acoso judicial, amenazas a sus familias, estigmatización, criminalización, desplazamiento y violencia sexual.

El Centro de estudios de derecho, justicia y sociedad (Dejusticia) en su artículo La verdad y la lucha de las lideresas sociales advierte que muchas de ellas han sido amenazadas junto con sus familiares, especialmente sus hijos. Según la organización, “para las mujeres es más costoso continuar con su liderazgo si esto implica perder sus lazos familiares, en un entorno en el que ellas mismas son las que sostienen económica y emocionalmente sus redes de cuidado”. 

Eso precisamente ha llevado a que Marlén Arévalo replantee si quiere seguir defendiendo al río Guamal de la explotación petrolera en los Llanos Orientales, pues durante más de una década ha recibido amenazas contra ella, su esposo y su hija.

Marlén Arévalo ajusta su turbante en su casa en el departamento del Meta, antes de salir a ordeñar las cabras junto a su esposo Edgar. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

Las cifras de las diversas organizaciones que trabajan con violencias en contra de líderes en el país varían dependiendo de la metodología que utilicen, pero todas revelan escenarios preocupantes. Por ejemplo, el Programa Somos Defensores registró 135 amenazas, 24 asesinatos, 14 atentados, 12 desplazamientos forzados, tres secuestros, dos casos de tortura, dos hechos de violencia sexual y una judicialización contra mujeres defensoras en Colombia en 2023. 

Los informes de las organizaciones sociales también han documentado de manera sistemática la violencia contra liderazgos ambientales de mujeres, especialmente en zonas de expansión de actividades extractivas, narcotráfico, minería ilegal y ganadería extensiva. “Todas (estas economías) están protegidas por grupos armados ilegales, por la impunidad y por la falta de acción del Estado”, afirma Leonardo González, director de Indepaz.

Enormes dificultades para ejercer el liderazgo

Las mujeres no sólo deben estar al frente de los procesos organizativos, sino que también se les exige no abandonar sus roles de esposas y madres. La violencia a las defensoras “trasciende del conflicto y se enmarca en un contexto de discriminación  asociado al lugar de la mujer en la sociedad. Se les castiga por estar en las calles, por tomar una voz y hacer reclamos en lo público, por no vivir una vida silenciosa únicamente a cargo del cuidado de un hogar. Por no cumplir con las expectativas que se tienen de ellas”, enuncia el artículo de Dejusticia. 

Cuando las mujeres empiezan a ocupar espacios que tradicionalmente han sido de los hombres, su trabajo se multiplica, pero también es demeritado. “El trabajo de la mujer no se valora igual que el del hombre. Un hombre es líder y ya. A una le toca, en cambio, estar pendiente de la casa, de los hijos, de los animales”, manifiesta Jani Silva, lideresa y cofundadora de la Zona de Reserva Campesina La Perla, en el departamento de Putumayo.

En el caso de las mujeres indígenas, a su labor de liderazgo se suma la de transmitir los conocimientos en las comunidades. El liderazgo indígena es generacional, como lo explica la investigadora Fabiola Cuaspud del Comisión Nacional de Territorios Indígenas (CNTI). “Las mujeres indígenas, líderes y sabedoras tejen procesos y han permitido también fortalecer la identidad cultural. Y esos liderazgos han sido también heredados por esas ancestras que han dejado el legado de la protección y defensa del territorio. Es importante visibilizar estos liderazgos para sembrar esa semilla en otras mujeres jóvenes para que se continúen con los procesos indígenas”, afirma Caspud, quien añade que cuando amenazan, desplazan y asesinan a una lideresa indígena, acaban con el legado y el traspaso de conocimientos. 

Viviana Gómez, de CNTI, asegura que las violencias hacia las mujeres tienen impactos colectivos, donde no sólo está en riesgo su vida y trabajo, sino también la vida de las comunidades, como ocurrió con el asesinato de Carmelina Yule, una mujer indígena nasa de Toribío (departamento del Cauca). 

Yule era una dirigente reconocida por defender los derechos de la mujer indígena y luchar contra el reclutamiento de menores de edad para la guerra. En marzo de 2024, el Estado Mayor Central (EMC) de las disidencias de las FARC, que opera en el Cauca, le disparó tras rescatar a un joven reclutado forzosamente. En 2021 ya habían atentado contra su vida al atacar su vivienda y uno de sus hijos murió en ese episodio. El año anterior, otro de sus hijos murió en circunstancias que aún no son claras, pero la lideresa responsabilizó al EMC. Tras el asesinato de Yule, el presidente Gustavo Petro levantó el cese bilateral con las disidencias en el Cauca. 

Las investigadoras del CNTI insisten en que las amenazas y ataques contra las defensoras indígenas son un atentado contra las bases de las comunidades. “Cuando se ataca a una lideresa indígena, se ataca y se corta un saber y se acentúan problemas estructurales”, resalta Gómez. 

 

Domingo en el río Humadea, septiembre de 2024. Decenas de personas disfrutan del afluente que Marlen Arévalo y Edgar Cruz defienden. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

En noviembre de 2024, durante la conmemoración del día Internacional de las Defensoras de Derechos Humanos, ONU Mujeres presentó cifras de las violencias basadas en género contra las personas defensoras en Colombia: en 2023 hubo un aumento del 203 %. Sólo para el primer semestre de 2023 hubo 3555 casos reportados de amenazas, hostigamientos y desplazamiento, en comparación con 1763 casos registrados en el mismo periodo de 2022. 

En la Amazonía y Orinoquía colombiana no son sólo las mujeres indígenas quienes enfrentan los impactos colectivos de las amenazas a sus liderazgos. Jani Silva, una mujer campesina del Putumayo que fue parte del equipo que ayudó a la creación de la Zona de Reserva Campesina La Perla, y quien fue candidata a recibir el Nobel de Paz en 2023, se ha enfrentado a grupos armados y a las empresas de hidrocarburos en el departamento. Su lucha la ha llevado a recibir más de diez amenazas en los últimos cinco años.

A raíz de estas amenazas, que vienen de todos los grupos armados que operan en la zona, Silva ha tenido que abandonar el territorio en varias oportunidades. Por ejemplo, recuerda que en 2021 fue declarada objetivo militar y tuvo que encerrarse en su casa 15 días y abandonar el municipio durante un mes. “Yo lo primero que pensé fue en mis nietas, que por esos días se mantenían aquí en la casa con su mamá, mi hija. Casi me vuelvo loca”, manifiesta la lideresa.

Lideresas estigmatizadas y criminalizadas 

Las violencias contra las defensoras desarmonizan los territorios y a las comunidades. Es por eso que, desde su informe ‘Mujer y territorio’, la CNTI le hace un llamado al Estado para garantizar y reconocer la legitimidad de la labor de las defensoras, escuchar sus demandas y no estigmatizar su defensa. Y es que la estigmatización ha sido una constante en la vida de muchas mujeres que alzan la voz. Como lo explica Leonardo González, este flagelo ha servido históricamente como herramienta para deslegitimar a ciertos grupos sociales y justificar actos de violencia en su contra. 

 

Jani Silva fue una de las promotoras de la creación de la Zona de Reserva Campesina Perla Amazónica, en el año 2000, que reúne a más de 600 familias en 22.000 hectáreas. Foto: Comisión Intereclesial de Justicia y Paz.

La historia de Silva es la prueba de cómo su vida ha estado en riesgo constante por el simple hecho de ser una mujer campesina. “Decían que la figura de las Zonas de Reserva Campesina era uribista. Y [el entonces presidente] Uribe, por otro lado, decía que eran repúblicas independientes para las guerrillas. Era una brutalidad total, y nosotros ahí, en el medio, sin saber qué hacer”, relata Silva.

Otra premisa que se repite en contra de los liderazgos es que si se oponen a las actividades extractivas son enemigos del progreso. 

El observatorio de la CNTI registra 715 asesinatos de indígenas desde la firma del Acuerdo de Paz y el 17 % representaban cargos de dirigencia en las comunidades y territorios étnicos. “La violencia es la amenaza latente contra la vida de los y las defensoras indígenas, una amenaza al mandato y a las estructuras político organizativas y ancestrales que se oponen a las economías extractivas en los territorios”, manifiestan Viviana Gómez y Fabiola Cuaspud de la CNTI. 

La ONU advierte que las mujeres, y aún más las indígenas y afrodescendientes, enfrentan desafíos particulares con relación a la estigmatización, pues suelen ser señaladas por algunas autoridades locales o actores con intereses económicos en los territorios.

La criminalización también es otra forma de ataque y mordaza contra la defensa del ambiente y el territorio. Global Witness, en su informe de 2023, advierte que esta táctica se ha convertido en una “estrategia clave para restar autoridad a los movimientos en defensa de la tierra y el medioambiente e interrumpir sus actividades y actualmente es la táctica que más se utiliza para silenciar a las personas defensoras de los distintos países”.

Marlén Arévalo conoce este tema de cerca, ya que vio cómo sus compañeros fueron criminalizados y enfrentaron procesos judiciales por la defensa del territorio ante la estatal petrolera colombiana. En 2018 empezaron a circular por redes sociales volantes con el logo de la Policía Nacional en los que informaban la captura de siete líderes ambientales en el departamento del Meta. Eran defensores y defensoras del río Guamal. En los papeles se encontraban frases como: “Inició su actuar delictivo como presidenta de la Junta de Acción Comunal”.

 

Marlén Arévalo y Edgar Cruz junto a sus cabras en el departamento del Meta, vistiendo camisetas de Cropohumadea con un mensaje en defensa del agua. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

Arévalo dice que estos señalamientos ponen aún más en riesgo su vida y la defensa del territorio: “Nos han puesto en riesgo nuestra vida, porque eso hace que la misma comunidad nos tenga entre ojos, porque supuestamente estamos atentando contra los intereses de los que quieren trabajar con la industria”.

Además de esto, los mecanismos de protección para los líderes, implementados por el Estado colombiano, son insuficientes. Aunque el Gobierno ha adoptado algunas medidas, como la firma del Acuerdo de Escazú, que busca proteger a los defensores ambientales, su implementación ha sido limitada. “La falta de voluntad política ha impedido que las medidas de protección lleguen a las zonas más afectadas”, afirma Leonardo González, de Indepaz.

Una protección sin soluciones a la vista 

Las defensoras resisten en sus territorios mientras se sortea una reconfiguración de los poderes armados y políticos en cada una de las regiones colombianas. Según el último informe de Global Witness, los tres departamentos con mayor número de asesinatos registrados de líderes ambientales son Cauca (26), Putumayo (7) y Nariño (6), “donde quienes defienden la tierra y el medioambiente han quedado atrapados en el fuego cruzado”. 

De hecho, el pueblo siona del departamento de Putumayo fue confinado durante más de 10 días por el enfrentamiento entre el grupo armado Comandos de Frontera y las disidencias Carolina Ramírez de la antigua guerrilla de las FARC en 2023. Los dirigentes del resguardo Buenavista y Piñuña Blanco fueron amenazados y algunos desplazados. Jani Silva estuvo en una lista de líderes amenazados por los armados. 

La Defensoría del Pueblo ha emitido cuatro alertas tempranas, sólo para la región amazónica, entre 2023 y 2024. Un comunicado de marzo del año pasado dice que “otros riesgos han emergido para personas defensoras del ambiente, particularmente liderazgos campesinos e indígenas, que se han opuesto o han denunciado las afectaciones al territorio y a los procesos sociales y organizativos en contextos en los que se implementan economías legales, como la explotación de hidrocarburos o donde se implementan proyectos REDD+ de bonos de carbono”, dice el documento de la alerta temprana. 

 

La lideresa Waira Jacanamijoy vive en un resguardo Inga ubicado en Yurayacu, en el sur de Colombia. Foto: Diana María Pachón.

Colombia ha avanzado en el tema normativo para la protección de los defensores y se ha vinculado a acuerdos internacionales que buscan la protección de quienes defienden el medioambiente. El país celebró en agosto de 2024 la ratificación del Acuerdo de Escazú, pues es la primera vez que un tratado internacional dedica un artículo a la protección de líderes. “El artículo 9 establece que los Estados partes deben garantizar entornos seguros y propicios para que los defensores del medioambiente puedan actuar sin ser perseguidos, amenazados o asesinados. Esto es particularmente urgente en un país como Colombia, donde la impunidad prevalece en muchos de estos casos”, comenta González.

Sin embargo, las victorias son agridulces. La ONG Paz y Reconciliación (PARES) e  Indepaz han informado que poco se ha hecho para garantizar el cumplimiento del Acuerdo de Escazú y del Decreto 660 de 2018, que regula la creación del Programa Integral de Seguridad y Protección para Comunidades y Organizaciones en los territorios. Este último proyecto tiene como objetivo adoptar medidas de protección y prevenir la vulneración de derechos fundamentales como la vida, la libertad y la seguridad, además de establecer un plan de trabajo específico con las organizaciones sociales para su protección.

En el informe de gestión del Decreto, hecho en 2023 por la oficina de derechos humanos del Ministerio del Interior, se muestra un escaso avance. Desde abril de 2018 hasta julio de 2023, 42 organizaciones defensoras de derechos humanos fueron escogidas como beneficiarias de las medidas del decreto, pero ninguna ha logrado la implementación completa. 

El problema, como manifiestan los y las líderes, es la implementación de los reglamentos, resoluciones y políticas que se formulan.  La Corte Constitucional, a finales de 2023, alertó en un fallo judicial por la vulneración sistemática, masiva y permanente del derecho a defender los derechos humanos, evidenciando la urgencia de fortalecer los mecanismos de prevención y protección de líderes, además de ordenarle al Estado hacer seguimiento efectivo al riesgo que enfrentan los defensores, valorar las rutas de protección colectiva en los municipios en los que el nivel de riesgo es mayor, establecer los lineamientos generales para la investigación de delitos cometidos en contra de defensores de derechos humanos, entre otras medidas.

La Corte también le pidió a la sociedad civil realizar el acompañamiento y seguimiento a la implementación de las medidas para la protección y en abril de 2024 se creó la Comisión de Seguimiento con 17 organizaciones para realizar una mesa de interlocución con el Estado y dar cumplimiento de las órdenes de la sentencia. 

 

Waira Jacanamijoy ha sido promotora de Yachaicury, una escuela con un modelo indígena, para crear sentido de pertenencia en los jóvenes de la comunidad. Foto: Diana María Pachón.

La tarea no ha sido fácil. En términos de protección, la CNTI advierte que es indispensable que se adopte un enfoque étnico y de género, ya que los repertorios de violencia son distintos en hombres y en mujeres, pero también entre mujeres campesinas, indígenas y afrodescendientes. 

En el caso de la lideresa indígena Waira Jacanamijoy, la defensora renunció a los dos guardaespaldas que la acompañaron durante cinco años, tras sentirse como una prisionera en su territorio amazónico. En otros casos, el esquema de protección no sólo no tiene un enfoque de género, sino que es insuficiente para el nivel de amenaza que enfrentan las defensoras, tal como relata Marlén Arévalo, quien lleva varios años solicitando un sistema de protección eficiente, más allá de un chaleco antibalas y un celular para llamar en caso de riesgo. “Las medidas eran insuficientes, a Edgar (su esposo) le dieron un teléfono para que llamara cuando le iban a meter un tiro en la cabeza”, dice la defensora.

Lo cierto es que en medio de un recrudecimiento de la violencia en Colombia, las mujeres  indígenas y campesinas siguen resistiendo en su territorio, desafiando los proyectos extractivos y defendiendo la tierra, mientras los grupos armados continúan amenazando, desplazando y estigmatizando la defensa territorial y ambiental.

 

Actualizado el: Vie, 03/14/2025 - 16:27

25 AÑOS DESPUÉS, LAS VÍCTIMAS DE LA MASACRE DE EL SALADO SIGUEN ESPERANDO VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN

La comunidad reclama por el incumplimiento de sentencias judiciales y la falta de atención, esta fue la masacre paramilitar con el mayor número de muertos en Colombia.

Del 16 al 20 de febrero de 2025 se cumplen 25 años de la masacre de El Salado, en la que que 450 paramilitares comandados por Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, con apoyo de miembros de la fuerza pública, cercaron el corregimiento de El Salado, en El Carmen de Bolívar, en el departamento de Bolívar. Antes de llegar al pueblo, los paramilitares hicieron un sangriento recorrido por municipios cercanos, donde asesinaron a 14 campesinos en áreas rurales de Ovejas, Sucre y tres más en la vereda La Sierra, en el municipio de Córdoba, Bolívar. 

El 18 de febrero del 2000, los hombres de la Auc llegaron a El Salado y obligaron a los habitantes del caserío a reunirse en el centro del pueblo. Allí los forzaron a ver cómo torturaban, desmembraban y asesinaban a 60 personas –52 hombres y 8 mujeres–, tres menores de edad y cinco mujeres que fueron víctimas de métodos de extrema crueldad como estrangulación y empalamiento. Durante seis días de terror, los paras no solo cometieron graves crímenes de lesa humanidad, sino que también prohibieron a los sobrevivientes enterrar a sus familiares, dejando una profunda herida en la comunidad. 

En la conmemoración de los hechos, la comunidad de El Salado sigue exigiendo justicia y reparación por la masacre, además de denunciar los constantes incumplimientos de las medidas de reparación integral que han sido amparadas en distintas instancias judiciales. Por esto, este 18 de febrero, la comunidad salaera se reunió en el municipio de El Carmen de Bolívar para movilizarse y reclamar por la falta de atención y materialización de la sentencia T-045 de 2010, especialmente con lo respectivo a las medidas de reparación en materia de salud integral, según. A esto se le suma el incumplimiento de las medidas de indemnización para los y las sobrevivientes de la masacre, las demoras en los procesos de restitución de tierras, la puesta en marcha de proyectos productivos y la falta de infraestructura. 

Durante la conmemoración, miembros de la comunidad de víctimas mencionaron a la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ) que se manifestaban pacíficamente para protestar por las “promesas incumplidas de la comunidad”. “Hoy conmemoramos nuestras víctimas con esta apuesta al gobierno Nacional invitándolos a que lleguen a resarcir lo que hoy en día está sin cumplir en El Salado, Bolívar”, dijeron.  

Los y las salaeras también hacen un llamado para que las entidades nacionales y territoriales como la Unidad de Atención a Víctimas, la Unidad de Restitución de Tierras, la Agencia Nacional de Tierras, la Agencia de Renovación del Territorio, el Ministerio de Salud y el Ministerio de Interior, la Jurisdicción Especial para la Paz, los tribunales de Justicia y Paz, la Fiscalía General de la Nación, la Gobernación de Bolívar y la Alcaldía de El Carmen de Bolívar cumplan con los puntos acordados y asuman sus responsabilidades.

Viviana España, abogada integrante de la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ), mencionó que los salaeros y las organizaciones que los y las acompañan esperan que las demandas de reparación individual y colectiva sean atendidas por el Estado desde los escenarios judiciales. “La comunidad pide que a través del macrocaso 08 de la Jurisdicción Especial para la Paz se logre el esclarecimiento de la verdad en relación a la responsabilidad de la fuerza pública en los hechos de la masacre de El Salado”, señaló España.

La masacre, además de ser un acto de sevicia extrema y una estrategia para despojar a las comunidades de sus tierras y tener el control territorial paramilitar, también tuvo como resultado el desplazamiento forzado de 4.000 personas, de las que tan solo cerca de 730 han retornado. Los campesinos vendieron las tierras que se vieron forzados a abandonar a precios muy bajos a empresarios como Álvaro Ignacio Echeverría, que llegaron a la zona entre 2005 y 2007 respaldados por funcionarios del gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez.

Estos empresarios luego vendieron las tierras a compañías como Argos y la Agropecuaria El Carmen de Bolívar, sin investigar el pasado de los predios. Como lo han mostrado varias sentencias de restitución de tierras, estos actores económicos compraron sistemáticamente estas fincas, aún cuando era de conocimiento público las condiciones de violencia que habían sufrido quienes eran sus antiguos propietarios.

Rutas del Conflicto ha documentado varios de estos casos, incluyendo la historia del predio La Reforma, que involucra a miembros de la familia Gaviria Correa, a la que pertenece el exgobernador de Antioquia y exalcalde de Medellín, Aníbal Gaviria. El reclamo de la comunidad campesina relacionada con el caso aún espera la decisión judicial de un tribunal de restitución.

La masacre no solo ha sido un símbolo de la brutalidad paramilitar, sino también su magnitud, la crueldad extrema, la escenificación pública y la duración de los hechos lo convierten en un caso paradigmático en Colombia. Aunque La Comisión de la Verdad reconoció la importancia de El Salado como un caso emblemático para entender las dimensiones del conflicto y avanzar hacia la reconciliación, 25 años después de la masacre, los y las sobrevivientes siguen en la búsqueda de justicia, verdad y reparación.
 

*Nota con información de la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ) 

Actualizado el: Mié, 02/19/2025 - 17:41

El proyecto privado de carbono que se traslapa con territorios comunitarios afro

La empresa Tángara Forest S.A.S desarrolla un proyecto de carbono en los manglares y bosques tropicales del Pacífico colombiano que ya ha vendido un millón de bonos. La compañía dice que son tierras privadas, pero mapas oficiales muestran que incluye tierras de un consejo comunitario afrocolombiano e incluso se podría traslapar con las tierras de dos más. El conflicto entre la empresa y las comunidades locales que dicen no haberse beneficiado del proyecto ya llegó a manos de un juez de restitución de tierras.

Rutas del Conflicto y CLIP

En los últimos seis años han surgido en Colombia un centenar de iniciativas privadas en el mercado voluntario de carbono, enlazando a comunidades que conservan ecosistemas clave para contrarrestar la crisis climática global con empresas que quieren reducir la huella ambiental que deja su consumo de combustibles fósiles como petróleo o carbón.

Desde los bosques húmedos tropicales de la Amazonia y del Pacífico hasta los manglares caribeños, las sabanas de la Orinoquia y los páramos de los Andes, la inmensa mayoría de estos proyectos llamados Redd+ gira en torno a comunidades indígenas y afrodescendientes. Estos pueblos étnicos resultan atractivos como socios para este tipo de proyectos porque tienen tanto titularidad colectiva como gobernanza efectiva de extensos territorios boscosos que remueven dióxido de carbono de la atmósfera. Así pueden vender bonos por el carbono que se ha dejado de emitir a empresas que buscan compensar sus emisiones de gases de efecto invernadero. Estas empresas quieren ser más ‘carbono neutrales’ o disminuir el monto del impuesto al carbono que deben pagar al Estado colombiano por su consumo de gasolina y otros combustibles fósiles.

Muchas de estas iniciativas están en el Chocó biogeográfico, una región de Colombia mayoritariamente a orillas del océano Pacífico y cubierta por frondosas selvas tropicales y manglares que se extienden desde el golfo de Urabá hasta la frontera con Ecuador. Es uno de los mayores ‘puntos calientes’ de biodiversidad  en el mundo y hogar de miles de especies endémicas. 

Allí hay al menos 32 proyectos de este tipo en distintas fases de aprobación, según un análisis hecho por la alianza periodística Carbono Opaco tras examinar las plataformas de los cuatro estándares de certificación que operan en el país. De las 19 iniciativas que han sido certificadas y pueden hoy vender bonos en el mercado, 18 son operadas por una sumatoria de 55 consejos comunitarios afrocolombianos y ocho resguardos de indígenas embera.

Sólo una de ellas no gira en torno a comunidades étnicas: el proyecto Tángara. A diferencia de las demás, se lleva a cabo en dos predios privados de bosques y manglares ubicados a 40 minutos en lancha al sur del puerto de Buenaventura, en el departamento de Valle del Cauca. A diciembre de 2024 había vendido un millón de bonos en el mercado voluntario de carbono.

Pero el trasfondo de esas tierras es más complejo. Los predios que albergan el exitoso proyecto - y que sus empresas proponentes sostienen que son privados - coinciden en parte con las tierras que dos consejos comunitarios afrocolombianos recibieron del Estado hace casi tres décadas. Los habitantes de esa zona descubrieron la existencia del proyecto Tángara hace cinco años, durante una reunión con otra empresa de carbono con la que estaban considerando diseñar un proyecto similar para vender bonos.

Las cartografías oficiales del Estado colombiano parecen darles la razón a los locales. Aunque son confusas, dado que reposan polígonos distintos para los mismos consejos comunitarios en dos entidades distintas del Gobierno nacional a cargo de la gestión de tierras, ambas muestran un traslape entre los predios de los afrocolombianos y los que Tángara defiende como suyos. En los polígonos de la Agencia Nacional de Tierras, el proyecto se traslapa con los consejos comunitarios de Río Mayorquín y Papayal por un lado y de Río Raposo por el otro, mientras en los que maneja el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC) únicamente hay un traslape con el primero. Un estudio de títulos contratado por esas dos comunidades concluyó que hay un traslape con esos dos consejos comunitarios, así como con un tercero llamado Bracitos y Amazonas. De hecho, los líderes de Mayorquín y Raposo dicen no haberse enterado de la existencia del proyecto Tángara sino cuando ya estaba aprobado. Sostienen que no han sido incluidos de ninguna manera dentro de la iniciativa ni han recibido sus beneficios económicos, pese a la superposición de los predios y lo que, como mínimo, parece un conflicto de tierras. 

En todo el Pacífico colombiano solo hay un proyecto de carbono en tierras privadas. Pero en realidad se traslapa con al menos un consejo comunitario afro. Foto: Andrés Bermúdez Liévano.

Entre tanto, la empresa promotora Tángara Forest S.A.S. Zomac insiste en que los documentos legales acreditan su propiedad de esos predios y que la cadena de posesión privada de esos terrenos se remonta al siglo XIX. Argumenta que múltiples entidades públicas así lo han indicado, incluyendo el Ministerio del Interior que certificó, según la interpretación de la empresa, que en dichos predios no había presencia alguna de comunidades étnicas, a pesar de que los polígonos oficiales de los consejos comunitarios que reposan en las entidades estatales responsables de temas de tierras y catastro muestran claramente la existencia de un traslape. “Estamos totalmente seguros y certeros de que hemos desarrollado el proyecto en predios privados y, como tal, que es un proyecto privado”, dice el gerente del proyecto Carlos Eduardo Domínguez.

Tanto la empresa como las comunidades reconocen, eso sí, la existencia de un conflicto de tierras que ya llegó a la justicia, dado que ningún espacio anterior de diálogo permitió resolverlo. Esa solución probablemente vendrá de los jueces especializados en restitución de tierras que deberán fallar dos casos que ya le remitió la Unidad de Restitución de Tierras en nombre de los dos consejos comunitarios, a causa del despojo y el desplazamiento en manos de guerrillas en el conflicto armado. La razón es que, aunque el actual conflicto por el carbono no forma parte de esa oleada anterior de violencia, la titularidad de la tierra es parte central del proceso legal.

Un punto central del pleito es que los documentos del proyecto Tángara elaborados por Tángara Forest S.A.S. Zomac y la empresa Biofix Consultoría S.A.S. BIC, que la primera contrató para estructurarlo, afirman que el Ministerio del Interior certificó que en el área donde se lleva a cabo la iniciativa ambiental no hay comunidades afro. Sin embargo, el documento que citan como soporte en realidad no afirma eso: solo indica que en la visión del ministerio, no requiere consulta previa, libre e informada por tratarse de una iniciativa ambiental, pero no entra a determinar si allí había comunidades étnicas.

Las dos empresas que auditaron el proyecto, Icontec y Aenor, detectaron la presencia de comunidades afro allí, pero dieron credibilidad a la explicación de los desarrolladores de que son terrenos privados. Ni ellos ni el certificador BioCarbon Registry respondieron si cotejaron el área de la iniciativa con mapas oficiales de territorios colectivos étnicos.

Estos son algunos de los hallazgos de Rutas del Conflicto, el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) y Mongabay Latam, aliados del proyecto Carbono Opaco, investigación periodística coordinada por el CLIP y que reúne a 14 medios de ocho países, para reportar cómo está funcionando el mercado de carbono en América Latina. Rutas tuvo el apoyo de la Fundación Heinrich Böll y la alianza ha sido respaldada por el Centro Pulitzer.

El proyecto Tángara y sus proponentes

Al navegar hacia el sur desde Buenaventura, la mayor ciudad colombiana sobre el océano Pacífico, el paisaje cambia súbitamente. Después de que la lancha deja la bahía abierta donde está ubicado el puerto, flanqueada por riscos rocosos coronados de bosque verde, se adentra en un laberinto de canales salobres y ríos de agua dulce que se extiende por un centenar de kilómetros. Delinean sus orillas árboles de mangle de hasta treinta metros de altura, en cuyas frondosas ramas se perchan pelícanos y cormoranes y cuyas raíces forman pronunciados arcos sobre el estero.

Decenas de consejos comunitarios se suceden unos a otros, sus pobladores afrocolombianos morando en aldeas de casas palafíticas de madera, cuyos nombres retoman los de los riachuelos que desembocan en los manglares y luego en el mar. Su vida, al igual que la de la flora y la fauna en la zona, está marcada por los dos cuerpos de agua que los rodean: el mar y los ríos llenos de meandros por donde navegan sus botes, en una región sin vías terrestres

Uno de los muchos asentamientos palafíticos ribereños en los consejos comunitarios al sur de Buenaventura donde se realiza el proyecto Tángara. Foto: Andrés Bermúdez Liévano

Es aquí donde está ubicado el Proyecto de Conservación Tángara REDD+, que promete “mitigar el cambio climático mediante la reducción de las emisiones de CO2 al evitar la deforestación del bosque” y “contribuir a la conservación de la biodiversidad mediante la protección del hábitat de especies en peligro de extinción”, según explica su documento de diseño de proyecto (PDD, en la jerga del sector) disponible en la plataforma de la certificadora colombiana BioCarbon Registry que lo avaló. El proyecto busca lograrlo mediante la venta de créditos de carbono generados por “la conservación de 14.200 hectáreas” de manglares y de bosque húmedo tropical costa adentro a lo largo de 30 años, en dos predios contiguos que otro de sus documentos describe como “de índole privada”.

Su proponente principal es la empresa Tángara Forest S.A.S. Zomac, aunque los documentos del proyecto incluyen también a un puñado de otras empresas y entidades. La empresa Biofix Consultoría S.A.S. BIC aparece en los documentos como estructuradora del proyecto y comercializadora de sus créditos, y otras cuatro -el Zoológico de Cali, el Jardín Botánico de Cali, el gremio hotelero Cotelco y la autoridad pública ambiental regional CVC- figuran como sus “aliados institucionales”. Un organigrama en el PDD así lo corrobora.

Organigrama de actores involucrados según el documento de diseño del proyecto (PDD), disponible en la plataforma de certificación de BioCarbon Registry.

Tángara Forest S.A.S. Zomac es, según los documentos del proyecto, el “proponente”, “propietario de los predios” y “responsable de la implementación de las actividades para evitar la deforestación”.

Su nombre y su logo aluden, al igual que el título de su iniciativa de carbono, a una familia de aves pequeñas y sumamente coloridas que se encuentran únicamente en el continente americano y que están presentes en casi toda Colombia. Fue bautizado así porque, según el PDD elaborado por Biofix para Tángara Forest, “se observan en el área del proyecto” y “se encuentran dentro de la Lista Roja de la UICN [de animales amenazados a nivel mundial] y están catalogadas como una especie en peligro de extinción”. Los documentos no explican, sin embargo, cuál tángara presente en el área del proyecto enfrenta ese nivel de riesgo. De hecho, las dos que cita como amenazadas o en peligro de extinción no aparecen reportadas para Colombia, sino que viven una entre México y Guatemala, y la otra entre Perú y Bolivia.

El PDD del proyecto Tángara explica que su nombre se debe a la presencia de esas aves en el área y a que están en peligro de extinción. Las dos especies que menciona como en riesgo, sin embargo, no han sido observadas en Colombia.​

Tángara Forest, la empresa, fue constituida en septiembre de 2018 en Buenaventura, con el objeto de realizar “actividades relacionadas con la emisión, validación, verificación, registro, expedición y comercialización de bonos de carbono y la estructuración de proyectos Redd y Redd+”. En sus documentos corporativos se repiten los nombres de tres personas que han figurado como sus representantes legales y accionistas en distintos momentos a lo largo de los últimos seis años: Óscar Javier Peláez González, Óscar Ricardo Peláez Herrera y Andrés Jordán Herrera.

A junio de 2023, sus accionistas eran la empresa Negocios Tramontana S.A.S. (con un 51% de las acciones), Óscar Ricardo Peláez Herrera (con 24.5%) y Andrés Jordán Herrera (con 24.5%), según consta en un acta de cámara de comercio. A su vez, Negocios Tramontana -que se llamó Peláez Herrera S. en C. hasta septiembre de 2022- contaba con Peláez González como gerente principal y Peláez Herrera y Jordán Herrera como gerentes suplentes a enero de 2025. A la fecha de publicación, en Tángara Forest el representante legal era Peláez González -quien ya había figurado como titular del 51% de sus acciones entre 2018 y 2019- con Peláez Herrera y Jordán Herrera como sus suplentes.

Los tres aparecen en varios de los documentos del proyecto Tángara. Óscar Javier Peláez, un abogado y criminólogo que postuló en 2016 al cargo de Procurador General de la Nación y que en años recientes se ha dedicado al arte, figura como “proponente del proyecto” y “titular de los predios” en un informe de monitoreo hecho por los desarrolladores de la iniciativa de 2021. También aparece como gerente de Tángara Forest y persona de contacto en un informe de auditoría hecho por Icontec en 2018. Andrés Jordán, un administrador de empresas que trabajó durante una década en la industria farmacéutica, aparece como gerente general de Tángara Forest y persona de contacto en ese mismo informe de monitoreo de 2021. Los dos, más el ingeniero industrial Óscar Ricardo Peláez, quien trabaja como vicepresidente de la empresa automotriz vallecaucana Fanalca, figuran como representantes de Tángara Forest en otro informe de la auditora española Aenor de 2019.

Óscar Javier Peláez ha tenido vínculos con al menos dos de las entidades presentadas como aliadas institucionales del proyecto en Buenaventura. Fue presidente de la junta directiva de la Fundación Zoológico de Cali que -según el PDD- ha realizado actividades de “liberación de fauna nativa decomisada en el área del proyecto”, incluyendo guatines, armadillos, cusumbos, serpientes y varias especies de aves. De hecho, el PDD señala que el proyecto inició el 3 de enero de 2010, fecha en que el zoológico “establece acciones de fortalecimiento a la gobernanza de los predios del propietario”. Peláez también ha sido miembro de la junta directiva del Jardín Botánico de Cali, que -según un informe de auditoría de 2018- “da su apoyo y aval al proyecto REDD”.

Además de Tángara Forest, la empresa Biofix Consultoría S.A.S. BIC figuraba a enero de 2025 como titular (‘holder’) del proyecto en la plataforma de la certificadora y ha sido, según sus documentos, el “estructurador del proyecto responsable de hacer el PDD y la comercialización de los bonos de carbono”. Fundada en 2018, Biofix es hoy uno de los actores más visibles del mercado de carbono en Colombia con diez proyectos en marcha, incluyendo cinco en el Pacífico, cuatro en la Amazonia y uno en la Orinoquia. Desde hace dos años también impulsa dos proyectos Redd+ en la Amazonia brasilera. Una de sus iniciativas colombianas, Kaliawiri, fue cuestionada por un informe de Carbon Market Watch, una ONG europea que monitorea el mercado de carbono, de haber posiblemente inflado sus resultados ambientales, algo que Biofix negó y describió como “falso”.

Su gerente desde febrero de 2024 es Carolina Jarro, una bióloga que fue subdirectora técnica de Parques Nacionales Naturales de Colombia por más de una década, la agencia estatal que custodia las 65 áreas del sistema de parques nacionales del país. Su figura más visible, sin embargo, ha sido su fundadora, representante legal suplente y hasta hace poco gerente, Ana Milena Plata Fajardo, una economista con doctorado en economía forestal de la Universidad Federal de Paraná en Brasil que trabajó en la oficina de negocios verdes del Ministerio de Ambiente entre 2016 y 2018, y más recientemente presidió la junta directiva de Asocarbono, el gremio que reúne a los actores del mercado de carbono en Colombia. Plata y el abogado y actual gerente jurídico Marco González Carantón son los beneficiarios finales de Biofix, como accionistas únicos de la empresa Biofix Group S.A.S. que la controla.

El proyecto Tángara no aparece hoy en la página web de Biofix BIC, pero sí figuraba hasta al menos mayo de 2023 y era presentado como “el único proyecto que se desarrolla en predios privados al sur de la bahía de Buenaventura”, como consta en capturas de pantalla hechas por la herramienta Internet Wayback Machine. De hecho, en su página Biofix celebraba que “esta iniciativa es de las pocas a nivel nacional que incorpora en su metodología las remociones por carbono azul adicionales a las generadas por las áreas boscosas muy húmedas tropicales”.

La página web de Biofix incluía el proyecto Tángara hasta al menos mayo de 2023, como muestra una captura hecha por la herramienta Internet Wayback Machine.

Biofix explicó a esta alianza periodística que tuvo un acuerdo comercial con Tángara Forest desde mayo de 2018 hasta mayo de 2022. “A la fecha no existe un vínculo comercial o jurídico vigente entre la empresa Biofix BIC y Tangara Forest S.A.S Zomac”. Pese a ello, a enero de 2025, Biofix Consultoría figuraba aún como “holder” (titular) y “participante” del proyecto en la plataforma de la certificadora BioCarbon.

La ficha del proyecto Tángara en la plataforma del certificador BioCarbon listaba a Tángara Forest y Biofix Consultoría como participantes del proyecto, y a la segunda como su titular, a enero de 2025.

El proyecto Tángara llega al mercado

Luego de que el proyecto Tángara fuera estructurado por Tángara Forest con Biofix, recibió el visto bueno de la auditora colombiana Icontec en diciembre de 2018 y también de la española Aenor en noviembre de 2019. Fue luego registrado por la certificadora colombiana BioCarbon Registry (antes conocida como ProClima) ese mismo mes. Un día después de ser aprobado, el 20 de noviembre de 2019, fue canjeada su primera cosecha de 348 mil bonos, según confirma la plataforma de BioCarbon. Dos años después, en julio de 2021, tuvo una tercera auditoría por parte de Icontec.

A diciembre de 2024, el proyecto Tángara había transado 1,002,849 créditos, según el registro de transacciones de BioCarbon.

No es posible conocer la identidad de ninguna de las empresas compradoras porque, desde mediados de 2024, BioCarbon Registry eliminó de su plataforma de transacciones el nombre de los usuarios finales de los créditos. Hasta ese momento, un ciudadano podía consultar quiénes habían usado los bonos de cualquier proyecto certificado por BioCarbon Registry en su plataforma, bajo una columna denominada ‘en nombre de’ (‘in name of’), como se observa en la ficha de transacciones de otro proyecto consultada en dicha plataforma y citada en un reportaje anterior de esta alianza periodística. Esa columna aparece hoy vacía

Ficha de transacciones de bonos de los proyectos Dabucury y Tángara, en la plataforma de BioCarbon Registry que los certificó, consultadas en diciembre de 2023 y septiembre de 2024 respectivamente. Se puede observar que la columna que identificaba a sus usuarios finales ahora aparece en blanco.​

Esta alianza periodística escribió a BioCarbon el 1 de diciembre de 2024 y el 7 de enero de 2025 solicitando el nombre de las empresas que han canjeado créditos del proyecto Tángara, pero la certificadora no respondió. Tampoco respondió por qué decidió eliminar de su plataforma la identidad de los usuarios finales de los créditos vendidos por los proyectos que ha certificado.

Consultada por esta alianza periodística, la empresa Tángara Forest identificó a tres compradores: las gasolineras Terpel y Biomax, y la empresa de transporte de hidrocarburos Cenit.

Un proyecto, dos predios y tres consejos comunitarios

Pese a que ninguna comunidad afrocolombiana figura como proponente en el proyecto Tángara, los dos predios donde la empresa Tángara Forest lo lleva a cabo (uno llamado Loma de Auca de 10.500 hectáreas y otro llamado Playa de Cuchas de 3.700 hectáreas) coinciden en parte con tierras que el Estado colombiano otorgó a dos comunidades afrocolombianas para su uso colectivo. Estas titulaciones colectivas de tierras comenzaron desde la década del noventa como parte de una iniciativas de reforma agraria y protección de minorías étnicas.

Los dos lados cuentan historias distintas del origen de los terrenos.

Según el PDD del proyecto Tángara elaborado por Biofix, los derechos del carbono en dichos predios están en cabeza de su propietario, Tángara Forest, “toda vez la propiedad se encuentra legalmente amparada bajo un justo título y en cabeza de una sola persona despejando cualquier tipo de dudas sobre quién es el titular del dominio del inmueble como de los bonos de carbono”. 

Los dos predios parecen haber estado en manos de Óscar Javier Peláez o de empresas conectadas a él desde hace más de tres décadas, según consta en los folios de matrícula inmobiliaria de los predios disponibles en la Superintendencia de Notariado y Registro, y en actas de Cámara de Comercio de las sociedades dueñas que esta alianza periodística consultó. 

Según los certificados de tradición y libertad, la actual propietaria Tángara Forest S.A.S. Zomac adquirió el predio Playa de Cuchas el 12 de diciembre de 2018 y el de Loma de Auca el 8 de marzo de 2019, por medio de lo que describe como una “compraventa de boleta fiscal”. Se lo compró a su hoy representante legal Óscar Javier Peláez, quien -según ese mismo certificado- hizo una actualización de los linderos y cabida de los predios en 2013 y les cambió el nombre a los que hoy llevan de Loma de Auca y Playa de Cuchas. Él se había convertido en propietario de Loma de Auca (en algunos documentos también llamado Lomas de Auca) en 2009 y de Playa de Cuchas (en ocasiones llamado Playa de Chuchas) en 2010 tras la liquidación comercial de otra sociedad llamada Sinergia.

El nombre de la empresa que transfirió los predios a Peláez por “adjudicación en la liquidación de sociedad comercial” varía en los distintos documentos, apareciendo como Sinergia Ltda en el certificado de tradición de uno de los predios y Cinergia Limitada en el del otro predio. Aunque ninguno de esos documentos del proyecto o de los predios identifica el número tributario de la empresa, los datos contenidos en éstos sugieren que se trata de la empresa Sinergia Limitada, constituida en Cali en 1995 y liquidada después. Entre los accionistas de esa empresa en octubre de 1995 figuraba justamente Óscar Javier Peláez, con el 29 % de las acciones, según consta en un acta de Cámara de Comercio.

Según las escrituras, quienes transfirieron los predios a Sinergia Ltda fueron cuatro personas: Diego López Zapata, Isabel Isaacs de Juri, Alicia Isaacs de Rojas y María Isaacs Revelo, que las heredaron de un Rafael Isaacs que las había comprado a comienzos del siglo XX y que -según Carlos Eduardo Domínguez de Tángara Forest- era familiar de Jorge Isaacs que escribió María, la más reconocida novela del primer siglo de vida de Colombia. Los cuatro herederos figuraban en octubre de 1995 como accionistas de Sinergia Limitada, la empresa a la cual transfirieron la propiedad y en la que también era socio Óscar Javier Peláez. Los cuatro vendedores sumaban la mitad de las acciones de la empresa compradora: López Zapata tenía el 37.5%, mientras María, Isabel y Alicia Isaacs detentaban cada una entre 4.16% y 4.18%.

La empresa Tángara Forest reconoció a esta alianza periodística la existencia del traslape y del conflicto de tierras en una reunión virtual el 20 de diciembre de 2024, pero señaló que “confiamos plenamente, de acuerdo a la normatividad vigente en Colombia para acreditar la propiedad, que la cumplimos”.

Según el relato del gerente del proyecto, Carlos Eduardo Domínguez, el origen privado de los dos predios se puede trazar con claridad al menos hasta 1881 en el caso de Loma de Auca y 1884 en el de Playa de Cuchas, siendo el documento más antiguo que los menciona una sentencia de sucesión de una propietaria llamada Manuela Micolta viuda de Martínez incluso dos décadas antes. 

En su visión, la existencia de múltiples documentos de diferentes instituciones públicas respalda el hecho de que ellos son los propietarios legítimos. Entre ellos, muestra una respuesta de la Superintendencia de Notariado y Registro en diciembre de 2023 a un derecho de petición de Tángara Forest para clarificar la propiedad y una solicitud al Comité Distrital para la atención a la población desplazada por la violencia en Buenaventura para levantar las medidas de protección a los predios. Además, dice que llevan años pagando los impuestos prediales. “Se puede ver que hemos consolidado una serie de actuaciones jurídicas, de entidades sobre las que no tenemos ningún control, que nos certifican y garantizan plenamente la propiedad de los predios”, dice.

Sobre cómo parte de esos predios fueron entregados por el Estado colombiano a las comunidades afro, Domínguez dice que “consideramos que hubo un proceso irregular en la adjudicación a los consejos” y que las tierras en ningún momento han debido ser consideradas como baldíos de la Nación. Según Tángara Forest, su análisis jurídico encontró que el Incora (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, liquidado en el 2003) no consultó la base catastral o la oficina de registro de Buenaventura, algo que -en palabras del gerente del proyecto- “le hubiera permitido conocer la existencia de propiedad privada en la zona”. A su juicio, que no se hiciera un anuncio en un medio de amplia circulación nacional impidió que los dueños presentaran una oposición. “Si hubieran hecho la debida diligencia, habrían encontrado que no son inventados nuestros títulos. Predios como los que nos ocupan en esta controversia estarían excluidos de la adjudicación”, dice.

Tángara destaca el rol pionero que tuvo en el mercado de carbono nacional. “Fuimos de los primeros proyectos de bonos en Colombia y posiblemente el primero privado”, dice Carlos Eduardo Domínguez. Explica que ese tipo de predios tiene usos muy restringidos por su ubicación geográfica y valor ecológico, razón por la cual hacía 2015 pensaron en construir un hotel en la extensa playa del predio Playa de Cuchas, que -según dice el gerente del proyecto Tángara- figuró incluso en el plan de desarrollo de la gobernadora del departamento del Valle del Cauca, Dilian Francisca Toro. Pero los altos costos y la falta de inversionistas, explicaron, les hicieron desistir de la idea. Cuando la reforma tributaria del gobierno de Juan Manuel Santos en 2016 creó el impuesto al carbono y un incentivo para pagar con bonos de carbono, vieron la oportunidad y le apostaron a ese mercado incipiente. “Todo el mundo encontró una oportunidad en predios que antes nadie volteaba a mirar”, dice, añadiendo que no descartan usar el dinero de los bonos de carbono para revivir el proyecto ecoturístico.

Tángara Forest insiste en que ni durante la génesis del proyecto hotelero ni al estructurar el de carbono alguien mencionó un traslape. “Sabíamos que existían los consejos comunitarios y unas comunidades respaldadas [por éstos], pero no los traslapes porque los documentos y planos eran clarísimos”, dice Domínguez. 

A su vez, la estructuradora del proyecto Biofix BIC respondió a esta alianza periodística que desconocía la disputa de tierras. En una respuesta escrita el 27 de diciembre de 2024, su directora Carolina Jarro señaló que “el Proyecto Tángara REDD+ se formuló, validó, verificó, certificó y registró con base en documentos expedidos por órganos públicos que comprueban que los predios que comprenden el proyecto acreditan derechos de propiedad privada, por lo que dichos predios gozaban de pleno dominio privado y demás atributos de la propiedad conforme la legislación civil colombiana”. (Ver la respuesta completa de Biofix acá).

Según Jarro, los documentos de propiedad que proporcionó Tángara Forest acreditaban “el carácter de dominio pleno sobre los predios identificados con dichos folios, lo que permitió al desarrollador, amparado en el principio de la buena fe y confianza legítima, generar la formulación del proyecto y someterlo a auditoría”.

La historia de los predios según las comunidades afro

Del otro lado, los líderes de los consejos comunitarios afrocolombianos de Mayorquín y Papayal y de Raposo insisten en que las tierras contenidas en el proyecto les fueron otorgadas por el Estado colombiano en los años noventa.

En el caso de Mayorquín y Papayal, fue el resultado de una lucha que tomó fuerza en 1994, meses después de la promulgación de la ley 70 de 1993 que reivindicó los derechos étnicos y territoriales de las comunidades negras y estableció el proceso para que el Estado colombiano pudiera otorgarles tierras colectivas como ya venía haciendo con los indígenas desde el gobierno de Virgilio Barco en los años ochenta. Las comunidades del litoral pacífico se organizaron y de manera concertada se dividieron el territorio por cuencas, como explica un documento visto por esta alianza periodística y elaborado por la Unidad de Restitución de Tierras, creada por la Ley de Víctimas durante el gobierno de Juan Manuel Santos con la misión de devolver tierras despojadas a sus antiguos propietarios como una forma de reparación.

En 1994, los líderes locales Antonio Aragón y Eustaquio Grueso lideraron la creación de la Organización Mina Vieja, con el fin de defender los derechos de las comunidades afro y expulsar a corteros de leña que se habían instalado allí. Sus integrantes eran descendientes de esclavos de ascendencia africana que llegaron al enclave minero llamado Mina Vieja a partir de 1830 buscando oro y se asentaron al borde del río. Ese proceso organizativo desembocó en la creación, por parte de la agencia estatal para la reforma agraria Incora, del Consejo Comunitario de la Cuenca del Río Mayorquín - Papayal en 1998. 

Entre 1998 y 1999, el Estado colombiano creó los dos consejos comunitarios cuyas tierras colectivas corresponden parcialmente a los predios que la empresa Tángara Forest incluyó en el proyecto Tángara. Foto: Andrés Bermúdez Liévano.

Al mismo tiempo que Aragón y José Nieves, otro líder local que entrevistó esta alianza, lideraban la constitución del consejo comunitario de Mayorquín, otros líderes hicieron lo mismo en otros rincones de esa región de mangles: el 27 de diciembre de 1999 nació el consejo comunitario de río Raposo con 20.563 hectáreas, el 16 de julio de 2002 el de Bracitos y Amazonas con 4.029 hectáreas y, por último, el 3 de diciembre de 2002 el consejo comunitario Mayor del Río Anchicayá con 16.773 hectáreas. El Incora, mediante la titulación colectiva de 60.000 hectáreas, buscaba así atender a más de 1.000 familias afrodescendientes que ya sufrían los efectos de la expansión de la guerrilla de las Farc y varios de cuyos líderes habían sido amenazados.

El Incora entregó el 24 de diciembre de 1999 a la comunidad de Mayorquín y Papayal un territorio que hasta ese momento era baldío de la Nación y por tanto era apto para una iniciativa de reforma agraria - y que las familias beneficiarias ya habitaban hacía años. “Solicitó al Incora la titulación colectiva de ‘tierras de comunidades negras’ de un globo de terreno baldío. (...) La solicitud de titulación formulada reúne todos y cada uno de los requerimientos exigidos, toda vez que las áreas objeto del trámite son tierras baldías, rurales y ribereñas, que vienen siendo ocupadas y aprovechadas en la forma histórica y ancestral por las comunidades negras solicitantes con prácticas tradicionales de producción acordes con su cultura, sus usos y costumbres”, se lee en el título de propiedad del Consejo Comunitario Mayorquín y Papayal.

 

Resolución de adjudicación del consejo comunitario Mayorquín y Papayal de 1999

Como parte del proceso de titulación colectiva, el Incora puso un aviso publicitario en la emisora Radio Buenaventura anunciando la solicitud de adjudicación hecha por la comunidad, de manera que cualquier persona que se sintiera afectada por la decisión pudiese manifestar su oposición. Ninguna persona manifestó tener propiedad privada en el área del consejo comunitario, ni se reportó la presencia de otras personas que no fueran de la comunidad viviendo en lo que se convertiría en el consejo comunitario de Mayorquín y Papayal. En las más de dos décadas desde que fueron expedidas las resoluciones de adjudicación de las titulaciones colectivas allí y en Raposo nunca han sido demandadas legalmente.

Por eso la sorpresa de varios de sus líderes cuando, durante una reunión en el puerto de Buenaventura con la empresa estadounidense Terra Global Capital, que ya había participado en la formulación de ocho proyectos Redd+ en el Pacífico colombiano como parte del programa BioRedd+ financiado por la Agencia de Desarrollo Estadounidense (Usaid), recibieron la noticia de que ya había un proyecto de bonos de carbono en funcionamiento en parte de su territorio. Las comunidades de Mayorquín y Raposo estaban explorando la posibilidad de participar en un proyecto de carbono similar, que incluiría a cinco consejos comunitarios: los dos suyos, más los de Anchicayá, Dagua y Yurumanguí. “No podemos trabajar con ustedes porque el mapa muestra un traslape”, cuentan tres líderes de Mayorquín que les dijo una empleada de Terra Global en esa reunión, de cuya fecha  no están seguros pero que creen que ocurrió en 2018 o 2019. Según su relato, les dijo que el proyecto no podría seguir adelante dado que otra empresa había registrado parte de esas tierras en otra iniciativa que ya había sido aprobada. Ese descubrimiento significaba que ellos no podrían continuar con su proyecto, dado que no es posible vender dos veces un mismo resultado ambiental en el mercado de carbono -el riesgo era que podrían ser señalados de incurrir en una doble contabilidad.

El proyecto que se superponía con su tierras era Tángara.

Esta alianza periodística solicitó los polígonos de los consejos comunitarios tanto a la Agencia Nacional de Tierras como al Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac), las dos entidades estatales a cargo de la gestión de tierras étnicas y la cartografía en el país, y los cotejó con el polígono del proyecto Tángara disponible en la plataforma de la certificadora BioCarbon Registry. El mapa resultante confirma que hay un traslape.

Aunque los dos polígonos provistos por el Estado difieren entre sí, ambos muestran que parte de las tierras que Tángara Forest reclama como propias también pertenecen a comunidades afrocolombianas que gozan de la máxima protección constitucional.

El estudio de títulos de las comunidades

Preocupados por el posible traslape y el conflicto de tierras resultante, los consejos comunitarios de Mayorquín y Papayal y de Raposo contrataron al abogado chocoano Silvio Garcés para realizar un estudio jurídico de los títulos en propiedad de Tángara Forest, según contaron líderes de estos dos territorios a esta alianza periodística. Garcés era un candidato idóneo para esa tarea: reconocido como “una de las personas que mejor conoce la ley 70 de 1993”, en palabras de un reportaje de La Silla Vacía de 2017 sobre los aliados súper poderosos de los pueblos indígenas y afro en Colombia, lideró durante dos décadas los procesos de constitución de consejos comunitarios y titulación colectiva en el Incora y en el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (Incoder), entidad que lo reemplazó. Recientemente Garcés fue asesor de la vicepresidenta Francia Márquez en estos temas.

El análisis de Garcés concluyó que las 14.200 hectáreas de Tángara “son inexistentes e ilegales, ya que están sustentadas en una actualización de cabidas y linderos (...) sin que existiera ningún antecedente registral para ello”. En su visión, los dos predios de Playa de Cuchas y Loma de Auca “surgieron a la vida jurídica, como fruto de dos compraventas de mejoras en terrenos baldíos de la nación con falsa tradición” (cuando se intenta transferir el dominio o propiedad de un predio, pero esto no se concreta porque quien transfiere ese derecho no tiene pleno dominio) y, por lo tanto, quien los reclama como propios “no acredita propiedad privada” conforme a las leyes vigentes.

Según la reconstrucción histórica que hace ese estudio de títulos, los terrenos fueron baldíos de la Nación al menos hasta que se expidió la Ley 70 de 1993. Con la creación de los consejos comunitarios y la adjudicación de esas tierras por parte del Estado colombiano, pasaron a ser su propiedad colectiva y, de acuerdo a la protección que otorga la Constitución a estos territorios étnicos, son inalienables, imprescriptibles e inembargables.

El estudio explica que cuando en el proceso de titulación colectiva surge “cualquier derecho de posesión, ocupación o tenencia que alguna persona natural o jurídica tuviese sobre estos territorios”, la agencia estatal a cargo -que en esa época era el Incora- debe examinar el caso. Si encuentra que en efecto hay una propiedad privada, acreditada mediante un título originario expedido por el Estado, debidamente inscrito y que no hubiese perdido eficacia legal o un título otorgado antes de 1936 en donde consten tradiciones de dominio que no hayan prescrito, ese predio sería excluido del territorio adjudicado. En caso de no poder probarlo, ese derecho se extinguiría.

Según el análisis hecho por Garcés, hay un cuádruple traslape de los predios del proyecto Tángara. En primer lugar, el predio Loma de Auca traslaparía con el consejo comunitario de Raposo y en menor medida el de Mayorquín y Papayal, mientras Playas de Cuchas lo haría con Raposo y con Brasitos y Amazonas en extensiones parecidas.

Imágenes del traslape según el estudio de títulos contratado por los dos consejos comunitarios y hecho por el abogado Silvio Garcés.

“No obstante, durante el trámite de la titulación colectiva adelantado por el Incora entre los años 1999 y 2002, ninguna persona natural o jurídica alegó tener títulos de propiedad privada dentro de los territorios colectivos”, dice el estudio contratado por las comunidades. “Tampoco se presentaron oposiciones, ni se reportaron terceros ocupantes en el territorio y hasta la fecha, después de más de 20 años, las resoluciones (...) no han sido demandadas”. Eso significa que, a su juicio, “se encuentran ejecutoriadas y en firme y las inscripciones en los folios de matrícula se encuentran vigentes”.

El estudio luego argumenta que los títulos de propiedad de Tángara Forest son “inexistentes e ilegales ya que están sustentados en una falsa tradición que nunca fue saneada, tal como consta en las anotaciones respectivas de los folios de matrícula”. En su visión, Peláez González hizo en 2013 una “maniobra de actualización de linderos y cabida de los predios (...) completamente ilegal y contraria a derecho” porque “se montó literalmente sobre los territorios colectivos ya adjudicados por el Incora a los consejos comunitarios”, que luego el Instituto Geográfico Agustín Codazzi y la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos de Buenaventura inscribieron “sin realizar ninguna verificación técnica ni jurídica para determinar su validez”.

Su conclusión es que los dos títulos “inexistentes e ilegales” debido a que “no existe ningún documento, resolución o acto administrativo que pruebe que el Estado colombiano adjudicó estos terrenos en favor de los anteriores o los actuales presuntos propietarios” y que “el origen jurídico de estos predios, es una falsa tradición que nunca fue saneada, lo que (...) la hace insuficiente para acreditar propiedad privada”. El resultado, dice, fue una “evidente apropiación irregular de un terreno que fue baldío de la Nación”.

De eso se desprende, argumenta, que “la sociedad Tángara Forest S.A.S. Zomac no acredita propiedad privada sobre las 14.500 hectáreas de las que dice ser propietaria, ni ejerce, ni ha ejercido en ningún tiempo, algún tipo de posesión, ocupación o tenencia sobre estos territorios colectivos”. Y que eso significaría, concluye el documento, que hay una “usurpación y despojo de las tierras comunales adjudicadas a los grupos étnicos” y que el contrato para la venta de bonos de carbono “carece de veracidad y es contrario a la realidad fáctica y jurídica”.

Es decir, una conclusión diametralmente opuesta a la que sostienen los empresarios de Tángara Forest.

¿Comunidades locales u ocupantes?

Aunque los documentos del proyecto Tángara describen los dos predios como privados, en múltiples lugares hablan de personas y familias que habitan en el territorio, a quienes se refieren en distintos momentos como “custodios forestales”, “ocupantes” o “familias asentadas en calidad de meros tenedores usufructuarios”. Son personas que, en la visión del PDD elaborado por Biofix para Tángara Forest, “a pesar de llevar algunos años habitando el lugar, no ejercen funciones de señor y dueño ni fungen como propietarios toda vez que ellos reconocen que la propiedad está en cabeza del legítimo propietario del inmueble”. Existe, sigue el documento, “un acuerdo tácito entre las partes que reconocen el derecho de dominio en cabeza exclusiva del propietario y éste a su vez reconoce la presencia de dichas familias asentadas dentro del predio de su propiedad”.

Pero los llamados custodios forestales también son, según sugieren ese y otros documentos, los agentes responsables de la deforestación en ese territorio, razón por la cual para Tángara es fundamental su participación en el proyecto que la empresa lidera allí. Según explica un informe de monitoreo de 2021 elaborado por Biofix, , “los ocupantes de los predios son los principales agentes y motores de deforestación dentro del territorio, razón por la cual es fundamental su participación dentro del proyecto” y “si bien es necesario incluirlos dentro del proceso de participación, más no en una toma de decisiones, es imperioso resaltar la diferencia y funciones que aplica como ocupantes y a los proponentes”.

Con esa finalidad, el PDD del proyecto Tángara habla de un plan con esos habitantes para lograr la “gobernanza territorial y la concientización a los tenedores de la importancia de la conservación”. Esas actividades incluyen la reducción de deforestación, liberación de fauna, producción de borojó, sostenimiento de la recolección de piangua -un pequeño molusco comestible que suele vivir entre las raíces del mangle- y ecoturismo.

Sin embargo, los beneficios económicos de la venta de carbono quedan con el proponente empresarial del proyecto. “Los derechos de propiedad sobre las áreas se encuentran claramente definidos en cabeza del propietario se deben hacer extensivos a la titularidad sobre el carbono y sobre las unidades de reducción de emisiones de deforestación y degradación forestal, resaltando que dentro del área de ejecución del proyecto no se encuentra ningún territorio colectivo legalmente reconocido por el Ministerio del Interior”, advierte el PDD del proyecto elaborado por Biofix para Tángara Forest. 

Pese a que Tángara Forest argumenta que los predios son de su propiedad, declara que pensó en incorporar a las comunidades vecinas desde el principio del proyecto, por consejo de una empresa consultora en relacionamiento con comunidades. “El espíritu de nosotros siempre ha sido trabajar con las comunidades y apoyarlas para que puedan desarrollarse y mejorarse socioculturalmente”, dijo su gerente de proyecto Carlos Eduardo Domínguez a esta alianza periodística.

Entre los beneficios económicos que la empresa describe están 60 empleos directos e indirectos, una lancha, unos viveros de manglar, un programa llamado BioVive Manglar y una donación de 300 millones de pesos para que el consejo comunitario de Mayorquín y Papayal terminara de poner en marcha un puesto de salud (en un recorrido en agosto de 2024,  esta alianza periodística constató que se encuentra abandonado). Según Tángara Forest, sostuvieron múltiples reuniones con las comunidades e hicieron esas inversiones en alianza con ellas, alcanzando incluso a firmar un acuerdo con uno de los consejos comunitarios, pero que ese proceso se dañó -en palabras de Domínguez- “cuando el proyecto se muestra robusto y empiezan otras personas a tratar de bombardear lo que se estaba haciendo”.

La gente de los consejos comunitarios, en cambio, se siente excluida del proyecto. En su visión, cualquier proyecto ambiental realizado dentro de las tierras tituladas a ellos de manera colectiva debería haberlos consultado siguiendo las reglas de consulta previa, libre e informada, incorporarlos en sus decisiones como partes interesadas e incluirlos como beneficiarios directos del dinero recaudado mediante la venta de bonos. “La empresa nos dijo que querían hacer temas de conservación y algunos empezaron a trabajar en la recuperación de manglares y les pagaron. Cuando nos vinimos a dar cuenta, en los documentos ellos habían dicho que nosotros éramos los que talábamos”, dice Juana Rentería, una líder del consejo comunitario de Mayorquín. “Decían que éramos deforestadores, custodios de nuestro propio territorio”, añade su esposo Norbey Valencia, pescador y también integrante de la junta del consejo comunitario.

“Este proyecto nos ha dividido, nos ha hecho mucho daño -concluye Rentería-. Nos perjudicó porque a esta fecha ya tendríamos otros proyectos andando, pero como ellos [Tángara Forest] están ahí, no se ha podido”.

Aspecto en agosto de 2024 del puesto de salud del consejo comunitario Mayorquín, que Tángara Forest menciona como un beneficio económico de su proyecto a la comunidad. Fotos: Andrés Bermúdez Liévano.

¿No presencia de comunidades o no necesidad de consulta previa?

Parte del problema en Mayorquín y Raposo parece estar en que el Ministerio del Interior, la entidad del Gobierno nacional encargada de velar por los derechos de las minorías étnicas, señaló oficialmente a los desarrolladores que en el área donde querían impulsar un proyecto de carbono no era necesario realizar una consulta previa, libre e informada.

“No se requiere la expedición del acto administrativo de certificación, pues (...) este proyecto responde a actividades de carácter investigativo de conservación forestal respecto de las cuales no es predicable una afectación directa a sujetos colectivos, susceptibles de derechos constitucionalmente protegidos, entendida dicha afectación directa como una intromisión intolerable a su calidad de vida y costumbres, y por consiguiente tampoco se requiere adelantar el trámite administrativo de consulta previa”, respondió el director de consulta previa del Ministerio, Luis Fernando Bastidas, a la entonces representante legal de Biofix, Ana Milena Plata, el 19 de octubre de 2018, como consta en una carta facilitada por Tángara Forest a esta alianza periodística.

Consultada por esta alianza periodística, la gerente de Biofix, Carolina Jarro, explicó en diciembre de 2024 que solicitó al Ministerio, como parte de su proceso de debida diligencia al estructurar el proyecto, un certificado de presencia de comunidades étnicas en el área del proyecto para determinar si procedía o no la consulta previa. La respuesta que recibieron, dice Jarro, “permite inferir a los proponentes del proyecto y a los demás órganos en torno del proyecto que no hay presencia de comunidades étnicas y no procede la consulta previa para el proyecto Tángara REDD+ de acuerdo con el Ministerio del Interior”.

El problema es que el Ministerio del Interior nunca afirmó eso. En su respuesta, la dirección de consulta previa señaló que “la consulta previa sólo debe agotarse en aquellos eventos en que el proyecto, obra o actividad afecte directamente los intereses de las comunidades étnicas” y que las actividades ambientales no entran dentro de esa categoría. Al hacerlo, estaba repitiendo una visión que imperó en el gobierno nacional hasta mediados de 2024, cuando una sentencia de la Corte Constitucional sentó un precedente legal sobre el tema. A raíz del caso del Pirá Paraná, que CLIP investigó, el máximo tribunal constitucional determinó que la consulta previa puede ser necesaria en proyectos de carbono en casos de posibles afectaciones directas e incluso puede requerir un estándar aún más alto, el consentimiento previo, libre e informado (CLPI), si se advierte que podría haber afectaciones intensas en lo social, cultural o ambiental, especialmente una que ponga en riesgo su existencia. En el momento en que Tángara fue puesto en marcha, el gobierno entendía que los proyectos de carbono, distinto a una mina o una carretera, no requerían consulta previa.

La respuesta del Ministerio del Interior a Biofix, sin embargo, no dice que en las tierras que los promotores del proyecto Tángara conocen como Loma de Auca y Playa de Cuchas no hubiese  presencia de comunidades afrocolombianas o indígenas.

Pese a ello, los documentos del proyecto Tángara lo afirman tajantemente. El PDD del proyecto elaborado por Biofix dice que, ante su solicitud de una certificación de presencia o no de grupos étnicos en el área de influencia del proyecto, “el Ministerio del Interior contesta (...) de la siguiente manera: ‘No se requiere expedición de acto administrativo de certificación y por consiguiente tampoco consulta previa’ porque no hay presencia de territorios colectivos o resguardos indígenas en su jurisdicción”.

Sin embargo, esas últimas palabras, de que no hay presencia de territorios colectivos en dicha área, no figuran en ninguna parte de la respuesta de Bastidas, el entonces director de consulta previa.

Uno de los auditores optó por una interpretación similar a la de Tángara Forest y Biofix. En su informe de auditoría de 2018, Icontec señaló que “el oficio de respuesta por parte del Ministerio del Interior (...) deja constancia que dentro del área de ejecución del proyecto no se encuentra ningún territorio colectivo legalmente reconocido por ese ministerio”.

En entrevista con esta alianza periodística, Tángara Forest sostuvo una visión similar. “El Ministerio del Interior certificó que no había necesidad de una consulta previa, de hacer un anuncio o de hacer una interacción con las comunidades porque ahí dice clarito que nosotros tenemos plena propiedad sobre el predio, que no existen unas comunidades y que tampoco se requiere adelantar el trámite administrativo de la consulta previa”, explicó el gerente del proyecto Carlos Eduardo Domínguez.

Consultada este 27 de enero por cualquier documento en donde el Ministerio de Interior señale que no hay presencia de territorios colectivos o resguardos indígenas en el área del proyecto, Biofix remitió el mismo certificado sobre la no procedencia de la consulta previa.

Las comunidades aledañas creen que, como afirman el PDD del proyecto y la primera auditoría, el Ministerio del Interior en efecto certificó que ellos no viven allí. Es uno de los hechos que más les indigna de todo el conflicto. “¿Cómo es que a 2018, existiendo el consejo comunitario y el título [colectivo], va a certificar el Ministerio del Interior que no hay comunidad?”, pregunta José Nieves, uno de los líderes históricos del consejo comunitario de Mayorquín.

Solo que, aunque José Nieves y otros habitantes de los dos consejos comunitarios no tuvieran cómo saberlo, eso no fue lo que el Ministerio del Interior respondió a los promotores del proyecto.

 

Los documentos del proyecto Tángara Redd+ dicen que se desarrolla en predios privados sin comunidades étnicas, pero reconocen que hay lo que llama “ocupantes” y “meros tenedores usufructuarios”. Foto: Andrés Bermudez Liévano.

Los contrapesos levantaron alertas pero avalaron el proyecto

En sus evaluaciones del proyecto Tángara, las dos empresas que lo auditaron se percataron de la existencia de comunidades afrocolombianas allí. Sin embargo, dieron credibilidad a la versión de los desarrolladores de que se trata de predios privados amparados por certificados de propiedad y de que el Estado colombiano, por vía del Ministerio de Interior, corroboraba que allí no había comunidades étnicas cuya presencia habría obligado al proyecto a hacer una consulta previa.

En su informe de auditoría de diciembre de 2018, la empresa colombiana Icontec señaló -como una nota entre sus observaciones de no conformidades- que “cabe resaltar que en la visita de campo se evidenciaron asentamientos de comunidades afrocolombianos dentro del predio”. Sin embargo, sus auditores se mostraron convencidos de que se trata de un “área privada” en vista de que “los derechos de propiedad sobre las áreas se encuentran claramente definidos en cabeza del propietario quien presenta (...) los certificados de tradición y libertad de los predios” y que “el oficio de respuesta por parte del Ministerio del Interior (…) deja constancia que dentro del área de ejecución del proyecto no se encuentra ningún territorio colectivo legalmente reconocido por ese ministerio”. Para ellos resultó claro que “en el área del proyecto sí se encuentran colonos”, pero que éstos “serán integrados en el proyecto de acuerdo con las actividades alternativas a la deforestación mencionadas”.

Una visión similar presenta el informe de auditoría de la empresa española Aenor de noviembre de 2019, que explica que “por el momento no se ha consultado los asentamientos dentro de los dos predios considerados, si bien son aliados del proyecto y en el corto plazo participarán en las actividades del proyecto”. A sus auditores también les resultó convincente que “todos los predios que conforman el área del proyecto cuentan con certificados de tradición (...) que garantizan la tenencia legal y privada de la tierra a nombre de la sociedad Tángara Forest Zomac S.A.S.”, con lo cual concluyeron que “la información aportada corrobora la calidad jurídica del derecho de uso del suelo y el área en los límites del proyecto”.

Sobre los habitantes, que los auditores de Aenor describieron como 13 a 15 asentamientos compuestos por un par de familias cada uno, “no cuentan con ningún tipo de derecho reconocido de propiedad ni de uso de la tierra” pero que “dada su presencia desde hace varias décadas, el propietario respeta su presencia en el área (y) existe buena relación”. Su informe explica que “está contemplado que sean parte activa y central del proyecto, principalmente a través de actividades de monitoreo, beneficiarios de sistemas productivos sustentables, etc”. Sin embargo, señala, esto ocurrirá más adelante ya que “debido a la presencia de grupos armados e inercia histórica del conflicto, el dueño prefiere no generar expectativas económicas entre las comunidades hasta no haber desarrollado un capital humano y social previo, en el que ya están trabajando”.

El más reciente informe de auditoría, hecho por Icontec en julio de 2021 y cuando el proyecto ya estaba en marcha, subraya que “los derechos de la tierra fueron reclamados por los consejos (sic) comunitarios colindantes con el área del proyecto” pero que “los títulos de propiedad mostraron la titulación de los predios del proyecto con fechas anteriores a la declaratoria de la de los consejos”.  Tras describirlas como “personas de comunidades afro quienes no tienen derechos de propiedad, pero que contribuyen a la degradación y deforestación del ecosistema”, explicó que Tángara Forest “interactúa con estas comunidades” y que “dentro de las líneas de acción se tiene contemplado el trabajo [con ellas], haciéndolas parte del proyecto para la conservación del territorio”. 

Todo esto le permitió a Icontec concluir que el proyecto “ha respetado la ocupación de población afro dentro de sus predios y formuló un plan de trabajo para implementar acciones con ellos” y cumple con las salvaguardas sociales y ambientales para iniciativas del mercado de carbono.

Esta alianza periodística escribió por correo electrónico a Icontec y a Aenor el 7 de enero de 2025, para preguntarles si durante el proceso de auditoría tuvieron alguna noticia de la existencia de comunidades afrocolombianas dentro del área del proyecto y, en caso afirmativo, cómo corroboraron o evaluaron la información. Asimismo, les preguntó si tuvieron algún indicio de que el proyecto auditado podría tener un conflicto de tierras. Ninguna de las dos empresas había respondido a la fecha de publicación de este reportaje.

Idénticas preguntas fueron formuladas por correo electrónico al certificador BioCarbon Registry el 1 de diciembre de 2024. Tampoco respondió. 

En cambio, ninguna de las entidades de la cadena de valor del carbono que revisaron y dieron validez al proyecto Tángara parece haberse percatado de que existía un traslape con uno o dos consejos comunitarios, pese a que una consulta a los polígonos de la Agencia Nacional de Tierras o el Instituto Geográfico Agustín Codazzi podrían haber despertado alertas.

Consultada si buscó los polígonos de los predios en los datos geográficos y cartográficos de esas entidades de tierras, la estructuradora Biofix respondió que “analizó los registros y códigos catastrales expedidos por el IGAC de los predios en los cuales se desarrolló el proyecto” y a partir de esa información oficial delineó el polígono del proyecto. No respondió si consultó a la ANT. Ni los auditores, Icontec y Aenor, ni la certificadora BioCarbon respondieron si revisaron los polígonos de consejos comunitarios que reposan en esas dos entidades públicas.

Todo ello pese a que una de las salvaguardas sociales y ambientales para iniciativas Redd+ que Colombia delineó en su interpretación nacional es que éstas “respeten los derechos territoriales colectivos e individuales de los pueblos y comunidades étnicas y locales” y que obtengan su consentimiento previo, libre e informado. 

 

Ni los auditores Icontec o Aenor ni el certificador BioCarbon Registry respondieron si cotejaron el área del proyecto con mapas oficiales de territorios étnicos. Foto: Andrés Bermúdez Liévano.

Tángara llega a la justicia

Cuando los habitantes de los tres consejos comunitarios se enteraron de que la tierra que tienen legalmente desde finales de los años noventa también aparecía como propiedad de Tángara Forest, escribieron a múltiples entidades del Estado. A partir de julio de 2021, las juntas de Mayorquín, Anchicayá y Raposo enviaron derechos de petición conjuntos a los Ministerios del Interior y de Ambiente, a la Agencia Nacional de Tierras, al Instituto Geográfico Agustin Codazzi, a la Superintendencia de Notariado y Registro, a la Procuraduría General de la Nación, a la Defensoría del Pueblo y a la Alcaldía de Buenaventura. También se lo enviaron a Icontec, uno de los dos auditores del proyecto.

Entre otras peticiones, sus representantes legales pidieron a la Alcaldía de Buenaventura “resolver la indebida ocupación y el despojo jurídico que la Sociedad Tángara Forest viene ejerciendo”, a la Superintendencia de Notariado y Registro que anulara los folios de matrícula, y al Ministerio de Ambiente que interviniera para que Biofix no vendiera ningún bono de carbono del proyecto y se anulara el “contrato de compraventa de bonos de carbono suscrito entre Tágara y Biofix”, según pudo ver esta alianza periodística en documentos proporcionados por las comunidades.

Pero, de la decena de peticiones que hicieron los consejos comunitarios a las entidades públicas, pocas fueron las respuestas de fondo. La ANT trasladó la consulta al Ministerio del Interior. La dirección de comunidades afro del ministerio confirmó que los consejos comunitarios están inscritos allí, pero que “ante la problemática presentada se recomienda se acuda a la justicia ordinaria” y trasladó el cuestionario a su colega de la dirección de consulta previa, que nunca les respondió. La Procuraduría expresó en su respuesta no ser competente y trasladó la solicitud a la Superintendencia de Notariado y Registro y a su procuradora delegada para asuntos ambientales y agrarios. La Superintendencia dijo que Tángara Forest había cumplido con los requisitos para registrar a su nombre los predios.

También buscaron a los proponentes del proyecto de carbono. El 21 de julio de 2021, los consejos comunitarios enviaron conjuntamente una carta a Oscar Javier Peláez, el representante legal de Tángara Forest, para “advertirle sobre la ilicitud de la conducta de Tángara por la utilización de un título ilegal e inexistente para acreditar propiedad privada sobre 14.200 hectáreas de los territorios colectivos”. La empresa les respondió solicitándoles una rectificación por usar los calificativos de “ilicitud de conducta”. Los representantes legales de los territorios colectivos no respondieron y Peláez instauró una acción de tutela en contra de ellos por no contestar a la solicitud. En febrero de 2021, el juzgado de Buenaventura falló a favor del representante legal de Tángara y ordenó a los líderes de los consejos comunitarios que en menos de 48 horas respondieran a la empresa. Después de intentar impugnar la decisión y que ésta fuese ratificada en segunda instancia, la comunidad debió responderle a Pelaez en marzo de 2022. “Enviamos el estudio de títulos y las razones de por qué creemos la ilicitud de la conducta de Tángara como respuesta. Ellos nunca más se volvieron a comunicar con nosotros”, afirmó Evangelista Aragón, uno de los líderes de Mayorquín que también fue concejal de Buenaventura en representación de las comunidades afro ribereñas. Sobre esa acción de tutela, Carlos Eduardo Domínguez dijo que “no aceptamos que nos traten de despojadores”.

En septiembre de 2022, tras los envíos de derechos de petición no respondidos de fondo por las entidades públicas, los consejos comunitarios acordaron en una asamblea general iniciar una acción legal por la posible violación de su derecho a la propiedad colectiva. Con apoyo de la clínica jurídica de tierras de la Universidad Javeriana instauraron una acción de tutela argumentando que, según dice el documento visto por esta alianza periodística, habían “intentado acudir a todas las entidades del Estado con responsabilidad en la protección de la propiedad colectiva y no [habían] logrado una respuesta que detenga esta compleja estrategia de usurpación de la propiedad”.

“Ningún ente gubernamental que le compete se ha activado. Hemos hecho peticiones, se ha mandado documentos a todos, hemos tocado todas las puertas habidas y por haber. Y no hemos tenido respuesta”, dice Kenny Aragón, un líder de Mayorquín.

El Juzgado tercero laboral del circuito de Buenaventura negó la tutela en mayo de 2022 por considerarla improcedente, argumentando que la situación no mostraba “elementos de necesidad y urgencia que hacen inminente la protección de derechos fundamentales” y que no correspondía hacerlo a través de la vía constitucional, sino de un proceso ordinario con un juez especializado de tierras. Las comunidades impugnaron esa decisión para elevarla a una segunda instancia. Sin embargo, según cuentan varios líderes de los consejos comunitarios, la Unidad de Restitución de Tierras radicó antes y sin consultarles la demanda de restitución que venían preparando ante un juez especializado de tierras de Cali, dándole a conocer oficialmente los hechos de violencia que han sufrido los habitantes del consejo comunitario a manos de las guerrillas (incluyendo, pero sin que estuviese ligado con lo anterior, el conflicto actual por la propiedad de la tierra con Tángara Forest). 

Esa falla de comunicación significó que la demanda de restitución terminó primando en la justicia y deberá resolverse primero. “Esto nos creó un problema porque estamos reclamando el mismo derecho en dos vías. Por lo tanto, se retiró la que nosotros habíamos hecho y quedó la de la Unidad. La entidad radicó la demanda de manera inconsulta en octubre de 2022. Nosotros habíamos quedado en radicar después de solucionar la vía de la tutela”, dice Evangelista Aragón. 

La llegada del conflicto a la justicia parece haber tenido efectos del lado del proyecto. Consultada si estaba al tanto de los procesos de restitución de tierras, la estructuradora y comercializadora Biofix BIC dijo a esta alianza periodística que, aunque corresponde a un juez confirmar o descartar la existencia de un conflicto de tierras, “al ser conocidos estos eventos luego de una evaluación interna, Biofix tomó la decisión de no continuar con una siguiente verificación del proyecto”. La empresa no respondió qué ingresos le significó su relación con el proyecto Tángara, aduciendo que “los acuerdos de confidencialidad establecidos en nuestras relaciones comerciales (...) nos impiden divulgar información relacionada con los ingresos derivados”.

Todos los caminos conducen al juez de restitución

Al final, tanto Tángara Forest como los consejos comunitarios cuyo territorio traslapa con el proyecto Tángara coinciden en que hay un conflicto de tierras. 

En ausencia de una actuación de alguna de las siete entidades públicas que han sabido de ese conflicto, ni las comunidades ni la empresa atisban una solución distinta a que los dos juzgados civiles del Circuito Especializado en Restitución de Tierras de Cali que ya tienen los casos definan en cabeza de quién está la titularidad de los terrenos que las comunidades afro defienden como parte de su territorio colectivo y que la empresa señala como parte de sus predios privados.

Carlos Eduardo Domínguez, gerente del proyecto de carbono de Tángara Forest, dice que esperan que el juez de restitución de tierras falle en derecho y puedan conservar los predios que defienden como propiedad privada desde el siglo XIX. “A nosotros ninguna autoridad nos ha dicho ‘ustedes tienen que salirse del territorio’. Ya llegará el momento en que veremos qué pasa. Por lo pronto hemos estado atendiendo el proceso, mostrando todas nuestras pruebas y las actuaciones, donde mostramos que no hemos vulnerado a las comunidades y que, por el contrario, hemos estado dispuestos a apoyar y aportarles para su beneficio económico”, dijo.

Los consejos comunitarios esperan que los jueces de restitución reconozcan el traslape, para ellos pensar por fin en su proyecto de carbono. “No tenemos nada que titubear, estamos plenamente convencidos [de nuestra posición]. Estamos interesados en sanear el territorio y en que haya una reparación económica por lo que se beneficiaron con nuestro territorio”, dice Evangelista Aragón de Mayorquín. “Tenemos la idea de conversar con otros [actores del mercado de carbono] y que nos expliquen bien cómo funciona”, de Germán Valencia, uno de los líderes de Raposo.

Entre tanto, un nuevo problema ha llegado a los esteros y ríos al sur de Buenaventura: como muestran las pancartas que cada tantos kilómetros se ven, la zona se convirtió una vez más en territorio reclamado por grupos armados ilegales. Amarradas a los troncos y ramas de mangle, algunas ya raídas y otras aún relucientes, anuncian la presencia de la Columna Móvil Jaime Martínez y del Bloque Occidental del Estado Mayor Central al que éste último pertenece. Se trata de dos estructuras de las disidencias de las antiguas Farc que no se acogieron al acuerdo de paz firmado en 2016 y que se mantuvieron en armas.

 

Banderas de estructuras de las antiguas FARC que no se acogieron al acuerdo de paz de 2016 han aparecido en los últimos dos años en esta zona de Buenaventura. Foto: Andrés Bermúdez Liévano.

Su presencia subraya el deterioro de la seguridad allí, que ha tenido ya varias consecuencias. Para los desarrolladores del proyecto significa que, como señaló el gerente Domínguez, no han podido llevar un nuevo equipo de auditores para una nueva validación de bonos de carbono. Y para las comunidades, un regreso a las épocas de confinamiento y desplazamiento

Todo esto significa que no se atisba aún una solución para el conflicto que tiene el único proyecto privado de carbono activo en el Pacífico colombiano, cuyos predios teóricamente privados se sobreponen con los de varias comunidades afrocolombianas que hoy no se benefician directamente de éste.

Este reportaje contó con apoyo de la Fundación Heinrich Böll y de los Rainforest Reporting Grants del Centro Pulitzer

Carbono Opaco
Carbono Opaco es un proyecto sobre cómo está funcionando el mercado de carbono en América Latina, en alianza con Infoamazonia, Mongabay Brasil y Sumaúma (Brasil), Rutas del Conflicto y Mutante (Colombia), La Barra Espaciadora (Ecuador), Prensa Comunitaria (Guatemala), Contracorriente (Honduras), El Surtidor y Consenso (Paraguay), y Mongabay Latam, liderado por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP). Revisión legal: El Veinte. Diseño logo: La Fábrica Memética.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Actualizado el: Mar, 02/04/2025 - 08:56

Dole: un caso similar al de Chiquita Brand, que no ha sido investigado en Colombia.

Un tribunal de Justicia y Paz le ordenó desde hace varios años a la Fiscalía General de la Nación que indagara por la presunta responsabilidad de los directivos de esta multinacional por presuntos vínculos con el paramilitarismo en un caso de desplazamiento forzado en el departamento de Magdalena.

 

Exjefes del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia, que fueron claves en el proceso judicial en los Estados Unidos en contra de Chiquita Brand, han entregado declaraciones similares en diferentes instancias judiciales que señalan a otra multinacional de tener vínculos con los paramilitares. Se trata de la bananera estadounidense Dole Food, una empresa que tiene varias décadas de presencia en el país y que cuenta con socios comerciales de la costa Caribe colombiana, como varios miembros de la familia K’David, propietarios de una red de empresas relacionadas con el negocio de esta fruta en el departamento del Magdalena.

A diferencia de lo que ocurrió con Chiquita, los funcionarios de Dole y las empresas asociadas no fueron condenados en Estados Unidos. Rutas del Conflicto pudo verificar que en Colombia, a pesar de que en 2016 el Tribunal de Justicia y Paz de Barranquilla compulsó copias a la Fiscalía, no se ha abierto ninguna investigación para determinar la responsabilidad de los empresarios.

El exparamilitar José Gregorio Mangones, alias ‘Tijeras’, ha señalado en varias instancias judiciales en Colombia y Estados Unidos que, al igual que Chiquita Brand, Dole le pagaba al Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) para que le brindara seguridad en el entorno del cultivo de banano. Además, Mangones dijo en la versión libre que administradores de las fincas en la que se cultivaba el banano de las dos empresas “los buscaban regularmente para identificar a personas específicas como ‘problemas de seguridad’”, que luego eran asesinadas.

A partir de este testimonio y de denuncias hechas por las víctimas, el Tribunal de Justicia y Paz de Barranquilla en dos sentencias: una contra el paramilitar René Garavito Zapata, alias ‘Nicolás’ en 2016, y otra contra ‘Tijeras’ en 2018, le requirieron a la Fiscalía investigar la presunta responsabilidad de funcionarios de Dole y la empresa Agrícola Eufemia en el entorno de un caso de desplazamiento forzado. Se trata de la comunidad campesina de las fincas Las Franciscas en el municipio de Zona Bananera, en Magdalena, que tuvo que dejar esas tierras luego de amenazas y varios homicidios cometidos entre 2001 y 2005, en medio de una disputa por la propiedad de esas tierras con la bananera Dole y sus socios en Colombia.

El requerimiento a la Fiscalía por parte del Tribunal no tiene mayores detalles sobre los nombres de los directivos de las dos compañías, ni especifica en detalle la relación entre Dole y Agrícola Eufemia en Colombia. Este vínculo es clave para entender el complejo entramado empresarial alrededor del negocio de la multinacional e identificar quiénes son sus socios en el país.

Rutas del Conflicto pudo establecer que, a enero de 2025, la Fiscalía General de la Nación no tiene ninguna investigación abierta por estos hechos en contra Luis Fernando Díaz Díaz, representante legal y gerente de Agrícola Eufemia durante los años mencionados, ni contra Wilson Sotomonte Carrillo, un empleado de la misma empresa, mencionado por las víctimas dentro de la sentencia del Tribunal de Barranquilla. Para la fecha en la que ocurrieron los hechos, no existía en Colombia una sucursal directa de la multinacional Dole, por lo que resulta difícil identificar quiénes serían los directivos a los que se refiere el Tribunal de Barranquilla.

En la sentencia de 2018, el Tribunal le pidió a la Procuraduría General Nación que hiciera seguimiento al requerimiento hecho a la Fiscalía “en aras de satisfacer los derechos de las víctimas". Rutas del Conflicto obtuvo un documento del ente disciplinario con fecha de 2021 en el que la fiscal 99 especializada, Martha Ligia Bernal, señala que “consultó las bases de datos sobre las versiones libres rendidas por los postulados con relación a los hechos delictivos cometidos por estas empresas, sin haber encontrado ninguna información al respecto que justifique el requerimiento efectuado por la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Barranquilla frente a la compulsa de copias contra las empresas mencionadas”.

En el mismo documento, la Fiscalía explicó que, a pesar de no encontrar información, se remitió la orden para que se abriera una investigación a la Dirección Seccional de la Fiscalía en Magdalena, que a su vez la envió a la Fiscalía 5 Especializada de la Ley 600. Sin embargo, ante el seguimiento de la Procuraduría, ese despacho señaló que nunca le fue asignada esa investigación.

Es decir, el proceso se refundió entre las oficinas de la Fiscalía y, según el documento de la Procuraduría, no se abrió ninguna investigación. En ese mismo documento, la entidad disciplinaria le pidió a la Fiscalía que le pidiera un informe al Tribunal de Justicia y Paz, para que señalara cuáles fueron las razones para enviar esa compulsa de copias.

El Grupo Agrovid, que en la actualidad administra a Agrícola Eufemia y otras empresas en Colombia del entorno comercial que le vende el banano a Dole,  le dijo a Rutas del Conflicto en un correo electrónico que no tienen conocimiento de ningún proceso vigente ante ningúna autoridad en  virtud de la compulsa de copias por parte del Tribunal de Justicia y Paz, ni han sido notificados oficialmente. (Ver respuesta completa)

Las compulsas de copias que ordenó el Tribunal de Tierras fueron comunes dentro del proceso de Justicia y Paz, ya que ese sistema de justicia transicional no tenía facultades para investigar a agentes del Estado o terceros involucrados en los crímenes. Varios académicos han señalado que la gran cantidad de estos requerimientos y la poca gestión de la Fiscalía para adelantar estas investigaciones han dejado en el aire la verdad judicial sobre estos presuntos implicados.

El profesor de la Universidad de Los Andes, Daniel Marín López, que investiga desde hace años la relación de las empresas con el conflicto armado en Colombia y fue asesor de la Comisión de la Verdad, señala que en su texto Justicia Transicional Fragmentada: entender la complicidad corporativa con actores armados desde la construcción judicial en Colombia el volumen de compulsas de copias generaron una dispersión de procesos dentro del ente investigador. “Hasta el 23 de mayo de 2019 la Fiscalía contabilizó un total de 16.772 compulsas (...) Según datos de la misma Fiscalía, estas equivalen a 311 civiles, 835 agentes del Estado no combatientes y 417 agentes del Estado combatientes”, explica Marín en el documento.

Lo que la Fiscalía no encontró

Tanto en la sentencia de alias ‘Nicolás’, como en la de alias ‘Tijeras’, el Tribunal de Barranquilla señala que el desplazamiento de la comunidad de Las Franciscas y varios asesinatos ocurrieron en medio del conflicto por la tierra entre Agrícola Eufemia, como parte del entorno empresarial de Dole, y los campesinos que tenían la posesión de las fincas para el 2004.  Las dos sentencias señalan que la violencia paramilitar ocurre al mismo tiempo en el que empleados de Agrícola Eufemia presionaban a los labriegos para que les vendieran las mejoras que habían construido desde 1996 y se fueran de esas tierras.

Las conclusiones del Tribunal de Barranquilla en la sentencia de alias ‘Nicolás’ y las versiones libres de ‘Tijeras’ en Justicia y Paz  sirvieron para que, en 2018, el Tribunal de Tierras de Cartagena tomara la decisión de restituir las tierras a los campesinos que habían sido desplazados de Las Franciscas.

“Se presentó un fenómeno masivo de desplazamiento en el predio (sic) Las Franciscas I y II en el mes de marzo de 2004 (...) reconocido por algunos miembros de los grupos de autodefensa en sus versiones libres rendidas ante la Fiscalía General de la Nación, tal como se pudo evidenciar de los relatos de los postulados René Rolando Garavito y José Gregorio Mangones”, dice la sentencia de tierras.

Aunque la Fiscalía le haya dicho a la Procuraduría que no encontró información que sustentara la compulsa de copias para investigar a las empresas Dole y Agrícola Eufemia , estas versiones libres de alias ‘Tijeras’ fueron claves para que los magistrados del Tribunal de Tierras tomaran la decisión a favor de los campesinos. 

Según una publicación del medio de comunicación Verdad Abierta en 2018, ‘Tijeras’ declaró en el proceso de Justicia y Paz en 2009 que los paramilitares desplazaron a la comunidad para devolverle las tierras a las empresas.  “También devolvimos a Chiquita y Dole plantaciones que habían sido invadidas por grupos campesinos protegidos por las Farc. Por ejemplo, mientras que las Farc mantuvieron el control de la Zona Bananera, Dole abandonó una plantación, La Francisca. Los obreros y campesinos locales invadieron la plantación y comenzaron a ocuparla. Nosotros sacamos a esa gente y le devolvimos la posesión de la plantación a los propietarios, quienes trabajaban con Dole”, dijo ‘Tijeras’ según Verdad Abierta.

En la misma investigación, Verdad Abierta publicó otro fragmento de ‘Tijeras’ en el que explica que empleados de las bananeras le entregaban información de las víctimas a los paramilitares. “A mis hombres los buscaban regularmente los administradores de Chiquita y de Dole para identificar a personas específicas como ‘problemas de seguridad’ o simplemente como ‘problemas’. Todo el mundo sabía que teníamos que ejecutar a la persona identificada”, dijo el exparamilitar según cita del portal periodístico.

Las declaraciones de alias ‘Tijeras’, entregadas en Justicia y Paz también han servido para la construcción de informes de entidades del Estado como el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y la Comisión de la Verdad (CEV).

En el informe Mujeres y Guerra, de 2011, el Grupo de Memoria Histórica, entidad que precedió al CNMH señaló que alias ‘Tijeras’, en una versión libre entregada en 2009, dijo que las dos multinacionales bananeras habían financiado a las acciones de los paramilitares en esa región del país. “Dole y Chiquita nos prestaron apoyo financiero porque nosotros habíamos liberado la zona bananera de la guerrilla y la delincuencia. Les prestábamos servicios de seguridad, atendíamos sus reclamos y creamos una situación de tranquilidad que les permitía desarrollar sus operaciones comerciales sin ser extorsionados, secuestrados o asaltados”, cita el documento.

Otros informes del CNMH como Ese día la violencia llegó en canoa y Tierra y carbón en la vorágine del Gran Magdalena han documentado el desplazamiento y, en general, el actuar paramilitar en el Magdalena, citan lo dicho por ‘Tijeras’ en el proceso de Justicia y Paz. 

‘Tijeras’ no ha sido el único jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) que ha mencionado a la multinacional bananera en sus testimonios. El mismo Salvatore Mancuso señaló en versiones libres de 2007, dentro del proceso de Justicia y Paz, que el empresario bananero y paramilitar Raúl Hasbum había llegado a un acuerdo con Chiquita Brand, Dole y otras empresas para el pago de un centavo de dólar por cada caja de banano exportada, a través de la Convivir Papagayo.

La Comisión de la Verdad, en el documento Hay futuro si hay verdad, que hace parte de la series de informes finales publicados en 2022, retomó otro de los testimonios, esta vez el del jefe paramilitar Hebert Veloza, alias ‘HH’. ”Los verdaderos ganadores de la guerra en el Urabá fueron los magnates de la industria bananera. Todas las fincas bananeras colaboraron: Uniban [sic], Banacol, Chiquita, Dole. Todas las empresas nos colaboraron”, cita el documento.

La historia de Las Franciscas, el centro del conflicto

Los predios conocidos como Las Franciscas se encuentran en todo el corazón bananero del Magdalena, centro de las disputas por la tierra desde hace casi un siglo entre campesinos y grandes empresas agroindustriales. En la zona, donde se perpetró la Masacre de las Bananeras en 1928, el gran actor económico era la United Fruit Company, que concentraba la producción de banano hasta la década de los sesenta, cuando dejó la región para concentrarse en el Urabá.

En 1987, el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora) anunció que iniciaría un proceso para adquirir estas fincas para entregarlas a campesinos sin tierra. Con esta información, 52 familias ingresaron al predio con la esperanza de que fueran los beneficiarios de estas titulaciones. Sin embargo, en diciembre de ese mismo año los labriegos se desplazaron del predio luego de recibir presiones del empresario Antonio Riascos se presentó en las tierras como el propietario.

En 1991, Riascos le vendió las fincas a Agrícola Eufemia, una empresa que hace parte del entramado de negocios de la multinacional Dole y sus socios comerciales en Colombia. Eran años en los que se había recrudecido la violencia en la zona por la fuerte presencia de las Farc. En 1992, esta guerrilla secuestró y luego asesinó al estadounidense Peter Kessler representante legal de la empresa Bana, que aparecía como la propietaria de Agrícola Eufemia.  Kessler también era el gerente de producción de Técnicas Baltime Ltda, la compañía comercializadora del banano dentro del entorno de negocios de Dole.

En medio de la violencia y de los daños producidos por huracanes, el grupo empresarial dejó la zona, incluyendo las fincas Las Franciscas en 1994, para concentrar su actividad en las plantaciones del Urabá antioqueño. Dos años después, en 1996, los campesinos, que se habían organizado en la Asociación de Parceleros de La Iberia (Aucibe), ingresaron nuevamente a Las Franciscas y comenzaron una posesión de los predios que duró hasta 2004.

Rápidamente, luego del ingreso de los campesinos, aparecieron los paramilitares en 1996, que un para de años más tarde tomarían el nombre de Frente William Rivas del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia. Durante esos años, la empresa continuamente trató de convencer a las familias para que dejaran el predio, según cuenta uno de los labriegos que prefiere no publicar su nombre, por cuestiones de seguridad:“Siempre nos mandaban personal que trabajaba con Eufemia Ltda con algunos documentos para persuadirnos, pero nosotros nos resistimos”.

El campesino cuenta que la situación escaló en el año 2001 cuando los ‘paras’ masacraron a los hermanos Jorge Alberto, Gustavo Enrique y Miguel Ángel Teherán, campesinos de Las Franciscas. “Cuando pasó todo eso, estaba Agrícola Eufemia en la pelea con nosotros. Luego siguieron las amenazas. A la empresa le quemaron unas instalaciones y comenzaron a decir que eso era una actuación de nosotros apoyados por la guerrilla”, señaló el labriego.

La tensión entre la empresa y la comunidad, atravesada por la violencia paramilitar llegó al punto más alto en 2004, cuando, en marzo, fue asesinado el líder de Aucibe, José Concepción Kelsy, hecho que produjo el desplazamiento de los campesinos. Según documentó el Tribunal de Barranquilla en la sentencia de alias ‘Nicolás’, tres meses después del asesinato de Kelsy, en junio, dos empleados de Agrícola Eufemia citaron a los campesinos a una reunión en la que les pidieron que vendieran las parcelas y desocupar el predio.

Las dos personas que citaron la reunión fueron identificadas como Wilson Sotomonte Carrillo y Humberto Díaz Criollo, y según el grupo empresarial Agrovid, que en 2024 administra las empresas involucradas en el negocio del banano de Dole y sus socios en Colombia, los dos, en ese momento eran empleados de Técnicas Baltime de Colombia S.A., la comercializadora de la fruta. Agrovid señaló en un correo a Rutas del Conflicto que Sotomonte y Díaz Criollo “estuvieron a cargo de la negociación de los contratos relacionados con la compraventa de mejoras”.

Este medio de comunicación pudo verificar que Sotomonte Carrillo no tiene ninguna investigación abierta por este caso en la Fiscalía. En cuanto a Díaz Criollo no se encontró información para poder verificar si tiene procesos en el ente acusador.

Según los líderes de la comunidad, bajo las circunstancias de violencia que vivían, los campesinos cedieron y decidieron vender. Según la sentencia, “en una reunión en la que se suponía que les entregarían el dinero a los campesinos, tres hombres armados los encerraron con candado en una habitación y, a cada uno, les entregaron solo entre 160 mil y 650 mil pesos, les descontaron de a 50 mil pesos, les pidieron las cédulas y obligándolos a firmar unos documentos en blanco”.

Siete meses después, en enero de 2005, paramilitares asesinaron a Abel Antonio Bolaños, el campesino que había asumido el liderazgo de la comunidad, tras el homicidio de José Kesly. Después de la desmovilización paramilitar la violencia se redujo en la zona, pero las familias siguieron reclamando el predio, mientras que Agrícola Eufemia, en 2009, le vendió los dos predios a Las Franciscas SAS, a otra compañía del mismo grupo económico.

El Grupo Agrovid señaló, en la respuesta a la solicitud de información que hizo al respecto Rutas del Conflicto, que Agrícola Eufemia y otras unidades de negocio de Dole habían sido víctimas de varios hechos de violencia desde la década de los noventa, que incluyeron cuatro asesinatos de empleados y atentados terroristas contra la infraestructura de las compañías. “DOLE, en dos ocasiones, quiso abandonar sus negocios en Colombia, pero por su compromiso con los empleados y la región continuaron las operaciones en el Magdalena. Sin embargo, la presión armada del frente XIX de las FARC en contra de las unidades de negocio de DOLE se mantuvo vigente”, señaló la empresa en el correo electrónico. (Ver respuesta completa)

El pleito en Estados Unidos y la restitución de tierras

Luego de la desmovilización paramilitar,  desde 2007, en medio del proceso de Justicia y Paz, como se ha mencionado, varios jefes de las AUC comenzaron a mencionar a Dole y su entorno empresarial dentro de sus presuntos financiadores. En 2009, un grupo de 167 familiares de 51 víctimas asesinadas por los ‘paras’ interpusieron una demanda en una corte de Los Ángeles en los Estados Unidos, en contra de la multinacional Dole.

Después de siete años de proceso, en los cuales la multinacional señaló a los abogados de las víctimas de fabricar pruebas, la parte demandante desistió de la demanda en 2016, por lo que el tribunal de Los Ángeles dio por cerrado el caso y cerró la posibilidad de un nuevo juicio. Después de la decisión, Johan Linden, presidente y director de operaciones de Dole insistió en negar los presuntos vínculos de la compañía con los paramilitares.  “Dole no financió a las AUC y todas las afirmaciones en sentido contrario son completamente escandalosas”, se lee en un comunicado de prensa que permanece en el sitio web de la bananera.

Rutas del Conflicto hablo con Terrence Collinsgworth, uno de los abogados que representó a las víctimas en ese proceso y que también hizo parte del equipo que ganó el caso contra Chiquita Brand en Estados Unidos en junio de 2024, que condenó a la bananera por financiar el paramilitarismo en Colombia. Collinsgworth dice que en su momento desistieron de la demanda porque tuvieron algunos problemas con sus clientes, que no puede revelar públicamente debido a acuerdos de confidencialidad y con testigos, “en cuanto a su disposición para testificar en ese momento”.

El abogado señaló que varios jefes paramilitares han entregado información similar en los casos de Dole y Chiquita, relacionada con la presunta financiación de las AUC. “Todos los testigos desmovilizados en los casos de las dos empresas dijeron lo mismo, que las dos estaban haciendo exactamente lo mismo. Según ellos, ambas pagaban a los paramilitares en medio del negocio del banano, no había diferencia en lo que hicieron”, explica Terrence.

El jurista agregó que es casi imposible reabrir el caso en los Estados Unidos, ya que los hechos prescribieron dentro de ese sistema de justicia, pero insistió en que en Colombia sí se podría tener un proceso para investigar a la empresa porque en el país los crímenes de lesa humanidad no tienen esas restricciones temporales. “En Colombia algunos tribunales ya han condenado a directivos de empresas relacionados con hechos similares. Allí las cosas están más claras y el sistema judicial parece más accesible ahora”, señaló Collinsgworth.

Según Fabián León, director del Centro de Información de Empresas y Derechos Humanos, una ONG  internacional que hace seguimiento de la política y el desempeño en materia de derechos humanos de más de 10 000 empresas en más de 180 países, es clave que se investigue a los directivos de las empresas señaladas en Colombia, ya que si se toman decisiones judiciales en el país, estas pueden servir como prueba en Estados Unidos. “El caso de Chiquita también había prescrito, pero hay una diferencia con Dole, y es que en el primer caso las investigaciones siguieron en Colombia y se han tomado decisiones judiciales que sirvieron como prueba para continuar con el proceso en Estados Unidos, eso no ha pasado con Dole”, explica León.

Mientras las víctimas desistían del proceso en la Corte de Los Ángeles, en Colombia avanzaba una demanda de restitución de tierras interpuesta por los campesinos que pedían la propiedad de Las Franciscas, muchos de ellos también eran demandantes en el caso en Norteamérica.  Como se mencionó anteriormente, en 2018 el Tribunal de Tierras de Cartagena falló a favor de los reclamantes y declaró que la empresa Agrícola Eufemia no actuó de buena fe exenta de culpa cuando compraron las mejoras a los campesinos, a sabiendas de la situación de violencia que vivían. Es decir, que la empresa no hizo la debida diligencia para verificar que los vendedores de los bienes que adquirió, en este caso las mejoras de los predios, eran víctimas que podrían estar actuando condicionados por las circunstancias que sufrían en medio del conflicto.

El Grupo Agrovid dijo en la respuesta a la solicitud de información que le envió Rutas del Conflicto que está probada la calidad de víctima de Agrícola Eufemia en los hechos de violencia y “que no existió prueba alguna que indicara que la sociedad AGRICOLA EUFEMIA haya participado de un supuesto despojo a través de grupos al margen de la ley”

La empresa agrega que era en esos momentos la propietaria legítima de los predios LAS FRANCISCAS I y II, y que en medio del accionar violento del Frente XIX de las FARC, ocurrió la invasión de los predios, cometida por los habitantes del caserío de Orihueca, en donde se encuentran los predios. “La empresa adelantó las acciones legales ante las autoridades locales y la Fiscalía para recuperar los terrenos y judicializar los responsables del despojo, pero ante la incapacidad institucional para mantener el status quo y adelantar las  investigaciones del caso, se vio obligada a abandonarlos forzadamente como medida de protección para la vida e integridad física de sus trabajadores, sin perjuicio de continuar ejerciendo actos de señor y dueño”, señala Agrovid. (Ver la respuesta completa)

Luego de la sentencia de Justicia y Paz las tensiones han seguido. Según cuenta Ernesto Caicedo, abogado de la Comisión Colombiana de Juristas, que representa a las víctimas en el proceso de restitución, la empresa presentó varias excusas para entregar el predio y solo lo hizo un año y medio después de la sentencia, en septiembre de 2019. 

Además, Caicedo cuenta que el grupo empresarial ha interpuesto más de 20 tutelas en diferentes instancias para tumbar la sentencia de restitución, ya que alega que no se le respetó el debido proceso y que sí actuaron de buena fe exenta de culpa. Una de estas tutelas llegó a la Corte Constitucional, que la estudia desde 2022, como lo investigó Rutas del Conflicto (Ver nota), sin que a febrero de 2025 tome una decisión.

¿Quiénes son los socios de Dole en Colombia y cómo es su vínculo empresarial?

Cuando el Tribunal de Barranquilla en las dos sentencias a ‘Nicolás’ y ‘Tijeras’ compulsó copias a la Fiscalía para investigar a los directivos de Dole y Agrícola Eufemia no aclaró quiénes eran las personas que ejercían estos cargos directivos en Colombia. Este es asunto es clave porque existe un entramado empresarial alrededor del negocio de producción de banano de la multinacional en el país, que hace muy complejo entender la real participación de Dole en las compañías colombianas como Agrícola Eufemia, señalada de presuntos vínculos con los paramilitares.

Según documentó Rutas del Conflicto, en una investigación publicada en 2021, en la que se evidenciaba que una compañía del grupo bananero había comprado un predio a familiares del paramilitar Miguel Arroyave, alias ‘Arcangel’ en el Magdalena, los principales accionistas de las empresas que producen y comercializan el banano para Dole en Colombia son los K’David, una poderosa familia del Magdalena. Para la fecha de la publicación, todas las empresas pertenecían a Servicios Administrativos Bananeros SAS, de propiedad del grupo K’David, en cabeza de Riad K`David, que aparecía como representante legal de Técnicas Baltime de Colombia (Tecbaco) S.A.

Según contó el mismo grupo empresarial en enero de 2025, Servicios Administrativos Bananeros ahora tiene el nombre de Grupo Agrovid y sigue administrando todas las empresas. Sin embargo, el apellido K’David desapareció de los registros de cámara de comercio. Rutas del Conflicto constató que la representación legal de las compañías está en manos de dos personas, Juan Camilo Roca Manzano y Javier Ernesto Pomares Medina. En cuanto a los accionistas, la mayoría son empresas que tienen sede en Panamá, todas son representadas por la misma persona, Tania Martínez Caballero.

Empresas en Colombia: Canali S.A.S, Inversiones La Lolita S.A.S, Técnicas Baltime de Colombia, Canali S.A.S, Bananera El Enano S.A, Banaeva S.A.S, Agropecuaria San Gabriel S.A.S, que pertenecen al grupo Agrovid.

Accionistas de las empresas en Colombia, registradas en Panamá: Adstone Management Corp., Block Investments Inc., Arrowhead Lake Inc., Bukoba Trading S.A, Arealto Financial Corp., Royal Exotic Fruits Inc., Bellovin Overseas S.A, Gran Plaza Overseas S.A, Lindale Properties Corp., Saleby Overseas S.A y Laguna Development S.A.S.

Según estos documentos, la multinacional Dole Food no aparece como propietaria o accionista de ninguna de estas empresas. Según respondió el Grupo Agrovid a un cuestionario enviado por Rutas del Conflicto, en el momento en el que sucedieron los hechos descritos en la sentencia, Agrícola Eufemia y otras compañía eran “unidades de negocio” de Dole. Señalaron que en la actualidad, Tecbaco exporta “fruta a los mercados internacionales bajo más de seis marcas comerciales entre las cuales se incluye la reconocida marca Dole”. 

No es claro a qué se refiere el término unidades de negocio, si Dole era directamente propietaria o socia de empresas como Agrícola Eufemia en el momento en el que ocurrieron los crímenes y ni tampoco en qué momento, se convirtieron simplemente en uno de los clientes de la producción de banano.

Según documentos de Cámara de Comercio, entre 2001 y 2004, años en los que ocurrieron la mayoría de crímenes relacionados en las sentencias, el representante legal de Agrícola Eufemia era Luis Fernando Díaz Díaz (de quién se explicó anteriormente, no tiene ninguna investigación en la Fiscalía). Para ese año, el principal accionista era la empresa Inversionistas Zarati con el 95% de las acciones y Sociedad Bana con el 5%. 

Inversionistas Zarati es una empresa que en la actualidad tiene sede en Panamá, al igual que las otras descritas anteriormente. Rutas del Conflicto encontró un documento con información de una demanda laboral interpuesta por Luis Fernando Díaz Díaz, representante legal para el 2004 de Agrícola Eufemia, contra Técnicas Baltime en la que señala que tuvo un contrato de trabajo con esa última compañía desde 1978 hasta 2006. En la misma demanda, Diaz Díaz explica que la mitad de su sueldo era consignado por la firma Dole International en Estados Unidos.

Para el profesor Marín, en estos casos es clave determinar el rol de las multinacionales en para señalar la responsabilidad en hechos relacionados con violaciones a derechos humanos. El profesor explica que aunque la empresa no sea directamente la dueña de las compañías locales involucradas, puede que tenga el control operativo del negocio, ya sea porque es un cliente único de los productos, o inclusive si tenga pleno control de la forma cómo se siembran los productos, en este caso el banano. “De cualquier manera, las compañías tienen la responsabilidad de verificar que en la cadena de suministros no se cometan violaciones a los derechos humanos”, explica Marín.

Rutas del Conflicto confirmó que la Fiscalía General de la Nación reunió las compulsas relacionadas con las bananeras a finales de 2024 para poder avanzar con las investigaciones. Por ahora, la justicia colombiana sigue sin abrir ninguna investigación formal para definir si estos terceros, relacionados con las empresas relacionadas con el negocio del banano de Dole en el país tuvieron o no alguna responsabilidad en la violencia que afectó a tantas personas en el Magdalena y el Urabá.

Actualizado el: Lun, 02/03/2025 - 17:10